sábado, 15 de abril de 2017
El secreto de las mariposas y otras historias de brujería.
El cabello me cae abundante y desordenado sobre los hombros. Mi abuela me peina con uno de sus cepillos de madera, con una lentitud embriagadora. Me desenreda mechón por mechón, con una paciencia que me resulta desconcertante. En el reflejo del espejo, noto que sonríe con dulzura.
- Tienes mi cabello - me dice. Y es verdad: también ella tiene una melena rizada y rebelde, que lleva peinada en una única trenza sobre el hombro. Lo que no heredé fue su color cobrizo, como el último rayo de luz del atardecer, que tanto me gusta. Mi cabello es oscuro, casi negro. Un castaño profundo que mi abuela suele llamar "Como el roble viejo".
Finalmente, toma un mechón grueso entre los dedos. Me dedica una mirada luminosa desde el espejo. Ambas compartimos una sonrisa.
- ¿Lista?
- ¡Sí!
Mi abuela me comienza a trenzar el cabello. Me quedo muy quieta, con los hombros erguidos, las manos apretadas sobre las rodillas. Sé que es un gesto importante, que para las brujas, las trenzas tienen un poderoso simbolismo. Pero allí, sentada en silencio, mientras los dedos de mi abuela trabajan hábiles y rápidos, me pregunto si la sensación de profunda paz que siento tendrá alguna relación con esa magia que todos le achacan a ese sencillo gesto y que hasta ese día, me pareció desconcertante, incluso increible. Con los ojos entrecerrados, siento que mi cabello toma vida, como si estuviera impregnado de mi personalidad, mi sonrisa, mi curiosidad inquieta. Cuando mi abuela anuda la primera trenza y me la deja caer sobre el hombro, me acaricia la mejilla con ternura.
- ¿Por qué estás nerviosa?
No sé que responderle. Lo estoy quizás, porque leí en alguno de los libros de la sombras de la familia que las brujas llevan el cabello trenzado como una forma de recordar el origen profundo y ancestral de su vinculo con la tierra. Los nudos de los árboles, los anillos del humo que se eleva desde el fuego, los espirales de las rocas que recorren montañas y bosques, los diminutas y sinuosas líneas de las olas del mar. Pequeños hilos que se unen, se entrecruzan entre sí para crear la historia del mundo, la pequeña, la que se cuenta en susurros. Una vez, mi tía E. me contó que las brujas dejaron de trenzarse el cabello cuando comenzaron a ser asesinadas y perseguidas en Europa.
- Los jueces de la Inquisición consideraban a las mujeres que llevaban el cabello trenzado como provocadoras. Creían que la trenza simbolizaba su apego al Diablo - me explicó - de manera que antes de asesinar a las acusadas de brujería, les rapaban el cabello para obligarles a inclinar la cabeza ante Dios. El cabello se quemaba en una Hoguera aparte, para demostrar que carecía de poder alguno.
Esa me pareció una imagen muy triste, dolorosísima. Imaginé a las mujeres de cabeza calva, llevando el balandrán del tela blanca del condenado, sintiéndose desnudas de una manera inimaginable, despojadas incluso de su último reducto de dulzura, de recuerdos, de fragmentos de su memoria. Y el fuego arrasando todo. No el fuego hermoso y puro de las celebraciones, el fuego perfumado del caldero, sino las llamas del odio, de la condena y de la angustia.
- Pero las brujas continuaron trenzandose el cabello, en secreto, como una forma de rebeldía contra el odio - me dijo mi tía. Ese día, llevaba una gruesa trenza rodeando la nuca, enroscada sobre su cuello y sujeta con pequeños ganchos de metal. Se acarició con la puntas de los dedos el cabello, con una sonrisa casi misteriosa - lo hacían de noche, cuando nadie podía verlas. La cabeza cubierta con telas y pequeños bonetes. El cabello trenzado como metáfora del espíritu libre, de la Naturaleza que sobrevive. Se hizo una costumbre muy intima, la de llevar peinados que nadie podía ver.
Sonreímos juntas. Con los ojos de mi mente, vi con toda claridad a las rebeldes,a las apasionadas, las indomables, con la cabeza cubierta decorosamente, pero allí, en el silencio, declarando su serena decisión de conservar su nombre, su pasado y su herencia. Me pregunté cuántas mujeres habrían trenzado su cabello en la noche, cuando el marido y los hijos no podían verla, con los labios apretados, mirando la luna desde la ventana. Quizás escuchando el viento cantar.
- El cabello de una bruja siempre ha sido símbolo de su intimidad, su vinculo con lo salvaje y lo bello, con lo profundamente femenino - me explicó mi bisabuela F. en una oportunidad. Al contrario que el resto de las mujeres de la familia, llevaba el cabello corto a la barbilla. Los rizos canosos le caían brillantes sobre las orejas y la frente, como pequeños nudos de agua brillante y vivaz - llevarlo largo o corto, es parte de tu manera de concebir la etapa que vives, la manera cómo construyes el mundo y miras la vida.
Desde que yo recordara, la bisabuela F. había tenido el cabello muy corto. En un par de ocasiones se lo había rapado para sorpresa y desconcierto de todos lo que le conocían. Su cabeza calva había sido una imagen de poder y de ternura, frágil y casi doloroso en su belleza. En otras, lo había dejado dejado crecer solo un poco: una melena indómita que llegaba a los hombros. Mi bisabuela había sido una mujer enfermiza: había sufrido poliomielitis siendo muy niña y aún adulta, sufría sus secuelas. La cojera que la enfermedad le había dejado, la había atormentado y entristecido durante buena parte de su vida, aunque nunca se había rendido a ella. Bisabuela había tenido una vida plena y radiante, llena de pequeñas aventuras, viajes y sinsabores. Pero había sido una experiencia extraordinaria, como solía decirme, con su sonrisa triste y amplia. Sin duda, el cabello larg o corto, simbolizó ese vaivén entre el dolor y la alegría, la desesperación y la aspiración. Cuando la conocí, ya había encanecido casi por completo: pero yo sabía que en su juventud, lo había tenido de un encendido color cobrizo, un rojo profundo y delicioso que mi abuela había heredado. Y es que tal parecía que el cabello de mi bisabuela era una forma de comunicarse con el mundo y consigo misma, un discreto lenguaje de esperanza y belleza que sólo ella parecía comprender a cabalidad.
- ¿Por qué lo llevas corto? - le pregunté en una ocasión. Ella sonrió, y se llevó la mano a la cabeza. Se acarició el cabello con la palma abierta, como si disfrutara de su caricia mínima y secreta.
- Nunca he tenido buena salud - me explicó - y mi vida no ha sido sencilla. Mi cabello cuenta toda la historia que a veces no he sabido contar. Y eso es bueno: Es una declaración de intenciones, es una manera de demostrarme a mi misma que la vida continúa, que todo fluye y se transforma. Que soy fértil como la Tierra que piso y libre como el viento que disfruto escuchar.
Pensé en esa respuesta muchas veces. La miré, a escondidas, mientras reía y bromeaba, con su cabello corto moviendose al compás de sus carcajadas y pensé en ese poder inmenso, extraordinario, de convertirte en tu mejor obra de arte. De comprender tu imagen y tu manera de mirarte, como parte de lo que sueñas, aspiras y esperas.
Finalmente, mi abuela terminó de trenzarme el cabello. Me dio un apretón en los hombros, mirando su reflejo y el mio en el espejo. También lo hice: el rostro de la anciana de cabello cobrizo que sonreía y la niña pálida que contemplaba todo con los ojos muy abiertos y asombrados. La luz del sol entraba a raudales por la ventana, lo impregnaba todo y tuve una sensación de portento, de silenciosa maravilla. Las diminutas trenzas me caían entre los rizos despeinados de mi cabello: tenía un aspecto atemporal, casi primitivo. Y me pregunté cuantas mujeres en el pasado se habían mirado al espejo, o en el reflejo del río o del mar, para contemplar ese nuevo pacto diminuto y privado con la magia de su espíritu, con el olor de la Tierra fresca, con la belleza de la Luna parpadeando en blanco y plata en medio de una noche tachonada de estrellas. Sonreí, con el corazón latiendo muy rápido, imaginando ese después y el ahora, esa línea de tiempo que me unía a todas las mujeres - las brujas - que antes habían sonreído a su reflejo, al símbolo que las une y al poder personal en el que confían. Cuando mi abuela me extendió su mano, la apreté con fuerza.
- Estás unida a mi y a todas quienes te precedieron, en la esperanza - murmuró. Las palabras tenían algo de sortilegio, de promesa. Yo quise pensar que se trataba de una canción.
Sonrío, al recordar la escena. Miro a la mujer pálida y de rostro fresco en que convertí reflejada en el espejo: el cabello trenzado me cae sobre los hombros, oscuro y fuerte. De nuevo, la historia que heredé es parte de mi vida, de mi sueños y mi convicción. Soy la mujer que confía en la tierra, la mujer que escucha el viento. La mujer que sonríe al mar. La mujer que baila alrededor del fuego.
La bruja que lleva en su rostro, una vieja eternidad.
C'est la vie.
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