jueves, 30 de marzo de 2017

Una recomendación cada viernes: “IT” de Stephen King.




El género de terror suele ser reducido a una fórmula efectiva que se plantea en cientos de variables más o menos concluyentes. Por eso, Stephen King ha insistido más de una vez que escribir historias de terror es una forma de mirar lo más profundo de la naturaleza humana antes que cualquier otra cosa. Y que “IT” una de sus novelas más célebres, es una obra fundacional que no sólo sostiene buena parte de su vastísimo Universo literario, sino que además, medita sobre el miedo desde una perspectiva nueva. Para el escritor, el terror en la historia de “IT” no es sólo una combinación de elementos efectivos sino también, una reflexión sobre el dolor, la angustia y la ira de la mente humana hacia su fugacidad y fragilidad. Una epopeya donde los monstruos provienen de espacios cerrados en nuestro interior y que avanza a partir de la certidumbre que el miedo tiene nuestro rostro.

Con su aparente patina de inquietante historia de un verano infantil — esa época de gracia en la que todo puede ocurrir — King lleva el terror a dimensión original que transforma la obra en un astuto juego de espejos. Nada es lo que parece en una narración enciclopédica sobre los orígenes de los temores y las argucias de la maldad en estado puro para destruir la ignorancia. A través de su banda de marginados y los estereotipos que encarna (el tartamudo, el niño gordo, el asmático, la niña maltratada) el escritor logra crear una hipótesis sobre lo que sostiene a todas las historias de terror y las hace inolvidables. Personaliza esa noción sobre el misterio de los terrores infantiles y después, le da sorpresivo giro al asumir la existencia de un ente maligno y primigenio que encarna todos los misterios del miedo sin nombre. Es entonces, cuando la novela alcanza su carácter de obra definitiva sobre los espectros invisibles, los que se esconden bajo la cama, los que aguardan en las esquinas tenebrosas. King convierte lo que nos provoca miedo en un reflejo ambiguo de nuestras ambiciones. Una puerta abierta hacia espacios desconocidos en nuestro interior y dota al monstruo de un rostro reconocible e íntimo.

Porque sobre todas las cosas “IT” es una historia sobre la infancia que gira en torno a las vicisitudes de sus protagonistas. King encontró la fórmula justa para recrear — reconstruir — la comprensión sobre el miedo a través de esa percepción de infinitas posibilidades de la niñez. De la misma forma como un niño es capaz de imaginar mundos extraordinarios, también puede asumir la existencia de horrores inexplicables. Y es justo en ese equilibrio entre lo asombroso y lo temible, que la historia de “IT” encuentra sus puntos más altos. El monstruo toma todos las formas y sentidos, se hace inevitable, omnipresente, un elemento indispensable en la vida de sus protagonistas. Avanza hasta invadir cada espacio, cada lugar. Se hace una noción impostergable sobre lo mítico y lo venial.

Pero además de todo, King logra entremezclar la vida de sus personajes con Derry, esa mítica ciudad donde parece acaecer todo el mal de la tierra. Como una de las ciudades ficticias más recurrentes en la obra del escritor, el pueblo se sostiene sobre su silencio, sus secretos inconfesables, la conciencia continuada que alimenta al monstruo invisible que medra en sus entrañas. Porque es gracias a Derry que el ente terrorífico que encarna todas las pesadillas de sus habitantes prospera. Como si se tratara de una singular forma de simbiosis, el pueblo asume la existencia del horror sin nombre que le habita y acepta que debe brindar sacrificios a la oscuridad. Y lo hace a través de una indiferencia peligrosa y latente. Una compleja visión sobre la aceptación del dolor y una siniestra forma de supervivencia.

La maldad y sus alcances: El rostro ambiguo de lo siniestro.
A Stephen King se le suele criticar y adorar a partes iguales. Es probablemente uno de los escritores más leídos del mundo y también, de los más menospreciados. Una contradicción que sin embargo, no llega afecta su pluma prolífica: ha escrito más de 50 novelas y vendido unos 300 millones de ejemplares, lo cual lo convierte no sólo en un fenómeno mediático, sino también en una rareza en el mundo editorial actual. Porque King vende — ¿quién podría dudarlo? — pero también escribe bien. Eso, a pesar de sus pequeños gazapos, sus escenas que suelen acusarse de blandas y sus enrevesados argumentos entre terroríficos, emocionales y místicos. Pero King, más que escritor — que lo es, por derecho propio, por perseverancia, por su capacidad para reinventarse — es también un símbolo de las literatura actual, con su considerable dosis de cultura pop a cuestas y sobre todo, símbolo del escritor que atraviesa esa compleja red de intrigas y opiniones disparejas que es el mundo editorial contemporáneo. Humilde, sincero, muy consciente de la importancia de su labor como narrador de historias pero aún así, incapaz de obsesionarse con el reconocimiento, Stephen King es un mito creado a la medida del lector, una metáfora de lo que la literatura — como propuesta — puede llegar a ser.

Y además de lo todo lo anterior, King escribe sobre el terror. Lo hace de una manera concienzuda, se toma en serio un género la mayoría de las veces menospreciado, minimizado y ridiculizado. Porque para King, el miedo no es sólo una reacción, una mezcla confusa entre una percepción física y emocional, sino algo más intricado, profundo. Inquietante. Para King, el terror es una idea sugerida, a la que el lector da forma, construye, brinda rostro. Una perspectiva que revolucionó no sólo la manera de concebir el terror sino también de como asumirlo como una idea literaria por derecho propio. De pronto, el terror no era sólo imágenes fantásticas, escalofriantes, un poco absurdas. Tampoco la provocación, la sangre, incluso la repugnancia sino algo más. Un planteamiento tan profundo que parecía abarcar no sólo lo que tememos sino por qué nos produce temor. Cuando en 2003 King ganó la medalla National Book Foundation por su contribución a las letras americanas, el crítico Walter Mosley describió su talento como una noción “casi instintiva sobre los miedos que forman la psique de la clase trabajadora estadounidense”. Una reflexión que transforma el terror en parte de lo cotidiano, de lo que consideramos natural. “Conoce el miedo, y no solo el miedo de las fuerzas diabólicas, sino el de la soledad y la pobreza, del hambre y de lo desconocido” añadió.
El miedo como parte de la conciencia del hombre.

“IT” (traducida al español de manera literal como “Eso”) es con toda probabilidad la novela más conocida de Stephen King. Publicada en 1983, no sólo porque logró rebasar ciertas líneas muy específicas de lo que hasta entonces se consideraba la novela de terror sino además, transformarlo en algo más. Reconstruir el concepto para otorgarle un lustre distinto y novedoso. “IT” es una novela de terror, nadie lo duda, pero también es un análisis novedoso sobre el origen del miedo mismo, de las ideas que lo nutren y la forma como elaboramos esa percepción tan instintiva sobre lo que nos asusta. La novela, considerada fundacional en la larga trayectoria de King, también es una muestra de su enorme talento para crear atmósferas impecables, para brindar sustancia a sus personajes y lo que aún más meritorio, para construir una mitología propia que parece sostener todo una reflexión sobre el metáfora del hombre como víctima y como creador de sus propios monstruos. Una paradoja que parece provenir de esa insistencia de King en asumir lo terrorífico como humano y mucho más aún, como doloroso, sutil y real. Una mezcla de factores que convierten la novela no sólo en una gran historia de terror sino en un tributo a esa noción sobre la inocencia y el dolor que durante tanto tiempo ha sostenido la perspectiva de King sobre el género.

Pero en “IT” hay mucho más que un análisis originario sobre lo que el miedo puede ser. En su necesidad de construir una nueva expresión sobre lo que lo que nos asusta, King se atreve a ir más allá. A buscar razones y motivaciones con una obsesiva meticulosidad que convierten a IT en una novela que abarca temas universales, a pesar de su apariencia de argumento de terror puro. Con una habilidad prodigiosa, King se desliza entre cientos de tópicos, entre planteamientos y pequeños mitos que desmenuza para asumir un nuevo rostro. Y lo hace de una manera filosófica que sorprendió a críticos y lectores. Debajo de la apariencia de baratillo, de los gritos y la sangre derramada, King cuestiona nuestra motivaciones, nuestras ideas sobre lo que consideramos esencial y lo que no lo es. “IT” no sólo es una narración que se prodiga en mirar al miedo como un reflejo de lo que somos sino que lo convierte en una paradoja casi confusa. El miedo nace porque lo creamos, y creamos al miedo porque es parte de nuestra naturaleza. ¿Cual es el origen de nuestras pesadillas personales? ¿De donde provienen? Una y otra vez, King cuestiona, en medio de escenas asfixiantes — quizás las más elaboradas de toda su carrera literaria — lo que es la raíz de todos los temores, la idea que une y se entremezcla lo que el ser humano percibe como aterrador y amenazante. Lo hace además, con una notoria capacidad para asombrar y desconcertar. Porque a pesar de todas las consideraciones y sutilezas, “IT” sin duda es una novela de terror. Y una extraordinaria muestra de escenarios y planteamientos superpuestos, concebidos para producir — sin cortapisas ni medias tintas — miedo real.

En una ocasión, a King se le preguntó si consideraba a IT su mejor novela. El escritor, ya por entonces acostumbrado quizás al planteamiento, sonrío: “Quizás no sea la mejor, pero si, la que más preguntas suscita” respondió “Mi visión del miedo tiene mucho que ver con lo que no podemos ver pero si podemos percibir como real. Esa disyuntiva entre lo que existe y lo que tememos pueda existir es el éxito de cualquier novela de terror” añadió. En “IT” esa paralelismo mínimo es más evidente que en cualquier otra de sus narraciones, mucho más doloroso, más allá de cualquier prejuicio. Con sus casi 1500 páginas, “IT” hace un repaso no sólo por el miedo sino también por el hecho real que el miedo existe gracias a los interminables espacios lóbregos de nuestra imaginación, de esos pequeños lugares inexplorados de nuestra mente. El hombre como el monstruo misterioso y el hombre como su principal víctima propiciatoria.

Más allá de toda consideración y crítica — se le acusa, aún ahora, encumbrado por el éxito o quizás debido a eso, que a sus novelas les sobran páginas y les falta profundidad psicológica — King continúa escribiendo. Y también asustando. Y muy probablemente ese empeño suyo de continuar construyendo una nueva visión del terror sea el principal motivo por el cual sus libros continúan siendo inolvidables, inquietantes y sobre todo, imprescindibles para comprender no sólo esa región terrorífica de la imaginación, sino algo mucho más ambiguo y profundo: nuestra propia opinión sobre el miedo.

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