miércoles, 25 de octubre de 2017
En medio del silencio y el miedo: Todo lo que debes saber y nadie te ha contado sobre sufrir un trastorno de pánico o ansiedad.
En medio de la calle, de pronto la multitud de transeúntes, el sonido del tráfico, la temperatura y el miedo, ese que me acompaña a todas partes, me sofoca. Siento como los brazos y la espalda se me tensan en una especie de movimiento misterioso, que me deja paralizada y dolorida. Me contengo, con los dientes apretados, los ojos llenos de lágrimas. Y de pronto, solo logro tomar una bocanada de aire, los pulmones aplastados por el miedo, por una sensación de profunda angustia. Tengo la impresión que el mundo a mi alrededor se sacude, se hace borroso. El miedo se hace insoportable. También mi dolor.
La primera vez que sufrí una crisis de ansiedad, no supe que me ocurría. Perpleja y abrumada, creí que enloquecía, un paroxismo de pura emoción que no supe ni pude controlar. Me avergoncé, me sentí profundamente culpable. ¿De qué me responsabilizaba? De mi “dramatismo”, “exageración” e “Hipersensibilidad”. O al menos, así asumí el golpe de sentirme tan vulnerable y frágil. No se lo conté a nadie — a pesar que la sensación que me derrumbaba físicamente me aterrorizó — y preferí creer que había sufrido una “vulgar” crisis de nervios. Ese tipo de cosas locas que suelen ocurrir a la quienes carecen de autocontrol.
Tenía dieciséis años cuando sucedió. Era la Universitaria más joven de mi salón de clase y también la más confusa. Todavía no estaba segura si había tomado la decisión correcta al comenzar una licenciatura en derecho y esa vaga sensación de incertidumbre se convirtió en otra cosa: una punzante angustia con la que debía lidiar con frecuencia. Diariamente, despertaba con una sensación de tensión que me costaba un esfuerzo considerable superar. Levantarme de la cama también era complicado: todos los días tenía que convencerme que podía hacerlo, que tenía al menos que intentarlo. Y a pesar de toda esa incomodidad, de los dolores estomacales, de las migrañas súbitas y la progresiva sensación de perdida de control, continúe pensando durante un buen tiempo que simplemente se trataba de “exageraciones” mías. Después de todo, nadie parecía enloquecer por tener que subir al Metro o enfrentarse a un temor insuperable por llevar a cabo el examen de alguna asignatura. Por tanto, lo que sufría debía ser una anormalidad, una idea exagerada de la realidad.
Sobrellevé con mucho esfuerzo mi trastorno de pánico durante los años Universitarios. Ya por entonces, sabía que sufría de algún tipo de padecimiento mental, pero la mayoría de las veces, me parecía más fácil disminuirlo o menospreciarlo que enfrentarme a él. Después de todo, era una estudiante exitosa, una becaria con un futuro prometedor y además, una mujer joven que se sentía relativamente feliz con su vida. Pero de vez en cuando, la sensación que una angustia insuperable me desbordaba, volvía para recordarme que algo estaba pasando, que realmente estaba sufriendo un tipo de transtorno que no podía controlar. Además, esa necesidad de ocultar lo que me ocurría se mezclo con esa especie de vergüenza diaria de “estar loca”.
Porque así se resume, en nuestra sociedad tan profundamente árida en ocasiones y sobre todo, que poco comprende el valor de la salud mental, esas dolencias invisibles, inexplicables en ocasiones, pero tan dolorosas como cualquier otra. Continué insistiendo — intentando convencerme, quizás — que lo que me ocurría era un síntoma de mi naturaleza dramática, de mi personalidad ansiosa y por último, una muestra de malcriadez. Incluso cuando el trastorno empeoró y me sentía constantemente profundamente agotada por el solo hecho de contener mi miedo y mi pánico, continué pensando que no se trataba de un padecimiento mental, sino de un rasgo de carácter. Algo que debía ocultar lo mejor que pudiera, que debía disimular.
Muchos años después, sabría que muchas veces, la ansiedad no se diagnostica de inmediato y de manera directa, sino a través de un segundo padecimiento. Como me ocurrió a mi: A los veintiún años padecí un grave trastorno alimenticio que me llevó al consultorio de un psiquiatra. Fue entonces cuando descubrí — admití, más bien — que esa abrumadora y constante sensación de miedo y estrés, era parte de un problema físico y bastante serio, por cierto. Escuché a mi psiquiatra sin creérmelo, como si su punto de vista me permitiera mirar mi trastorno de una manera totalmente distintiva me aliviara. Como si sus palabras hicieran visible mi dolorosa relación con mi vida y mi manera de comprenderla.
- Un trastorno de ansiedad es un padecimiento que puede empeorar y aumentar si no recibe tratamiento. O propiciar otras conductas más graves — me explicó — y no se trata de tu malcriadez, tu educación o tu autocontrol. Se trata de una enfermedad y como tal debes asumirla. Y brindarte la oportunidad de comprender que te ocurre para que puedas mejorar. No hay vergonzoso en lo que sientes y mucho menos, es tu culpa.
Fue una revelación que me desconcertó. Por años me había convencido que lo que sufría era una consecuencia de mi mal carácter, mi incapacidad para manejar situaciones estresantes o incluso, mi cobardía. Entender que el trastorno de ansiedad era una enfermedad me sacudió, me hizo reconstruir varias opiniones y conceptos sobre mi misma pero aún más, me hizo asumir la responsabilidad — ahora sí, la real — sobre lo que podía o no hacer para mejorar. Fue un proceso lento y gradual, pero que me brindó la oportunidad de mejorar en la medida que el padecimiento fue una idea real que debía comprender y no una visión distorsionada sobre mi misma. Una nueva perspectiva incluso sobre mi salud mental y lo que fue aún más revelador y satisfactorio, mi propia identidad.
Sobre la ansiedad y otros demonios: Nuestra mente en medio del caos.
Luego de varios año en terapia, fui diagnosticada formalmente con un paciente de TAG (trastorno de ansiedad generalizada), un padecimiento que dificulta el control sobre las emociones y sobre todo, mi capacidad para sobrellevar situaciones muy estresantes. Y es en algún punto, perdí el control de como asumo y construyo mis decisiones, mi ideas y más aún, mi interpretación sobre el mundo. Un paciente de TAG puede verse superado y aplastado por preocupaciones muy sencillas y con frecuencia, les lleva mucho esfuerzo diferenciar sus temores y la realidad.
- La ansiedad puede provocar que simplemente no puedas lidiar con las actividades diarias — me explicó en una ocasión mi psiquiatra — como si tu mente fuera incapaz de discernir entre los temores reales y tu percepción sobre ellos. La ansiedad aumenta, el temor a lo que pueda ocurrir te sofoca y finalmente, se convierte en un síntoma físico que no puedes comprender en realidad. Es esa confusión sobre lo que te ocurre lo que dificulta el diagnóstico y peor aún, complica un posible tratamiento y solución.
Durante los momentos más duros de mis crisis de angustia, solía preguntarme si a todo el mundo le afectaba de la misma forma que a mi la ansiedad y la angustia. Me tomó unos cuantos años entender que el trastorno de ansiedad, los ataques de pánico y otros padecimientos relacionados con la salud mental, pocas veces son tomados en serio y sobre todo, asumidos como un cuadro clínico real. Como me ocurrió a mi, muchísimos pacientes están convencidos que la angustia, el miedo, la ansiedad y el dolor pueden ser controlables por un mero esfuerzo de voluntad. Y si bien en cierto que todos nos preocupamos en menor medida por problemas comunes como la salud, el dinero y dilemas domésticos, la manera como nos afecta es de hecho una reacción por completo personal y distinta en cada uno de nosotros. Mucho más, si esa preocupación constante se convierte en invalidante, como le ocurre a los que sufrimos un trastorno de ansiedad crónico.
- El trastorno de ansiedad generalizada es un cuadro médico absolutamente real — me explicó el doctor Vicente Rojas, a quien consulté sobre la forma como se interpreta un padecimiento de ansiedad — hay una idea muy común y abstracta que la ansiedad es una problema de carácter. Se habla de autocontrol, de intentar “tranquilizarse”, y esa percepción minimiza lo que asumimos como enfermedad mental.
El doctor Rojas atiende a unos 10 pacientes mensuales con trastornos de pánico y ataques de pánico, que nunca habían sido diagnosticados. Me explica que la gran mayoría confunde lo que sufre con algún tipo de cuadro médico cardíaco y es que usualmente, los síntomas pueden ser muy parecidos: el paciente puede sentir calor o frío extremo sin razón aparente, hormigueo en las manos o perder la sensibilidad en algunos dedos y en casos muy agudos, sentir náuseas, dolor en el pecho, o sensaciones asfixiantes. Además, los ataques de pánico usualmente provocan una sensación de irrealidad, miedo a una fatalidad inminente, o miedo de perder el control. Todo lo anterior, crea una reacción inmediata y violenta de temor y profunda angustia.
- Muchos pacientes con trastorno de pánico o ansiedad visitan todo tipo de médicos de diversas especialidades hasta que finalmente comprueban o asumen, que es lo mismo, que lo que les ocurre es mental — me explica — e incluso en ese momento, luchan contra la idea de estar “locos”. Porque en Venezuela, la salud mental se define en ideas muy concretas y rudimentarias. Y “la locura” parece abarcar toda una serie de padecimiento que van desde verdaderos problemas de comportamiento a cuadros ansiosos, todos comprendidos de la misma manera y desde el mismo punto de vista impreciso.
Según cifras recientes, un 35% de los adultos Venezolanos, padeció o padecerá de un ataque de pánico durante su vida. Una cifra que por supuesto, no incluye a todo ese Universo de pacientes que que sufren de diagnósticos errados y que la mayoría de las veces, nunca sabrán que todos sus sintomas son partes de un cuadro médico del cual desconocen incluso su existencia. Una idea que al Doctor Rojas le parece muy preocupante.
- Vivimos en un país sometido a un tipo de presión psicologica y emocional constante. Esa visión de la ansiedad y el pánico como “problemas de conducta” hace que sea mucho más dificil su diagnóstico y lo que es peor, su tratamiento, lo que puede desembocar en casos agudos — me dice. Durante la tarde, ha recibido una docena de llamadas de pacientes que remitidos por otros especialistas. Me explica que debido a la critica situación política y económica del país, la mayoría de sus pacientes solo acuden al consultorio como último recurso, lo cual me insiste, hace mucho más complejo encontrar una solución viable — constantemente el paciente de pánico en Venezuela cree que la solución es “tomarse unas vacaciones” o incluso “no tomarse las cosas tan a pecho”. Si el trastorno no es muy agudo, puede funcionar algunos meses. Pero si es grave, eso sólo agravará las cosas.
Los síntomas físicos de un ataque de pánico son impredecibles y tampoco, los mejora la medicina tradicional. Eso produce un trastorno dentro de un trastorno: el terror a cuando ocurrirá el siguiente ataque de pánico. Y es que un ataque de pánico, puede llevar al que lo sufre a la certeza que está sufriendo un infarto, enloqueciendo o al borde de la muerte. El cuerpo parece sucumbir a una presión psicológica insoportable y lo que es peor, a un verdadero sacudón emocional de origen misterioso.
Con frecuencia, los ataques de pánico ocurren en cualquier momento y lugar, sin que haya un condicionante inmediato ni tampoco un detonante reconocible. Incluso ocurren al dormir. Por lo general, un ataque de pánico tiene una duración relativamente corta — alcanza su máxima intensidad durante los primeros diez minutos — pero algunos síntomas pueden perdurar más tiempo, lo que hace el cuadro sea más confuso aún.
- Lo más preocupante de los trastornos de pánico o ansiedad, es que la sociedad y la cultura tiene una imagen sobre quienes lo sufren muy estereotipada — me explica el doctor Rojas — la mayoría de las personas jamás admitirán lo sufren por el mero hecho de considerarse “sanas y cuerdas”, algo que presiona aún más esa visión sobre la ansiedad como parte de un problema físico. De esa manera el trastorno aumenta en gravedad, en frecuencia y finalmente afecta la vida diaria del paciente.
Y es que es difícil explicar a quien no lo ha sufrido, lo que significa perder el control por completo, esa línea entre un terror abstracto y destructor y lo que puede haber más allá. En los peores momentos de mi trastorno, muchas veces tuve la clara sensación que había perdido el poder de tomar decisiones sobre mi vida y que mi ansiedad era un elemento indivisible de mi personalidad. No hay nada más difícil que admitir en voz alta que tus emociones e incluso tu percepción sobre el mundo, son tan confusas que no puedes comprenderlas a cabalidad. Tal vez por ese motivo, la mayoría de las personas que sufren ansiedad son reservados, tensos y distantes: una manera de obtener un mínimo control sobre lo que se muestra y lo que se construye más allá de nosotros mismos, ese reflejo un poco distorsionado de nuestra visión de quienes somos y como nos percibe alguien más.
Un paso a la vez, pienso mientras camino por la calle repleta de paseantes. Aún siento la ligera ansiedad que me golpea las sienes, como si se tratara de un leve recordatorio del pánico que otras veces me ha dejado paralizada, golpeada. Pero en esta ocasión, puedo sonreír. Puedo avanzar y de pronto, el mundo no es un lugar inhóspito y aterrorizante, sino un momento de la realidad. Una manera de mirarme a mi misma, quizás.
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