sábado, 24 de junio de 2017
La Magia más antigua de todas y otras historias de brujería.
Mi tia C., que era muy impulsiva y siempre parecía a punto de cometer un garrafal error, solía decir que el amor era un asunto de muchas equivocaciones mezcladas entre sí. Un concepto que me gustó mucho y juzgué muy inteligente la primera vez que lo escuché a la madura edad de ocho años.
- Entonces ¿Uno se enamora para meter la pata? - le pregunté mientras arrojaba con fuerza la pelota con que ambas jugábamos. Tía soltó una carcajada y fue a buscarla, unos metros más allá.
- Te enamoras porque el amor es inevitable, mi niña. Te enamoras porque entre todos los infinitos matices del pensamiento humano, enamorarse es quizás el único que te hace dudar de tu propia existencia.
Por supuesto, no entendí nada de lo que quería decirme, pero esa me pareció una idea asombrosa: ¿Olvidarte de quien eres? ¿Eso podía ocurrir? Tuve una imagen clarísima de mi misma caminando en medio de una calle concurrida, preguntando a todos quienes me rodeaban cual era mi nombre o simplemente quien era yo. Me hizo sonreír ese pensamientos. Perdidos en medio del mundo ¿Eso era el amor?
- Ah, pero es bonito - dije lanzando la pelota hacia arriba para recibirla con los brazos abiertos. Tia soltó una carcajada y sacudió a cabeza. Su cascada de rizos castaños le cayeron sobre los hombros.
- Oh no, no lo es en absoluto. O sí. Pero siempre habrá mucho de dolor. Entre ambas cosas, aprendemos que hay un largo y estrecho camino hacia quienes somos.
Seguí sin entender nada lo de lo que me decía. Pero eso ocurría con frecuencia en casa de mi abuela - la sabia, la bruja - donde todos parecían reflexionar en voz alta sobre temas tan confusos y complejos que la mayoría de las veces era incapaz de seguirlos. Abuela solía decir que eso era bueno, que no entender nada era el principio básico de todo aprendizaje. Era la manera más vieja de aprender.
- Cuando todo te resulta nuevo y por descubrir, haces preguntas - me dijo mientras ordenaba su enorme y polvorienta biblioteca, que para mi era el lugar más bello del mundo - y una Bruja sabe que preguntar es la llave hacia regiones inexploradas de su mente. Pregunta y quizás no encuentres respuestas. Pero sí muchas preguntas más. La curiosidad es poder.
Vaya que me gustaba esa idea, siendo como era una niña preguntona hasta resultar irritante pero sobre todo, llena de un enorme entusiasmo por aprender. Me pasaba buena parte del tiempo preguntando en voz alta todo lo que se me ocurría, tantas veces como lo necesitara para satisfacer esa curiosidad indómita y recién nacida en mi mente. Y tal como decía mi abuela, no siempre encontraba las respuestas sino muchas más preguntas. Eso me encantaba: era como un juego que jamás terminaría, que siempre sería un poco interesante cada vez. Una puerta abierta a algún lugar misterioso en mi espíritu que jamás llegaría a conocer bien.
- Entonces ¿Enamorarte no es bonito? - insistí. Tia estiró los brazos y atajó la pelota roja antes que yo pudiera hacerlo. Se quedó de pie en mitad del jardín desordenado de la abuela, con su vestido verde lleno de salpicones de humedad y barro, el cabello suelto y las mejillas encendidas, como una niña muy alta con el rostro de una mujer.
- Es bonito y es terrible. Es dulce y a la vez, casi tan amargo que resulta insoportable. Pero también es luminoso, es la piel abierta y fragante. Es la Tierra perfumando en todo lo que eres. Nadie prueba el amor y es el mismo. Nadie atraviesa su espíritu y sigue mirando el mundo de la misma manera.
La miré encantada. Tía debía saber de lo que hablaba: todos decían que su corazón era inquieto, audaz y malcriado. Lo decía mi bisabuela, su madre, que sacudía la cabeza y decía que aquella hija menor suya, indómita y sin compón, era incomprensible. Lo decía mis primas mayores, que con frecuencia se escandalizaban con su comportamiento, con sus besos apasionados con novios eventuales en la puerta de nuestra casa, con ausencias y escándalos. Lo decía incluso mi abuela, que insistir que tia era impredecible y que eso era su forma de avanzar por el mundo. Para mi, la tía era una llama brillante, un soplo de aire fresco en una casa donde a veces todos parecían muy adultos.
- ¿Y eso le pasa a todo el mundo?
- Solo a los valientes - respondió tía. Me arrojó la pelota, tan rápido y con tanta fuerza, que me tuve que arrojar a un lado para alcanzarla - ¿No lo sabes? Sólo aman quienes saben saldrán mal heridos, con cicatrices nuevas y dolores desconocidos...y aún así lo hacen.
Parpadeé sorprendida. No tenía idea de lo que era el amor pero al parecer, era algo mucho más peligroso de lo que las novelas y películas románticas solían mostrar. Tuve una involuntaria imagen de una chica joven y pálida, llevando un casco en forma de corazón en la cabeza y rodilleras de color rosa, de pie frente a una calle vacía, muy dispuesta a "luchar por el amor", como solía decir con gran melodrama las heroínas y damiselas en desgracia de buena parte de esas historias. Tía soltó una carcajada cuando se lo conté.
- Sí, el amor es un riesgo. ¿No lo dicen en la casa a cada rato? El amor es un misterio, el camino menos transitado, el lugar donde te encuentras con lo mejor y lo peor de ti mismo. Por eso la Brujería considera el amor una fuerza de la Naturaleza.
Sí, había leído sobre eso en varios de los Libros de las Sombras de la Familia y también se lo había escuchado más de una vez a mi abuela, que insistía que amar era quizás, el poder creativo más esencial del mundo. En una de las viejas escobas de la casa que colgaban en la pared, alguien había tallado la frase "Omnia Vincit Amor", que me había intrigado por días hasta que el abuelo me había explicado que se trataba de un viejo poema de un tal Virgilio. "El amor vence todo" me tradujo, mirando con una sonrisa el viejo mango de caoba. Después me enteraría que él lo había grabado para mi abuela el día de su boda.
- ¿Y lo es? ¿Una fuerza de la naturaleza? - pregunté asombrada. Tia me guiñó un ojo.
- En brujería suele decirse que no hay un nudo tan difícil de romper que el que atas tu mismo, y el amor sin duda empieza por tus ideas y como ves el mundo. Por eso se dice que una bruja lleva a cuestas todas sus historias de amor y todas las lágrimas y risas que atesoras gracias a él. Una vez mi madre me dijo que la primera vez que te rompen el corazón, aprendes que tan profundo es tu deseo de vivir y de persistir, a pesar del miedo que ocurra otra vez. Y que la primera vez que lo rompes, aprendes a lamentar la pérdida de la ingenuidad. Amar es una profunda necesidad de crear.
Me quedé boquiabierta, rebotando la pelota contra la pared del muro de las rosas, intentando asimilar todo lo que mi tía me había dicho. Ella suspiró, mirando la enredadera de espinas que se trepaba por el yeso y la montaña más allá, de un verde jugoso y limpio.
- Una bruja es apasionada, despiadada y te querrá hasta el dolor, hasta el silencio, hasta las noches en vigilia, dice un viejo poema. Pero también, sabrá que el amor nutre. Que el amor crece entre rocas y tierra seca, que se salva a si mismo, que permanece siempre inocente y nuevo. Que nace y muere muchas veces para construir una historia, para destruir otra. El amor es implacable. El amor es un abismo radiante. El amor es todas las pequeñas cosas que llevamos por nuestro tránsito hacia la sabiduría.
Tía se quedó muy quieta, con el cabello agitado por el viento de agosto. Ya no parecía tan joven, tan alocada. Había algo muy antiguo en ella, en su rostro levantado hacia el cielo infinito, los pies desnudos en el barro, los ojos muy abiertos. El rostro de incontables historias, de ese hilo de conocimiento que parecía nacer en algún lugar remoto de si misma y atarla firmemente al presente, al sudor que le bañaba la piel, la respiración agitada.
- ¿Me enamoraré tia? - pregunté entonces. No sé por qué lo hice. Jamás había pensado en el amor a no ser como una aventura extraña y disparatada en la pantalla del televisor. Pero de pronto me pareció de en enorme importancia hacerlo. Como si necesitara asegurarme que la gran aventura que describía y anunciaba, también esperaba por mi.
- Te enamorarás, claro. Con una furia infinita que te arrancará la voz. Las brujas nunca aman a medias, a escondidas, a trozos, a hilos descosidos. Las brujas aman con la fuerza de mil tormentas, con esa despótica necesidad de romper a mil pedazos toda lógica, toda explicación, cualquier atisbo de razón. Amarás porque no tendrás otro remedio. Amarás a ciegas, con inocencia. Amarás con todo el sufrimiento y la redención de saber te arrojas a volar aún sabiendo que el sol está muy cerca. Siempre amarás.
Me quedé con la pelota roja apretada contra el pecho, deslumbrada por sus palabras a pesar que no las comprendía todas y me llevaría años hacerlo. Me pregunté si la tia hablaba conmigo o consigo misma. O quizás con el viento de montaña que bajaba a toda velocidad en los últimos rayos de luz de la tarde.
- Y no siempre será a alguien más. Amarás tu vida, tus pasiones, tus obsesiones. Amarás correr en busca de lo que deseas y caerte en el trayecto. Amarás ese poder insoportablemente bello de abrir las manos para recibir alegría y furia. Amarás para existir, para nacer, para morir, para crear. Amarás por esperanza y miedo. Amarás porque es la fuente de todo conocimiento. Amarás porque como toda bruja, sabes que volar a pesar de saber que caerás, es la mejor promesa de todas.
Tia sacudió la cabeza y luego, echó a andar hacia la casa. La vi alejarse por el jardín, a esa rebelde tan joven que parecía llevar el mundo a cuestas y sonreí. Me pregunté si alguna vez en el futuro me ocurrirían todas esas cosas a mi, si sería la bruja que ella describía, si tendría el corazón intrépido de mi tia.
Desee con todas mis fuerzas que sí.
***
Cuando tía me abre la puerta me mira con los ojos muy abiertos y preocupados. No me imagino que pensará de encontrarme allí, empapada en lluvia, con el maquillaje hecho una pena y el cabello enredado cayéndome sobre los hombros. No sé cómo explicarle por qué he ido a su casa, entre todos los lugares del mundo esa noche, quizás la más dolorosa de todas.
- ¿Mi amor?
- Me rompieron el corazón - alcanzó a balbucear. Me echo a llorar de nuevo, temblando, con las manos convertidas en puños impotentes. Cuando me abraza, sollozo sobre su hombro con una libertad nueva, con una sensación de asombroso alivio que me sorprende por su sencillez.
Sentadas juntas en el círculo de luz de velas, nos miramos a la cara. Le he contado todo: como él simplemente decidió que todo había terminado, que pareció incómodo y preocupado por mi dolor, que no podía entender el silencio, la indiferencia, el simple desamor. Le narré todos a gritos, con los puños apretados, llorando y sacudiendo la cabeza abrumada de dolor. Con dieciocho años, todo parece nítido, fervoroso, tan real.
Y ella me escucha, con la copa de vino en la mano. Con la mirada paciente de mil batallas. Cuando ya no tengo nada más que decir, me toma de la mano y aprieta mis dedos entre los suyos.
- Duele.
- No puedo soportarlo.
- Seguirá doliendo. Lo sabes. Ya te lo había dicho. Una bruja mira sus heridas abiertas para aprender de ellas, para curarlas con la sabiduría. Para comprender el valor de las cicatrices. ¿Lo sabes?
Sacudo la cabeza, las uñas clavadas en las palmas de las manos. Las velas a mi alrededor palpitan, chisporretean en la oscuridad. Aprieto los dientes para no gritar otra vez.
- No sé nada - confieso, exhausta - sólo sé que quiero soportarlo.
- Y lo harás - dice mi tía muy convencida, tan segura que esa certeza es en si misma un bálsamo - habrá un día que este dolor te parecerá sorprendente e inocente. Que existirá a la distancia como una idea a medio construir. Y que este dolor será de nuevo real alguna vez, a pesar que creas que nunca será tan agónico y desesperado. Tan destructor. Y será tu maestro, tu guía en la sabiduría. Como también lo es el amor.
Me tiendo en medio del círculo de velas y miro el cielo que se abre sobre la pequeña terraza rodeada de muros. La tormenta dejó de caer hace algunas horas y el mundo parece recién nacido, lustroso. La tia se tiende a mi lado, su cabeza junto a la mia y me mira en medio del resplandor de las velas.
- Toda bruja sabe que amar es un riesgo - murmura. Suspiro, sin saber que decir - tu acabas de descubrir lo que realmente quiere decir esa frase.
Las estrellas púrpuras en el cielo parecen bambolear de un lado a otro. Como la luz de las velas a mi alrededor. Como esa herida aún sangrante y dolorosa en alguna parte de mi espíritu. Y sin embargo, cuando cierro los ojos, tengo la impresión que el sufrimiento amaina un poco, se desliza en la oscuridad de mis ojos cerrados. Vuela conmigo más allá de la conciencia.
***
Tia me escucha con atención cuando camino de un lado a otro por su sala atestada de muebles. Cuando me tropiezo con su silla dejo escapar una palabrota que la hace reir.
- No la tomes con el mueble.
- No sé que debo hacer.
- ¿No me has dicho que no lo quieres?
Me detengo. No es tan sencillo explicar el desamor, esa sensación que nada te une a la persona que era todo, que formaba parte de cada idea y de cada pensamiento. Que de pronto, sólo es un rostro perdido entre la multitud. Me quedo de pie, aún masajeandome la rodilla, intentando ordenar mis pensamientos.
- ¿Es justo eso? ¿Es lógico que no quiera a alguien que me quiere?
Con veintitantos años, el mundo me parece más claro que nunca. Más lógico, más asentado sobre sus bases. Y ahora ocurre esto, me digo con una sensación de alarma y miedo que no sé a que atribuir. ¿Se trata de la muerte del amor? ¿De las esperanzas rotas? ¿De las expectativas que parecen flotar hacia ninguna parte? Me quedo de pie, en silencio, las manos vacías. El espíritu roto de una manera por completo desconocida.
- El amor no es justo - dice tia. Me dedica una de sus miradas profundas por encima de la montura de sus anteojos - El amor no busca ser otra cosa que una fuerza irracional y brillantes - Incluso ese silencio de la indiferencia, es amor. Es una idea creativa, abismal. Primitiva. Amas y sigues en la búsqueda de algo poderoso. Sin nombre.
Me siento frente a ella en la mesa. Ella saca una vela azul y la enciende con un gesto lento. Sonrío, cansada.
- ¿Brujería? ¿Qué celebramos?
- Que el amor te dejo libre par encontrarlo de nuevo - dice. Y la llama de la vela parece elevarse entre nosotras, tan radiante y brillante que de pronto el mundo parece envuelto únicamente en ese resplandor.
***
Tía ya es tan anciana que necesita apoyarse en mi brazo para caminar. No me importa hacerlo: caminamos juntas por las calles radiantes de Caracas, por una vez pacífica y cálida. Me sonríe cuando le hablo de mis fotografías, de mi novela recién publicada, de los planes y proyectos que se extienden en todas direcciones a a partir de la esperanza.
- El amor en todas partes - murmura. Se detiene, mira a su alrededor. Ella, la incansable, la de corazón malcriado e impaciente. Me inclino y le beso la mejilla arrugada.
- No todo tiene que ver con el amor.
- Todo tiene que ver con el amor.
Seguimos caminando. La bruja joven y la sabia, mirando el mundo radiante. Pensando en el amor que nace que muere, en todas las pequeñas historias perdidas y encontradas. En la complejidad de un pensamiento fugitivo. En todas los secretos que sostienen el espíritu de una bruja.
Una forma de soñar y volar a la esperanza.
Una diminuta forma de magia.
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