viernes, 4 de agosto de 2017
Una recomendación cada viernes: “La Memoria secreta de las hojas” de Hope Jahren.
La biología, la biografía y el existencialismo son temas que no suelen mezclarse con mucha frecuencia en la literatura. Mucho menos, cuando todos los tópicos parecen apuntar en direcciones distintas para crear una perspectiva sobre la realidad y la mente humana tan pintoresco como insólito. No obstante, el libro “la memoria secreta de las hojas” de Hope Jahren no sólo lo logra sino que además, convierte la vida de su protagonista en una fabula sobre la memoria a través del recurso sincero y entrañable de la pasión y la vocación científica. El resultado es una historia extravagante y profundamente conmovedora que sorprende por infalible percepción sobre la naturaleza humana y sus vicisitudes.
En apariencia, se trata de una historia sencilla, repleta de referencias botánicas y con una mirada amable sobre el mundo natural. No obstante, Jahren logró crear a partir de la premisa sencilla de árboles, tierra fértil y semilla una narración sólida sobre la comprensión del espíritu del hombre, los dolores secretos y el existencialismo, todo a través de un peculiar punto de vista sobre la ciencia como expresión de conocimiento y también, de esperanza. Jahren — geobiologa de la Universidad de Hawai — es además, una sensible observadora del mundo como una expresión de fe. En su libro debut, sorprende por su capacidad para comprender las infinitas interconexiones entre el hombre y el mundo natural. Su mirada concienzuda, amable pero sobre todo experta le otorga un nuevo sentido al Universo de las pequeñas cosas y lo dota de un significado por completo renovado. De pronto, las hojas son mecanismos profundamente sofisticados de pura vida y el suelo, un reflejo exacto del ciclo de la vida y de la muerte. Hay una perspectiva brillante y aleccionadora en la forma en que Jahren asume su visión como científica mezclada con una dulzura casi maternal con respecto a la naturaleza y sus dones. Cada descripción, reflexión y sobre todo, inteligente conclusión sobre las líneas que vinculan nuestra manera de comprender la realidad y el reflejo inmediato que obtiene sobre lo biológico, crea un lienzo de inestimable valor sobre la historia del hombre como parte de una idea trascendental. Jahren no necesita hablar sobre divinidades y religión para construir una visión enaltecedora sobre lo que somos y el futuro. Y lo demuestra a cada página de su narración.
En apariencia “La memoria secreta de las Hojas” es una historia sencilla que se enaltece por la pasión de su autora por el mundo natural. El libro cuenta la lucha de la autora por establecer y financiar su propio laboratorio de investigación. No obstante, la mirada literaria de Jahren convierte la travesía en algo más que un monólogo de recuerdos y fragmentos de pequeños logros personales y crea una visión sobre la belleza, la fe y la naturaleza que se mezcla en un híbrido que desconcierta por su belleza. No hay nada sencillo en la amable mirada científica de la escritora, en su profunda convicción sobre el poder de lo invisible. Y es esa mesurada comprensión sobre los pequeñas cosas lo que hace del libro un viaje fascinante hacia la naturaleza como elemento extraordinario y fuente de toda sabiduría.
Claro está, para Jahren se trata de un viaje existencial en estado puro: como cualquier otro científico, ha pasado buena parte de su carrera científica buscando financiación para sus proyectos, lo que le ha permitido asumir el riesgo de la investigación científica como una forma de fe. Para Jahren ha sido una apuesta complicada, entre ser lo suficientemente flexible para crear su propia manera de ver el mundo y sobre todo, expresar esa sencilla convicción ideal sobre la naturaleza como centro común de todo conocimiento y el trabajo de laboratorio. La combinación de ambas cosas, crea una experiencia humana que se eleva más allá de las preguntas y cuestionamientos de la científica pragmática — porque Jahren lo es, sin duda — y la convierte en algo más misterioso, un núcleo de pura maravilla que rodea cada parte de la historia como un enigma a medio descubrir.
La vida de Jahren ha transcurrido entre el laboratorio y esa búsqueda de una justificación casi filosófica a su amor por la naturaleza. Hay un elemento de genuina emoción en sus deliciosas descripciones sobre hojas impregnadas de la luz del sol, de troncos de árboles robustos abriéndose paso hacia la simetría del cielo, de las semillas como una promesa de vida de enorme valor alegórico. Jahren logra transformar cada pequeña vivencia en algo mucho más potente que una simple comprensión objetiva: no importa si se trata de extraer información de las condiciones ambientales o una mirada arrobada a las primeras lluvias del mes de Abril. Para la científica el asombro casi infantil es el mismo y es esa concepción inocente sobre la realidad lo que convierte a su historia en un extraordinario recorrido emocional.
Como escritora, Jahren está muy consciente del valor emocional de sus recuerdos: la historia comienza en su infancia en una casa solitaria, fría y silenciosa de la Minnesota rural. Un ambiente lleno de una tristeza patente y una distancia emocional casi dolorosa que Jahren convierte en una extraordinaria atmósfera de belleza sugerida. Para la autora, la vocación científica es una forma de convicción, una noción sobre la ciencia como parte de su vida, como expresión conciencia sobre el poder del conocimiento, pero sobre todo de amor. Resulta conmovedor las descripciones de Jahren sobre sus primeros juegos con los instrumentos científicos de su padre — un profesor de Ciencias — y su noción de su curiosidad intelectual como una fuente extraordinaria de placer. Para la joven Jahren, la naturaleza era una perspectiva muy amplia sobre la realidad, firmemente entrelazada con sus vivencias y experiencias personales. Entre ambas cosas, la percepción sobre el bien y el mal, la moral y la intuición se entremezclan con la concepción de lo natural como una parte esencial de la capacidad empática del ser humano. Es entonces, cuando Jahren encuentra el punto más sensible de su noción sobre el espíritu humano: la mirada sobre su infancia es profundamente tierna pero también, repleta de referencias existencialistas sobre el desarraigo y la soledad, en medio de paisajes rurales y habitaciones desoladas. La novela avanza en una pequeña alegoría a la ternura y a la profundidad del asombro intelectual. Y sorprende la capacidad de Jahren para hacer de la extraña combinación una historia inmediatamente absorbente y sensible.
La historia de la ciencia — como estructura — está repleta de anécdotas de superación y esfuerzo. Pero en “la Memoria secreta de las hojas”, la percepción del sacrificio parece muy relacionada con las batallas interiores y emocionales contra la depresión maníaca y la dureza de su carácter en general. Pero Jahren también es una mujer sensible, rica en matices, asombrada por la ternura de lo que le rodea. Eso, a pesar que durante la mayor parte del libro, la escritora se describe a sí misma con una gran solitaria, encerrada en su laboratorio y obsesionada por mantener su trabajo y el laboratorio que lo sustenta a flote. Pero Jahren no se mira desde la autoindulgencia ni tampoco la angustia existencial de la pérdida: sustenta su mundo desde un ideal de conciencia sobre el poder de la imaginación que evade cualquier explicación sencilla. Como si se tratara de un recorrido personalísimo por los obstáculos del mundo adulto y el poder del talento convertido en una forma de mensaje sutil sobre el poder de los principios. La escritora logra equilibrar el desarraigo de la científica empecinada en sostener sus objetivos y también, de la mujer que asume el riesgo de crear una versión de la realidad a través de un optimismo extrañamente ingenuo.
Pero por supuesto y a pesar de la imagen casi redentora sobre la soledad, el entorno de Jahren está lleno de una noción del vinculo fraterno que sorprende por su sutileza. Desde el director del laboratorio hasta sus estudiantes colegas y demás miembros de su equipo, Jahren está rodeada de un apoyo incondicional que le permitió soportar su condición minoritaria como mujer de ciencias. La batalla por las ideas se libra en varios planos y la autora dota a cada desafío de una pátina de batalla conjunta. Todo en mitad de un ambiente claustrofóbico, aprensivo y en el que hay pocos modelos femeninos a seguir. Jahren muestra no sólo el desafío de enfrentarse a la misoginia — aunque curiosamente, no parece interesada en mostrar expresar juicios morales al respecto — sino que lo hace, a través de una firme certeza sobre el talento, la energía que imprime a su trabajo y a su capacidad para crear a través de él. Y lo muestra, con una perspicaz noción para la metáfora, dotando de significado a los extensos paisajes a su alrededor, a los amaneceres radiantes y plenos, al mero silencio de bosques y árboles milenarios.
Jahren parece obsesionada por la supervivencia: a lo largo del libro, la concepción sobre la fortaleza espiritual e intelectual se repite en innumerables formas distintas. La escritora sobrevive a su infancia solitaria, a sus dolores peregrinos y temibles, al desarraigo y a la ruptura de la identidad gracias a su poderosa comprensión de la humanidad, la paciencia y la emoción. Ella misma parece sorprenderse de esa mutable cualidad de su mente despierta para encontrar explicaciones propias. La científica jamás se rinde al dolor ni mucho menos, a la desolación cotidiana, sino que construye. Como si una de sus adoradas hojas y semillas se tratara, Jahren se esfuerza por elevar la noción sobre la bondad, lo inevitable y la maravilla desde lo cotidiano. Desde la percepción que la naturaleza lo es todo y está en todas partes, que puede tener todos los significados, que es capaz de consolar y convertirse en una mirada hacia nuestra profunda y primitiva individual. La escritora y la científica convergen en la necesidad de plantear un escenario espléndido, en el que la belleza se desborda y avanza a través de lo personal, como una fuerza imparable. Quizás por eso, las historias de las plantas y las que cuentan la vida de la escritora se entrecruzan y se mezclan entre sí, se asumen desde una brillante mezcla de reflexiones emotivas y la mirada de Jahren sobre la naturaleza redentora.
Porque más allá de su objetivo pragmatismo, de su carácter indomable y sobre todo, su sentido del humor, Hope Jahren es una idealista. Una mujer que sueña con una mirada extraordinaria hacia la incertidumbre y también, de lo espléndido de los misterios del mundo que le rodea como un acertijo que apenas comienza a descubrir. Entre ambas cosas, el sustrato sobre lo simbólico se hace cada vez más valioso, radiante. La geobiologa se maravilla ante la forma de un tallo y la perfección de un pétalo, pero también de las infinitas ramificaciones en las que se expresa el corazón humano. Y al final, ambas cosas parecen medida de la misma búsqueda de una verdad mucho más profunda que la aparente. “El amor y el aprendizaje son similares, nunca se desperdician” escribe en uno de los momentos más emotivos su historia y quizás, esa sola frase resuma mejor que cualquier otra cosa el enigma exquisito que hace a “La memoria Secreta de las hojas” un libro inolvidable.
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