miércoles, 29 de noviembre de 2017
Sexo, drogas y poesía: Todas las buenas razones por las que debes leer a Charles Bukowski si aún no lo haces.
“Encuentra lo que amas y deja que te mate”
Charles Bukowski
Violento, cruel, descarnado. Grosero, con una capacidad para la provocación y el escándalo que transformaron sus poemas en alegorías a la belleza de la oscuridad interior. Bukowski se enfrentó al estereotipo del poeta atormentado por las mieles de la belleza y transgredió todos los lugares comunes para crear algo más doloroso pero de tan profundo significado, que permanece en la memoria colectiva a pesar de la interpretación superficial posterior de su obra. A décadas de su muerte, Bukowski — la figura y su ejercicio creativo — sigue asombrando por su capacidad para expresar el dolor a través de una sensibilidad brutal y que muchas veces se ha llamado vulgar, sin serlo. Bukowski creó una noción conmovedora sobre lo corriente y lo grotesco: Como pocos autores, retrató el sufrimiento de los perdedores, los marginados y los destrozados por los rigores de la angustia existencialista desde una perspectiva durísima y profundamente modulada en el arte. Catártico y poderoso, Bukowski reflexionó sobre la oscuridad de la vida moderna desde la borracheras, la promiscuidad y el padecimiento llano y realista, un experimento creativo que sorprendió al público y a la crítica pero además, meditó desde un punto de vista por completo nuevo sobre la naturaleza humana.
Charles Bukowski es la antítesis del poeta romántico y no hay mejor forma de describirlo que como héroe de su propio dolor. Alcohólico, misógino, a menudo soez es quizás la imagen más fidedigna del llamado “escritor maldito”. Alemán de nacimiento y ciudadano del mundo por obsesión, la relación de Bukowski con la literatura siempre fue ambigua y transgresora. Porque su poesía no es solo una muestra de la expresión del yo, sino una furiosa idea del tiempo, la realidad y la tragedia humana. Y es que con el poeta, nada es sencillo: todo lo que se le relaciona parece estar envuelto en el fino velo del caos, el desastre y la provocación. Una idea que quizás fomentó con toda intención pero que sin duda tiene mucha más relación con su inocultable y dolorosa visión de la realidad.
Bukowski era un tipo vulgar, grosero insoportable. Se llamaba así mismo “un sujeto de cuidado”, pero también, un desesperado amante de la palabra. Pero ese mismo hombre peligroso, fue el que siempre insistió que la escritura es primero que cualquier otra cosa cosa, que siempre es inevitable, que siempre te dolerá, que cada día que escribas es un día en que luchas contra la nada fugitiva que te abruma, esa oscuridad angustiosa del abismo del no ser. Que escribir es la manera más bella de crear, pero también la que más te herirá, la que te destruirá apenas pueda. Que escribir es un vicio, es una pasión, es un tormento, es un dolor, una condena, un enigma, un estigma. Que escribir son cien latigazos de pura angustia, la piel abriéndose como un pétalo para mostrar lo que te hace vulnerable, lo escondido, lo inocente, lo cruel y lo niño. Todo eso lo enseñó Bukowski, escribiendo a toda hora, escribiendo borracho y en bolsas de papel, escribiendo desde la calle, escribiendo a todas horas, escribiendo en agonía, en llanto, en furia. Prodigando palabras a la oscuridad.
Más de una vez se ha dicho que Bukowski es el poeta del desencanto. Un hombre que se atrevió a trasponer el límite de lo que hasta entonces era considerado poesía para elaborar algo por completo nuevo. Antes que su célebre decadencia se convirtiera en un aburrido estilo venial, habló con crudeza sobre el dolor del hombre y de la naturaleza humana. Pero no el idealizado, sino el real. Habló con crudeza, descarnado, entre groserías. No disimuló ni adulcoró la realidad para encajarla en la poesía, sino que deslumbró con su capacidad para convertir la vulgaridad en algo tan extraordinario como meritorio. En una época donde la imagen del poeta maldito parecía al borde de la destrucción, Bukowski creó una reinvención del mito, una perspectiva por completo original — y sin duda irrepetible — del sufrimiento, la plenitud y la decadencia. Un hombre que meditó sobre el hombre con una profundidad de pesadilla, en medio de todo tipo de elaboradas y brutales visiones sobre la angustia y el terror.
Pero Bukowski era Bukowski y mientras otros escritores y poetas debatian sobre el dolor y la belleza al margen de la osadía, él lo hacia a través de la degradación. Borracho, violento y promiscuo, escribía en hojas de papel que luego perdía. La leyenda del horror y la desesperación reinventada para una noción profunda sobre lo que crea el arte, sobre la herida abierta de lo que se construye y se crea. No obstante, el Bukowski mito, era algo más poderoso que la simple idea elemental del poeta que se nutre de su decadencia. Su poesía tiene una enorme frescura e inmediatez, un realismo sucio y desasosegante que tiene un efecto implacable sobre esa noción del lector como vehículo de belleza. Bukowski, como Rimbaud, pasó mucho tiempo al borde del abismo, escribiendo desde la periferia. Pero allí donde Rimbaud falló — y quizás se disgregó en un dolor volátil que le destrozó — Bukowski logró encontrar la grieta ideal para crear y construir una forma de asumir la poesía tan poderosa como esencial. Como poeta, logró evitar ese peligroso juicio de valor y asumir la imperfección de la realidad como base de su obra, bordear el encanto, la dulzura y el terror como una forma de expresión durísima. No hay nada en la poesía de Bukowski que no enuncie la belleza de lo real, de lo fracturado, lo roto y lo doloroso. Una y otra vez, se asume como parte de una idea irracional y pendenciera que cultiva desde la percepción de lo que desea y sobre todo, de lo que necesita crear como obra literaria. Una visión exponencial sobre la capacidad creativa y sobre todo, la expresión de la realidad en todo su peso y valor como elemento esencial en lo que se asume como obra literaria.
Bukowski era un escritor underground, tan cercano al tópico y al mito, del que sólo se aleja por su magnífica capacidad para reproducir la realidad sin ambages. Explora los rincones más sucios de la existencia, los retrotrae para asumir el peso del tiempo y también, de algo más implacable. Una idea esencial que se crea a dos bandas, que subsiste entre la literatura esencial y algo más elemental y sustancioso. El poeta que escribe como vive — y vive en el desastre, en la expiación del alcohol, en la periferia de lo que se considera habitual — pero que también asume que la escritura es un exorcismo craso de ese dolor que reverbera en los límites de la cordura. Tal vez por ese motivo, Bukowski dijo en más de una ocasión que escribía “a carne viva”, que lo hacía para escapar de si mismo y que sin duda, lo hacía por necesidad, por prepotencia y por angustia existencial. “¿Cómo puede una persona que no está interesada en casi nada escribir sobre algo”, se pregunta en varias de sus obras “Bueno, yo lo hago. Escribo y escribo sobre todo el resto: un perro perdido caminando calle abajo, una mujer que asesina a su marido, los pensamientos y sentimientos de un violador mientras le pega un bocado a una hamburguesa; la vida en la fábrica, la vida en las calles y las habitaciones de los pobres y los mutilados y los locos, mierda como ésta, escribo mucha mierda como ésta…”.
Redentor espiritual y guía casi mesiánico de una generación de narradores, poetas y otros literarios norteamericanos, Bukowski parece partir de la idea básica que toda comprensión sobre la palabra, atraviesa por necesidad la vida cotidiana. Obsesionado con el vivir para escribir, Bukowski rebasó los limites y las ideas que construyen la búsqueda de algo definitivo, elemental y sobre todo, constructivo sobre lo que se escribe. Pero más allá de eso y casi de manera engañosa, Bukowski también se burla de esa absoluta percepción del dolor como camino a la creación. Zafio, el renegado original, marginado por derecho propio, Bukowski demostró que escribir — y sobre todo, desde la poesía — es un ejercicio de lucha residual contra los dolores y presiones de la vida común, pero también un enfrentamiento constante contra el ego que los asume implacables. Borracho irredento y obseso sexual, Bukowski fue el primero en destruir su mito y haciéndolo, tal vez creó otro, asumió la carga azarosa de una nueva idea sobre la literatura basada en la impudicia, en la intimidad de la angustia existencial en estado puro y en esa extraordinaria lucidez suya basada en la idea del escapismo a través de lo que se crea. El último rebelde del dolor.
“Yo creo en el alcohol, pero hay que estar en buena forma para poder beber. Tomo buenos vinos, me gusta ser bueno con mi estómago; si soy bueno con él, él es bueno con mi mente, mi mente es buena con mi espíritu y mi máquina de escribir es buena conmigo”, explicaba Bukowski con frecuencia. Y luego añadía, como una celebración al desastre “Mi estado de lucidez lo consigo con el alcohol”. Tal vez por ese motivo, Bukowski fue asociado durante mucho tiempo con la generación Beat, una consecuencia directa sus similitudes de estilo y forma creativa. No obstante, la escritura de Bukowski tiene poco que ver con corriente literaria alguna y si mucho con la atmósfera malsana y casi grotesca en que transcurrió la mayor parte de su vida. Tuvo una infancia difícil, padeció los embates de adicciones y un tipo de dolor intelectual difícilmente comprensible. Fue una victima trágica de su propia cólera,. Y en el trayecto de esta espiral de locura y destrucción de su propia identidad, el autor nunca dejó de crear sus propios demonios con la única arma que siempre empuñó con mayor libertad: la palabra: Escribió más de cincuenta libros, incontables relatos cortos y multitud de poemas. Se creó asi mismo, como mito y como pequeña celebridad del desastre y muy probablemente, como símbolo de su propio dolor.
0 comentarios:
Publicar un comentario