jueves, 8 de septiembre de 2016

Delirios de biblioteca: Los libros que todos deberíamos leer al menos una vez en la vida.





Una vez, uno de mis libreros favoritos, me obsequió una bella edición del Ulises de James Joyce. Lo acepté, con una sonrisa incómoda y sosteniendo el libro como quien sostiene un encargo incómodo. Porque lo detesto, antes y después de mi vida Universitaria, desde que intenté leerlo la primera vez a los catorce años y no lo logré hasta el día en que finalmente pude terminarlo, a los veintiuno. El librero, un hombre con una sabiduría especial para los lectores y el buen café, sonrío.

— Releelo. Esta vez te va a gustar mucho más — sugirió.

Me mordí los labios para no comentar el inmediato comentario que se me ocurrió. Era bastante grosero y preferí guardarlo en el rincón de los insultos veniales de mi mente. En lugar de eso, miré la portada del libro: Un hombre encorvado, de rostro macilento, parecía observarme desde el cartón. Había algo inquietante esa figura retorcida, levemente borrosa sobre un paisaje de una ciudad anónima. Sentí curiosidad.
- ¿Por qué? — pregunté por último — ¿por qué cree que me va a gustar mucho más ahora mismo que antes?
El librero me dedicó una de sus extrañas miradas lentas. Usaba enormes lentes de aumento y sus ojos parecían enormes detrás de los cristales, casi perezosos. Y sin embargo, eran ojos que parecían verlo y analizarlo todo desde una óptica desconocida, como en esa ocasión.

- La intriga, querida niña. Siempre lee un libro que te intrigue. Aunque sea la segunda vez.

No le creí. No me importó su opinión. De hecho, coloqué el libro en la repisa de mi biblioteca y lo dejé dormir el sueño de los justos por meses. Hasta que me volví a tropezar con él: y me volvió sobresaltar la figura del hombre retorcido en la portada. De manera que lo tomé y me dije: “Ah, solo para que no se diga que no lo intenté”.

Veinticinco días después seguía leyendo. No había llegado ni a la mitad y sentí el mismo odio venial por el libro que unos años antes, pero en esta ocasión, la lectura fluía de una manera extraña. Descubrí aristas de la historia que no había visto antes y de hecho, a pesar de mi manifiesta animadversión hacia el libro, llegué a una especie de pacto de no agresión que culminó en una feliz lectura, unos seis meses después de que comencé. Y es que leer un libro como Ulises, es todo un compromiso con la imaginación, los momentos de pura angustia existencial y cierta leyenda urbana de lo ilegible. Lo remonté con bastante buen gusto, diría yo.
De toda la aventura, descubrí que hay ciertos libros que no hay que dejar de leer. Y no hablo de títulos, me refiero a la sensación que te despiertan o te producen mientras los lees, ese pequeño secreto entre el lector y la página abierta. Una serie de categorías que imaginé que pueden no solo enriquecer tu manera de ver el mundo de la lectura sino además, asumir tu forma de crear en palabras de una forma totalmente nueva. Porque leer , además de un placer, es una aventura, es una confrontación con ideas tan profundas que muchas veces no somos conscientes que están allí hasta que un libro las descubre. De manera que siempre será un riesgo — uno pequeño y casi doloroso — descubrir algo nuevo a través de la mirada de una buena lectura. Un riesgo, que debo decir, vale la pena correr.

¿Y cuáles serían esas categorías, imaginarias e inexistentes, sobre libros que todos debemos leer? Estas:

* Leer un libro que te produzca incomodidad:
Uno de mis profesores Universitarios insistía en que no hay mejor terapia para el prejuicio que leer un libro que te produzca incomodidad. Y le tomo la palabra: lee al menos una vez un libro que te produzca repugnancia, incomodidad, que las idea que instruye sea tan contraria a las propias que te deje sin aliento, abrumado y desconcertado. ¿Cual fue en mi caso? El Necrófilo de Gabrielle Wittkop, que apenas pude terminar comenzar a leer por la naturaleza cruda y directa de sus escenas…para finalmente terminar considerándolo uno de los libros más extraordinarios que he leído en mi vida.

* Leer un libro que subestimes:
Somos amantes de lo intelectual. O nos gustaría serlo, al menos. De manera que siempre hay un grupo de libros que subestimamos por una serie de razones de las que somos muy poco conscientes pero tienen mucho que ver con nuestra percepción de la literatura y nuestra identidad. Es un fenómeno que suele ocurrir con frecuencia con libros considerados Best Sellers y otros que se tacha, muy libremente, como literatura “menor”. Lee al menos una vez, ese libro que tanto dices detestar, de ese escritor tan “flojo” y “barato”. Te puedes llevar una que otra sorpresa.

¿Con cual libro me sucedió? Con “Las cortesanas” de Paul Tournier. La crítica especializada destrozó la prosa desordenada y sin sentido del escritor, pero en realidad, se trata de una visión de la historia muy entretenida y casi juguetona, muy a tono con la historia — de piel, carne y folletín — que cuenta.

* Leer un libro que te aburra:
O al menos terminarlo. Un libro aburrido es uno de esos pequeños retos a la imaginación. Ya lo decía alguien más sabio que yo: “Un libro es un reflejo, verás en él lo que hay dentro de ti”. Así que sería interesante intentar comprender el motivo por el que no consigue captar tu atención o provocar ese irremediable enamoramiento que suele producir una buena lectura. Y te puede sorprender lo que descubras: en mi caso, intenté leer dos veces Las brujas de Eastwick de John Updike sin lograrlo. Finalmente, y luego de intentarlo una tercera vez lo logré y descubrí que detestaba el libro porque era una alegoría extraña, incómoda y dura hacia la sociedad Norteamericana, tema que nunca me ha interesado demasiado, pero que en esta ocasión, profundicé sin saberlo. La lectura, a pesar de lo tediosa que pudo parecerme, me abrió las puertas a toda una serie de historias de temática parecida que comencé a disfrutar de una manera que jamás habría imaginado antes.

* Leer un libro cuyo autor te sea por completo desconocido:
Hace un par de años, le pedí a un amigo de NY me comprara un libro de un autor que ninguno de los dos hubiese escuchado jamás. Mi amigo rebuscó en un anaquel y encontró a un autor chino que no le sonaba de ninguna parte.
— ¿Mo — yan? — pregunté desconcertada.
- Sí — respondió. Y soltó una carcajada — “Grandes pechos, amplias caderas” de Mo — Yan.

Un par de semanas después, disfrutaba leyendo lo que es quizás, una de las historias más hermosas y conmovedoras que he leído en mucho tiempo. Tuve la sensación de entrar en un mundo totalmente nuevo — de hecho, era así — y comprenderlo a través de la vivencia de un personaje que aunque me resultaba incluso antipático, me obsequió una perspectiva del mundo impensable y que jamás habría considerado tener de no ser por la magnifica narración del escritor. Un par de meses después, desperté con la noticia que Mo — Yan, en toda su gloria anónima, había ganado el premio Nobel de Literatura. Y sonreí, con ese placer del sobresalto, de haber leído sus palabras antes que la fama le diera otro sentido que el simplemente venial.

* Leer un libro de un autor de tu misma nacionalidad:
Muchas veces, los escritores nacionales son menospreciados por el lector acostumbrado a la literatura Universal. Pero hay un valor intrínseco y significativo en leer a un escritor con quien no solo compartes nacionalidad sino también, vivencias. Una especie de correspondencias de ideas, de construcción de una visión muy particular sobre tu país, tu cultura e incluso tu manera de comprender la sociedad donde naciste y quién te brindó parte de tu identidad personal. En lo particular, siempre descubro un poco más sobre lo que considero esencialmente Venezolano a través de grandes plumas nacionales como Eduardo Liendo y Héctor Torres, una mezcla de la Venezuela tradicional y la urbana — la que construimos a diario — de inestimable valor.

* Leer un libro de un autor “políticamente incorrecto”:
Hay autores malditos, letras ofensivas, marginados intelectuales. Suelen ser muy populares y casi siempre, tienen su buen grupo de lectores devotos. Pero por alguna u otra razón, el grupo de los entusiastas de la literatura, suele menospreciar esta rebeldía de pluma y palabra por considerarla sencilla, evidente y la mayoría de las veces prefabricada. Sin duda puede serlo: no es un fenómeno de reciente factura y la historia de la literatura universal está plagada de ejemplos donde la rebeldía no es otra cosa que una necesidad de provocación sin mayor sustancia. Y sin embargo, hay todo un género de contradictorios y contestatarios autores, que no solo crearon una nueva manera de concebir la palabra, sino que brindaron a la labor de la escritura un nuevo cariz. Así que es de lectura recomendada, leer un libro de un “rebelde” Universal, de ese autor — o autora — que reescribió su propia manera de concebir la libertad de la palabra y de las ideas.

En mi caso, leer a Bukowski fue toda una revelación: descubrir la manera como la poesía puede expresar ideas un tipo de belleza tan dura y dolorosa, me reconcilió con el género y aún más, me brindó la oportunidad de comprenderlo de manera distinta.

* Leer un libro para niños:
Los adultos somos arrogantes, eso es evidente. Miramos la literatura infantil por encima del hombro, desdeñamos la época en que las primeras palabras tenían el rostro de personajes entrañables e historias que con su sencillez nos contaron los matices del mundo. Así que sin duda, un gran ejercicio de imaginación será leer un libro para niños siendo adulto. Una forma de recordar esa magia que leer una historia siempre nos brindó y encontrar quizás, el origen de esa entrañable pasión por la lectura que todos disfrutamos años después.

¿Mi favorito? Cualquiera de Roald Dahl. Un viaje directo a lo esencialmente hermoso que me hizo amar la lectura desde que era muy niña.

¿Una lista corta? Quizás lo sea, pero creo que resume toda esa necesidad de reinvención que todo buen lector necesita alguna vez. Reconstruir esa visión amorosa hacia la palabra, encontrar una interpretación totalmente nueva de lo que asumimos conocido y habitual. Porque leer es una manera de soñar, eso lo sabemos todos, pero también de mirar esa región tan profundamente intima de nuestra mente que con tanta ingenuidad, llamamos identidad.

0 comentarios:

Publicar un comentario