jueves, 23 de noviembre de 2017
De la ilusión existencialista a la rebeldía emocional: Todas las buenas razones por las que deberías leer “Juliano, el apóstata” de Gore Vidal.
Truman Capote solía insistir que escribir podía tanto transformar el dolor en un monstruo “previsible” o arrojarte a un abismo sin regreso. A lo largo de su vida Gore Vidal pareció encarnar esa visión sobre el quehacer de la escritura: Gore Vidal fue acusado de casi todo: de Blasfemo — idea que le encantaba -, de provocador — que siempre insistió era su rasgo personal más resaltante -, pero sobre todo, de profundamente contradictorio, algo que jamás negó y que asumió como un elemento imprescindible de su carácter. Y es que Vidal, altanero, arrogante pero sobre todo, un escritor talentoso, supo construir su propio mito personal a medida que avanzó en ese camino endeble y ambiguo de la fama. Se construyó un personaje a su medida, que alimentó con escándalos y después, con una vida personal estrafalaria que asombró a la gran mayoría de sus contemporáneos. Pero también, supo construir un legado literario consistente y meritorio, una visión sobre lo que se escribe como obra trascendente que sobrevivió incluso a la decandencia de su autor. Porque Gore Vidal se miró así mismo en el espejo de la popularidad y lo disfruto de manera considerable, pero también fue un atento observador de la cualidad de lo que se escribe y cómo se escribe. Una perspectiva que hizo de su obra una interpretación coherente de su opinión sobre el mundo que le tocó vivir y su historia.
En el año 2009, el que después se convertiría en autor de una sustanciosa biografía de Vidal, el periodista Tim Teeman, le preguntó al autor si era feliz en su vida y sobre todo, con su obra hasta entonces. El lento declive al desastre y la locura de Vidal había comenzado y corrían ríos de tinta sobre su vida desordenada, sus escándalos y sobre todo, su frustración personal. De modo, que se trató de una pregunta peligrosa. “¡Vaya pregunta!” respondió y a continuación añadió “Te contestaré con una frase de Aeschylus: ‘No llames feliz a ningún hombre hasta que muera’”. Una frase que de hecho, parece resumir esa idea de Vidal de trascender así mismo, de construir una aspiración sobre quien mira el mundo quizás desde un dolor privado y asume su interpretación a partir de él. De lo que sobrevive al espacio y al tiempo, de lo que se crea justo después.
Tal vez por ese motivo, no sorprenda a nadie que uno de los libros más conocidos del escritor sea sobre un un rebelde, un hombre que lucho contra la corriente y que murió en plena batalla de las ideas pero que aún así, se le recuerda por la batalla que planteó, por la oposición que sostuvo contra la barbarie, la ignorancia. La soledad del intelectual. Porque sin duda “Juliano, el apóstata” es más allá de la narración de un hombre y su circunstancia, una idea elemental sobre quien se asume como defensa de las ideas esa contradicción cierta al hecho que vive. De hecho, varios de los críticos de la obra de Vidal, han sugerido que para el escritor, Juliano fue un reflejo histórico, un simbolo de todas las creencias que sostuvieron su vida personal y obra artística por décadas. Una interpretación ambigua que no obstante, brinda cierta solidez a ese planteamiento de Vidal sobre el héroe histórico creado a base de la lucha por los ideales difusos y más allá, por esa abstracción sobre lo que se considera real, histórico y comprensible.Juliano, a la manera de Vidal, es un antihéroe pero también es un mártir de sus principios. Una figura de estatura trágica que se observa así mismo a la distancia y que también, analiza la época convulsa que le tocó vivir desde una percepción conceptual durísima y concreta.
Con frecuencia se compara al “Juliano” de Vidal con el “Claudio” de Robert Graves, lo cual no resulta sorprendente, siendo que las semejanzas entre ambas aproximaciones históricas es más que notoria. Vidal hace referencia a ese semejanza, pero a diferencia de Graves, que reconstruye meticulosamente la vida y obra del personaje desde una cierta distancia emocional y conceptual, Vidal asume la vida de Juliano desde una óptica dura, cercana y la mayoría de las veces, dolorosa. Porque allí, donde el Claudio de Graves se asemeja más a una metáfora de la evidencia histórica de la época que representa, el falible y desesperado Juliano de Vidal, no sólo la representa, sino que también la dota de una vitalidad y humanidad inesperada. Para Vidal, Juliano no sólo se enfrenta al cristianismo, a la destrucción del mundo como lo conoce sino a la muerte de su propia historia personal. Y esa combinación entre lo Universal y lo personal, el futuro y la idea del presente, lo que le brinda un mayor valor anecdótico a “Juliano, el apóstata”, más allá de la novela de Graves e incluso otras que tocan, con mayor o menor propiedad el tema.
Una y otra vez, Vidal reconstruye el personaje histórico para crear un planteamiento rico en matices, una idea que desborda a la visión Universal que se tiene sobre el Juliano real. Vidal, con una prosa impecable, amena y sobre todo, vitalista, recrea a grandes rasgos una época convulsa, de ruptura. Y lo hace, sin lamentaciones, sin recurrir al recurso fácil de la añoranza o mucho menos la melancolía. El escritor avanza en una narración que el lector adivina, cuyo final conoce pero que aún así emociona. Una poderosa combinación de elementos literarios, históricos y de ficción que brindan a la idea general sobre lo que se cuenta una profunda verosimilitud.
Vidal crea un personaje entrañable, a pesar del rigor histórico que brinda a su retrato formal. O quizás, precisamente gracias a esa exactitud histórica que en manos menos hábiles podría aplastar la agilidad de la narración, es que el escritor encuentra la formula exacta para brindar a su Juliano una condición tridimensional que asombra por su fidelidad. A medida que la historia avanza, el lector se encuentra en medio de una visión elemental sobre la figura que pudo ser — y que quizás fue — pero sobre todo, de la condición histórica que le salvó del anónimato Universal y el olvido de la historia oficial. Vidal, con un sentido de lo humano y lo falible profundamente asimilada crea un personaje creíble, de un peso literario que sorprende y que más allá, parece construir un mundo propio a su medida. Una y otra vez, el personaje parece abandonar los ámbitos de la simple historia a la que pertenece para englobar esa insistente batalla humana por lo que somos, lo que creemos posible y lo que asumimos real. Esa historia de trasfondo, esa periferia de lo que eventualmente creemos como parte de la historia que compartimos y que Vidal analiza desde una idea esencial: somos lo más cercano al ideal que sobrevive a nuestra muerte física.
Asombra la manera como Vidal avanza sobre la caída del Imperio Romano ante la llegada del cristianismo: lo hace desde una dimensión trágica de la muerte de la historia que le precedió, un canibalismo histórico y religioso que destrozó desde sus cimientos miles de años de valor cultural y que construyó a partir del desastre, una nueva percepción del mundo. Con ese refinado punto del vista del que puede interpretar la historia a la distancia, Vidal hace de su Juliano un testigo de excepción de la caída simple y definitiva de un orden histórico que condujo el mundo a un nueva percepción sobre si mismo. La caída definitiva de la razón romana ante la violencia de un sistema de valores a punto de nacer.
Juliano, desde su rebeldía insólita y crepuscular, no sólo representa a los últimos rescoldos del Romano que sobrevive, sino la belleza inédita de ese mundo antes que el férreo puño de las religiones monoteístas le brindaran sentido único a la moral y a la idea intelectual. Un apóstata que se creó así mismo, que se enfrentó a lo impensable y que por último, creó su propia historia. Como Vidal, tantos siglos después. Como el escritor que soñó con la apostasía de un Emperador que soñó con ser escritor. Una combinación de hechos y paradojas que transforman a la novela “Juliano, el Apóstata” en una experiencia difícil de olvidar.
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