martes, 3 de enero de 2017

De la rebeldía al espíritu creativo: Patti Smith, para siempre.




“Ahora pasa algo cada diez años. Y todo lo que hacemos es reconocer que hace falta que ocurra algo y ponemos nuestro grano de arena para que así sea. ¿Quién sabe? Podríamos ser los próximos Rolling Stones… ¿Qué habría pasado si Jagger y Richards hubieran creído que Chuck Berry y Elvis Presley habían sido los últimos? A nadie le gustaba Chuck Berry tanto como a Mick Jagger y a nadie le gustaba tanto Elvis Presley como a Bob Dylan. (…) Por eso me jode tanto que la gente diga que esto o lo otro está muerto y que ya se ha inventado todo. Solían decir lo mismo cuando dibujaba y escribía poesía. ‘Oh, todo esto ya se ha dicho antes.’ Y yo pensaba que era para partirse porque yo no lo había oído. Quiero ocuparme del ahora, no me basta con escuchar que otros lo hicieron en la historia o ver que los Rolling ya lo hicieron. No me basta. Nosotros somos el mejor espectáculo para nosotros mismos.”
Patti Smith


Una vez leí que Patti Smith estaba obsesionada con el dolor. Así en general y no sólo el físico. Que escribe en un diario privado sobre sus modulaciones, pulsaciones y transformaciones. Un tema abstracto que Patti intenta analizar desde todos las dimensiones y perspectivas posibles. Que para la artista, hay algo sobrecogedor, enorme y sobre todo, intrigante en lo que puede producir sufrimiento y lo asume como parte de un todo extraordinario en su manera de ver el mundo. Una mirada a lo vulnerable de nuestra naturaleza o lo que es lo mismo, la necesidad que todos tenemos de enfrentarnos a ella. Un tema en el que Patti Smith — visionaria y contestaría — parece tener especial interés artístico desde inicios de su carrera.

Por supuesto, sólo se trata de un rumor que nadie ha podido comprobar. Nadie ha visto jamás los supuestos cuadernos — fruto de su inspiración y mecánica obsesión — porque de la misma manera que en otras tantas cosas en la vida de la cantante, se trata de un misterio. Pero quizás allí radique el poder de seducción — atracción — de una artista que se niega a que le definan o mejor dicho, es imposible de definir desde cánones simples. Patti es Patti y su vida parece marcada por esa necesidad de lo complejo, que aunque no parece ser consciente — dudo que Patti intente mostrarse compleja adrede o con una espectacularidad artificiosa — tiene un peso fundamental en su obra.

Tal vez por ese motivo, siempre he considerado a Patti como la destilación de lo que debe ser una (mujer) artista, aunque dudo que a ella le agradaran la clasificaran de esa forma (de la misma manera que odia cualquier etiqueta, supongo) y rechazaría el mero epíteto de género. Porque Patti Smith trasciende las convenciones o mejor dicho, las reconstruye para crear algo nuevo, capaz de inspirar a las nuevas generaciones de artistas que como yo, pasaron buena parte de su vida sin saber muy bien que hacer para comprender su manera de crear. Patti, que reconstruyó desde sus cimientos el mito de la mujer que crea.


Patti no es un referente indispensable pero si enriquecedor y necesario. Y lo es porque para la cantante el mundo del arte es algo más que una serie de piezas expresivas que intentan expresar un mensaje. Patti Smith como otras tantas mujeres en el mundo del arte, se encontró en la complicada situación de chocar contra las expectativas que nuestra cultura suele tener con respecto a lo femenino. Esa necesidad de etiquetar, construir, levantar una percepción sobre la mujer ajustada a un tipo de fantasía irreal que toda mujer debe enfrentar — o aceptar — alguna vez. Y es muy probable que Patti — extraña, arisca, andrógina — tuviera que luchar incluso con matices más intricados de esa idea. ¿Dónde están las mujeres reales? parece preguntarse la cantante, desde su delgadez delicadísima — puro huesos y piel — , su mirada directa, ese instinto suyo para el dolor — y volvemos a las obsesiones — que llena su trabajo. Por ese motivo, Patti buscó su espacio, encajó a la fuerza su estilo y haciéndolo logró algo que a la distancia, todas las mujeres de mi generación agradecen. Creó un espejo en el que puedes verte reflejada, en el que puedes analizar tu obra desde un punto de vista neutral. Y más allá de eso, Patti Smith logró convertirse en su mejor esfuerzo artístico, en su mejor proyecto arte. No hay nada que se parezca más a Patti Smith que sí misma. No hay mejor forma de definir su forma de cantar, las letras de sus canciones, sus proyectos estéticos que sus propios experimentos privados. Un logro esquivo que muy pocas mujeres han logrado alcanzar justo por esa renuncia de nuestra época a otorgar una identidad real — e identificable — a la mujer que intenta definir desde lo superficial.
¿Quién es Patti Smith? Música, poeta, musa. Pero también, una nueva forma de representar y reflexionar sobre el arte creado por una mujer que no es parte de un estereotipo femenino. Ni tampoco pertenece a una definición sencilla sobre el género. Con su aspecto de muchacho, su cuerpo flaco y sin curvas, su rostro anguloso y delicado, Patti es mucho más que su propio mito. Ese que le llevó décadas construir y el que no reconoce, por mero instinto de supervivencia.


Un espíritu indómito por necesidad.
El disco “Horses” de Patti Smith comenzó a venderse a finales del año 1975 y quizás se trató de un momento propicio: llegó para cambiar cómo se comprendía la música pop en esencia radical y transformadora. El álbum condensó no sólo todo lo que hasta entonces se había creado dentro de cierto mundillo privado — sonidos experimentales y una renovación esencial de género de mano de una nueva generación de artistas contestatarios — sino que además, supo reflejar la transición de lo que hasta entonces había sido el ambiente musical norteamericano en algo más sustancioso. El rock & roll se había aburguesado — o esa era la idea general sobre el tema — y perdido esa métrica de rebeldía inclasificable. Todo bajo el ojo público y analizado con un pesimismo que no era otra cosa que fruto evidente del idealismo de la frenética década anterior. Pero además de todo eso, el disco estaba firmado por una mujer y una además, que estaba decidida a cambiar desde la imagen hasta la propuesta de lo que el rock podía ser. Y con ese único golpe de efecto, Patti Smith entró a la historia de la música y también, la de las artes al enfrentarse con las manos abiertas al estigma de la expectativa.

Para la ocasión, su gran amigo Robert Mapplethorpe la inmortalizó en una fotografía que resumió su espíritu con enorme belleza. De pie en un escenario ingrávido e impoluto, Patti Smith rebasa toda explicación. Lleva camisa y corbata masculina, el cabello mal cortado, una mirada dura y estática hacia el espectador. Tiene un aspecto frágil pero no vulnerable y es evidente que el retrato — una mágica luz natural repleta de exquisitas sombras — no tiene la intención de embellecerla sino mostrarla real. Y lo hace. Patti es la encarnación de la rebeldía silenciosa, un Rimbaud moderno que desafía todas las imágenes previas de mujeres al micrófono. No necesito ser lo que ya existe, parece decir Patti Smith, con el hombro ladeado y sin sonreír. He llegado para demostrar un tipo de poder misterioso, parece decir. El fuego de los poetas que no saben que lo son. Un tipo nuevo de artista culto pero también violento, con un ego infantil y desmesurado, capaz de hacer desplantes a monstruos sagrados como Dylan y a la vez, cantar rock & roll en medio de versos de enorme belleza. Patti que creó un estilo a la mitad de Velvet Underground y los Stones, de Morrison y Hendrix, del doo-wop y del garaje rock. Una mezcla que en manos menos talentosas habría resultando pretenciosa e insoportable pero que en las suyas, asombró y cautivó a partes iguales.

“Horses” removió cimientos. Fue la puerta abierta para fenómenos idénticos y con la misma cualidad telúrica: el Rock se desintegró y se creó de nuevo a la medida de esta cantante que no aceptaba las normas de la industria. Se negó a embellecerse e incluso parecer femenina. Se negó a obedecer consejos y sugerencias y gracias a esa desobediencia orgánica, creó una visión de la mujer en el mundo del rock que consiguió subvertir — y se enfrentarse — a los iconos masculinos. Lo hizo además con una euforia absurda y patotera, que acrecentó su imagen recién descubierta de mujer temible e incluso inclasificable. Pero para Patti nada de eso era realmente importante: en realidad la única intención de la cantante era construir su punto de vista desde la música, incrustar esa visión sobre lo que la mujer podía ser no sólo como artista sino como precursora. Y lo logró.

Hay algo en la música de Patti Smith que trasciende lo meramente anecdótico: “Horses” pudo ser un experimento exitoso pero fugaz o quizás, una pieza suelta de algo más grande que no podría completar por sí sola. Pero de alguna manera — otro de los misterios de Patti Smith — la cantante logró abrir un espacio concreto para asumir lo novedoso como inexcusable. Tal vez se trató de la forma en que lo hizo: en “Horses” todo es nuevo, resplandeciente pero con un evidente sabor a lo mejor de la música que buscaba representar. Un afán de libertad inaudito, neutral. Ningún grito reivindicativo ni tampoco, el lamento emocional de una mujer en busca de identidad. Patti Smith sabía lo que necesitaba encontrar y lo mostró con todo desparpajo: desde Birdland, con su ensoñación sobre la muerte — sin fatalismo, un acto de fe frugal — hasta Land, con toda su poesía eléctrica e indescifrable, el disco entero avanza para reconstruir con un pulso estruendoso e íntimo. No hay casual en sus golpes de efecto ni en su ritmo trepidante. La intención de romper espacio es obvia y con alegría lo logra.

Años después, Patti admitiría que no tenía idea del impacto real que tendría “Horses” pero también, que el disco había sido creado justo para reconstruir el rock desde sus cimientos. Y lo hizo: como disco debut no sólo dejó su marca en la historia sino que elaboró a la mujer en el rock bajo una óptica radiante que repercutió en todas las dimensiones del género. Sin “Horses” el punk no habría sido el mismo — o al menos, habría carecido de esa rebeldía callejera extraordinaria que le define y de que debe en alguna medida a Patti — y tampoco la obra de renovadores del género como Michael Stipe y Morrissey. Su fuerza abrió una puerta que hasta entonces había estado cerrada para las mujeres en el rock y lo hizo con una fuerza que aún se recuerda y se venera.

***
Patti Smith es toda una rareza: No es la musa ni la amante del artista. No provoca, seduce — no al menos, desde los parámetros habituales — , no es un objeto decorativo ni tampoco pasiva. Patti es un símbolo, una criatura fabulosa nacida de una grieta histórica irrepetible. Inconformista, creó un estilo basado en lo insólito y provocador, pero que no se define únicamente por eso. Se expresó desde todas las dimensiones posibles y lo hizo bien: cantó, pintó, escribió, recitó pero sobre todo, elaboró una propuesta artística a su imagen y semejanza. Resulta sorprendente la capacidad de Patti para enfrentarse no sólo a lo que se esperaba de ella — y jamás se molestó en cumplir — sino al hecho, de la casi obligación de vivir a la sombra de ídolos caídos. Qué maravilla que Patti no creyó que Bob Dylan o los Rolling Stone era el límite de toda propuesta y la única tierra conquistable en el ámbito musical. Qué alivio que Patti sobrevivió al pasado, a los ídolos caídos e incluso a “Horses”, que marcó su camino como una especie de obra única violenta a la que por poco no le sobrevive. Qué sorprendente el fuego inaudito de que se sostiene en la intención simple de Patti de no aceptar nada, de no asumir nada, de continuar haciéndose preguntas y dejando de responder algunas de ellas. Para Patti no hay otra cosa que lo que la espera, que lo que está a punto de crear.

Patti, veterana de mil batallas, que ya tendría que vivir en los escombros de su mirada única, desgastada y quizás confundida entre sus aciertos y derrotas, sigue viva. Tan viva como para imponer su mirada prodigiosa y arriesgada todas las veces que sea necesaria para recordar su valor, su lugar en el mundo, lo que representa. Un fulgor que no sólo creó algo nuevo destinado a perdurar, sino a seguir esa profecía secreta y quizás romántica de Rimbaud, de quién Patti Smith parece ser hija espiritual: en el futuro la poesía será mujer y se transformará en las mujeres.

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