miércoles, 18 de enero de 2017
Todos los rostros del terror: El miedo primitivo y simbólico de lo onírico.
Freud dijo en una ocasión, que en nuestros sueños habitan paisajes imposibles poblados por enemigos secretos. Un némesis imperecedero que encarna y nutre nuestros temores y esperanzas. Un caldo de cultivo no sólo para entender la profundidad de la mente humana — sus heridas, tragedias y asombro — sino también, esa extraña cualidad del hombre de construir sus propios pasajes emocionales. Se trata de un concepto extraño, que sorprendió a los contemporáneo del psiquiatra austríaco pero que también, delineó esa búsqueda de orígenes sobre los confines de la interpretación psiquiátrica sobre un misterio trascendental de todas las épocas: ¿Por qué soñamos? ¿Que construye nuestros sueños? y quizás, algo más inquietante ¿Qué son nuestras pesadillas?
Wes Craven, director y guionista, pasó buena parte de su vida haciéndose los mismos cuestionamientos. En una ocasión contó que durante su adolescencia, luchó con terribles y vívidas pesadillas. Nadie supo explicar al jovencísimo Wes el motivo por el cual sufría de imágenes tan terribles que le provocaron un insomnio pertinaz que le acompañó hasta la edad adulta. Eso, a pesar de pasar por el consultorio médico y psiquiátrico. No obstante, siguió padeciendo de terroríficas imágenes nocturnas. El futuro director llegó a temer el mero acto de ir a dormir: permanecía con los ojos abiertos en la oscuridad de la madrugada, resistiendo al sueño. Aterrorizado por la mera idea de lo que podía encontrar en la oscuridad de su mente.
Veinte años después, Wes Craven utilizaría la experiencia — las extrañas connotaciones de la experiencia onírica convertido en un tipo de sufrimiento muy definido — para crear una de las películas más terroríficas de la historia del cine y el que quizás, es uno de los monstruos cinematográficos más recordados: Freddy Krueguer, una re interpretación de las pesadillas de su infancia pero reconvertidas en un personaje despiadado y tenaz. Un asesino sangriento que justamente se cebaba no de la sangre de sus víctimas — o no sólo en ella — sino en ese terreno íntimo y casi inaccesible de los terrores privados. Convertido en un símbolo del cine del terror, Freddy Krueger brinda rostro a un tipo de miedo que pocas veces se analiza y que de hecho, parece tener una estrecha relación con un temor primitivo casi invisible. El que nos hace enfrentarnos no sólo a los peores terrores, sino además lo que los alimenta durante buena parte de nuestras vidas.
La aproximación terrorífica de Craven — y su intento de encarnar el miedo onírico en un rostro reconocible — es quizás el intento más consistente de nuestra cultura de comprender los sueños como un fragmento ajeno y desigual de una cierta conciencia general. Después de todo, los sueños — o su origen — siempre han sido material y fuente de interminables debates indisolubles, lo que hace que la mera intención de reflexionar sobre ellos a través de cualquier medio artístico — y mucho más el cine, con su capacidad para asimilar la cultura como una expresión visual — sea toda una travesía a través de la naturaleza humana. Ya desde mucho antes de los análisis freudianos sobre el tema, el sueño se consideraba un hilo conductor hacia un mundo sobrenatural inexplicable, parte místico y algo mucho más temible. En todas las culturas, el soñar se ha considerado una visión de lo místico y lo profundo, una puerta abierta hacia el misterio. Y Wes Craven — veterano en las lides de meditar sobre la cultura a través del enigma — no hace otra cosa que reconstruir el mito. Brindarle corporeidad y finalmente, elaborar una visión sobre el terror tan personal como despiadada.
Tal vez por ese motivo, todo en el personaje de Freddy Krueger tiene un propósito simbólico definido y además, elaborado para sostener esa percepción del sueño como puerta hacia una peligrosa concepción de lo sobrenatural. En una entrevista al periódico Angeles Time, el director explicó que su inspiración directa para el argumento de la película fue una noticia sobre la muerte de hombres y mujeres en medio de pesadillas o el sueño profundo, todas acaecidas durante la década de los años setenta. Atribuidas al uso de drogas alucinógenas, todas las crónicas sobre los sucesos hacían hincapié en que las víctimas habían insistido en sufrir de terribles pesadillas antes de morir. Para Craven — obsesionado con la idea del sueño como un horror invisible — la imagen resultó seductora. Por casi dos meses, el director trabajó sin parar en un primer borrador del guión — “era como estar poseído por una fuerza implacable, llegaría a decir Craven — que tendrían muy pocas modificaciones antes de llegar a la pantalla grande. El mito del sueño como vehículo de los miedos más profundos había regresado, en el rostro desfigurado de un psicópata asesino de una crueldad inimaginable.
No hay nada sencillo en Freddy Krueger, como personaje o símbolo. Desde su extraña vestimenta a rayas hasta la garra articulada de cuchillas afiladas, el monstruo de Craven está creado para encarnar el miedo visceral. En una extraña mezcla alegórica, el director decidió construir con cada detalle del que sería su monstruo predilecto una comprensión durísima sobre la naturaleza humana y sus debilidades. Porque Krueger no es sólo la enésima concepción del monstruo infantil sino también, una rara analogía sobre el horror nacido de la debilidad humana. Freddy Krueger nace de la violencia — como víctima expiatoria de una turba enardecida — y a la vez, la recrea como parte de una retorcida reflexión sobre la venganza y el peso de la culpa. Para Craven, la noción del bien y del mal se desdibujan y quizás por ese motivo, su personaje es más humano que sobrenatural: su maldad es de un tenor cínico simbólico que convierten el acto de matar en un ritual de venganza. Con su sonrisa deforme, la piel herida hasta límites terroríficos y su poderosa figura casi icónica, Freddy Krueger representa algo más que el miedo en estado puro. Refleja con una perspicacia escalofriante los lugares más recónditos y escalofriantes de la psiquis del hombre. A diferencia de otros tantas criaturas terroríficas, Freddy no procede de lugares espantosos ni tampoco es un ente sobrenatural inexplicable. Y es quizás el peso de la justificación — de la poderosa idea de la existencia conjuntiva de Freddy como metáfora de un mal ambiguo y privado — lo que haga tan poderosa su presencia en la cultura popular.
El mundo del terror: los pecados inconfesables y el nacimiento del mito.
Wes Craven jamás pensó sería un director de cine de terror. Entró en el mundo del cine como editor de sonido y de hecho, durante casi una década, su carrera cinematográfica pareció ser una colección de pequeñas casualidades desordenadas. No obstante, la cualidad de Craven para concebir el miedo como un hecho emocional, de inmediato le convirtió — a pesar de los escollos y tropiezos — en una referencia inmediata para un tipo de cine de género incómodo y no sólo por las imágenes en pantalla. Hay una percepción dura y radical sobre el miedo en cada película de Craven: una comprensión elemental sobre el origen del mal como idea filosófica pero también, como elemento análogo de la conducta humana. Todas las criaturas de Craven — sus monstruos sobrenaturales o reales — atraviesan un proceso de lenta construcción. Su planteamiento sobre el terror tiene una definitiva mirada sobre la psiquis humana y también, sobre esa percepción de lo que tememos como un arma infalible y certera.
El guión de “Nightmare on Elm Street” fue rechazado por un buen número de productoras debido a lo que se llamó su “cualidad surrealista”. Después de todo, no se trataba de terror al uso, sino algo mucho más sofisticado con varias capas de interpretación. Según Craven, más de un productor insistió en que la película “era un juego sin sentido” entre lo onírico y lo real, que tenía muy pocas probabilidad de “ser un éxito debido a lo absurdo del argumento”. A pesar de eso, Craven insistió hasta que New Line Cinema aceptó el guión sin modificaciones — uno de los requisitos del director — y accedió filmarla. Nadie podía suponer la inmediata repercusión que obtuvo la cinta: No sólo cosechó arrollador éxito en taquilla, sino que se convirtió en un fenómeno de masas. Craven fue aclamado como el mejor director de cine de género de la época y Freddy Krueger como un monstruo inédito, a la medida de nuestra época llena de matices y contradicciones. A pesar de ser una clara heredera del terror gore y grotesco de Tobe Hooper, la tono semi filosófico de ‘A Nightmare on Elm Street’ sorprendió por su consistencia, a pesar de ser un slasher al uso y cumplir con los maniqueísmos y tópicos del género con absoluta pulcritud. No obstante, hay una consistencia desconocida en este villano que se alimenta del miedo secreto. Que utiliza los sueños como telón de fondo para matar.
¿Qué hace tan terrorífico a Freddy Krueger? no se trata sólo del elemento sobrenatural, sino ese recorrido por la psiquis y también, la reinvención del mito del sueño como vehículo a lo desconocido. Hay un horror tangencial e invisible en ese recorrido por los lugares más recónditos de la mente humana. ¿A dónde huyes cuando el asesino conoce cada uno de los lugares en los cuales puedes esconderte? ¿Cómo puedes enfrentar al terror cuando es un reflejo de lo que eres? Se trata de un juego de espejos concebido con enorme inteligencia. Uno que superó incluso al guión esquemático y que sobrevivió a las secuelas decepcionantes que siguieron a la primera aparición de Freddy Krueger en el cine. Y quizás, eso sea una prueba de la infalible intuición de Craven para comprender la verdadera raíz del miedo.
Sin embargo, hay mucho más que un replanteamiento del miedo en la obra de Craven. Hay una evidente rebeldía y contradicción a la noción del bien construida a través de una percepción clarísima sobre la posibilidad del mal como una desprejuiciada independencia emocional e intelectual. En una ocasión, Wes Craven contó que todos sus traumas y terrores, procedían de una familia ultraconservadora y castrante. “Crecí en una familia muy religiosa y me pasé toda la vida controlando mi comportamiento. No podías decir malas palabras ni beber alcohol, y creo que las películas de terror son un poco lo contrario, la libertad de ser salvaje y hablar de cosas que los buenos chicos no hablan”. Para Craven — cuyas películas gozan de un retorcido sentido del humor y un ritmo perenne de búsqueda interior — la maldad y el miedo tienen el mismo origen: la mente humana. De manera que esa autonomía moral no es otra cosa que un límite hacia la trasgresión. Una mirada al extrarradio de la conciencia, donde el bien y el mal son meras posturas morales, que Craven re interpreta desde lo salvaje y lo incontrolable.
Freddy Krueger: Un monstruo elemental.
Craven estaba convencido del valor conceptual de sus criaturas y películas, tanto como para asumir sin disimulo que hay una búsqueda esencial en cada una de ellas. Con Freddy Krueger esa noción se multiplica: “Me di cuenta que el mundo de los sueños es un lugar al que se debe ir solo”, definió en una entrevista a la más enigmática de sus creaciones. El director — que había estudiado unos cuantos años de psicología — siempre estuvo muy consciente que su criatura más emblemática era también la más compleja de su factoría. Creada como una máquina de matar, Krueger es también un reflejo del horror y también de la represión que todo sueño simboliza. Obsesionado con las teorías de Freud sobre el sueño — y su simbología — Craven creó una pesadilla social que pareció englobar sus principales inquietudes sobre la naturaleza humana. En Freddy Krueger se sintetiza la perversión y violencia colectiva pero además de eso, esa maldad subyacente que es parte de la naturaleza humana. Como víctima de una poblada asesina, Freddy Krueger resurge de las cenizas como el emblema del horror con el rostro del hombre común. Freddy Krueger — el hombre — muere a manos de sus vecinos y conocidos. Y lo hace luego de ser torturado y asediado. Un terror cerval que se manifiesta como una gran mirada a la crueldad tácita del hombre común. Hay algo trágico e inquietante en el asesinato de Krueger — acorralado y torturado por ciudadanos en apariencia normales — y convertido en un secreto vergonzoso para un pueblo que asumió la culpa como un anhelo reprimido. Es entonces cuando la simbología de Krueger asume su mayor poder: como en los sueños reprimidos que Freud teoriza, la víctima renace como un engendro inclasificable, capaz de matar por el mismo poder conferido a través de la violencia. Un ciclo obsceno que Wes Craven explota hasta la saciedad.
La película “Nightmare on Elm” Street se estrenó un 16 de noviembre de 1984, en un momento de especial brillo para el cine de género fantástico y el terror. Desde Gremlins, Indiana Jones and the Temple of Doom, Children of the Corn,Dune, Friday de 13th: The Final Chapter, Ghostbusters, The Neverending Story hasta The Terminator, los terrores y paranoias contemporáneos tomaron un nuevo cariz. Hubo una evolución evidente en los planteamientos de las historias y sobre todo, en la comprensión de la naturaleza como parte esencial de la noción de identidad. El nuevo terror no estaba encarnado por villanos o héroes fabulosos, sino por el hombre común. Por esa gesta cotidiana que de pronto, el cine decidió ensalzar. Es medio de un contexto poderoso y sobre todo, en una vuelta de tuerca a lo simbólico “Nightmare on Elm Street” resultó ser no sólo un golpe de efecto, sino el epítome del terror humanizado y construído como una paradoja del sufrimiento del hombre. Un terreno fértil para la novedosa propuesta de Craven y que convirtió su obra en una expresión novedosa sobre el terror y la fragilidad humana.
Craven además, asumió el proceso de crear un nuevo rostro de terror desde el análisis de la cultura que intenta reflejar: Freddy Krueger es un abusador de niños — a pesar que en la película original el tema no se toca de manera directa, como sí hace en el remake posterior — y además, un hombre embrutecido y aniquilado por su propia perversidad. No obstante, se trata de una maldad humana y tangible, como también lo es su origen. El poder de Freddy Krueger radica en el horror que inspira y sobre todo, en la forma como su muerte crea una metáfora abyecta sobre la capacidad de la mente humana para confrontar — y crear — la maldad.
“Los pecados de los padres volverán sobre los hijos”
Más de una vez, se le preguntó a Craven como definía a su criatura preferida. Y el director siempre insistió en que el punto de partida para comprender a Freddy Krueger es cierta percepción moral sobre la venganza. La idea del mal como un elemento real y perceptible dentro del ámbito humano. Más allá de eso, hay algo ritual y mitológico en esta criatura que nace y se alimenta del miedo. La idea del miedo que se transmite como una herencia fatídica — Freddy Krueger asume la justicia como una percepción retorcida del deber moral — y sobre todo, la expiación del pecado. Craven no llegó a reconocerlo, pero hay un elemento de innegable dogma religioso en el estigma que se transmite de padres a hijos. Una afrenta de enorme valor simbólico que Freddy Krueger intenta resarcir desde la violencia primitiva.
Es probable que por ese motivo, la primera película de la saga esté llena de todo tipo de metáforas sobre el miedo, el terror profano y la forma como enfrentamos los espacios más oscuros de nuestra mente. En la primera película, el terror se afronta como un fenómeno casi invisible: los ejecutores de Freddy Krueger evitan pronunciar su nombre y de hecho, su historia parece sepultada en los confines de un tipo de verguenza ancestral que tiene una inmediata relación con el fervor de la turba y la violencia masificada. Se trató de una meditada percepción sobre el miedo como el enemigo a vencer y sobre todo, la noción del terror íntimo como una forma de creación esencial. No es casual que para la enésima reinvención de la franquicia, Wes Craven’s New Nightmare (1994) la pesadilla trascienda a los personajes para alcanzar a los actores, en un juego de espejos que convierte a Freddy Krueger en una conciencia primigenia y total del miedo reconvertido en símbolo auto referencial. En una ingeniosa jugada, Craven brinda una nueva corporeidad a su monstruo más célebre y a la vez, lo enlaza con un tipo de maldad absoluta, desconocida y esencial que convierte su identidad en algo por completo nuevo. De pronto, el universo cinematográfico se transforma en algo más extravagante y temible. En un escenario para un tipo de horror inclasificable y casi cósmico, que desborda la percepción original sobre el personaje. Craven diría después, que en ocasiones ha tenido detalladas y temibles pesadillas con Freddy Krueger. “Se trata de algo inevitable, si pensamos en todas las horas en que medito sobre la posibilidad de su existencia. Sin embargo, resulta terrorífico el poder de nuestra mente para crear sus propios monstruos”.
Una puerta abierta al secreto:
El proceso del sueño es quizás uno de los más extraños del cuerpo humano: no sólo atraviesa todo tipo de estadios — que afectan el cuerpo como la actividad neural del durmiente — sino que además, es capaz de expresar nuestros deseos y temores a través de diversas reacciones físicas. En sus etapas más profundas, la actividad cerebral, hormonal y las constantes se disparan durante el sueño a niveles que sorprenden a los científicos. La escala alcanza su punto más alto cuando el que duerme atraviesa el REM o etapa de sueño profundo, en el cual aparecen las primeras imágenes oníricas. En más de una ocasión, se ha teorizado que esta enorme actividad cerebral y biológica de la persona que sueña, significa en términos simples que cada sueño se interpreta a nivel cerebral como una vivencia real. Lo que equivale a suponer que lo que soñamos ocurre — y en cierto ámbito — es verídico para quien lo sueña. Una nueva dimensión que coloca las interpretaciones de Wes Craven sobre el temor a un nuevo nivel y que hace inevitable preguntarse si esa percepción suya sobre el horror primigenio es del todo inofensiva. Un misterio dentro de un misterio o como diría el propio Craven, amante de los acertijos y los juegos de palabras: “Un monstruo que se mira en el espejo”. El terror original.
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