La esclavitud es un tema que aún provoca incomodidad en la sociedad estadounidense, mucho más luego del reciente repunte supremacista y sobre todo, la notoria existencia de un profundo sustrato racista mezclado en la noción cultural sobre el país. Y tal vez, justo por esa incomodidad, las versiones sobre la historia, vicisitudes y dolores del desarraigo y el miedo que la esclavitud representan, en ocasiones suelen obsesionarse con los mismos temas y las mismas percepciones. De manera que la visión de Colson Whitehead en la multipremiada novela “El ferrocarril subterráneo” es toda una novedad, no sólo por su reinvención sobre el tema del racismo, el horror de la sumisión y la interpretación sobre la libertad, sino también por su capacidad para mezclar leyenda y realidad en medio de una narración poderosa y conmovedora. Por supuesto, Whitehead solo retoma un tema eterno dentro de la literatura: el de escapar del propio destino, pero lo redimensiona desde una noción de profunda belleza que lo convierte en un testimonio poderoso sobre la condición humana.
Para Whitehead la concepción de la esclavitud nace de una comprensión sobre los dolores existenciales y la belleza casi sublimes. La novela comienza desde la perspectiva del escape inminente — en una plantación especialmente violenta del Georgia — pero en lugar de concentrarse en el miedo y la incertidumbre, lo hace con la circunstancia íntima del riesgo y del miedo que conlleva la batalla por vivir. “Cada esclavo piensa en escapar. Por la mañana y por la tarde y por la noche. Soñando con hacerlo. Cada sueño es un sueño de escape, incluso cuando no se vea así” cuenta uno de los personajes, lo que brinda un sentido enorme y existencialista a la búsqueda de la libertad. Para Whitehead, la experiencia parece ser una idea agobiante que se traslada desde la noción de la existencia — ¿Como percibe la esclavitud el que la sufre — y se extiende como una visión del bien y del mal moral que evade una explicación sencilla. El resultado es una alegoría del sufrimiento social que el racismo produce pero también una búsqueda de significado y origen que se traslada desde el horror hacia la búsqueda de la memoria colectiva. Y Whitehead lo logra, a través de una narración efectiva y durísima, una búsqueda emocional y paciente de todo tipo de ideas sobre la percepción del hombre sobre su circunstancia y su naturaleza. Para el escritor la esclavitud es una forma de oscuridad — mental, emocional, intelectual, social, cultural — y lo expresa en imágenes recurrentes que muestran a los carriles de los trenes que transportan a los esclavos, extendiéndose hacia las sombras. Una penumbra perenne contra la que los personajes deben luchar a cada paso en medio de un clima a vez más asfixiante y violento.
Desde el comienzo, la novela analiza la idea histórica de la esclavitud y el abuso del poder desde dos perspectivas muy claras: en primer lugar lugar la historia — repleto de datos exactos y profundamente sentidos — que el autor utiliza como telón de fondo de no sólo lo que narra, sino el contexto emotivo de sus personajes. Muy parecido a los testimonios tradicionales como los de Solomon Northup, la novela avanza entre todo tipo de precisiones históricas de indudable valor anecdótico. Eso, a pesar que es evidente que para Whitehead, el rastro académico de la historia no es tan importante como la narración. El argumento se nutre de una evidente investigación pero también de la capacidad del escritor para utilizar los datos reales y crear una perspectiva de la ficción de notoria consistencia. También, hay mucho de Beloved de Toni Morrison en el ritmo pausado y fatalista que atraviesa la percepción de la identidad y el individuo. Pero sobre todo, Whitehead parece obsesionado con la percepción de la tradición y la costumbre de las poblaciones sometidas a la esclavitud que muestra “The Book of Negroes” de Lawrence Hill. Entre ambas cosas cosas, el autor desarrolla un ritmo visual y lingüístico que sostiene la idea de la circunstancia de la violencia — esa normalización dura y corriente que convirtió a la esclavitud en un fenómeno aceptable — y también, de esa mirada hacia el dolor de un grupo de hombres y mujeres heridos por la historia. La referencia es tan fuerte, que las primeras páginas del libro transcurren en medio de una sensación de evidente reconocimiento, pero de pronto, la novela asume su propia identidad, poder y una eficaz comprensión del espacio y el tiempo que intenta desarrollar.
Es entonces, cuando la novela encuentra su otra vertiente y sin duda, su verdadero sentido: el tren subterráneo — esa empresa secreta y misteriosa que avanza en medio del argumento como un enigma a voces — crea una metáfora histórica sobre la realidad de la red de abolicionistas que permitieron el escape de cientos de hombres y mujeres sometidos a la esclavitud, pero además lo transforma en otra cosa. Crea una estructura persistente y potente sobre el individuo como elemento preponderante y también, como expresión del temor y la belleza. En una especie de alegoría Steampunk — salvando las distancias — , Whitehead asume la necesidad de emancipación y libertad desde el miedo y la curiosidad, en una vuelta de tuerca que sorprende por su originalidad. A partir de la premisa, el libro se convierte en una experiencia extraordinaria, que lleva a cuestas no sólo la crítica solapada sobre la discriminación sino una mirada de vacilante esperanza sobre la capacidad humana para resarcir sus errores. De pronto, la narración atraviesa los terrenos movedizos de la Ciencia Ficción, la fantasía y el cuento de aventura, para crear una percepción duradera sobre la necesidad del espíritu humano de saberse libre de toda atadura moral y sensorial. Con su aire pícaro y por momentos estrambótico, “El Ferrocarril Subterráneo” crea una mezcla de estilos y géneros, tan eficaz como equilibrada. La novela no sólo apunta a la mirada persistente de sus personajes sobre la necesidad de la libertad — y la lleva a un sustrato más poderoso y épico — sino que además reimagina la Norteamérica del siglo XIX con una intrigante capacidad para la metáfora. En medio de las brillantes descripciones, el aire nostálgico y las reflexiones melancólicas, la novela asume la labor de dibujar un mapa de ruta a través de las mínimas abstracciones morales de un país sometido al miedo racial. Es entonces cuando Whitehead encuentra no sólo el punto más alto de su narración, sino también, una inusitada belleza argumentativa que muestra a la historia como una posibilidad de la ficción.
Pero a pesar de lo anterior, la novela no deja de ser realista: de hecho, por momentos parece brutal, abrumadora en la magnitud de sus detalles dolorosos convertidos en trasfondo de una narración cada vez más densa y cruda. Pero en medio de todo, sorprende la capacidad del escritor para desmenuzar la capacidad de la esperanza — llana y en ocasiones, absurda — y crear una visión sobre la posibilidad del renacimiento basada en cierta inocencia. Pero Whitehead no pierde nunca de vista que la esclavitud es un horror real, patente y total: las ilusiones truncadas, el horror de la incertidumbre y la sumisión, crean una atmósfera malsana y abrumadora que acompaña a los personajes durante todo su recorrido. Para el autor, la libertad que se pierde y el miedo a la identidad rota — el anonimato de la violencia — son una figura recurrente que dota a su historia de una rara y dolorosa belleza.
Los personajes además, tienen la capacidad de crear un tapiz creible sobre la visión del miedo y la angustia existencial, de la incapacidad para separar la certidumbre de la persecución y la esperanza del escape. Whitehead además utiliza el tapiz de terrores y deseos para analizar a la norteamérica actual a la distancia, desde cierta perspectiva durísima y angustiada. El escritor logra combinar la potencia del testimonio del sufrimiento colectivo y también el individual, en una lenta mirada sobre las motivaciones ocultas e invisibles que hacen al ser humano aferrarse a sus íntimas aspiraciones. En medio de un submundo subterráneo plagado de personajes de pesadilla y de cierto talante gótico, la novela avanza entre los tópicos universales y crea una percepción sobre la verdad y lo analítico que se sostiene sobre su sinceridad. Porque más allá del asombro que despierta la superestructura misteriosa que se construye bajo tierra, “El ferrocarril nocturno” es una historia sobre las emociones humanas. Sobre el asombro espiritual y la conciencia del individuo. Todo en clave de cierto aire desenfadado y futurista que el autor utiliza como alegoría pura. Una mezcla que en manos menos hábiles podría resultar torpe e incluso poco efectiva, pero que en las de Whitehead, crea un mosaico creíble sobre el poder del espíritu humano para construir su destino.
Quizás, por se motivo el rasgo más reconocible de la historia sea su sabor metafórico, su mirada existencialista y rabiosamente sincera, que construye y evade lugares comunes. A la manera de los grandes testimonios personales, la novela transita el terreno del narrador que observa asombrado lo que ocurre a su alrededor, pero también, desde cierta angustia persistente sobre los dolores ocultos entre los trasfondos invisibles de la historia. Para Whitehead, la esclavitud no es sólo una idea social de inimaginable dureza, sino una distorsión cultural que se manifiesta en todas partes y de todas las maneras posibles. A medida que transcurre la narración, es más evidente que Whitehead analiza la percepción sobre la eventualidad de la libertad personal, en paralelos muy claros de dos épocas separadas casi por un siglo de distancia pero profundamente relacionadas entre sí. La percepción de la esclavitud como un genocidio a gran escala — y sobre todo, una noción sobre una tragedia colectiva de durísimas implicaciones — permite a la novela crear hipótesis muy claras sobre la raza y la discriminación. “América también es una ilusión, la más grandiosa de todas. La raza blanca cree — y lo hace con todo su corazón — que es su derecho a reclamar la tierra. Matar a los indios. Hacer la guerra. Esclavizar a sus hermanos. Esta nación no debería existir, si hay justicia en el mundo, porque sus fundamentos son el asesinato, el robo y la crueldad” declara Whitehead a través de uno de sus personajes. Y es en medio de esa angustia profunda y casi melancólica, que el libro logra no sólo crear una concepción sobre el sufrimiento que sorprende por su cualidad conmovedora sino , un real atisbo de esperanza. Una forma de resistir la injusticia e imaginar el futuro como la obra esencial de las buenas decisiones y la capacidad para aspirar a la bondad. Al final, la novela se convierte en un manifiesto, en una proclama sobre el país y el mundo posible y sobre todo, sobre en la fe y el motivo por el cual luchamos contra la incertidumbre. Toda una concepción sobre el futuro brillante y sin duda, poderosa.
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