sábado, 11 de febrero de 2017
Baile de fuego y otras historias de brujería.
Dicen que las brujas le temen al fuego. Yo no, por cierto. Me asombra, me desconcierta, pero realmente no me atemoriza. En ocasiones, he creído que el fuego simboliza algo muy viejo del espíritu humano y en otras, sólo he reverenciado esa belleza ciega y primitiva, con un asombro infantil que nunca he comprendido muy bien. Una visión remota sobre mi misma, supongo. Y quizás, lo que me rodea.
Supongo que el rumor que las brujas temen al fuego, tiene fundamento: durante siglos, mujeres Europeas fueron torturadas y quemadas públicamente para castigar sus creencias. La inquisición creó un nuevo tipo de miedo, uno muy real y destructor, que cambió el rostro del mundo para siempre. Quizás como nunca antes, el poder y el fanatismo utilizaron su puño de hierro para aplastar al libre, al de pensamiento independiente, al que no podían comprender. El resultado fue una Europa aterrorizada, bajo el imperio de la muerte y de la llama de la condena.
- Fue una guerra contra las ideas, más que contra las personas - solía decir mi abuela. El tema le molestaba, le irritaba y no solamente por pertenecer a una familia de brujas, sino porque repudiaba toda injusticia, viniera donde viniera. Era un espíritu justo quizás porque amaba la capacidad de crear de las ideas y el pensamiento humano. Lo ocurrido en la Inquisición, era la negación a todo eso.
- Pero quemaron personas.
- Las ideas trascienden, sobreviven a la violencia, incluso al miedo - respondió - pero por mucho tiempo, el poder creyó que asesinando a quienes apoyaban y creían en ciertas ideas, podría controlarlas. Y quizás pudo, de manera pública o mejor dicho: logró imponer el poder del silencio. Pero eso no quiere decir que desaparecieran.
No hablaba solo sobre la brujería, que como creencia antiquísima, doméstica y firmemente arraigada en el corazón de una Europa pagana sobrevivió a duras penas a las torturas y quemas, sino toda una forma de ver el mundo que la religión y el dogma intentaron destruir y desaparecer. Desde los cátaros y albigenses, con sus extraordinaria visión sobre la religión - esa insistencia del Bien y el Mal como absolutos y parte del espíritu del hombre - hasta simplemente el conocimiento como esencia misma de la herencia que se transmitía de familia en familia, de madre a hija, de tribu a tribu. Esa sabiduría que la historia conservó por centurias: libros, medicinas, la arcaica sabiduría matemática, del amor y otros portentos del espíritu humano. Todo eso fue destruido y ocultado bajo el puño de la fe.
- La iglesia, como toda institución de poder, necesitaba monopolizar el conocimiento. Lo logró, a base de fuego y terror. Contradecir a la Iglesia, equivalía a correr el riesgo de ser juzgado y asesinado. Así que lentamente, todo ese gran conocimiento heredado de épocas pretéritas, de esa gran curiosidad sabios y sus eras, desapareció.
Una idea muy triste. A veces, imaginaba escenas de pesadillas: campos y valles cubiertos de figuras atadas a enormes piras ardientes. Los gritos, las suplicas. Y la muerte, en medio de la ignominia. Del dolor absoluto de la perdida: de la vida, de los conocimientos, de su herencia. Una vez leí que los Inquisidores quemaban a las brujas con sus libros atados a las caderas, para desaparecer toda su influencia sobre el futuro. Esa imagen, más que cualquier otra, siempre me produjo dolor y horror.
- Oh, no es para menos mi niña - comentó el padre Antolin, el sacerdote del colegio de monjas bigotonas donde me eduqué, cuando se lo conté. Estabamos sentados en el jardin fragante del colegio, rodeados de pinos y hierba fresca y todas esas historias de dolor y angustiaparecíann muy lejanas e imprecisas. Pero habían sido reales, me dije con un sabor amargo en la boca. Mucha gente había muerto de esa manera.
- No entiendo como es posible que la Iglesia hablara de Dios e hiciera cosas semejantes - dije. Estaba furiosa, estaba herida. Intenté no tomarla contra el padre Antolin que me parecía bueno y sabio y a quien queria mucho, pero me llevó esfuerzo no hacerlo. No podía entender como la Iglesia había destruído no sólo los mismos hombres y mujeres que aseguraban que Dios había creado, sino su legado, su sabiduría, la historia que tenian para obsequiar. El padre Antolin sacudió su cabeza hirsuta y canosa, entristecido.
- Dios es Dios, Bendito, inefable e inalcanzable. Pero la Iglesia está formada por hombres y somos imperfectos. El poder siempre ha sido una tentación enorme, incluso para las almas más puras. No digamos para las que no las son tanto. Para las que estaban animadas por ambiciones personales.
- Entonces ¿La Iglesia no actuó en nombre de Dios?
- Por supuesto que sí. O mejor dicho, se justificó en su nombre. Pero el Papa y los obispos, todos quienes formaban parte de la jerarquica eclesiastica en épocas remotas también eran hombres de guerra. Soldados de Cristo en el sentido más literal de la Palabra. El Papa dirigía ejercitos, también negociaba y guerreaba tanto como cualquier otro monarca. La Quema de brujas fue una justificación del oscurantismo para aplacar el lenvantismo de una Europa aterrorrizada, diezmada por la peste, aterrorizada por su propia ignorancia.
Parpadeé, angustia. De nuevo, tuve imágenes clarísimas de hombres y mujeres muriendo de hambre en pueblos diminutos, llorando con sus hijos en brazos. En medio del frío despiadado y del terror. Los vi, a la mujer, al hombre, a esos niños imaginados, atravesar bosques nevados, peligrosos y mortales, para llegar a la puerta de una Iglesia. Cuando el monje de rostro bisoño los recibe y los hace entrar al edificio diminuto y cálido, todos se sienten bendecidos. Recibirán pan, quizás leche. Salvarán la vida.
- Toda religión ofrece esperanza y salvación. Pero mientras que muchas orientales enseñaban a sus creyentes como construir la fe desde el espíritu, el cristianismo, aún muy joven, tuvo que apañarselas para convencer a su feligresía que Dios los observaba, los vigilaba y los castigaria. Y que los rigores de la vida cotidiana, el dolor de la enfermedad, el llanto de la muerte, eran consecuencia de las tentaciones y el pecado...
- Y luego las brujas fueron la encarnación de todo eso.
- Las brujas era una palabra genérica que definió a todo el que no abrazó la religión cristiana - me explicó Antolin, con un suspiro - a la Santa Madre Iglesia medieval, primitiva y reaccionaria, no le importaban los cientos de años de conocimiento acumulado, la sabiduría de la mujer del bosque, de la hija que bailaba bajo la Luna. A todo lo que podía contradecir la idea de un Único Dios, se le tachó de sacrilego y se le castigo. No hubo tolerancia y aceptación, mucho menos la intención de asumir una visión multiple sobre lo sagrado y lo Divino. La Inquisición fue una decisión política.
Que amargo pensamiento. Que duro admitir que el asesinato de millones de personas, fue a causa de la necesidad de poder, de la visión elemental de una Institución sectaria y todo poderosa sobre el conocimiento ancestral, heredado, conservado con amor y veneración durante cientos de años. ¿Cómo le parecerian a esos Papas y Obispos la belleza de los Templos de Afrodita? ¿Sus rituales profundamente carnales y poderosos? ¿Qué pensarían sobre la Sabiduría de la Diosa Diana? ¿El Misterio de Hécate? ¿Que pensarían sobre el signifcado que para pueblos y tribus llamadas "salvajes" tenían su relación con la naturaleza? Una idea inquietante y oprobiosa. Las llamas ardiendo sobre los campos en flor.
- Cada cierto tiempo, el poder establecido, sobre todo en épocas especialmente levantísticas y violentas, escoge un enemigo - me explicó poco después mi tia L., mientras ordenábamos su taller. Tia era escultura: creaba pequeñas figuritas de arcilla de mujeres sin rostro. Aunque en realidad era una de las amigas más queridas de mi madre, siempre le llamé Tía, quizás porque eramos tan unidas como podíamos serlo de ser parientes de sangre. Incluso aún más. Una complicidad misteriosa. El caso es que siempre que me encontraba confusa y necesitaba respuestas, acudía a su taller, un buen lugar donde estar.
- Los enemigos no se escogen - rebatí, un poco desconcertada. Tia soltó una carcajada.
- Oh, claro que sí. Con la misma deliberada visión de como se escoge a tus aliados. Al menos, para el poder, antes y después esa ha sido una prerrogativa eterna.
La miré mientras colocaba sus pequeñas mujeres en un anaquel. Tia casi siempre vendía sus pequeñas esculturas a tiendas y comercios que no tenían mucha idea del valor y la simbología que ella les atribuía. Porque para L. no se trataban sólo de esculturas: se trataban de representaciones vitales de lo mágico, de lo poderoso y lo sustancial. Esas mujeres extraordinarias, opuletas, mudas y anónimas, bien podrían simbolizar sus creencias y su poder de crear.
También las creaba el fuego, pensé sobresaltada. También las modelaba de la arcilla roja, la llama y el calor. Las hacia nacer, para recordar a quien las mirara bellos conceptos sobre belleza, poder y pasión. Esa idea me hizo sonreír, preguntarme si a Tia L. le atemorizaba el fuego. Seguro que no.
- ¿Y las brujas eran enemigas que demostraban que cosa? - pregunté. Tia suspiro.
- Las brujas fueron una excusa para arremeter contra lo nuevo, lo que podía sacudir las bases de un poder que necesitaba estabilidad para prosperar. No sólo las mujeres que creían Diosas y Dioses, mucho menos las que alababan a la Luna y el Sol. Fue el hombre que enseñaba a leer y a escribir, el que educaba a sus hijas, el que no se atenia a las leyes de Roma, el que hacia preguntas. Cientificos, libres pensadores, poetas, guerreros de conciencia, Todos murieron bajo las llamas de la Iglesia.
De nuevo el fuego. Esta vez para destruir, para ocultar y herir. ¿Como podía ser el mismo elemento el que brindaba poder y calor y también asesinaba? Sacudí la cabeza, confusa y preocupada.
- ¿Y que ganaron con eso? Todo el mundo les temia.
- El miedo también es una forma de poder - respondió Tia - el miedo te ata, te restringe. Te sacude, te debilita. El miedo te arrebata lo valioso, te abruma. La Inquisición no sólo destrozó una Europa aterrorizada y debil, la convirtió en esclava de su temor.
Me dio escalofríos sus palabras. Imaginé rostros pálidos y enjuntos, hombres y mujeres delgados, harapientos, escuchando la palabra de Dios. Los ojos mirando reverentes hacia lo alto. Los labios cuarteados de hambre. El corazón lleno de temor.
Pensé en esa idea durante días. Me obsesioné con ellas. Sentada en la oscuridad, miré la llamita del altar de mi abuela, preguntándome como sobrevive una creencia, el espiritu de la fe, a tanta angustia. ¿Cómo sobrevivieron las artes? ¿Como sobrevivió el conocimiento? Mi abuela sonrío cuando me encontró allí y le expliqué que me atormentaba.
- Sobrevivieron porque la violencia y el temor nunca pueden superar a la esperanza - me explicó. Se dejó caer a mi lado y miramos juntas la llamita, tan pequeña, pero tan significativa. Se encendía cada Luna Llena para celebrar la trascendencia, el poder de crear y comprender. Un tributo a la curiosidad, la imaginación, la fe y el poder de mirar el mundo con reverencia - la Esperanza sobrevive incluso en el dolor. A pesar del dolor. Quizás más allá del dolor. Porque la esperanza es tu mayor fortaleza, es el poder de confiar en que el espiritu que te anima es mucho más poderoso y certero que el miedo que te abruma.
Extendió la mano y con delicadeza, encendió otra llamita en el Altar. El rostro de la Diosa, sereno y precioso, pareció flotar en la oscuridad. Las llamas entre sus manos, el calor dibujando su expresión en piedra.
- Hay una idea profundamente dura y bella con respecto al fuego - me dijo entonces - una que trasciende el miedo, el sufrimiento. Los egipcios le llamaron Ave Fenix, los Celtas el sol de la vida. Las brujas, el poder creador. Hay un poder mucho más fuerte que cualquier otro, que todos los que pueden ejercer contra ti. Y es la convicción que tus ideas te forman, te crean, te sostienen. El valor de lo que construyes, paso a paso. Lo que te ayuda a iluminar la oscuridad.
- Como una velita - comenté con una pequeña sonrisa. Mi abuela me besó en la frente.
- Como una llama personal. El fuego puede crear y destruir. Tu necesidad de aprender y crear, es ese fuego que forma parte de ti.
Y entonces vi, con los ojos de mi mente, no las escenas que tanto me asustaban, sino otra, muy pequeña y casi frágil; una mujer vestida de blanco, de pie en la mitad del bosque. Los Brazos elevandose a lo alto, el rostro plácido y hermoso. A sus pies, fuego. No el que destruye y quema. No el que hiere y mata. Sino el que ilumina. Quizás, el brillo de la esperanza.
Esa noche, a punto de dormirme, imaginé el fuego en mi mente. Alto y radiante, tan bello como una visión inexplicable. Y también comprendí algo más: A pesar de todos los vaivenes, del temor que abruma, de la angustia que desconcierta, siempre habrá un momento de luz al cual aspirar. El conocimiento eterno, la esperanza que siempre sobrevive.
Un sueño al que aspirar.
C'est la vie.
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