William Blake luchó contra la oscuridad. Tanto y a través de tantos medios, que su obra parece un recorrido extraordinario y temible a través de las sombras en su mente. Para el escritor y pintor el dolor, el miedo y la ausencia, eran temas recurrentes que a los que se enfrentó a través de todos tipo de fascinantes símbolos. Una visión tenebrosa sobre la existencia, la noción de la identidad y algo mucho más complejo que parecía no sólo dotar de una rara vitalidad a cada una de sus obras sino también, de una suprema belleza oscura. William Blake logró elaborar un código privado que metaforizó la oscuridad — lo tenebroso e inquietante en cada uno de nosotros — en algo mucho más hermoso y críptico.
Desde la niñez, Blake estuvo obsesionado con lo siniestro pero también, con la capacidad del hombre de vencer la incertidumbre existencial a través de la alegoría. A los diez años, Blake comenzó a tomar lecciones de dibujo y sus primeras imágenes fueron criaturas tenebrosas basadas en narraciones bíblicas y otros textos de origen mistérico. El joven Blake no sólo deseaba construir un mundo imaginario a su medida — y lo hizo, a través de una temprana serie de dibujos sobre ángeles y demonios que a la distancia, asombra por su complejidad — sino además, plantear cuestionamientos espirituales que le superaban en edad. El futuro artista necesitaba elaborar una presunción acerca del futuro — uno de sus mayores temores — y lo hizo, dibujando a placer un mundo imaginativo, rico y enrevesado que sería el preludio de su trabajo posterior. Ese primer gran boceto general se convertiría después en un mapa de ruta a través de los rudimentos de sus obsesiones. Una visión siniestra que le acompañaría durante buena parte de su vida y que sería el reflejo de su insólita visión sobre lo sagrado y lo oculto, lo temible y también, lo profundamente conmovedor.
Para Blake, el arte siempre fue un reflejo de su complejo mundo espiritual, lleno de todo tipo de referencias históricas y religiosas pero además, un profundo inconformismo. Para el artista, la noción sobre la realidad parecía sostenerse sobre una reflexión persistente sobre las raíces del ser y de las aspiraciones del espíritu humano como obra incidental y divina. No es casual que toda la obra de Blake esté llena de alegorías a descubrimientos místicos, a tránsitos de la memoria y el espíritu, la correlación de fuerzas físicas e intelectuales en la búsqueda de una iluminación secreta que nunca llega a ser completa ni tampoco todo lo diafana para el artista. Entre esa rebeldía esencial — la subversión al dogma cristiano que Blake conocía desde su hogar — y un sentido fatalista de la existencia, creó algo tan novedoso que aún asombra por su extraña capacidad para conmover. Más que una visión artística, la obra de Blake es una meditada compresión sobre los espacios y las oscuridades del espíritu humano. Una insistente búsqueda de significado — del Todo como un complejo mecanismo de ideas y símbolos — y de sentido sobre la individualidad vinculada una aproximación colosal sobre la existencia.
Claro está, lo místico formaba parte indivisible de la forma en cómo Blake comprendía el mundo. De niño, aseguraba ver “árboles llenos de ángeles” y “estrellas que se prendían en los lugares más altos y silenciosos” de la vieja casa en la que vivía junto a su familia. De acuerdo al biógrafo Alexander Gilchrist, Blake estaba obsesionado desde la niñez por presencias invisibles y sus revelaciones, que le sumían en profundos trances de angustia y maravilla. Para el futuro artista, la necesidad de crear estaba firmemente vinculada a la necesidad inmediata de asumir esa presencia en su vida de lo maravilloso y lo inexplicable.
Tal vez por ese motivo, sus dibujos tienen un aire colosal que sin duda le brindó su admiración por Miguel Ángel — las largas y robustas líneas, los rostros tensos de angustia y dolor, los pequeños gestos que brindan cierta coherencia vivencial a sus escenas — y su insistencia en asumir la vida como una forma de enigma. A los dieciseis años, Blake había esbozado la mayor parte del trabajo que después desarrollaría en una profusa colección de todo tipo de grabados, ilustraciones y poemas. Una filosofía mística y personal que tenía cierto aire delirante — una crítica que se repetiría varias veces a lo largo de su vida — pero más allá de eso, apuntaba a una búsqueda espiritual insólita por su profundidad. Con el mismo talante iluminado y levemente intuitivo de un profeta histórico, Blake plasmó en sus obras un Universo desconocido que se extendía desde sus primeras percepciones sobre la vida — el Adán y Eva bíblicos reconvertidos en símbolos de deseo y belleza — hasta el recorrido por la oscuridad, el cielo y el infierno como pasos de conciencia alterada. Un mundo invisible y sensorial en el que la realidad era una expresión incompleta y siempre insatisfactoria de todo tipo de misterios apenas sugeridos. El Blake adolescente no sólo pintó su propio sistema de creencias — en acuarela, jamás en óleo — sino que además, avanzó hacia la construcción del miedo y la fascinación como una forma de expresión tan válida como cualquier otra. “Creo el miedo, también lo derroto” diría en medio de uno de sus habituales extravíos emocionales. “La vida es sólo la apariencia de la realidad. Lo que tememos y aspiramos se esconde bajo su significado más profundo”.
Mitologías y delirios, temas intelectuales, estéticos y artísticos se mezclaron en la obra de Blake en una compleja amalgama que por momentos, parecía ser demasiado críptica para cualquier interpretación, incluso la suya. En más de una ocasión Blake admitió que su obra “le superaba” pero también, que “era una combinación de radiantes epifanías”. Un análisis sobre el bien el mal, lo mítico y lo aleccionador que estaba más cercano a un dogma basado en el caos que una estructura espiritual a toda regla. Blake solía asegurar que su visión sobre lo Infinito “le excedía” y que tanto poemas como dibujos, tenían por intención “sostener el silencio entre todos los silencios”. El artista estaba convencido que tanto la obra pictórica que desarrolló como sus poemas tempranos, eran “Puertas abiertas” hacia un tipo de percepción más depurada de la realidad. Algo en lo que insistió en tantas ocasiones y de tantas formas, que llegó a ser el elemento más reconocible de su trabajo.
Lo exquisito de lo terrorífico: William Blake alcanza la apoteosis.
Con veinte años cumplidos, incapaz de renunciar a su intrincado mundo artístico pero sobre todo, obsesionado con dotarlo de un tipo de sustrato alegórico más profundo, Blake comenzó a traducir sus imágenes en una serie de poemas que al principio, eran un meras descripciones artísticas de sus dibujos. No obstante, a medida que el artista avanzó en la alegoría, la búsqueda de metáforas cada vez más enrevesadas y sobre todo, todo tipo de múltiples significados, encontró en la poesía una espacio vital para la creación y la noción sobre lo desconocido — lo temible — que tanto lo obsesionaba. Para Blake, la poesía era un medio y no un tránsito, para asumir el poder de lo misterioso. Un vinculo con lo invisible que sus análisis visuales sobre lo esotérico le mostraban con tanta claridad.
Sin duda, Blake estaba obsesionado con los detalles. Con lo marginal, escondido al borde mismo de la realidad y lo visible. Convencido de la relevancia de lo enigmático — construido a partir de todo tipo de estructuras visuales y literarias de enorme complejidad — Blake tradujo sus temores, aspiraciones y esperanzas en una forma de arte, todo un logro en medio de una época obsesionada con el positivismo y que consideraba al arte una forma de expresión reñida con el hecho intelectual. Blake se enfrentó no sólo a esa percepción sino que la transformó en otra cosas: sus obras — pictóricas y literarias — son prodigios de imaginación pero también pequeños tratados sobre la cultura y la sociedad que le tocó vivir. Cada aspecto en la obra es una búsqueda de un significado invisible en medio de los cada vez más extraordinarios parajes de sus obsesiones conceptuales. El Blake adulto encontró en las primeras visiones del joven, todo tipo de puertas abiertas hacia los misterios del espíritu y también hacia una noción dolorosísima sobre la identidad. De pronto, Blake comprendió que luchaba contra una dicotomía ambigua y difícil de superar — “soy dos veces yo mismo” — y se encontró perdido y escindido entre lo que deseaba expresar y lo que se escondía más allá.
Porque a medida que el Blake artista se hizo más fuerte, el Blake hombre comenzó a padecer de dolores existencialistas tan abrumadores que le condenaron a lo que solía llamar “una forma de locura”. Blake era incapaz de redimir la angustia existencial en que le sumía su convicción de “ser” un observador de lo inefable y también, parte de una época en la que se le exigía crear como una idea social. Abrumado por sus visiones, por su incapacidad para ser un hombre común, se encontró luchando con la posibilidad de la locura, tan clara y elemental que transformó sus visiones en algo más concreto. Enfermo de angustia y abrumado por el peso de lo extraordinario en su vida — jamás dejó de tener visiones y aunque jamás se le diagnóstico, llegó temer la reclusión debido a sus mirada hacia lo misterioso — Blake encontró en el arte no sólo una manera de sobrellevar el peso de lo enigmático que le obsesionaba, sino de lo rutinario como un límite a la belleza con la que soñaba.
Con el transcurrir del tiempo, Blake encontró que su obra se basaba en los detalles imponderables, en los secretos escondidos en lo evidente e inmutable. La noción le agobio tanto y de tantas formas, que toda su obra parece llena de la insinuación que “Los minúsculos detalles” es clave para entender el equilibrio entre la luz y la oscuridad que siempre fue de enorme importancia en su obra. La vivacidad del detalle — en contraposición con la generalización que se propugnaba en su época — convirtió a su trabajo en una búsqueda incesante sobre el significado. Blake interpretaba la realidad como una conexión infinita e inmediata de articulados detalles a través de lo cual, podría comprenderse no sólo lo divino sino también lo tenebroso. Una puerta abierta hacia un conocimiento arcano imposible de definir a primera vista. Por eso, cada uno de sus poemas y pinturas una profusión interminable de peculiares. De pronto, la pintura y la literatura no eran sólo una forma de arte, sino consideraciones sobre realidades infinitas que Blake asumía como capa tras capa de lo vivo, lo real, lo que acaecia en la oscuridad de la muerte. De lo intelectual a lo moral, lo minucioso de la trama de la realidad — Blake admitió más de una vez que percibía el bien y el mal como una estructura colosal de hechos y sentidos — el artista concebía la realidad como un tránsito espiritual hacia algo más profundo e inexplicable.
Para Blake, toda obra de arte era un vehículo de lo divino y también, una forma de elevar la conciencia. Entre ambas cosas, este hombre cada vez más agobiado por su necesidad de expresar las dimensiones de lo oculto que aseguraba percibir, se resistió con todas sus fuerzas a concebir el arte como una generalización de conceptos más duros y definitivos. Su persistencia en el detalle — la visión de la estructura divina como una serie de ideas interconectadas entre sí — le enfrentó a los mejores artistas de su época y le llevó a un tipo de ostracismo intelectual que convirtió su obra en toda una rareza. Desde su conocida animadversión hacia la obra de Rubens y sus enfrentamientos con Joshua Reynolds, primer presidente de la Royal hasta su insistencia en mantener oculto la mayor parte de su obra, la opinión de Blake sobre el arte tenía más relación con un tipo de adoración religiosa que con una percepción de lo estético como forma de expresión.
Por supuesto, la obra de Blake está concebida como puerta de entrada a un tipo de frenesí místico que el autor dividió en dos vertientes evidentes y profundas. Un tipo de ascensión y apoteosis muy parecida a la que se suponía podía provocar cualquier ritual de paso de las más conocidas creencias mistéricas. Obsesionado con lo esencial de lo misterioso — la conexión con lo invisible — Blake dedicó ímprobos esfuerzos a crear una concepción sobre lo Universal más cercano a la revelación que a la declaración de principios. En varios de sus apuntes privados, insistió una y otra vez en la necesidad de convertir el arte en un medio hermético: «La Naturaleza de mi Trabajo es Visionaria o Imaginativa; es un Intento de Restaurar lo que los Antiguos llamaban la Edad de Oro […] Si el Espectador pudiera Entrar en estas Imágenes con su Imaginación, acercándose a ellas en el Ardiente Carruaje de su Pensamiento Contemplativo, si pudiera entrar en el Arco Iris de Noé o en su pecho, o pudiera hacer una Amiga y una Compañera de una de estas Imágenes de maravilla, que siempre le solicitan que deje las cosas mortales (como debe saber), entonces se levantaría de su Tumba».
El artista pasó buena parte de su vida luchando contra el límite de la realidad. Mary Wollstonecraft — que llegó a ser amiga íntima de artista y para quien Blake ilustró su Original Stories from Real Life (1788) — estaba convencida que el autor dialogaba con todo tipo de fuerzas secretas y poderosas. Blake además, insistía en elaborar una idea sobre su arte que desde el origen, resultara sorprendente: usaba la técnica del aguafuerte, con la que ilustró la mayoría de sus libros de poemas. El proceso también es conocido como “Impresión iluminada”, muy semejante a la usada en manuscritos medievales y que se usaba para libros de especial importancia o conocimiento intelectual: Las páginas impresas con estas placas tenían que ser recoloreadas a mano con pinturas al agua y después se cosían para formar un volumen. Para Blake, el arte, el medio y la forma eran sólo reflejos de lo imposible que habitaba más allá de las líneas de la realidad. No es de sorprender que utilizara la técnica para los que son considerados sus trabajos más importantes: Canciones de inocencia y de experiencia, The Book of Thel, El matrimonio de Cielo e Infierno y Jerusalén. Con su terca obsesión por el pensamiento ilimitado, la búsqueda de la epifanía pero sobre todo, la necesidad de encontrar un espacio y lugar para sus ángeles y demonios en medio de la realidad, sus libros no son otra cosa que puertas abiertas hacia su universo personal. La diáspora definitiva de las multitudes del hombre común — lo corriente y lo doméstico — hacia una luz imaginaria capaz de crear un nuevo mundo.
Blake nunca fue comprendido en su tiempo: su marginalidad no sólo fue evidente sino que le perseguiría durante buena parte de su vida en lo personal y lo artístico. Su obra fue una joya anónima, perdida en medio una época que insistió en la necesidad de convertir el arte en un producto terrenal. Blake no sólo se resistió sino que en contradicción, avanzó junto en el camino contrario: se enfrentó a la turbulencia emocional a través del arte y creó un torbellino icónico que marcó una nueva forma de entender lo íntimo como puente hacia la iluminación definitiva. Toda una revelación extraordinaria que aún continúa resulta sorprendente.
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