martes, 4 de julio de 2017
La divinidad moderna y otras formas de dolores culturales: Unas cuantas reflexiones lo esencial de la novela — y la serie — “American Gods”.
En una ocasión, Andréi Tarkovski aseguró que el arte era la forma de fe más refinada y engañosa de todas. Lo escribió en sus memorias luego del estreno de Zérkalo en 1975. Casi dos décadas después, Neil Gaiman insistió en una idea parecida con motivo de la publicación “American Gods”, en un intento de explicar las implicaciones de su visión sobre lo divino y lo terrenal en medio de una mapa de ruta contemporáneo. Gaiman aseguró que su novela no sólo una visión sobre la cultura norteamericana sino, una reflexión sobre la forma como nos relacionamos con lo desconocido. La combinación de percepciones tan disímiles sobre la identidad cultural y sobre todo, la comprensión de lo que nos hace ser seres racionales — la necesidad de creer, la compulsión por la mirada íntima — hace que la historia de Gaiman alcance cierto sustrato filosófico de enorme valor moral. El escritor no sólo contó la historia de los dioses olvidados, temidos, perdidos en el trayecto de la evolución de la psiquis colectiva, sino también una aproximación directa a lo que concebimos como identidad cultural. Ese reflejo del motivo simbólico que sostiene la mitología que heredamos como sociedad pero también las pequeñas máscaras interiores, los dolores compartidos. Lo que nos hace una tribu.
Porque es justo esa noción nuclear, primitiva y esencial sobre la consciencia del hombre y la razón de la creencia, lo que sostiene la historia que cuenta American Gods. Además, se trata de una revisión sobre el mito y la belleza de contar historias que deslumbra por su poder anecdótico. Los Dioses están vivos y no únicamente como reflejo cultural. Lo están en la profunda vitalidad de la percepción sobre el bien, el mal y el abismo moral que le otorga un rostro — crea, literalmente a la posibilidad de la fe — a partir de la anécdota. Lo están en la medida de su trascendencia, del poder elemental que invoca la fe como fuerza motriz del pensamiento humano. Y entre todas las cosas, la cualidad divina, la abstracción que abarca un ámbito abstracto que no termina de definirse con facilidad. Para Gaiman, el Dios es la voluntad del hombre por permanecer, por asumir los vericuetos de su trascendencia.
La serie homónima, dirigida por Bryan Fuller tiene la misma connotación extraordinaria y brutal de la novela. Desde su primera escena, en la que un grupo de hombres se metan entre sí en medio de una profunda alegoría a la violencia iniciática, el show deja muy claro que elabora un cuidado discurso sobre los engranajes que mueven el dolor y la esperanza del hombre. Se trata de una masacre con tintes sacramentales, que tiñe de sangre y cierto ardor monumental la búsqueda del Dios, de la entidad invisible que protege y sostiene. Una batalla a ciegas por la búsqueda de la fe y cierta aspiración a lo divino. A medida que la serie avanza, el tema se hace recurrente pero también, se analiza desde múltiples perspectivas para englobar en una visión caleidoscópica una percepción sobre lo moral y lo esencial por completo nueva. No obstante, quizás lo más llamativo del gemelo televisivo del libro de Gaiman sea su capacidad para mostrar los momentos más oscuros, exquisitos y retorcidos del libro como una sucesión de imágenes fantasmales. El gore, el sexo crudo y explícito, el anuncio de la oscuridad bajo los deslumbrantes colores de una puesta en escena fantástica, reproducen la atmósfera desconcertante del libro y lo convierten en otra cosa, una percepción retorcida y casi literal del mito como dimensión invisible de nuestros deseos y temores. Es entonces cuando el argumento alcanza su momento más duro y apoteósico para cuestionar los motivos por los cuales creemos y lo que resulta aún más intrincado de comprender: el motivo por el cual la Divinidad como idea ambigua continúa existiendo y siendo parte de la percepción colectiva de la identidad.
La noción del bien y el mal en medio del caos aparente.
En una de las escenas más asombrosas y desconcertantes de la recientemente finalizada primera temporada de “American Gods”, un hombre de mediana edad aburrido se encuentra con una mujer en el vestíbulo de un hotel para una cita sexual. Una vez en la habitación, la mujer lo mira en medio de la semioscuridad carmesí que les rodea y le ordena que “la adore”, una petición que el hombre complace con cierta premura. De pronto, lo que parece una extrañísima escena erótica se transforma en una alegoría visual y argumental sobre el poder del sexo, la fe y algo tan primitivo que el guión se niega a dar explicaciones sencillas y sólo muestra la imagen: como si se tratara de una vieja leyenda, la vagina de la mujer se convierte en una gran boca infinita que devora al hombre. Lo hace de manera explícita, en una lenta sucesión de pequeños fragmentos sensoriales que terminan en una apoteosis de lujuria y belleza de una intensidad que resulta casi cegadora. “American Gods” acaba de mostrar su tono y su norte, definir la manera como asumirá el tiempo y la secuencia de sus secretos. Una mirada utópica y salvaje hacia algo más profundo que la mera reflexión sobre sobre los secretos que comienza a revelar.
Hay algo decididamente exquisito, en la forma como Fuller imagina el Universo de Gaiman. Una fluidez que permite espacio a las historias para desarrollarse de manera pausada, profunda e independiente. El mayor logro del productor es justamente esa habilidad sutil para asimilar los símbolos y alegorías de la narración literaria y transformarla en una mezcla pausada de una historia misteriosa y una visión casi existencialista sobre la naturaleza del pensamiento filosófico del hombre actual. Las escenas se suceden unas a otras como viñetas — en un evidente homenaje al extraordinario trabajo de Neil Gaiman como escritor de novelas gráficas — y engloba las pequeñas historias del libro en una sucesión de cortos independientes de gran valor experimental y audiovisual. La notoria sensibilidad de Fuller para la búsqueda del valor argumental de la historia que muestra, le permite avanzar por todo tipo de temas con pulso firme y además, analizar a norteamérica — la gran protagonista a la sombra de esta historia extravagante, variopinta y por momentos atemporal — desde sus raíces como nación emigrante y como crisol de étnico.
El brillante tránsito del papel a la pantalla chica de “American Gods” resulta casi desconcertante. En una ocasión, Neil Gaiman dijo que estaba casi convencido que novela no podría ser adaptado a ningún formato visual. Lo dijo sin malicia alguna pero sobre todo, luego que en varias ocasiones, la novela intentara convertirse en un guión cinematográfico o televisivo, sin lograrlo. Ya para el 2010, HBO había mostrado interés en una versión serial de la historia, pero por diferentes razones — sobre todo las diferencias creativas entre el autor y los guionistas — llevaron al proyecto a un punto muerto. Tendrían que transcurrir casi seis años para que el canal STARZ (conocido por haber llevado a la pantalla chica productos de excelente factura como Spartacus y Black Sail) retomara el testigo y decidiera crear lo que es quizás uno de los proyectos más ambiciosos de la cadena. Se trata de todo un logro creativo: la novela Neil Gaiman — llamada en ocasiones “Los Vengadores de la mitología”- es más que una cuidada recreación sobre mitos y dioses de diversas culturas. Se trata de una búsqueda de significado de la fe y la creencia, pero sobre todo un recorrido por la Norteamérica profunda y su personalidad desconocida. Los Dioses de Gaiman no sólo luchan entre sí por la supervivencia — en una conmovedora batalla contra el olvido y el dolor del desarraigo — sino que se enfrentan por el control espiritual del Centro del Mundo moderno: dioses antiguos y tradicionales con fuertes raíces mitológicas en el Viejo Mundo y los contemporáneos se disputan el privilegio de la fe en una batalla invisible de consecuencias imprevisibles.
No obstante, más allá del suceso televisivo ¿Que simboliza en realidad “American Gods” como una forma de comprender el origen de algo tan profundo como nuestra curiosidad por lo desconocido? ¿Se trata de una búsqueda sobre los elementos que sostienen nuestra necesidad de creer y como se definen? ¿O como bien dijo su autor, una visión renovada sobre el mito? “American Gods” por supuesto, no se prodiga con facilidad y es una compleja estructura de visiones y reflexiones sobre la naturaleza del espíritu humano como símbolo esencial de nuestra capacidad para comprendernos. Y ese quizás, es su mayor acierto.
Ver, creer y mirar: La teología de Neil Gaiman.
Neil Gaiman suele decir que no está a altura de su propio mito. Que por ese motivo, incluye en su página web un blog donde detalla su vida corriente y cotidiana. “Nadie puede tener fantasías góticas sobre mi, cuando me imagina limpiando el vómito del gato a medianoche” comenta con su acostumbrado buen humor. Y no obstante sus esfuerzos, es casi imposible no interpretar a Neil Gaiman a través de su capacidad para crear el misterio, para construir una idea sobre el mundo tan lóbrega como hermosa. Porque Neil Gaiman no sólo escribe un Universo a su medida, como cualquier escritor de ficción, sino que además lo dota de una verosimilitud profundamente significativa. De una vitalidad que desconcierta y cautiva a la vez.
“American Gods” es su novela más adulta, lo cual resulta un contrasentido cuando se analiza la obra del escritor en retrospectiva. No sólo porque las novelas de Gaiman conservan siempre ese elemento esencialmente inocente que las define mejor que otra cosa, sino que además, se trata de una reflexión de gran frescura sobre su propia perspectiva literaria. “American Gods” como obra literaria, sorprende por su planteamiento original, pero sobre todo, por la manera como el escritor crea una historia que se sostiene sobre la sencillez y una profunda capacidad emocional. Ambiciosa, desconcertante, en algunas ocasiones confusa, “American Gods” resume lo mejor del estilo Gaiman y le brinda una nueva dimensión. Una perspectiva novedosa sobre la manera de narrar y aún más, sobre esa aspiración de todo escritor de crear una obra fundacional sobre la que pueda construir una mitología propia. Gaiman no sólo lo logra con “American Gods” sino que además, elabora una historia que se plantea desde lo sensible y se transforma en un lienzo enigmático donde los personajes y situaciones sostienen una sutil metáfora que es quizás, su mayor triunfo como propuesta.
“American Gods” marca un nuevo ritmo en la novela fantástica americana. El mismo Gaiman, asume la responsabilidad sobre esa posibilidad de ruptura al construir una narración que refleja a la norteamérica profunda desde una perspectiva que rara vez, toca la literatura fantástica. La idea resulta sorprendente sobre todo porque Gaiman, británico de nacimiento, afirmó en más de una ocasión, que la literatura le ha permitido profundizar en su necesidad de comprender a la cultura norteamericana desde lo esencial y elemental. Y es que quizás “American Gods” fue la forma más inmediata en que el escritor pudo vincularse a esa identidad abstracta de un país variopinto y desconcertante. Un análisis no sólo a través de sus paisajes y parajes — que Gaiman describe con amplio y ferviente detalle a través de todos los capítulos de la novela — sino esa personalidad que dota al país de un imaginario propio. Una identidad que trasciende y se crea así misma como un elemento cultural independiente.
Y es que sin duda la característica más llamativa de “American Gods” no es sólo el uso de la fantasía como herramienta para describir y reflexionar sobre la cultura desde un punto de vista totalmente nuevo, sino también esa capacidad de Gaiman para dotar a esa meditada perspectiva de una poderosa capacidad simbólica. No hay un sólo elemento en la novela que sea fruto del azar, que no conecte de manera inmediata con una metáfora más profunda. Desde esa percepción de la Divinidad deudora del poder de la fe, de la herencia histórica y cultural, de la comprensión de lo sagrado como una idea personalísima, la novela re interpreta lo Divino desde una noción intima. Un reflejo que hombre que teme y admira. De sus vicisitudes, luchas, guerras y tristezas. El Dios y el hombre que se conectan, que intercambian esa mirada esencial sobre el rol que la historia les brinda. Como si se tratara de un cuidadoso análisis sobre la psiquis Universal, esa personalidad fecunda que lo que consideramos sagrado crea, sostiene y profundiza.
Gaiman vincula y anuda todos esos elementos — y otros tantos — con una habilidad que sorprende. Hilvana con un pulso preciso e inteligente historias en apariencia disímiles y logra una narración que sorprende por su complejidad, pero también por su profunda mirada hacia la identidad del hombre, la primitiva. La poderosa. El escritor logra conjugar en un único escenario todo tipo de visiones sobre lo que consideramos poderoso, lo que trasciende a nuestros temores e incluso, esa percepción insistente sobre la cultura que nos define. La novela además tiene la capacidad de construirse así misma desde los matices. Lo conmovedor, lo grotesco, la satírico, lo terrorífico crean una paisaje enrevesado que la prosa de Gaiman atraviesa con inusual facilidad. Nada humano parece ser ajeno a este contador de historias que ahora, intenta no sólo narrar desde lo utópico una visión común sobre el hombre. Gaiman analiza lo ancestral y logra dotarlo de una expresión contemporánea que sorprende por su solidez. La ternura, la violencia, el dolor, el sexo: todos los elementos que convergen y crean la personalidad humana parecen sostener esta historia indefinible que brinda a la fantasía una nueva profundidad.
Más allá de la historia que se cuenta, “American Gods” parece ser un conjunto de retazos y fragmentos de referencias a otras obras, culturas y percepciones, incluyendo las del autor. El metamensaje se sostiene con enorme facilidad, reflejando no sólo esa amplia percepción sobre lo esencial de cualquier cultura: esa raíz primitiva de miedo, amor, deseo que crea el espíritu humano. Y que es quizás, su mayor trascendencia.
Una mirada al futuro: el bien y el mal desde la alegoría.
“American Gods” no es una serie sencilla y desde luego, no busca serlo. Los temas y tópicos que se analizan en el argumento son además de polémicos por necesidad, una mirada sobre cómo concebimos el mundo y sus jerarquías imaginarias. Los Dioses y Diosas simbolizan cierta ruptura de la fe — algo inevitable en nuestra época — sino algo más incómodo: el desarraigo, el dolor y la soledad moderna, reconvertidas en una percepción sobre lo bueno y lo malo tan refinada como antigua. La moral judeocristiana — y sus consecuencias — carecen de sentido en medio de la noción sobre una existencia divina más cercana a la percepción de la naturaleza y la crueldad inherente a lo primitivo que a cualquier otra cosa. La combinación entre ambas cosas, crea un mosaico de situaciones y reflexiones que convierten a la serie en algo más duro y crudo que un simple espectáculo provocador.
Porque en “American Gods” la realidad se encuentra fragmentada y escindida desde una conflictiva complejidad originaria. ¿Qué intenta definir una historia que atraviesa todos los registros y parece reflexionar sobre todos los dolores de la existencia humana? Hay humor, un sentido de la tragedia profundamente asimilado, una belleza simple y dolorosa que palpita entre los extravagantes personajes y las escenas disímiles, uniendolo todo a la vez. Lo valioso de “American Gods” es su negativa a darse por vencido, prodigarse con facilidad y brindar explicaciones sencillas sobre los rudimentos de la identidad mística y los secretos de la carne. Entre ambas cosas, la historia alza vuelo en medio de un firmamento desgarrador por su belleza y sobre todo, por una búsqueda de significado ajeno a lo convencional. Ni Gaiman ni Fuller parecen conformarse con una búsqueda existencialista basada en el sufrimiento o la belleza, sino entre los matices entre ambas cosas. Y lo logran, atravesando océanos radiantes, bajo cielos estrellados en el que Criaturas fascinantes sostienen la Luna Llena. “American Gods” es una progresión de historias pero también, de esa intimidad que despierta las historias que pertenecen al colectivo.
Lo más conmovedor en la historia de “American Gods” — libro y serie — es la percepción de lo absoluto como una región habitada por monstruos y deidades fabulosas en plena batalla por el corazón humano. Magníficas metáforas del sufrimiento cultural, de la sincera percepción de los personajes sobre su desgracia y las consecuencias de la cortísima memoria social. Quizás eso sea la mayor lección de una visión sobre la fe y el dolor que se hace más compleja a medida que atraviesa el paisaje del espíritu humano. Una mirada al brillante Reino de la fantasía y el asombro que aún sobrevive al pesimismo.
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