miércoles, 9 de agosto de 2017
Sexo, religión y otras visiones de la realidad: todo lo que la novela “Historia del Ojo” de George Bataille puede enseñarte sobre el erotismo.
Pocas veces un libro puede ser catalogado como contestatario y rebelde, mucho menos transgresor. Pero en el caso de “Historia del Ojo” de George Bataille no sólo se trata de la mejor manera de describirlo, sino además, la única manera en que el lector pueda comprender la perversa historia que cuenta. Para Bataille, el sexo no es sólo parte de la vida del hombre sino algo más profundo, irracional y salvaje. Su novela no sólo medita sobre la perversión, sino que la analiza desde una perspectiva durísima: la brutalidad y la perversión como una forma de comprender la naturaleza humana, su falibilidad, lo vulnerable de la carne y la tentación. Más aún, el sexo es sólo una herramienta para comprender la revolución de los sentidos, el poder de construir una idea elemental sobre lo que el hombre desea e incluso, Es en esencia. Un reflejo de las grietas de esa razón que todos consideramos — para bien o para mal — parte de nuestra percepción de la mente humana.
La novela ha sido acusada de no ser más que un catálogo de perversiones, meticulosamente descritas, un mero regodeo en lo más bajo y violento de la naturaleza humana. Probablemente era la intención de Bataille, que asume la narración desde la búsqueda de lo erótico es una idea primitiva, pero también la última transgresión. Alejándose de todas las razones y pensamientos que asumen la idea de la sexualidad como una idea espiritual, el escritor insiste en recrear lo sexual no sólo como una batalla de los sentidos, sino la esencial capacidad del hombre para rebelarse, para enfrentarse a las ideas que se le imponen. Una y otra vez, Bataille compone un paisaje de la crudeza sexual y a la vez, intuye el poder de esa libertad que alcanza a través del deseo y la lujuria. Lo hace, de la mejor manera que puede: insistiendo en asombrar, escandalizar y por último aterrorizar al lector, mostrándole que el deseo sexual — ese elemento animal que muchas veces se intenta edulcorar y humanizar para beneficio de la sociedad que teme — es un rasgo de purísima crueldad, de esa búsqueda insaciable de la libertad a niveles desconocidos. Con sus personajes retorcidos, la combinación de miedo y angustia en cada escena y esa visión del sexo duro, sin matices y mucho menos humanidad, Bataille deja claro que su novela no intenta otra cosa que mostrar al género humano desde esa perspectiva de la brutalidad y lo inmediato. Deseo por deseo, satisfacción por satisfacción.
“La historia del Ojo” fue la primera novela de Bataille y quizás debido a eso, posee una frescura de planteamiento y de expresión verbal que sorprende y que el autor no volvería a mostrar en sus obras posteriores. Se dice que cuando André Bretón leyó la historia por primera vez, se asombró de la manera como el joven Bataille construyó una narración a la medida de su inconformidad existencialista — una idea que acompañaría el escritor durante toda su vida — sino esa distorsionada percepción del escritor sobre el mundo. “De todos los escritores de esta generación, Georges Bataille es el único que reúne las condiciones para volverse un mito”, insistió Bretón, quizás deslumbrado por la prosa furiosamente vitalista de un muchacho que hasta entonces, parecía haber habitado sus propias fantasías retorcidas. Porque de Bataille se sabe poco y esa información a fragmentos, que parece perderse en los anales del mito personal, describen a una criatura que ya desde la niñez, asumía el mundo desde la locura, el horror de la debilidad humana y algo más abstracto: el terror por esa lenta caída del cuerpo humano en sus peores abominaciones. Según narró en varias oportunidades el mismo escritor, su padre era un sifilítico que engendró a George en las fases críticas de la enfermedad. Ya desde la infancia, George Bataille se supo condenado o al menos, así lo percibió a medida que esa noción sobre la condena — el verdugo invisible — se hizo cada vez más insoportable y dolorosa. Siendo apenas un bebé, el padre enfermo perdió la vista y poco después, la movilidad de sus piernas. De manera que Bataille creció a la sombra de un hombre que se desplomaba en el horror, abrumado por la sentencia que compartía con el padre balbuceante y cada vez más débil. En más de una ocasión, Bataille insistió que las peores y más retorcidas escenas de sus novelas nacen de los años en que fue lazarillo de un hombre ciego, que solía gritar improperios sexuales a quienes encontraba a su paso y que utilizaba al niño como oído de sus ideas más demenciales. Una paisaje de pesadilla que parece ser el caldo de cultivo para la imaginación inquietante del Bataille adulto e incluso, su desconcertante obra literaria.
Porque Bataille decidió enfrentarse al mundo provinciano y conservador que le rodeaba a palabras y con una lucidez que asombraba a propios y extraños. La idea sexual subyacente sólo pareció la excusa para la crítica directa, para la destrucción de todo valor y de toda idea que pudiera considerarse tradicional. Bataille no sólo intentó destruir cada tabú, prohibición y regla moral existente, sino además, enfrentarse a sus implicaciones desde el ámbito de la literatura. No hubo idea o planeamiento cultural o social a la que Bataille no criticara por medio de su largo inventario de tropelías sexuales, que no destruyera desde el cínismo redentor y sobre todo, desde esa percepción del error y del terror humano tan sincera como naturalista. La obsesión del escritor no sólo le llevó a rebasar los límites de sus antecesores — en más de una ocasión, se ha dicho que la obra de Bataille desborda la de Sade y desde la misma perspectiva de critica social, la supera — sino que además, construir un entramado para la futura concepción de lo erótico como paradoja de lo cultural. Bataille, con su batalla por las ideas, por su destrucción de lo que se considera moral a través de la palabra, creó otra forma de concebir lo estético — o su ausencia — y sobre todo, de asumir el pensamiento humano. Se enfrentó y de una manera por completo novedosa, a la idealización torpe de los rasgos más primitivos del espíritu humano.
Además, “La historia del Ojo” no sólo fue concebida como una novela erótica — que lo es, por su capacidad para subvertir el orden moral y utilizar el sexo como sustento de lo que se cuenta — sino como también un manifiesto contracultura. Muy probablemente el primero de cientos posteriores, que intentaron abarcar con tanta libertad lo humano desde lo sexual y pocos con tanto acierto como Bataille. Y es que el autor tuvo la agudeza de rastrear y construir la fuente de sus invenciones y sostenerlas sobre su propia historia personal, novelada, ficcionada, quizás directamente inventada. Pero aún, vinculada por esa notoria insatisfacción en la mirada de quien escribe, en ese poder para comprender que lo que se teme, es quizás el elemento más reconocible en la obra de un autor furiosamente sincero y sagaz.
En una ocasión, Bataille analizó la idea del erotismo — lo primitivo y lo sexual del hombre — sobre el hecho religioso. Lo hizo, claro, desde los albores de la segunda década del siglo XX, panacea para la experimentación y el descubrimiento del pensamiento humano. Con inusual agudeza, Bataille se preguntó en voz alta cual es la diferencia entre la moral y la religión, cual es el limite entre ambas cosas y más allá, por qué hay un hilo conductor no sólo entre ambas concepciones del mundo, sino su capacidad para despertar el temor a cruzar una fina línea de contradicción. Y llegó a la conclusión que la historia del erotismo está ligada a la historia de la religión. Que ambas cosas, se sustentan sobre ideas esenciales en la mente del hombre, sobre la comprensión de lo elemental, la devoción exterior, el temor a lo posible. Y desde esa reflexión — que Bataille convirtió en la segunda parte de la Historia del Ojo y que asombró a sus contemporáneos — el escritor asumió que toda obra erótica es también religiosa, en la medida que atrae y despierta los sentidos con la misma libertad y silenciosa necesidad de mirar el mundo desde una perspectiva nueva. Pero mientras lo religioso sustrae, lo erótico libera. Lo sexual redime y más allá, lo pornográfico destruye toda aspiración de bondad simple. Lo complejo se hace una idea conceptual e incluso, algo tan abstracto que sólo es posible comprenderse a través de la disipación absoluta. En resumen una forma de experiencia religiosa.
Tal vez, para Bataille “La historia del Ojo” sólo es una forma de concebir lo que asumimos real. Pero también un dogma profundo y sustancial sobre nuestra debilidad. Entre ambas cosas, parece subsistir la necesidad de la rebeldía e incluso, la simple aspiración de comprender la naturaleza humana más allá de su simple humanidad. Un juego de espejos cada vez más complejo y falaz.
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