Una vez mi amiga Flor me preguntó si existían las brujas malvadas. Las de piel verde y nariz retorcida, las que comían niños y gatos. Me recorrió un escalofrío de miedo por la imagen que dibujó sus palabras.
- ¿Por qué habría de existir algo así? - le pregunté. Nos encontrábamos en su habitación, comiendo chocolate y escuchando la mejor música del mundo (en ese tiempo una ridícula banda de adolescentes). No parecía el lugar para hablar de algo tan inquietante. Flor suspiró, con el rostro contraído en una mueca de verguenza.
- Oye no es que crea que Abu Celita o tus tias lo sean. O tu - se apresuró a aclarar - pero a veces uno lee y escucha unas cosas.
Sabía a que se refería. Durante el último año del colegio habíamos leído muchos libros y cuentos, donde la bruja era una mujer malvada, violenta, cruel. Una mujer que vivía en bosques y valles para aterrorizar a los desprevenidos, para embaucar a los ingenuos, para tentar los corazones amables. La imagen me había perseguido durante los últimos meses y aunque había tratado de no prestar demasiada atención y recordar lo que me enseñaban en casa, la idea continuó preocupándome en silencio. Asustándome quizás. ¿Y si había brujas realmente malvadas? No como mi espléndida abuela, con su sonrisa y sus manos amables, o mis tias chistosas y queridas. Sino...mujeres escalofriantes, que utilizaban el conocimiento para algo más...retorcido. Me dolió utilizar la palabra que había aprendido desde hacía tan poco, para definir una idea tan querida en mi vida. Pero no podía dejar de pensar en eso, casi obsesivamente.
- Pues no lo sé. No lo creo - respondí por último, con toda sinceridad - en mi casa, todas son mujeres muy buenas y amables...Pero...
- Sí, entiendo. No sabes si...
Las frases incompletas parecieron encajar entre sí. Flor se rascó la mejilla, incómoda. Y quizás asustada. Al menos, yo lo estaba.
- ¿Y si le preguntas a Abu Celita?
- Pero...
Sí, por supuesto, que la opción más obvia era preguntarle a mi abuela. Pero me atemorizaba que podría responderme. Mi abuela siempre respondía a todas mis preguntas. Y lo hacia con la verdad. Incluso si era dura, inquietante, asombrosa o directamente dolorosa. Mi abuela solía decir que las palabras tenían valor, sentido y poder y que debían ser utilizadas de la manera correcta. Para honrar la belleza, la fuerza y el conocimiento. Así que sabía que de preguntarle aquello, me diría exactamente la verdad. ¿Y cual sería esa? ¿De verdad existieron brujas terribles que utilizaron lo que la tradición les había enseñado para herir y lastimar? ¿Mujeres que sabían curar pero que habían preferido no hacerlo? ¿Mujeres que habían danzado para la Luna llenas de furia y de ira? No lo sabía, pero ahora que la duda me carcomía quería saberlo. A pesar de lo doloroso que pudiera ser la respuesta.
- Se lo preguntaré - anuncié con cierto retitin dramático. Flor me miró con los ojos muy abiertos, admirada supongo.
- Oye, ¿Me dirás que te dijo?
- Si puedo - dije misteriosamente. Pero yo sabía que lo que mi abuela me respondería sería algo que podría compartir con cualquiera. Mi abuela solía decir que el conocimiento era una forma de libertad.
Me llevó días tomar el valor de preguntar. Cada vez que pensaba lo haría, me acorbada y me quedaba allí, apretando la taza de café entre las manos, con los labios apretados de verguenza. Abría la boca para preguntar pero terminaba tomando una larga bocanada de aire. Miraba a mi abuela cocinar, coser, leer como si tuviera que enfrentarme a esa paciencia y sabiduría suya para obtener la mía. Y eso me desconcertaba, me dolía. ¿Se disgustaría mi abuela con la pregunta? ¿Pensaría que insultaba la tradición familiar?
- ¿Qué te pasa chica?
La voz gangosa y dura de mi bisabuela me sobresaltó. Me había encontrado allí, frente a la biblioteca de mi abuela, espiando a través de la rendija de la puerta. Bisabuela era una mujer temible, severa e impredecible y siempre lograba sorprenderme.
- Nada...es que...
Suspiré. Las manos apretadas contra las caderas. Bisabuela esperó, apoyada en su bastón de caoba con una expresión dura. Sabía que debía responderle. Y me pregunté que me respondería bisabuela. Sanía que era una mujer muy inteligente y culta, que pasaba muchas horas en su habitación leyendo sus enormes libracos de filosofía. Las pocas veces que entraba a su habitación, me encantaba mirar su titulo Universitario, elegantemente enmarcado y colgado en la pared. Una especie de recordatorio de su sabiduría y el poder de su mente.
- ¿Qué? - me insistió. Tomé valor.
- ¿Te puedo hacer una pregunta?
- ¿Por qué no podrías hacerla?
- Me da miedo la respuesta.
- Ah, pero esa son las mejores preguntas.
Me hizo un seña. Caminamos juntas por el largo pasillo hasta su habitación. Se dejó caer en su poltrona favorita, la que quedaba justo al lado de su pequeña biblioteca y la gran ventana que daba al jardín antipático de la casa. También estaba cerca de la mesa de noche llena de libros. Un buen lugar para estar. Pasaba mucho tiempo allí, la bisabuela. Encorvada sobre sus libros, con la luz que entraba por la ventana impregnándolo todo.
- ¿Que quieres saber?
- ¿Hay brujas malvadas?
Bisabuela me dedicó una de sus miradas de Halcón. Me imaginé trataba de decidir si estaba bromeando o haciendome la chistosa. Y eso con la bisabuela era poco menos que peligroso. Me apresuré a levantar las manos con un gesto amable y sincero.
- No me refiero a que crea existen, sino que he leído tanto sobre las brujas de los bosques llevando a niños a morir, o a perderse o...
No añadí nada más. Abuela siguió mirándome en silencio. Su bello rostro anguloso bañado por la luz del sol. el cabello cayendole rizado y abundante sobre los hombros. Había sido una célebre belleza en su juventud. Aún lo era, en cierto modo, aunque tenía un aspecto poderoso y casi misterioso que suponía no había tenido siendo más joven. Parecía disfrutar con mi incomodidad, de tenerme allí de pie, casi vulnerable en mi timidez.
- Claro que existen - me respondió entonces. Sonrió. Una espléndida sonrisa de dientes blancos y regulares que me sorprendió por su malicia - ¿Por qué no habrían de existir?
- Pero sí... - tartamudeé, asombrada. Incluso un poco asustada - ¿Existe realmente las brujas malvadas?
- Te lo acabo de decir. Existen.
- ¿Conoces alguna?
- Claro que sí. Yo soy una.
Me quedé mirandola boquiabierta. Bisabuela pareció disfrutar de mi desconcierto, de mis manos apretadas contra el vientre, de mis parpadeos y pequeños gestos de sorpresa. Me señaló con el bastón la pequeña silla a su lado.
- Sientate, te contaré a que me refiero.
- Pero...
- Que te sientes, te digo.
Le obedecí. Era dificil no hacerlo, en todo caso. Bisabuela tenía un tono regañón y severo que te dejaba con muy pocas ganas de contradecirla. Así que me senté a su lado, entre sorprendida y angustiada.
- ¿Por qué dices que eres una bruja malvada?
- Porque lo soy.
- Pero eres mi bisabuela.
- ¿Y eso que tiene que ver?
Nada, me dije mordiendome los labios y sintiéndome de pronto muy estupida y torpe. ¿Que tenía que ver la posible - y aún desconcertante - maldad de la bisabuela con el amor que yo sentía por ella? La Bisabuela era quizás la mujer más extraña que yo había conocido, con su belleza singular, su afiladisima inteligencia y algo más desconcertante y sutil que con once años, yo no sabía como llamar. Muchos años después, sabría que se trataba de una sagacidad natural que la hacia poderosa por el mero hecho de crear a través de la observación.
- No...sé. No quiero creer que seas malvada.
- Ya.
Bisabuela continuó mirándome. Después se repantigó sobre el sillón con un movimiento fluído y elegante que me pareció un poco felino. Se calzó sus anteojos de lectura. La fina red de arrugas sobre su rostro pareció hacerse más notoria en las sombras del metal.
- ¿Que entiendes por maldad?
- Lo contrario al bien ¿No?
- ¿Y que es el bien?
Carraspeé la garganta, como hacia siempre que me sentía incómoda. No había pensado en eso. Solamente quería saber que si existian la bruja de piel verde que comían niños. ¿Cómo habíamos llegado a esa conversación tan extraña? Miré a mi alrededor, reflexionando en silencio. Pensé en el bien, en lo que me hacia sentir buena. En las veces que obedecía a mi mamá y le hacia sonreír. O cuando compartía mi chocolate favorito con Flor. O cuando ayudaba a la extraña vecina de la esquina, Seño Josefa, a cruzar la calle. Era de alguna forma, ayudar que el mundo fuera más hermoso, más amable.
- Eso no es bondad. Es una convención social - dijo mi bisabuela cuando le dije lo anterior - no hablas sobre lo "bueno", hablas sobre lo que haces para formar parte de una idea muy general sobre el mundo. En realidad, el "bien" es una idea moral, que tiene significado sólo para un grupo de personas y una cultura especifica.
Parpadeé. Nunca había pensado en eso. Bisabuela suspiró, con cierto cansancio.
- Hablar del "bien" implica una comprensión profunda sobre lo que te rodea y como hacerlo más hermoso, más comprensible, más claro y diáfano. Por ese motivo, poca gente puede decir que es realmente el "bien". El concepto cambia y se transforma con el tiempo.
- ¿Tu que opinas que es el bien?
- Opino que el bien es una manera de equilibrar tu mundo o la manera como crees es el mundo. El "así debería ser" que te hace construir cierto concepto sobre lo que rodea. En brujería, creemos que el bien es un equilibrio entre todo lo existente, contrarios y contradictorios. En otra palabra, no hay realmente "maldad" sino interpretaciones de la misma cosa.
La cabeza me dio vueltas. ¿El bien? ¿El mal? ¿Conceptos? ¿No era algo muy concreto? Las galletas de mi abuela eran exquisitas. Y ellas las hacia para hacerme sonreír. Eso era algo "bueno". El dolor de muelas que había sufrido hacia unos meses había sido terrible, insoportable y me había dado mucho miedo. ¿Eso era una forma de "maldad"?
- En realidad lo que estás haciendo es clasificando lo que ocurre a tu alrededor por como te afecta o no - me dijo mi bisabuela - que también es válido. Pero el bien o el mal, son plantemientos filosóficos. El "bien" o la necesidad de mantener el equilibrio, se mantiene a pesar de si te haga daño o yo. Y el "mal" puede darte mucho placer. El caso es que nada es lo que parece, ni nada es tan evidente y simple como lo sugieren los extremos.
Sacudí la cabeza. Aunque me parecía entender lo que la bisabuela sugería, me estaba costando mucho digerirlo y hacerlo comprensible. Ella aguardó, mientras yo me debatía en pensamientos silenciosos.
- ¿El bien y el mal no existen? - pregunté entonces. Ella se inclinó un poco para mirarme a los ojos.
- Existen en ti, en cómo percibes el mundo. En como lo analizas. Allí está el gran debate. Lo que diga el mundo a tu alrededor suele tener poca importancia.
- Según eso, no existen personas buenas o malas. O cada quien las ve distinto.
- Así es...
- De manera que para ti, no existen brujas buenas o terribles. Existen brujas.
- Correcto - soltó una carcajada - impecablemente razonado. Aunque no todo es tan sencillo, sin embargo. Pasame ese libro junto a ti.
Tomé el enorme libraco de tapas verde oscuro y se lo pasé. Leí el nombre que ponía la solapa: Stefan Zweig. No tenía idea de quien podía tratarse, pero el libro contenía sus obras completas. Bisabuela se apoyó el libro sobre las rodillas y lo hojeó con gesto despreocupado.
- Zweig era un escritor austríaco y también un gran pacifista. Durante mucho tiempo ponderó sobre el bien, el mal y la naturaleza humana. Pero sobre todo, lo que nos hace mirarnos desde una distancia frágil y concluir sobre nuestras consideraciones morales - no entendí muy bien todo lo que la abuela dijo, pero me gusto que me las dijera, como si me revelara un secreto a medias - él escribió, a propósito de la guerra y los asesinatos que se cometían en ellas: "El dolor lleva a buscar las causas de las cosas, mientras que el bienestar induce a la pasividad." Una frase preciosa.
No me lo pareció tanto pero no quise contradecir a la bisabuela. De manera que continué mirándola en silencio mientras ella hojeaba su libro.
- ¿Brujas terribles o bondadosas? depende de lo que creas del bien o del mal. Por mucho tiempo, las mujeres sabias, las instruidas, las que decidian pensar por si mismas eran catalogadas como inmorales. Peligrosas. Se les acusaba de crímenes inimaginables en su crueldad, para justificar el castigo que podrían recibir por el gran delito de pensar por si mismas. Y es que para muchas épocas, una mujer independiente, valiente y poderosa, era "terrible", era digna de castigo.
- ¿Por qué? - pregunté alarmada. Mi bisabuela me dedicó una larga mirada verde, turbia. Un poco dolorida.
- Por la misma razón que todos los sabios son considerados peligrosos: el poder del conocimiento es enorme. Y la mujer siempre fue considerada una figura menor en muchas culturas. Dos pasos atrás del marido, escondida entre prejuicios y temores. Una mujer que se enfrentaba a eso, siempre debía pagar un precio.
Pensé en las brujas de los cuentos, que siempre vivían solas en el bosque. Lejos de cualquier otra persona, aisladas, en su propia choza. Mujeres que tenían respuestas, que infundian miedo y respeto. Sacudí la cabeza, abrumada y desconcertada.
- ¿Entonces una bruja...?
- Una mujer con una religión propia, una creencia propia, un dogma propio es la más peligrosa de todas, porque nada la detendrá en hacerse preguntas, nada la detendrá en cuestionarse sobre si misma. ¿Por qué debo considerarme inferior a un hombre? ¿Por qué no puedo aspirar a la igualdad? ¿Por qué no puedo leer? ¿Por qué no puedo trabajar? Un mujer con el poder de cuestionarse es un espíritu enorme, espléndido.
- Una bruja.
- Por supuesto. Y aún más: para la Iglesia y muchas culturas, una mujer que pudiera pensar en si misma como una espíritu individual era repudiable. Ese aislamiento, esa soledad, eran tan dolorosa que obligaba a la mujer a buscar las causas, a enfrentarse a esa limitada visión sobre si misma. La hacia una mujer "espantosa", que "producía temor". Pero una buena...
- Era la que se resignaba, la que aceptaba todo tal cual - murmuré, recordando la frase del escritor que me había leído antes. Mi bisabuela me miró con enorme seriedad, una seriedad anciana. Por primera vez en mi vida, noté los años en ellas, la sabiduría, la experiencia. Los hilos de plata y saber en su cabello. Las arrugas de palabras y escenas en su rostro. Y la admiré más que nunca, la temí más que nunca. Y pensé que ella era como las brujas portentosas de los libros, que levantaban los brazos para enfrentarse a los aldeanos, para hablar a su bosque amado. No más temor, no...
- El bien y el mal es una disputa entera, intermimable. El cristiano y el judaismo han insistido en mirar el mundo desde los extremos. Pero es mucho más bello entre sus cientos de matices, su profundidad y complejidad. Así lo mira una bruja. Así lo contempla una mujer sabía. Así lo crea a diario cualquiera que tenga el valor de enfrentarse a lo evidente, de mirarse así mismo desde la necesidad de conocimiento.
Me asombraron sus palabras. Me llenaron de una emoción profunda, díficil de explicar. Contuve las lágrimas. Sabía que a la bisabuela le molestarian y le irritarian, pero lloré en mi mente. De alegría y de emoción, por todas las mujeres y hombres del mundo que perseveraban en el conocimiento. Por las brujas de antaño que se habían enfrentado a todo por darme un nombre, por conservar nuestra tradición.
El poder del conocimiento.
- La Iglesia jamás supo como aceptar el conocimiento distinto al suyo. Quizás no quiso. Quien tiene el poder, tiene el control. Y la Iglesia, tan joven hace siglos, lo necesitaba. De manera que demonizó a las brujas, a las Diosas, a la Divinidad femenina - me explicó. La voz átona, los labios apretados - siglos enteros de vilipendio e insultos. De considerar a la bruja aborrecible. Pero nada es para siempre, mucho menos el dolor. Nada es para siempre, mucho menos la ignorancia. La energía de la bruja vive en cada mujer y hombre que se atreve a preguntar, que lo hace con la libertad de su mente y de su espíritu. Y la brujería sobrevive por eso, esa necesidad gigantesca y poderosa de cuestionarte, de mirar el mundo con curiosidad.
"Hace mucho tiempo, le pregunté a mi madre lo mismo que tu me has preguntado hoy. Si hubo alguna vez una mujer de piel verde, encorvada y de nariz retorcida que acechara en los bosques. Y ella me dijo que sí, que las brujas se impregnaba la piel de musgo para escapar de quienes la perseguían, llevaban máscaras para que nadie pudiera reconocerlas y se inclinaban para correr por el bosque. Pero que incluso, bajo el disfraz, habitaba un corazón poderoso, uno lleno de esperanza. Una mirada a su propia fortaleza".
Sonreí emocionada. No voy a llorar, no voy a llorar. Extendí la mano, con torpeza, con cierta timidez. Bisabuela me miró, suspiró y entonces extendió la suya. Pero no me obsequió uno de sus apretones secos y y firmes. En lugar de eso, me tomó de la muñeca y me hizo mostrarle la palma de la mano. Con un dedo, acarició las lineas que recorrían el pulgar, que creaban extrañas formas en la piel.
- Las brujas de antaño solían creer que el poder de la bruja estaba en sus manos. Yo creo que lo está, desde luego, pero también en su mente - murmuró. Me soltó la mano. Me dedicó un guiño malicioso - sé poderosa, siempre. Corre por los bosques, jamás dejes de gritar. Enfretate a todo. Que el bien y el mal esté en tu corazón, nunca más allá.
Sonreí. Quise prometerle sería así. Pero ella dejó de mirarme, con una expresión lenta y torva. Volvió la cabeza hacia la ventana, hacia el brillo del sol, hacia el silencio.
- Vete con tus respuestas. Ya sabrás que hacer con ella.
Lo hice. Corrí como un vendaval por el pasillo, el jardín antipático. Furiosa, salvaje, más libre que nunca. Siempre bruja, en la niña que era entonces, en la mujer que sería después.
Flor me miró expectante cuando me senté frente a ella. Me extendió una de las deliciosas galletas de chocolate de su madre. Mordí una, con una sensación de alborozo difícil de explicar.
- ¿Entonces? ¿Que te dijeron en tu casa? ¿Existen las brujas horribles de los cuentos?
Continué mirándola. En mi mente, un bosque de luz y sombra parecía danzar a mi alrededor. Sonreí, con el sabor del chocolate llenándome la boca.
- ¿De verdad quieres saberlo?
- Sí.
- Entonces hazme una pregunta de verdad sobre eso. No lo de los cuentos, sino sobre lo que de verdad quieres saber.
- ¿Cual?
- No lo sé.
- ¿Esto es un juego?
- Tal vez.
Flor me miró asombrada. Tomó una bocanada de aire. Se inclinó para pensar. En mi mente, la bruja danza, ríe, los dedos llenos de luz, la mirada en el Universo. El espíritu lleno de estrellas.
C'est la vie.
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