viernes, 2 de junio de 2017
Una recomendación cada viernes: Seres queridos de Vera Giaconi.
Lo cotidiano y doméstico suelen ser una de las fuentes de inspiración literaria más comunes. Desde las inquietantes y dolorosas descripciones de una realidad distorsionada de Franz Kafka hasta las delicadas visiones de lo corriente de Jane Austen, las observaciones del entorno parecen ser no sólo una forma de reinterpretar la identidad del hombre por el hombre, sino también su circunstancia. La búsqueda de realismo y también, el análisis de la individualidad a través de la palabra, crean un rico paisaje emocional de enorme poder simbólico. Lo subjetivo como una obra íntima y metafórica.
El libro de cuentos “Seres Queridos” de la autora uruguaya Vera Giaconi parece resumir la quintaesencia de esa búsqueda del misterio en lo cotidiano, pero además, lo lleva a una nueva dimensión contemporánea que sorprende por su originalidad. No se trata de narraciones sencillas: la mayoría de los personajes de Giaconi atraviesan durísimas tragedias personales y luchan contra una profunda devastación personalidad, que les convierte en víctimas de sus propios dolores privados. No obstante, Giaconi no se obsesiona con lo evidente de las tragedias y terrores, sino con esa percepción sobre lo usual que las disimula, las oculta y quizás la suaviza. Con una rara sensibilidad, la autora analiza el dolor emocional e intelectual de la vida y de la muerte, la enfermedad y la zozobra y lo hace desde la difícil percepción del absurdo de lo cotidiano. Las infinitas piezas y fragmentos de lo que consideramos habitual pero que es sólo una dimensión de la angustia existencial que compartimos como un acto colectivo. Una durísima visión acerca de la belleza, el misterio y lo desconcertante de los elementos que conforman y sostienen nuestra personalidad.
Pero más allá de eso, Giaconi medita sobre la vida desde sus extremos: cada uno de los personajes que protagonizan los cuentos de la recopilación, parece aquejado y destruido por los límites de la conciencia. La muerte está presente en todas partes, ya sea como un cuadro incurable, la noción de la muerte como una forma de liberación de los padecimientos íntimos, la vida como la última esperanza en medio del temor. Entre la compleja combinación de sentimientos y pesares, Giaconi logra crear un tapiz vital sobre los hilos que conducen y sostienen la forma en cómo comprendemos la existencia, un análisis violento y en ocasiones crudo sobre la desesperanza, la frustración y la impotencia. Para la escritora parece ser de capital importancia la reflexión incesante sobre la complejidad del ser humano: recorre con una prosa paciente y pulcra los márgenes de lo que nos identifica, las pequeñas variaciones de los fragmentos de memoria que sostiene nuestra capacidad para reconocernos unos a otros como parte de la familia humana. No obstante, Giaconi no se toma concesiones ni tampoco refleja la percepción sobre la existencia a través de símbolos sencillo y ese es quizás su mayor logro.
Descarnados, por momentos incómodos, los relatos de Giaconi meditan acerca de lo intangible desde el difícil terreno de lo vulgar y lo cotidiano. La combinación crea una tensión angustiosa pero también, permite al lector avanzar a través del complejo terreno del cuestionamiento privado de cada personaje y una cruda concepción de la verdad. Los lazos familiares se convierten entonces en protagonistas de los relatos y asumen la capacidad de profundizar sobre el bien y el mal desde una perspectiva matizada, confusa y en ocasiones, simplemente inexplicable. Pero esa comprensión sobre la incapacidad del ser humano para asumir sus propias heridas y cicatrices, lo que le otorga un verdadero valor a las narraciones de Giaconi. Sus historias — miradas insulares sobre la naturaleza temible del ser humano herido — tienen el poder de reivindicar la identidad como una forma de creación, pero también de enfrentarse al miedo y la desesperanza a través de la inocencia. De la combinación de ambas cosas, Giaconi logra un discurso de enorme valor intelectual. Un recorrido despiadado por los pequeños paisajes desolados y asolados de la naturaleza privada en cada uno de nosotros.
Como escritora, Giaconi parece muy consciente del valor del detalle y la observación minuciosa como un ingrediente de especial importancia en la narración. Tal vez por ese motivo, sus puestas en escenas son lenta, preciosistas y aspiran no sólo a la descripción sino también, a la comprensión del contexto como un peso concreto dentro de lo que cuenta. La escritora invade y avanza a través de la casi cruel intimidad de los lazos que comparten sus personajes y a través de irrupción casi violenta, logra una realista sensación de universal desasosiego. No hay nada sencillo en esa minuciosa mirada sobre el presente, ese devastadora reflexión en espiral sobre lo que se oculta bajo una mínima capa de engañosa normalidad. Con sus dosis de humor profano, sus pinceladas de cinismo en medio de la insistente búsqueda del sentido más profundo de la emoción, Giaconi logra un equilibrio precario entre lo cuenta y lo que oculta. Lo que subyace bajo la cuidadosa geografía de sus narraciones en apariencia simples. Un recorrido malicioso a través de lo que ocultamos, tememos y sobre todo, olvidamos en el tránsito hacia cierto tipo de sufrimiento venial.
Porque sin duda, Giaconi está obsesionada con lo invisible, lo que se esconde a los márgenes de lo obvio y sobre todo, con lo intangible convertido en fuerza motora de cada una de sus relatos. No hay nada obvio, en las pequeñas circunstancias que la escritora dibuja con una dureza casi cruel ni mucho menos, comprensible a primera vista. Con una pulcra economía de palabras, las narraciones de Giaconi avanzan a través de la periferia hasta alcanzar en una extraordinaria apoteosis, el núcleo emocional de lo que cuenta. Es en ese ritmo pausado que de pronto se hace frenético, cuando los relatos de la autora alcanzan su punto más alto, su mayor capacidad para seducir y conmover. Un extraño recorrido desde los límites de lo que consideramos cierto — y visible — y lo que se esconde más allá.
Claro está, Giaconi utiliza con enorme maestría e inteligencia esa aparente frugalidad de palabra. Lo hace para describir con una precisión que por momentos resulta perturbadora, escenarios en apariencia sencillos que resultan siendo no sólo más complejos de lo aparente, sino incluso, mucho más peligrosos. Para Giacomi el secreto de la tensión en cada uno de sus relatos, radica en esa percepción lo que se construye paso a paso, las atmósferas asfixiantes que logra golpes de efecto de sorprendente efectividad. La escritora sabe encontrar la grieta en mitad de cierta fragilidad a través de la cual, intenta observar — describir, desmenuzar — la realidad. Y lo logra, con un pulso de enorme pureza narrativa.
A Vera Giaconi se le ha descrito más de una vez como una escritora de una dureza asombrosa. Con su particular visión de la identidad pero sobre todo, de la consciencia colectiva como forma creativa, la escritora comprende su obra desde cierta distancia especulativa que en manos menos hábiles, podría parecer una simple distancia emocional. Pero Giaconi no sólo se involucra de manera evidente en cada una de sus narraciones — “son espejos, sin duda. Medios de expresión personalísimos” ha repetido con frecuencia — sino que además, logra sostenerlos sobre cierta concepción sobre la realidad que la escritora explota como un medio de expresión única. A Giaconi le atrae lo incidental, los sucesos en apariencia de poca monta que sin embargo, se entrelazan entre sí para crear algo más grande y complejo. Sus narraciones atraviesan terrenos engañosos, anodinos y conducen al lector a un grado de tensión, dolor y vulnerabilidad que por momentos resultan insoportables. Para la escritora, la sutileza del sufrimiento — esa carga afectiva y constructiva que analiza lo individual — es un descubrimiento siempre nuevo, sorprendente, tenaz.
Quizás por su ambigua estructura o por el hecho que la autora se niega a tocar temas costumbristas y mucho menos locales, los relatos de Giaconi suelen parecer atemporales e incluso, levemente neutrales. Pueden ocurrir en cualquier época y lugar: un paisaje interminable en el que las pieza que delinea con tanto mimo pueden tener un sinfín de significados. Es esa variedad de sentidos — formas y contrastes — lo que dotan a las narraciones de la escritura de una solidez desconcertante, a pesar que la escritora no busca como objetivo último la verosimilitud. Sus cuentos tienen como último objetivo la sinceridad, el describir y sostener una visión sobre lo que ocurre que sea no sólo creíble sino además, profundamente sincero. Y esa honestidad lo que sin duda logra conmover y emocionar. Todo un logro basado en la indudable capacidad de Giaconi para encontrar el poder de lo que perturba y desconcierta en los pequeños perfiles de lo corriente. En la promesa de la engañosa normalidad que la escritora subvierte con una indudable capacidad cautivar y deslumbrar desde la palabra.
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