La palabra suele ser reflejo de los temores y obsesiones de quien la escribe. O esa parece ser la premisa con la que se insiste en explicar la inmediata identificación entre la obra como un todo y la comprensión de la realidad a través de la escritura.Cuando la novela “Alias Grace” se publicó en el año 1996, el escándalo Weinstein estaba a casi dos décadas de distancia. Nadie podía imaginar que de pronto, la superestructura que sostiene el poder en Hollywood se sacudiría en medio de un escándalo sexual de proporciones colosales. Mucho menos, que un magnate omnipotente debería enfrentarse a las acusaciones de mujeres anónimas que su poder se vería amenazado por ellas. Aún así, Atwood ya parecía avizorar el conflicto en puertas con una historia en la que medita sobre las relaciones de poder entre hombres y mujeres. Pero no lo hace desde el desequilibrio cultural y económico que tradicionalmente beneficia al género masculino , sino que sitúa el conflicto desde la credibilidad. “Alias Grace” analiza no sólo la percepción sobre la confiabilidad y la concepción de la integridad de la mujer — o la manera distorsionaba como ambas cosas se perciben — sino que además, debate sobre sobre el peso del testimonio de una mujer frente a una sociedad concentrada en beneficiar el punto de vista masculino. Resulta sorprendente que Atwood analice un conflicto actual a la distancia de casi veinte años y responda a una interrogante evidente: ¿hasta que punto el hecho de atacar la credibilidad de la víctima de un crimen sólo por ser mujer, sostiene y apuntala la posibilidad del delito? ¿Es el testimonio de una mujer siempre “un poco sospechoso” por el peso de creencia histórica intrínseca y peligrosa sobre su carácter emocional e intrínsecamente tendencioso? Para Atwood, la noción sobre la credibilidad varía y se sitúa entre la comprensión del contexto que rodea a la personalidad de la mujer y sobre todo, la percepción de su visión sobre las implicaciones históricas que rodean a su figura. Una visión inquietante sobre la forma en cómo la cultura comprende a la mujer y sobre todo, su forma de expresión y noción sobre su poder intelectual.
Por supuesto, “Alias Grace” llega a las pantallas de Netflix, precedida por el éxito de crítica y público de la serie “Haindmante’ tale” de HULU, con la cual mantiene algunos paralelismos, pero no los suficientes como para que se le considere una versión realista y metahistórica sobre la novela distópica más conocida de Atwood. Aún así, ambas historias analizan a la mujer desde la perspectiva del prejuicio y lo hace especialmente bien, al crear una estructura de valores sobre la identidad y la individualidad en medio de colectivos fanatizados, prejuiciados y en el mejor de los casos, conceptualizados a través de una evidente simbología sobre la presión y la opresión del pensamiento femenino. No obstante, “Alias Grace” se diferencia por completo de “The Haindmante’ tale” en su reflexión como reflejo de temores y épocas. Mientras la serie de HULU tenía una puesta en escena dura, austera, extraordinaria, engañosamente delicada — un Universo femenino sometido a un sustrato de violencia de inabarcables consecuencias — “Alias Grace” es visualmente opulenta y excede la ambientación victoriana en directo detrimento a su realismo: hay una cierta atmósfera onírica que resulta desconcertante y en algunos puntos, incómoda. Con todo, la serie se esfuerza por crear una comprensión sobre los elementos que sustentan la trama — y el angustioso hilo argumental que sostiene la historia — y lo logra con pulso firme. En “Alias Grace” la paranoia no proviene de un ente gubernamental invisible, sino del ciudadano común, el dedo que señala y acusa, el terror que se manifiesta en pequeños trozos de información no demasiado claros que terminan por construir una cuidadosa construcción narrativa. En la serie “Alias Grace” el miedo se anuncia como una percepción de la identidad de la mujer sometida y violentada por un sistema que la aplasta bajo su poder y justo es ese punto de vista, lo que emparenta a la serie con el universo descrito “ The Haindmante’ tale”. Atwood logra entre ambas percepciones del terror, crear una supraconciencia de hacia dónde conduce la figura de la mujer maltratada, herida y aplastada bajo el peso de una autoridad demoledora y que le despoja de todo elemento de su personalidad.
A la novela (y también a la serie) se le ha descrito como “metaficción historiográfica”, en la que la autora combinó elementos reales de anales jurídicos de diferentes episodios jurídicos estadounidenses con la ficción, para elaborar un cuidadoso manifiesto sobre la libertad personal y una alegoría sobre el dolor de la impotencia histórica. La historia de Grace Marks, una criada condenada durante su adolescencia a la prisión por el asesinato de su empleador y su amante, parece ser la metáfora de la opresión y la discusión moral de siglos de antigüedad sobre la mujer como elemento confuso y sobre todo, objeto de discriminación frente a la ley pero también, a la percepción de la moral cotidiana. La historia, basada en hechos reales, es un relato devastador sobre la pobreza, la hambruna y la ignorancia de una época signada por la presión cultural sobre lo femenino, pero también es una muy lúcida disertación sobre la impotencia. Grace no sólo está acusada de la muerte de su patrón, sino que además, se convierte en símbolo involuntario de la pulsión ética de su tiempo. Progresivamente, Grace es abusada, violada, maltratada y despojada de todos sus derechos a través del peso de la ley y también, de la cultura que la culpabiliza por transgredir una percepción muy definida sobre la figura ideal de la mujer, que Grace desde su ambigüedad corrompe y destruye. Pero Grace no es otra cosa que una mujer sin poder. Una mujer sometida a todo tipo de vejámenes y dolores en medio de una situación de absoluta crueldad. Grace no dispone de voz ni de voto, para defender su honra o incluso, demostrar su inocencia. Es un objeto utilizado por el estamento del Estado y la Ley que la acusa sin transiciones ni medias tintas, en medio de un debate sobre su moral pero también, sobre las implicaciones de su comportamiento y dolor espiritual.
Resulta inquietante, que “Alias Grace” refleje sin quererlo el ambiente actual en medio del debate sobre el poder, la agresión sexual y moral que sacude a la sociedad norteamericana. Un debate que elude a la desigualdad estructural y temible sobre los dolores y temores que sostiene el argumento. No obstante, en “Alias Grace” hay algo más temible, doloroso y punzante. Una concepción sobre el autoritarismo y el fenómeno del patriarcado que se contempla desde decenas de situaciones disímiles y desconcertantes con respecto a la figura de la mujer como sujeto legal y cultural. La Grace Marks de Atwood se convierte sin quererlo, en Chivo Expiatorio de un sistema que la destroza por el mero hecho de simbolizar un tipo de amoralidad sin nombre ni explicación coherente. Es entonces, cuando el argumento alcanza su punto más duro y complejo, porque no sólo muestra a Grace como víctima, sino también, como posible producto de su entorno, de su dolor y de la rabia contenida. Una mezcla que transforma a la historia en un manifiesto de furia contenida, terror apenas entrevisto pero sobre todo, de un sufrimiento ciego y sordo que puede equipararse a cualquier época.
En una ocasión, un periodista le preguntó a la escritora Margaret Atwood que le hacía inscribir, ese elemento misterioso y obsesivo que le impulsaba a contar historias. Con una de sus sonrisas misteriosas y duras, Atwood se tomó un tiempo antes de responder. “El miedo” dijo al fin “ a lo que no podemos ver, a lo que se esconde en lo corriente, lo que tenemos a diario”. Toda una declaración de intenciones que resume no sólo su punto de vista sobre la escritura sino su en ocasiones, retorcida perspectiva sobre la creación. Margaret Atwood, decana de una generación de escritoras obsesionadas con su entorno pero sobre todo, la condición humana analiza desde la periferia ese consciencia de lo misterioso y lo terrorífico que se esconde bajo lo cotidiano.
Porque más allá de su labor como escritora, Atwood es militante de todo tipo de ideas complejas, basadas en un humanismo profundo y con una estrecha relación con la necesidad de comprender lo hórrido desde una perspectiva nueva. Todas sus obras, analizan la libertad de expresión, el feminismo, los procesos de identidad regional e incluso la poesía desde un ángulo fresco y renovado que le permite teorizar sobre lo esencial de la idea del hombre por el hombre. Atwood además, observa la realidad desde una sabiduría sin pretensiones eruditas que tiene una directa relación con una sensitiva capacidad para desmenuzar la realidad en sus piezas básicas. El resultado, es una percepción sobre la identidad colectiva entre la ternura, la ironía y la crítica que asombra por su agudeza pero también, por su cualidad conmovedora. Aficionada a los límites y lo marginal, Atwood encontró en la palabra un refugio para sus obsesiones y pesares. Más allá de eso, la escritora parece muy consciente de la labor de la escritura como reflejo de la realidad e incluso, un anuncio pesimista sobre el futuro cercano y distante.
No obstante, Atwood rechazó por un largo tiempo la etiqueta de “feminista”, aunque su primera novela “The Edible Woman” (1965) era una reflexión tan profunda sobre la identidad femenina, que pareció adelantarse a la segunda Ola del feminismo. Pero para Atwood, el problema de la mujer va más allá de la comprensión ideológica y política. El éxito de sus novelas radica en su capacidad para analizar historias no contadas sobre la perspectiva femenina, desde una crudeza desconocida. La escritora encontró una manera de hablar sobre mujeres desde la perspectivas de las mujeres, pero a la vez, mostrando la dureza de la comprensión histórica sobre la identidad que sustenta la idea de lo femenino. Toda una proeza que convierte a sus novelas en reflejos persistentes de la memoria colectiva. Atwood siempre parece encontrar la forma de contar un secreto más allá de la conciencia cultural y atinar con sus reflexiones, sobre las grietas y dolores que aplastan a la cultural.
Se trata desde luego, de un acto de ficción radical cercano al manifesto. Pero Atwood no pierde tiempo satanizando, dramatizando ni mucho victimizando a sus personajes. Sus novelas son sobre hombres y mujeres oprimidos por igual por un sistema que desconoce su individualidad y la aplasta bajo la noción del poder absoluto. En “Alias Grace” es evidente que Margaret Atwood equipara el control del poder judicial sobre la mujer con la noción de la sociedad que golpea y aplasta la identidad colectiva bajo la subyugación.
Lo elusivo de la verdad — el sentimiento de alineación, de odio al diferente y sobre distinciones clasistas — parecen reflejar con enorme precisión el pulso incómodo de EEUU en plena segunda década del siglo XXI, a pesar de la distancia histórica que separa “Alias Grace” de cualquier debate actual. No obstante, con su percepción sobre la realidad y las grietas de la información distorsionada y convertida en herramienta de discriminación y prejuicio. “Alias Grace” no pretende ser un alegoría sobre el terror y la perversión de lo que consideramos incuestionable, pero lo es. Y ese quizás es su mayor mérito.
Atwood tiene un evidente interés sobre el mito y también, la connotación sobre la historia que se repite, por lo que sus novelas tienen un dejo de atemporalidad. También lo tiene la serie “Alias Grace”, aunque es notoria la mano de la escritora en la noción sobre su necesidad de contextualizar lugares y momentos a través de pequeños detalles extraordinarios y misteriosos. Nada es casual en una obra de Atwood y “Alias Grace” tiene mucho de esa identificación precisa y casi académica del momento histórico en que transcurre la historia. Sus diálogos rápidos e inteligentes, llegan a la pantalla, de forma detallada y perspicaz, pero además la serie hereda de su gemelo literario el poder de evocación para crear una sensación de inevitable desastre. Un teorema intelectual que convierte a la serie en una reflexión sobre quienes somos, la cultura en que nacemos pero sobre todo, las implicaciones temibles sobre el poder y sus ramificaciones, cuando se combina con la moral y la ética distorsionada bajo el prejuicio. Una combinación explosiva en plena época Weinstein.
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