viernes, 6 de enero de 2017
Una recomendación cada viernes: Manual para mujeres de la limpieza de Lucia Berlin.
De vez en cuando un escritor sorprende no sólo por su talento sino también, por la historia que le sostiene, como un pequeño universo complejo que alimenta el mito que le rodea y también quizás, su visión sobre el mundo literario. Una doble expresión de identidad que termina siendo parte de la forma como comprendemos su obra pero también, ese elemento invisible que crea su identidad más profunda.
En el mundo de Lucia Berlin esa percepción individual se basa en el misterio. Murió en el año 2004 pero sólo en la actualidad, su obra — exquisita, durísima y de enorme calidad — obtiene una merecida notoriedad. Antes de su reciente publicación — e inmediato éxito — muy poca gente conocía su nombre, un fenómeno que convierte su triunfo en una rara sorpresa que nadie sabe muy bien cómo. Nadie parece saber muy bien de dónde surgió esta escritora que ahora está en boca de todos y es considerada una de las mejores de su generación. Su nombre parece estar en todas partes: la mayoría de las críticas que consideran “Manual para mujeres de la limpieza” el mejor libro del 2016. No obstante, Lucia Berlín es mucho más que su extraña historia. Se trata de quizás el más intrigante hallazgo literario de la últimos años. Una revisión múltiple no sólo de la prosa femenina sino del cuento como género autónomo.
A pesar de la leyenda que envuelve su obra — y que machaca la salvedad que la escritora sólo logró la publicación una vez que murió — la verdad es que Lucía Berlín ya había alcanzado cierto renombre durante su vida. Sus primeros cuentos fueron publicados durante los años sesenta en algunas revistas y su primer y desconocido libro llegó a unas pocas librerías de norteamérica en 1981. Un trayecto discreto y elegante para una escritora que nunca se reconoció a sí misma como tal y que repitió más de una vez que sólo era “amante de las letras” y que no estaba “particularmente interesada” en la fama. Hay algo seductor en la forma como Lucia Berlín transitó con enorme delicadeza los lugares comunes del escritor en ciernes y sobre todo, esa leve fragilidad que sugiere su silencio, su pequeños intentos de trascendencia e incluso, la definitiva caída en el anonimato. Porque Berlin no logró el éxito literario durante su vida pero si allanó el camino — con una concienzuda paciencia que parece meditada y consciente — para consolidar un prestigio futuro que no vivió para disfrutar. Como si uno de sus personajes se tratase — atormentada, temible y mundana — la historia de Berlin — y su relación con la escritura — es casi tan poderosa como la obra que le sobrevive.
Se trata de todo un fenómeno que tomó desprevenidos a propios y extraños: Uno de los sellos editoriales más poderosos de EEUU., Farrar Straus and Giroux, recopiló los cuentos de la escritora y los publicó en una edición que de inmediato se situó en el segundo puesto de los más vendidos de The New York Times. En dos semanas, la discreta vida previa de Lucia Berlin se convirtió en motivo de especulación y con enorme rapidez, en mitología literaria. De súbito, millones de entusiastas lectores comenzaron a preguntarse en voz alta ¿Quién es Lucia Berlin? La respuesta puede ser ambigua o incluso, ser algo más de lo que sugiere a primera vista.
Porque Lucia Berlin es muchas cosas a la vez. Y quizás ese sea el motivo que sus cuentos sean una amalgama de todo tipo de elementos, vivencias y una sutil mirada hacia el existencialismo basado en la experiencia personal. Lucia — la mujer — era hija de un ingeniero de minas y no era una buena persona. O al menos, ella jamás consideró que lo era. Fría, distante e incluso racista, Lucia Berlin parecía muy consciente del peso de la incorrección en su vida y lo explotó en cada oportunidad que pudo, incluso en los límites borrosos y poco claros de la ficción en su vida. Pasó su infancia y primera adolescencia en un recorrido accidentado por las ciudades mineras de Idaho, Montana y Arizona, lo que la hizo mucho más consciente de las diferencias raciales y sociales de una norteamérica esquiva y arisca. No obstante, Lucia es mucho más que la suma de sus defectos y dolores: es una observadora nata que logró construir una serie de referencias sensoriales que luego volcó, con una precisión y crueldad que sorprende, en cada uno de sus cuentos. En todos sus relatos — vitalistas, llenos de una procacidad que en ocasiones resulta casi insultante — hay una enorme conciencia sobre la diferencias culturales y sociales que Berlin explota con un pulso sabio y brillante que asombra por su precisión.
La vida de Lucia Berlin es de hecho, una extrapolación evidente de su saga literaria: desde su aventura como dama de sociedad en Santiago de Chile durante su veintena hasta la soledad bohemia de los treinta, en una Nueva York poética en compañía de dos hijos sin padre. Es entonces cuando Lucia — la mujer y el personaje forjado a fuerza de vivencias — terminan confundiéndose: Lucia avanza a través de una vida llena de matices y contrastes, con tres matrimonios a cuestas, cuatro hijos bajo su cuidado y luchando contra un alcoholismo pertinaz. Además, sufría de graves problemas físicos y mentales: ella misma se describe por la época como “una sobreviviente a heridas invisibles” y se asume como parte de un sufrimiento secreto y vulgar al que considera “parte de la basura existencial que no se muestra”. Y todo lo escribe: Lucia es una incansable escritora secreta, que lleva un cuaderno de notas que lleva a todas partes. Se trata de una obsesión íntima, que comparte muy poco y que parece más un medio para encontrar consuelo que un verdadero ejercicio de oficio. No obstante es escritura de alto calibre, una potente colección de relatos y vivencias que retrata una vida intensa y extrañamente marginal, que sin embargo tiene todos los ribetes de una profunda experiencia sensorial. Una voz literaria “irresistiblemente cálida, cercana, hecha espíritu de observación, empatía, alegría de vivir, humor” como apunta Lydia Davis en el prólogo del libro. Pero más allá de eso, Lucia Berlin es una concienzuda e inteligente visionaria: no sólo utilizó la literatura como consuelo sino el consuelo como parte de una forma de expiación a través de la palabra.
Berlin sorprende por su capacidad para mirar desde la periferia lo cotidiano, analizar sus bordes incómodos, las historias que quizás nadie querría escuchar y pero sobre todo, por su percepción sobre la melancolía y la pérdida. El libro “Manual para mujeres de la limpieza” resume con precisión esa perspectiva sobre el mundo a las sombras y además lo hace con profunda comprensión de esa oscuridad perenne, en la cual reflexiona desde con sentido del humor y un amargo cinismo no exento de belleza. En conjunto, sus relatos llenos de marginados son una obra autobiográfica que disimula con una prosa deliciosa y llena de alegorías más o menos dolorosas sobre el mundo que se desploma a su alrededor. Para Berlín, nada humano es ajeno y esa comprensión meridiana sobre la naturaleza espiritual de sus personajes, es el núcleo emocional de una obra repleta de referencias al dolor, los pequeños desastres cotidianos, las tragedias anónimas que pueblan una dimensión casi onírica del sufrimiento espiritual.
Cada una de las escenas que la escritora describe en sus relatos — casi todos ambientados en una atemporalidad fragmentada y deprimente — son un reflejo no sólo de su propia vida, sino también de las cientos de vicisitudes misteriosas por las cuales atraviesa cualquier adulto contemporáneo. Y quizás en ese silencio a dos bandas, esa noción sobre la angustia existencialista y algo mucho más terrenal y sucio, es el motivo el triunfo de una obra concebida para la reflexión sobre la travesía del espíritu humano hacia una redención mínima, en ocasiones sin sentido y siempre banal. Un libro inolvidable de una escritora perspiscaz y conmovedora que sorprende por su buen hacer literario. Un misterio dentro de un misterio, en el que la sagacidad de una escritora que jamás se consideró tal, se transforma en una mirada esencial e intuitiva hacia lo cotidiano y más allá de eso, hacia el dolor — anónimo y blando — que para Berlin pareció ser la mayor fuente de inspiración.
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