En una ocasión, Coetzee — llamado el mejor escritor vivo de la actualidad — dijo que aborrecía la fama por todas las razones que parecen hacerla tan atractiva a la gran mayoría de los escritores. “La fama deforma la percepción de la identidad, la engrandece y sublima de manera falsa y triste” llegó a puntualizar en una reciente entrevista. La frase, parece describir con enorme precisión la extraña relación que durante toda su vida mantuvo el novelista húngaro Laszlo Krasznahorkai no sólo con el público lector, sino incluso con la crítica y el mundillo literario de su país. Desconocido en buena parte del mundo, el escritor llegó insistir que escribía “por el impulso de llevar a cabo la palabra como hogar” y lo hacía “desde la privacidad”. Tal vez por ese motivo, su obra a las librerías del resto del mundo con un notable retraso. Y sin embargo, aún así continúa sorprendiendo. Se trata de una obra asombrosa, que concentra su mirada en la oscuridad, la amenaza del hombre hacia el hombre y la entropía como un temor violento de la naturaleza humana. En medio de paisajes aterradores, amplios y temibles la obra de Laszlo Krasznahorkai se alza como una propuesta durísima sobre la soledad del espíritu del hombre moderno, pero sobre todo la percepción del miedo y la inquietud moral como terrores monstruosos al borde mismo de la conciencia. Para Krasznahorkai los monstruos habitan en el corazón de nuestra cultura y se esfuerza — con una prosa limpia y de asombroso poder — por demostrarlo.
Claro está, una obra de semejantes implicaciones no es del todo desconocida, a pesar de los esfuerzos de su autor porque lo fuera. Ya hace más de tres décadas, Susan Sontag se refería a sus extrañisimas narraciones disruptivas como “imprescindibles para comprender el mal” y llamaba al propio Laszlo Krasznahorkai un “maestro del apocalipsis”. De hecho, lo es: En su primera novela “Satantango” (publicada en 1985 y llevada al cine por el director Béla Tarr en una extraordinaria adaptación en el año 1994) sorprende por su dureza pero sobre todo, por la sensibilidad de Krasznahorkai para analizar el hecho humano como parte de la tragedia y los horrores que le rodean con mano firme y curiosamente severa. No obstante, Krasznahorkai no cae en la tentación del sermón ni mucho menos la crítica a través de pequeñas visiones de sobre la violencia humana, sino que más bien, asume la perspectiva del relato neutro, a cierta distancia moral, bajo la presunción del dolor sin nombre.
Quizás la mayor cualidad de autor sea justo esa: la connotación del poder real y el poder alegórico que analiza la identidad humana. Una meditada comprensión sobre el tiempo y sus vicisitudes: En “Satantango” la vida de una granja colectiva -la mítica comuna de la década de los sesenta — se transforma por la malevolencia de dos estafadores, tan humanos, afligidos y crueles como pequeñas pesadillas Freudianas. En su siguiente novela “War & War” (publicada en 1999) Krasznahorkai regresa sobre el terror y las tragedias, al describir el miedo paulatino de un viejo archivista que debe traducir un texto arcano y que es acosado por presencias invisibles y hostiles que intentan evitarlo. La narración, extravagante, por momentos claustrofóbica pero siempre apasionante, se mueve de un lugar a otro de Hungría pero también, de la mente del angustiado personaje principal, que encarna la paranoia moderna y la percepción del miedo desde un brillante matiz de puro miedo. Porque Krasznahorkai escribe para describir los terrores invisibles pero también, los analiza desde la capacidad inquietante del contexto para crear un horror que se desarrolla con lentitud, en una progresiva belleza. Krasznahorkai encuentra en el misterio que nunca se revela y que se muestra como una comprensión esencial y poderosa de la sociedad opresora y el individuo rehén. Para el autor — que creció durante la época de la cortina de hierro y lucha contra los miedos silenciosos que agobian a toda una generación — el verdadero terror subsiste desde un poder omnipresente que lo arrasa todo, que lo sostiene desde la periferia y construye una noción sobre el bien y el mal que no admite una explicación sencilla. Angustiosa y selectiva, su percepción sobre lo temible desaparece en medio de una densa abstracción sublime. Y ese quizás, es su mayor logro.
En su nueva obra traducida The World Goes On el escritor repite la fantasía del horror basado en la futilidad como una proeza de la imaginación. Hace tres años, Krasznahorkai — y su traductor George Szirtes — ganaron el premio Man Booker gracias a la obra: los jueces alabaron la prosa desconcertante y el enrevesado sentido de la vida que Krasznahorkai sueña para sus personajes. La obra, que ahora llega al gran público, es una colección de relatos que desconcierta por su poder para conmover y aterrorizar, desde un pesimismo abrumador y certero que resulta casi agobiante. La atmósfera de todos los cuentos, asombra por su cualidad onírica y parece envolver cada historia en una extraña visión sobre el tiempo trastocado que desconcierta por su depurada belleza. En uno de los relatos, un niño dedica horas y días enteros a meditar sobre la melancolía mientras contempla el nado irregular y angustiado de una ballena confinada a una caja de metal. La mera imagen resulta una alegoría dolorosa sobre la inutilidad y el sufrimiento fútil, pero Krasznahorkai lo lleva más allá: cada escena es un prodigio de ternura y profundo detalle que convierte el sentido entero del relato en una pieza artística literaria. En otro de los cuentos, un hombre obsesionado por las cascadas, se asombra ante el abismo del miedo existencialista mientras recorre Shanghai en medio de una borrachera. Y en el que quizás es el relato más doloroso de todos, el escritor crea una visión asombrosa, dolorosa y desconocida sobre los eventos del 11 de Septiembre. Con una crueldad temible, el escritor analiza y comprende los terrores que acechan desde la violencia “invisible y perenne”. Para Krasznahorkai el miedo es un anuncio del vacío, un impacto desgarrador sobre la moralidad rota, el sentido del poder derrotado por lo inmediato y el tiempo como enemigo ciego. Esta colección de relatos, muestra no sólo el poder de Krasznahorkai para asumir el miedo como una abstracción extravagante de la conducta humana sino también, una forma de pleno desconcierto. Los personajes, las larguísimas oraciones de Krasznahorkai, su persistencia en demostrar lo absurdo de la vida se convierten entonces no sólo en un manifiesto de identidad, sino en una versión de la identidad colectiva sutil y mortal. Profundamente dolorosa. Por completo insólita.
Por supuesto, es evidente que Krasznahorkai está obsesionado con la búsqueda de un significado único a través de la palabra. “Siempre quise hacer algo absolutamente original” comentó hace poco en una entrevista “Quería ser libre de alejarme mucho de mis antepasados literarios, y no hacer una nueva versión de Kafka, de Dostoievski o de Faulkner”. Para Krasznahorkai la noción de la palabra radica en la belleza y en el tiempo que desaparece entre la percepción de la realidad como un método para comprender la identidad. El escritor asume en cada uno de sus relatos, el hecho de lo individual como un punto de vista sobre lo que se asume como persistente y humano. No hay nada casual ni mucho menos independiente en medio de las cuidadas estructuras de palabras que Krasznahorkai para describir un tipo de tragedia mínima, insistente y persistente en la memoria de sus personajes. De manera que cada una de sus obras es un símbolo profundo y elemental sobre el significado de la existencia o intenta serlo.
Para Krasznahorkai, la experiencia norteamericana ha sido todo un descubrimiento que le obligó asumir el hecho que es un escritor de cierto renombre en una época hipercomunicada y tecnificada. A pesar de eso, todas sus novelas ocurren en la Hungría rural: una especie de visión del tiempo la angustia existencial signada por el desamparo y el horror. “Su mente es misteriosa y divertida: se lanza, se mueve, se mueve y se eleva”, dijo hace poco el escritor Colm Toibin, quizás el único amigo del esquivo y extraño Krasznahorkai “Tiene un estilo hipnótico e impresionante, un estilo que te atrapa, te mantiene y te mantiene, de modo que de una forma u otra, no puedes resistir el ritmo que capte, que siempre tiene una especie de melodía”.
Por supuesto, Krasznahorkai no es sencillo de leer. De hecho, sus obras son monumentales, intrincadas y casi imposibles de leer. La recopilación de The World Goes On no es la excepción. Sus conocidas frases incómodas, largas y temibles pueden continuar páginas tras página, como un ritual iniciático de raras consecuencias literarias. Ninguna de sus historias tienen un sentido abierto, real sino que se entremezclan con ensoñaciones temibles y perpetuamente desconcertantes. “Cuando comienzas a desglosar algunas de sus descripciones más sombrías, es muy gracioso, casi una autocaricatura”, dijo sobre la obra del escritor el poeta anglo húngaro George Szirtes, quien tradujo la mayoría de sus obras al inglés “Ciertamente no está exento de ironía”, una característica persistente que le he valido al escritor comparaciones con Beckett y especialmente con Kafka. Pero la obra es mucho más que sus insólitos giros argumentales y de lenguaje: claustrofóbica y abrumadora, la obra de Krasznahorkai es una alegoría temible sobre lo terrorífico del control y la alineación intelectual, por lo que muchas veces, se le ha confundido con una crítica política. Pero el autor lo ha negado enfáticamente “Mi resistencia contra el régimen comunista no fue política. Fue contra una sociedad” insistió en una entrevista a un periódico de su país “mis temores se manifiestan hacia la oscuridad del hombre, no sus consecuencias”.
“Imagínense a Philip Roth y Don DeLillo viviendo y trabajando en los Estados Unidos y siendo ignorados”, dijo Jakab Orsos, director del PEN World Voices Festival y compatriota de Krasznahorkai. “El enfoque de Laszlo sobre la vida y el arte es tan diferente de los sentimientos políticos generales que automáticamente se convierte en una declaración política”. Pero el escritor insiste en que sus libros — y sobre todo su durísima crítica sobre el tiempo, las vicisitudes humanas y el terror — es mucho más que que la noción sobre el acto de valor ideológico. “Somos algo más que lo evidente sobre nuestra postura sobre el mundo” escribe Krasznahorkai en The World Goes On “Sólo somos miedo”. Y quizás, a la vista de sus diatribas argumentales de insólita fuerza, tenga razón.
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