martes, 7 de marzo de 2017
Crónicas de la feminista defectuosa: Cinco cosas para celebrar el día de la mujer.
Hablar sobre lo femenino — lo que es, lo que no es o lo que debería ser — en esta época no es sencillo. Por supuesto, la ventaja es que ahora todo lo referente al Universo de la mujer existe, puede crearse como concepto, identidad, incluso disfrutarse como idea personal. Durante siglos, la mujer no existió. Fue una especie de rostro anónimo social que gravitaba en sus deberes orgánicos y el rol social lapidario: Era la madre silenciosa junto al fogón, la que cuidaba a los niños, la que sostenía el hogar. La hija que aprendía cómo “ser una buena mujer”. La joven esposa asustada y preocupada de “complacer”. Más tarde, la madre y el ciclo parecía extenderse de manera infinita, ordenarse en una especie de cadena de producción social donde la mujer acababa transformándose en una identidad borrosa, inexistente, utilitaria.
De manera, que ya de por sí esa es una ventaja de esta época: poder hablar de lo femenino como elemento individual, como género más allá de su figura como madre y esposa. No obstante, esa herencia histórica es ineludible, continúa allí, flotando en algún lugar de nuestra conciencia cultural. La raíz de ese machismo sutil, de esa feminidad de extremos, de ese estereotipo en ocasiones aplastante. Inevitable, tal vez.
No obstante, en medio de esas dos extremos de una misma idea — la contraposición entre existir y ser una idea social — la feminidad continúa siendo una experiencia, un concepto que se construye a diario, creándose a medida que la mujer, la real, la falible, la fuerte, la poderosa, va avanzando en descubrir el núcleo mismo de su identidad. Y esa experiencia no excluye a nadie: todas somos partícipes de esta gran historia.
De manera que, con el tiempo, he llegado a aprender algunas cosas sobre mi misma, sobre mi feminidad y sobre mi identidad como mujer, que han hecho mucho más fuerte esa búsqueda de individualidad. ¿Y cuales son esas cosas? Las siguientes:
* Ni madre ni esposa, solo tu misma:
Hace unas cuantas décadas atrás, las mujeres no teníamos demasiadas opciones. La biología imperaba. De manera que la decisión era obvia: o eras esposa y madre, o no eras mujer. Pero en esta época, tienes la potestad de decidir. Lo que quieras, lo que deseas, lo que construyes. Tu útero no te define, tampoco tus emociones. Puedes ser madre sin dejar de tener aspiraciones, puedes ser esposa sin perder individualidad. Puedes ser fuerte y aun así sensible. Puedes ser, en resumen, lo que quieras.
¿Te parece obvio? No lo es tanto. En la mayoría de los países de Latinoamérica, la maternidad se sigue considerando ineludible. En muchos países de Asia, las niñas de doce años o incluso menos, son entregadas en matrimonio a hombres que les triplican la edad. Se insiste en sujetar la identidad femenina a una idea tan vieja como retorcida: la de estar supeditada a las expectativas sociales y culturales primitivas.
De manera que sí, la mujer moderna tiene opciones. Y ninguna de ellas define su feminidad. La feminidad es sin duda esa manera esencial en que una mujer comprende el mundo, su entorno, su realidad.
* Ni puta, ni marimacho, ni odiadora de hombres, ni feminazi: La feminidad está en tu mente y la defines como prefieras.
Ocurre a diario: la sociedad insiste en etiquetar la feminidad de alguna manera, como si a través de un titulo — o un insulto — pudiera comprenderla mejor. Sintetizar sus implicaciones, limitar su capacidad de expresión. Entenderla, quizá. Y esa necesidad, parece haberse trasladado a nuestra concepción cultural sobre lo que debe ser la mujer. O se supone que debería en todo caso.
No obstante, la mujer actual no necesita vestirse de rosa y encajes para reafirmar su feminidad. Tampoco es menos mujer por llevar pantalones y el cabello corto. La mujer de mi generación esta luchando para destruir esa imagen empalagosa y esquemática, para alcanzar una identidad propia, construyendo a base de creatividad, poder y conocimiento. La mujer actual es fuerte, hermosa, libre por derecho propio, su mejor obra de arte. Y es esa búsqueda, esa reafirmación, una nueva idea en sí misma, una manera concluyente de comprender quién es, a dónde dirige y que desea.
* Mi cuerpo es un templo. Mi sexo, una forma de expresión.
Durante mucho tiempo, la sexualidad de la mujer fue tachada de pecaminosa. Apoyada en una idea deformada de control religioso y moral, la feminidad “aceptable” no tenía relación alguna con su cuerpo, su manera de expresar el deseo sexual, su necesidad de hacerlo. Pero la mujer de nuestra época está aceptando poco a poco — tal vez con esfuerzo — que su cuerpo es un templo: de placer, de deseo, de lujuria, de experimentación, de creación. La mujer de nuestra época está comprendiendo que el sexo es deseo, que puede ser frívolo o significativo, que puede ser solo una necesidad orgánica o una expresión de amor. En resumen, la mujer actual sabe el valor de su sexo más allá de la metáfora y disfruta del deseo con la libertad de quien puede ejercerlo como forma de expresión.
* La Religión no tiene el derecho de restringir tu identidad: El poder Divino de lo femenino.
Una vez, pregunté a una de las monjas del colegio donde me eduqué, porque aceptaba ejercer aquel papel pasivo, sumiso y servil dentro de la jerarquía eclesiástica. Se lo pregunté no por reproche si no por sincero asombro. ¿Su respuesta? Una larga discusión sobre el valor de la humildad y luego, castigarme sin recreo por dos semanas. Lo previsible supongo. Pero años después, ya estando en la Universidad, alguien me comentó que aquella misma mujer — una cuarentona irascible y áspera que siempre pareció indudablemente triste — había abandonado la escuela, colgado los hábitos y era maestra de escuela en un lugar remoto de Venezuela. Y se había casado. La noticia me alegró pero sobre todo me conmovió. La comprendí como una liberación, una manera de expresar una opinión sobre el mundo y sí misma.
Por años, la religión fue una manera de control moral que ejerció poder absoluto sobre la mujer. Siglos, donde lo eclesiástico condenó a la mujer por el mero hecho de serlo. La religión como mordaza, como huella moral que parecía exigir de la mujer silencio, una lenta castración de su espíritu. No obstante, la mujer de esta época, comprendió finalmente que la religión no es una soga moral que impone un criterio, si no una manera de crear. ¿La prueba? El auge de creencias donde la Divinidad femenina es protagonista, la necesidad de un encuentro de lo esencial de la Divinidad creacionista en contraposición con la mecanicista. Una manera de fe que libera, no limita.
Dios como mujer.
* La independencia: el poder de crear y ser.
Cuando era una niña, mi abuela me dio el mejor consejo que me ha dado nadie: “Ten siempre en el bolsillo lo suficiente para comer, para ir y venir a tu antojo. No le obsequies tu libertad a nadie”. Una idea que siempre medité y que siendo adulta, ha sido uno de mis principios irrenunciables. La mujer fue durante mucho tiempo educada para depender del hombre, para resignarse a su minusválida moral y social. No obstante, la mujer de mi generación sabe el poder de la libertad, el poder de sostenerse sobre sus propios pies y concebir su mundo, su manera de crear con total libertad.
Cinco aprendizajes que parecen obvios, que quizá damos por sentados, pero que durante siglos fueron imposibles de concebir tal como lo hacemos hoy. Y tal vez por ese motivo, las interrogantes se multiplican, para bien. ¿Quienes somos las mujeres actuales? ¿A dónde vamos? ¿Qué deseamos más allá de ese papel histórico que aún se insiste en otorgarnos? Muchas de estas preguntas carecen aún de respuestas: quizá por las construimos todos los días, a cada paso, una a la vez.
C’est la vie.
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