martes, 29 de agosto de 2017
El sexo como vehículo de rebeldía: Todo lo que debes saber sobre el libro “Las once mil vergas” de Guillaume Apollinaire y su aporte al género erótico.
¿Que hace que toda percepción sobre la sexualidad humana sea motivo de confrontación moral e intelectual? ¿Qué provoca que la noción sobre la lujuria — y sus implicaciones — suela confrontarse con los límites éticos y privados? En una ocasión Guillaume Apollinaire insistió que el sexo “era una puerta abierta al caos” y que por tanto, el temor hacia lo perverso y lo seductor, era un temor subceptricio hacia la libertad. Tal vez por ese motivo, se ha dicho que el libro “las once mil vergas” de Guillaume Apollinaire es el libro más “sucio” de la historia. Unas cuantas semanas después de su publicación — entre 1906–1907 — se le consideró “blasfemo”, “insoportable” y en el mejor de los casos “repulsivo” y fue prohibido bajo pena y castigo legal. Y es que la narración de sexo por el sexo, esa visión crudisima sobre el placer y los límites de lo aceptable, desconcertó y horrorizó a una sociedad acostumbrada a la idea del placer como oculto, secreto, privado. Pero Apollinaire, no sólo se limitó a eso: con su novela demostró que la literatura erótica tenía el poder de reconstruir la visión de lo que consideramos normalidad e incluso, refundar — desde el límite, el temor, el deseo, lo tentador — lo que asumimos como venial, superficial, doloroso y directamente aterrorizante.
Porque para Apollinaire, su novela no es sólo un enorme compendio de tropelías sexuales — que lo es — sino también una aguda crítica política y social confundida entre lo que parece ser una disparatada descripción por lo sexual sin otro objetivo que la provocación. No obstante, su obra esta llena de una visión política muy profunda y sobre todo, una inspirada visión metafórica sobre la cultura y la sociedad que le tocó vivir. Tal vez se debió a su interpretación artística del mundo — Apollinaire fue parte del movimiento del cubismo — o al hecho, que como escritor, siempre intentó recrear la realidad a través de poderosas ideas caóticas: el hecho es que para Apollinaire el sexo en su novela no es otra cosa que un vehículo para establecer paralelismos e ideas conjuntivas sobre una serie de planteamientos muy concretos. Parte de una sociedad rígida y costumbrista, obsesionada con las reglas y las estructuras jerárquicas de obediencia al deber ser, Apollinaire logró construir con su novela una expresión del yo caótico tan poderosa como dolorosa, tan compleja como directa. Una y otra vez, enarboló esa necesidad del sexo — salvaje, crudo, violento, en ocasiones directamente repulsivo — como una puerta abierta a la idea de la amoralidad, de las piezas rotas de una percepción cultural cada vez más cercana al desastre, a la rebelión y a la angustia visceral. Aún transcurrieron unos años antes que el cinismo del siglo XX derrotara por completo el romanticismo desigual de una época obsesionada con sus propios mitos. Y sin duda fue Apollinaire y su novela, uno de los artífices de esa caída al vacío. Ese lento desplome hacia la nada existencialista que signaría las décadas venideras.
Apollinaire estuvo obsesionado con el arte y la ruptura desde muy joven, tal vez por su infancia nómada entre París y Alemania, o su relación a muy temprana edad con los círculos literarios de la literatura francesa. Cualquiera sea el motivo, la perspicacia de Apollinaire para comprender la transformación de una época resquebrajada por el peso de una moralidad asfixiante, pareció guiarle con toda facilidad a través de todo su quehacer artístico. Eso, a pesar que su deambular por el mundo del arte fue en ocasiones accidentado y la mayoría de las veces confuso: Trabajó como contable de Bolsa y después como crítico en varias revistas, desde donde teorizó y defendió el nacimiento de nuevas tendencias estéticas y la llamada “vía Bohemia” de una París enamorada de su propia capacidad para escandalizar. También escribió algunas novelas (En 1909 publicó El encantador en putrefacción, basado en la leyenda de Merlín y Viviana, al que siguieron una serie de relatos de contenido fantástico sin mucho éxito de crítica y de público. Aún así, ya es notoria la influencia del simbolismo y otras innovaciones formales y estilísticas en sus historias, esa lenta evolución hacia el escritor que destruiría con su visión de lo erótico lo que hasta entonces había sido esa supra consciencia de moralidad y romanticismo ético. Y fue esa habilidad adquirida por mera reacción hacia lo social, lo que le preparó para crear la obra que sacudiría los cimientos literarios de su generación y que le haría célebre como creador de una visión formal sobre lo erótico como vehículo para la crítica y la reflexión cultural.
Por supuesto, ya el Marqués de Sade lo había hecho en su época. Con su prosa exquisita y sus intrincadas historias, había logrado combinar con enorme talento lo erótico en estado puro con una propuesta de inteligentisima crítica cultural y política. No sólo logró cimentar las bases para movimientos posteriores donde el símbolo y la metáfora reconstruyeron el mensaje alegórico de considerable valor literario, sino creo un nuevo tipo de novela erótica donde el desenfreno, la crueldad y el miedo parecían recombinarse para crear una percepción sobre lo sexual totalmente nueva. Pero Apollinaire llevó el concepto más allá, transgredió las bases de la idea sobre la novela pornográfica — el sexo duro como planteamiento único — y además de la crítica cultural, logró construir un escenario angustioso y desconcertante que dotó a su novela de un carácter por completo nuevo y surreal. Porque a pesar que Apollinaire escribe “Las Once mil vergas” usando como estructura general la historia — utiliza de contexto la guerra Ruso — Japonesa y el ambiente político de su época — también crea una mirada totalmente nueva sobre los personajes y hechos que le rodean. Teoriza además, sobre esa visión de lo erótico como piedra angular de todo pensamiento humano y va más allá, al comprender el desenfreno como idea común entre todos los seres humanos. Una visión esencial de esa primitiva naturaleza humana.
A la historia de “Las once mil Vergas” se le ha considerado una combinación delirante de amor, sexo crudo, desenfreno y también, una análisis muy certero sobre una sociedad corrupta obsesionada con sus propios placeres y excesos. Más de una vez, se ha asegurado que la inmoralidad de “Las once mil vergas” no procede de una idea conjuntiva sobre lo sexualmente ofensivo — como podría parecerlo — sino algo más incisivo y poderoso, una reconstrucción de las ideas y visiones de la moralidad de una sociedad hipócrita a través del horror. Porque más allá de lo sexual, la novela de Apollinaire elabora una visión sobre la naturaleza humana escalofriante: el sexo ya no es un vehículo de placer, sino de agresión, de furor, de violencia, de angustia. Lo perverso en la novela de Apollinaire alcanza estratos temibles e incluso directamente intolerables. Y aún así, el ritmo y la sustancia de la novela parecen sostenerse, construir una interpretación coherente sobre lo que se desea, se teme, produce terror y sobre todo, lo que puede tentar al hombre esencial, al que se encuentra más allá de las ideas razonables, morales y éticas que se le atribuyen como parte de una idea social más compleja.
¿Que es el sexo? ¿Hasta que punto la búsqueda de placer carnal nos transforma en seres carentes de raciocinio? ¿En criaturas primitivas y enfurecidas por el más simple de los deseos? son algunas de las ideas que Apollinaire analiza en medio de cruentas escenas sadistas y de evidente martirio sexual. Porque para el escritor lo realmente importante no parece ser crear un ambiente de comprensión de lo sexual como parte de la personalidad humana, sino señalar la grieta que el sexo sea la idea que justamente lo separe de su yo más irracional y brutal. Los cuestionamientos sobre lo que es la sexualidad, sobre hasta que punto asumimos la violencia y el desenfreno como parte de la naturaleza del hombre, que ocultamos detrás de la hipocresía y el horror, se multiplican con las misma rapidez que las escenas sexuales, cada vez más escabrosas, escatologicas y en ocasiones directamente insoportables. Con una prodigiosa capacidad para el escándalo y el horror, Apollinaire no se conforma con crear una visión sobre la carnalidad muy cercana a la demencia y a la crueldad, sino que hace de ella el mejor instrumento — el más afilado y directo — para criticar a la condición humana en su voluble y sencilla confusión, en su trágica ambivalencia entre la razón y la crueldad.
¿Es entonces “Once mil vergas” de Guillaume Apollinaire un libro erótico? El debate continúa, a pesar del centenario de su publicación. ¿Es erótica esa visión del sexo como una herramienta de horror, de miedo? ¿De esa destrucción sistemática y elemental sobre lo que creemos real y lo que no lo es? Lo es, en la medida que el sexo sostiene y construye la acción. Pero también es algo más complejo, una idea que se desliza en esa percepción inocente del hombre sobre su verdadera naturaleza — más profunda de lo que consideramos racional, más inquieta de lo que se llama normalidad — y construye una percepción durísima sobre esa vieja y ambivalente concepción del ser humano sobre su naturaleza dividida entre lo real y lo pretendidamente moral. Un juego de espejos entre lo simbólico y lo evidente, entre lo crudo y lo venial.
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