jueves, 16 de febrero de 2017

El nihilismo y el terror al silencio: algunas consideraciones sobre 2001: A Space Odyssey de Stanley Kubrick.






Poco antes de morir, Arthur C. Clarke escribió lo que se considera su último gran manifiesto por el poder de la imaginación aplicada a la ciencia: “Que la humanidad reciba alguna evidencia de la vida extraterrestre, que abandone su adicción al petróleo a favor de otras energías más limpias, y que el conflicto que divide Sri Lanka llegue a su fin y se imponga la paz”. Lo curioso de la frase — y sus implicaciones — es que el autor de novelas como Cita en Rama o La ciudad y las estrellas siempre estuvo convencido que restaba muy poco para ese primer contacto, esa primera gran conversación con el futuro y sus posibilidades. Parte de esa certeza, está en su cuento corto “El Centinela”, que analiza no sólo el hecho de la experiencia del ser humano al comprender sus límites y su asombro por el infinito que le rodea, sino también el peligro que entraña esa experiencia. Publicado en 1951, el cuento es una revisión sobre todos los tópicos habituales del género de ciencia ficción, pero además, hay algo más: un raro pesimismo que se adivina entre líneas. Una extrañísima visión sobre esa esperanza difusa impulsa al ser humano a creer que no está completamente sólo, que más allá de los confines de su imaginación, hay algo más.

Pero por supuesto, el cuento no llega a responder preguntas — no lo intenta — y esa incertidumbre difusa fue lo que hizo que se le catalogara como “pretencioso y arrogante”, una crítica que soportó por décadas. No es algo sorprendente: El género de Ciencia Ficción siempre ha estado en entredicho, quizás por los desiguales resultados de las propuestas o por esa insistencia en los clichés y lugares comunes que en ocasiones, ha creado un subgénero por derecho propio y no siempre, de verdadera calidad fílmica. Cual sea el caso, La Ciencia Ficción es una de las variantes más profundas e ingeniosas de la visión científica del arte — o en todo caso, esa percepción de lo científico interpretado desde el cariz de la imaginación humana — que le brinda símbolos y metáforas propias. Una manera de comprenderse por completo nueva y sobre todo, en constante renovación. Después de todo, la Ciencia Ficción es quizás la visión más prolífica y audaz sobre la naturaleza humana, los infinitos matices de la imaginación y más allá, esa insistente necesidad del hombre de cuestionarse así mismo una y otra vez.

Tal vez por ese motivo, Stanley Kubrick se sintió íntimamente atraído por el cuento de Clark — que confesó haber leído docenas de veces — y sobre todo por el género. Meticuloso, con una interpretación del cine personalísima y sobre todo, obsesionado con la mortalidad, la trascendencia y los límites de la mente humana, Kubrick encontró en la Ciencia Ficción un terreno fértil para construir una interpretación cinematográfica novedosa sobre su propia visión de lo desconocido. Para Kubrick, los misterio de la ciencia y lo desconocido, no retan la inteligencia humana, sino que le recuerdan sus límites, sus pequeñas fracturas y esa distancia apreciable entre lo que se imagina y lo que parece habitar más allá de lo que soñamos y consideramos real. Kubrick, que durante toda su carrera cinematográfica intento comprender al hombre desde sus debilidades, dolores y miserias, encontró en la vastedad del espacio o mejor dicho, de la concepción que tenemos sobre él, un nuevo concepto que pudiera englobar esa visión pesimista, en ocasiones aterradora sobre nuestro espíritu voluble, desconcertado y temeroso. Un reflejo de lo que somos a través de nuestra naturaleza más primitiva.

A “2001 Odisea en el Espacio” se considera una obra de ruptura dentro de la obra de Kubrick. O al menos una propuesta renovada de lo que hasta entonces había sido su trabajo cinematográfico. Se ha dicho con frecuencia que la película marcó un antes y un después en lo que al lenguaje visual de Kubrick se refiere: es indudable que a través de la película, el autor encontró una depuración creativa de objetivos y metáforas que brindó una enorme madurez a su posterior propuesta. No obstante, no sólo hablamos de los términos técnicos y visuales, sino algo más profundo. Y es que “2001 Odisea en el Espacio” es una interpretación sobre la historia del hombre y los misterios que le rodean descarnada, inquietante y sobre todo, profundamente atípica. Una reflexión cruda sobre nuestra inocencia y lo primitivo de nuestra mirada hacia lo infinito.

Desde los años ’50 Kubrick se había obsesionado con el Sci Fi, aunque más que con su vertiente filosófica, el director estaba convencido podría crear algo novedoso a través de su concienzuda capacidad fotográfica. Sin embargo, esa limitada interpretación del tema se transformaría en un concepto mucho más sólido luego de aficionarse a la literatura del género y mucho más, de conocer al escritor Arthur C. Clarke. Para entonces, ya Kubrick fantaseaba con la posibilidad de crear una película de ficción científica extremadamente rigurosa y monumental, una especie de obra fundacional sobre el tema. Y en realidad lo logró, aunque no desde la perspectiva que había tenido al principio de la creación de la película, sino a través de un híbrido de visiones e interpretaciones que crearon algo totalmente nuevo. Porque Kubrick, que estaba convencido que cada una de sus películas debía construir nuevos parámetros sobre los tema que tocaba, creo una visión reflexiva y dura sobre la Ciencia Ficción que sorprendió a sus admiradores y enfureció a sus críticos. Y lo hizo, fusionando no sólo su considerable talento visual, sino la privilegiada visión de Clarke: Combinó sus novelas ‘Childhood’s End’ (una inquietante hipótesis sobre el final de la evolución del hombre) y ‘El centinela’ (una alegoría sobre el hombre y su temor hacia lo desconocido) para crear una reflexión durísima, abstracta e incluso incomprensible sobre lo que la mente humana concibe como realidad, sus límites, dolores y lo que le desborda.
Kubrick decidió entonces que su primitiva noción de una película que pudiera reinventar el Género de la Ciencia Ficción, se transformaría en un alegato filosófico. Lo hizo, estructurando no sólo los elementos habituales del SciFi para elaborar un lenguaje cinematográfico mucho más amplio y riguroso del que hasta entonces se había visto en el género, sino además, dotándolo de una especie de mitología propia que sustenta un argumento que en ocasiones resulta por completo incomprensible. Además, durante el larguísimo rodaje (comenzó en 1965 y culminó dos años después) depuró la trama hasta crear una línea argumental mínima, atípica pero que sustentada bajo una propuesta visual asombrosa, brindó a la película su peculiarisima personalidad. “2001 Odisea en el espacio” es una película que intenta cuestionar ideas trascendentales pero a la vez, no ofrecer posibles respuestas. Kubrick, con esa habilidad suya para distorsionar el impacto de lo que intenta expresar con sus imágenes, no se prodiga, no ofrece una visión clara sobre los temas principales de la película. Y quizás esa ligera confusión sea su mayor triunfo.
Porque el director insistió y logró crear una mirada de pesadilla a un Universo pausado y devastado por una soledad infinita. Con una primorosa dirección de fotografía, que creó asombrosos logros técnicos como largos planos secuencias donde la presencia de la cámara parece ser invisible, construyó un escenario inquietante para su único personaje, en una alegoría muy evidente sobre la fragilidad del hombre hacia lo inconmensurable. Y es que nada parece casual en los largos pasillos iluminados por una fuente de luz misteriosa, o la voz exquisita de Hal 9000 dominandolo todo. No hay un sólo momento donde la presencia humana tenga verdadera importancia o relevancia. Tal parece que para Kubrick, lo realmente imprescindible es esa noción de una historia en tres escenas, intrincada, a ratos incomprensibles y en otros, abrumadora.
En una ocasión, Kubrick confesó que habría deseado eliminar de su película cualquier factor humano. Quizás por eso, el personaje más inquietante y recordado de la obra sea Hal 9000 (al que prestó su voz Douglas Rain), una especie de supra visión de lo mecánico y lo tecnológico más allá de la creación del hombre. Hal, con su impecable y lenta dicción, con su desesperación helada, su reflejo del vacío que rodea a la puesta en escena depurada de Kubrick, parece representar esa insistencia del director por mirar lo humano como accesorio. Y es que HAL, resumido a un parpadeante punto de luz carmesí, termina convirtiéndose en el protagonista indudable de la película, en un símbolo de la intención de Kubrick de crear un meta Universo donde la máquina domine, exprese emociones — mínimas, elementales — y donde el ser humano es el verdadero autómata, una criatura marginal sin mucho brillo ni tampoco iniciativa.
En varias ocasiones, se acusó a Kubrick de crear una película de una neutralidad desconcertante. Un escenario helado, visualmente impactante, pero sin ninguna personalidad más allá de su indudable belleza. Y el director lo aceptó de buen humor, admitió — de nuevo — que su interés no es mostrar el paso del hombre sino por el contrario, dejar bastante claro que su presencia y huella no son del todo necesarias. A nivel técnico, el film es una maravilla: se rodó a máxima apertura del diafragma, con objetivos gran angulares, lo que brinda a las escenas esa rarísima sensación de amplitud y vastedad. El color blanco predomina, con esa magnífica iluminación sutil que creó toda una nueva percepción sobre lo que a puesta en escena cinematográfica se refiere. Cada elemento, construye esa frialdad asombrosa, esa lejanía irracional que parece converger en el ritmo pausado, metódico. En esa reflexión sobre el horror, el miedo y la fragilidad del hombre al enfrentarse contra lo desconocido.
En una entrevista realizada poco después del estreno de la película, Kubrick admitió que no intentó dar sermones, opiniones y mucho menos alegatos con su película. Que se trataba de una experiencia audiovisual con la capacidad de hacer al espectador reflexionar, pero que en si misma, no la pieza fílmica no tenía por objetivo aleccionar. Aún así, lo logra, quizá de manera causal o por pura asociación de ideas. Y es que Kubrick, con su acostumbrada predilección por los símbolos, no deja de insistir en ideas que subyacen bajo el brillante decorado y el blanco impecable que envuelve la historia. El hombre, enfrentándose a lo que no comprende y la inteligencia que humaniza. Más allá, esa “humanidad” que parece ser de una ambigüedad turbia, insoportable. Una revelación inquietante, sobre esa dualidad de la naturaleza humana entre la emoción y la razón y esa insistencia del hombre en comprenderse a sí mismo a través de símbolos, sin lograrlo en realidad.

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