jueves, 5 de enero de 2017
Crónicas del cinéfilo neurótico: Mis Películas Favoritas del año.
Desde hace unos días, intento redactar una lista de cuáles fueron mis películas favoritas del año y me sorprendió lo complicado que me resultó hacerlo. Tal vez se deba a que fue un año donde vi mucho más cine que en cualquier otro y lo analicé desde cierta mirada académica — que no experta — , lo que cambió la experiencia un poco. O mejor dicho, la profundizó. De manera que escoger un grupo de películas sobre otras, quizás sea una forma de contradecir ese gran aprendizaje del año pasado como lo fue comprender el cine como una suma de sus virtudes y debilidades.
Con todo claro, hay algunas inolvidables y extraordinarias que con toda seguridad, llevaré a mi gran biblioteca mental de nuevas favoritas. Y esas fueron:
The Other Side de Roberto Minervini:
Inquietante, con varias de las imágenes más impactantes del año, es quizás una obra cinematográfica destinada a sorprender por necesidad. A pesar de ser una pieza documental, “The Other Side” tiene cierta estética, continuidad y sobre todo, sustancia de obra de ficción. Y es ese buen hacer de guión, edición y puesta en escena lo que hacen que el resultado sea una mezcla entre un incómodo registro de la norteamérica profunda y algo más amargo y desagradable. Se trata de una perspectiva del sueño americano escalofriante, una mirada despiadada y cruel sobre un submundo decadente, violento y sobre todo, reflejo de la periferia de la gran esperanza del primer mundo. Más allá de eso, el trabajo de Roberto Minervini analiza el desarraigo, la sociedad rota y los terrores contemporáneos desde una óptica poco frecuente: esa noción de la derrota casi compasiva pero nunca complaciente. La mirada incisiva de Minervini analiza y reflexiona sobre los condenados a una especie de ostracismo social, hundidos en la pobreza y el rechazo pero también, obsesionados con la violencia. Se trata de un testimonio crudo sobre los espejismos de la sociedad y sobre todo, la ruptura de la vida contemporánea con los horrores invisibles que se esconden bajo lo cotidiano. Como obra fílmica, sorprende por su coherencia, inteligencia y una mesurada capacidad para construir un discurso dramático no sensacionalista que asombra por su efectividad.
Captain Fantastic de Matt Ross:
Para reír, para llorar. Una extraña mezcla que el director sostiene sobre un minucioso guión, también de su autoría y cuyo mayor peso recae en la actuación de un Viggo Mortensen en estado de gracia. Un extraño testimonio sobre la rebeldía antisistema donde no hay héroes ni villanos sino una especulación consciente sobre las carencias de nuestra época adolescente y superficial. Con un discurso inteligente y consistente sobre la crítica a la educación, la información y el acceso al conocimiento de nuestra época, “Captain Fantastic” es una rarísima combinación de un juicio analítico sobre la identidad moderna y sus distorsiones. Con una sutil mordacidad, “Captain Fantastic” cuestiona el pacto social pero desde su dimensión doméstica, su comprensión de los dolores y temores universales pero sobre todo desde una complejidad moral que se agradece.
The Handmaiden de Park Chan-wook:
La esperé muchísimo (amo el libro de Sarah Waters “Fingersmith” en que está basada) y aunque el resultado es por completo distinto a lo que esperaba, no me decepcionó. Suntuosa, erótica, oscura es un gran ejercicio de estilo que me impresionó por su dureza.
Park Chan Wook crea un universo de extraordinaria belleza para un juego de seducción donde nada es lo que parece y que se sostiene sobre una narración especulativa de una agilidad asombrosa. Con una puesta en escena preciosista, inteligente y sobre todo elegante, el director avanza a través de la enrevesada historia analizando su complejidad desde cierta distancia subversiva. A diferencia de la historia original (que se desarrolla en la época victoriana) las jerarquías sociales en la película de Park Chan Wook (ambientada en la colonización japonesa de Corea en los años 30) tiene un sentido mucho más turbio y difícil de digerir. Es entonces cuando el director hace gala de su enorme instinto para lo perverso e incómodo, por medio de una cuidadosa fotografía y una historia por momentos tramposa que en manos menos hábiles, podría pecar de prosaica.
A la película se le ha acusado — y con razón — de contener enormes dosis de melodrama. Aún así, el guión no se permite concesiones y avanza con buena mano y un ritmo implacable hacia su ambiguo final. Una pequeña joya del humor negro, un singular tipo de erotismo y algo más complejo que hacen a la película un pieza de arte cinematográfico difícil de olvidar.
Paterson de Jim Jarmusch:
De la poesía a la pantalla grande, una obra meditada y preciosista de un director muy consciente de su capacidad para analizar pequeños espacios intelectuales. La adoré de principio a fin y por supuesto, confirmó la buena mano de Jarmusch para los procesos intimistas.
Paterson no es un personaje sencillo ni el director tampoco espera que lo sea y quizás por ese motivo, tiene enorme mérito la actuación compleja, profunda e inteligente de Adam Driver, que deja a un lado los tics dramáticos de su conocido Kylo Ren para crear un personaje ambiguo y exquisito que seduce por su sensibilidad. Jarmusch asume la poesía desde lo orgánico y su personaje lo expresa con cierto trayecto luminoso hacia la creación cotidiana: Paterson es un chofer de autobús que también es poeta. Aunque él no lo sabe y quizás, no le importe demasiado calificarse como tal. Para Paterson — y sin duda, para Jarmusch — la creación es una lenta construcción de espacios personales y mentales que desbordan no sólo la inspiración momentánea sino que construyen algo más sustancioso y profundo. Paterson busca — y encuentra — en la poesía una comprensión profunda sobre la existencia pero también, sobre la creación en estado puro. Con sus versos libres y austeros, su existencia frugal y su pasión profunda por la belleza, Paterson asume la noción sobre la posibilidad del arte como un medio de expresión de lo corriente, sublimado a través de la sensibilidad latente. Quizás, de la misma manera como el propio Jim Jarmusch concibe el cine.
Arrival de Denis Villeneuve:
El intrigante director y escritor Denis Villeneuve — cuyos títulos incluyen la venidera Blade Runner 2049 — ha creado lo que parece ser una insólita reinvención del género de ciencia ficción con “Arrival”, una película donde lo filosófico, existencialista pero sobre todo, un importante ingrediente emocional crean una obra por completo original. Con un guión a cargo Eric Heisserer basado en el cuento homónimo del escritor Ted Chiang, “Arrival” desafía los clichés del género y encuentra un lugar propio para contar una historia de profundo significado humano y simbólico. Sensible, poderosa y conmovedora, el ingrediente humano en “Arrival” supera a la ciencia ficción en estado puro y quizás, ese es su mayor triunfo.
Se trata de un insólito acercamiento al género, que no sólo evade los lugares comunes sino que analiza las intrincadas conexiones entre la percepción de la naturaleza humana — la que el hombre tiene de sí mismo, la que podría asimilar a través del contacto con otra raza — desde una perspectiva por completo nueva. Las decisiones visuales y conceptuales de Villeneuve dotan a la película de belleza sino también, de una reposada personalidad que asombra por su elegancia y precisión. La película se mueve entre dos planos esenciales — la llegada de una raza extraterrestre a la tierra y el primer contacto de nuestro mundo con ella — y lo hace con una sutileza que deslumbra por sus matices, pero sobre todo su capacidad para reflexionar sobre lo existencialista a través de metáforas argumentales complejas.
El centro de la historia además, es toda una declaración de principios: el tiempo y el lenguaje. Ajena a la espectacularidad y más interesada en el análisis de lo sensible, la película medita sobre su historia a través de un humanismo radical, en medio de teorías del lenguaje, la física cuántica e incluso algún que otro chispazo de puro melodrama. Una comprensión sobre lo humano como expresión espiritual y sobre todo, una búsqueda consciente de la poesía y el poder de la belleza incluso en sus formas más intrincadas.
Deadpool de Tim Miller:
Soy fanática de vieja data del cómic y temí por el resultado de una película que debía captar el espíritu demencial y transgresor de un personaje por momentos insoportable. Pero la película lo hace y con un enorme tino y ritmo. Mi favorita de superhéroes del año.
Para su primera gran aparición en pantalla, “Deadpool” desdeña y destroza todos los convencionalismos y tics del género para crear una revisión que sorprende por su frescura, a pesar de ser una propuesta idéntica a cualquier otra de la casa Marvel o sus competidoras. No obstante, “Deadpool” como concepto, tiene una libertad absoluta al momento de plantear los habituales cuestionamientos sobre el bien y el mal. De manera que aunque se trata del inevitable camino del héroe, la película es también una colosal burla a todos los tópicos y lugares comunes del género. Y lo hace sin caer en la caricatura, la autoparodia o disminuir la efectividad de los giros argumentales, la mayoría elaborados con una precisión inteligente y sólida. Como un ejercicio de provocación en estado puro, el personaje elabora una nueva noción no sólo sobre lo que pueden ser las películas de superhéroes — esa ruptura con el límite invisible de lo consumible — sino que se plantea la comprensión del medio como un medido ejercicio de rebeldía contra el mensaje habitual. Por supuesto, parte del éxito de la película recae en la extraordinaria actuación de Ryan Reynolds, que encarna al personaje con un desparpajo cínico que se agradece y le brinda toda una nueva dimensión a la propuesta.
The Invitation de Karyn Kusama:
La mejor película de terror que vi en el año. Inteligentísima, poderosa, bien construida. Toda una mirada alegórica sobre el miedo que funciona gracias a las insólitas decisiones del guión. Un durísimo juego psicológico que se nutre de un mezcla de líneas argumentales bien medidas, construidas para sostener la tensión durante todo el metraje.
Pero la película no se limita — ni tampoco se conforma — con ser un simple ejercicio de género. Hay una cuidadosa combinación de elementos que crean un ritmo frenético y bien planteado. A pesar de los giros argumentales — que por momentos pueden parecer forzados — la película tiene una enorme capacidad para asombrar y sobre todo, para desconcertar. Hay un fino uso de la mirada alternativa hacia la naturaleza del otro — la diferencia, el misterio que crea la distancia emocional — y sobre todo, una tensión escalofriante basada en un tipo de miedo primitivo que la película explota con buen gusto y sutileza.
Nocturnal Animals de Tom Ford:
Una extrañísima mirada sobre el dolor, la angustia, la venganza, los temores. Pero sobre todo esa noción consistente sobre la capacidad del espíritu humano para la crueldad. “Nocturna Animals” medita sobre los miedos modernos, el estigma social y los pequeños demonios privados desde la distancia inteligente de una pesadilla neo Noir pero también, como una visión temible sobre los alcances del odio y la insatisfacción. Se trata de una experiencia emocional y sensorial caleidoscópica, que abarca desde el dolor desde una tristeza gélida y nihilista que por momentos resulta asfixiante. Una obra de arte por donde se le mire.
Faltan muchísimas que agregar a la lista (Y aún no veo Moonlight y La La Land) pero creo que refleja bastante bien mi opinión cinematográfica sobre el año que acaba de terminar. Una experiencia sensorial y profundamente emocional que de nuevo, me recordó todos los motivos por el cual amo el cine y su capacidad para crear realidades alternativas. Una forma de construir mundos privados que jamás pierde su capacidad para cautivar.
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