jueves, 7 de diciembre de 2017

Delirios y manías: Las cinco películas que me dieron lecciones sobre fotografía, sin cámara de por medio.




Se dice que toda obra cinematográfica, es también una percepción sobre la realidad convertida en objetivo estético. Cada película, es una transposición de imágenes que no sólo contienen peso narrativo, sino que convierten a la percepción del movimiento y el color en una idea tan compleja como sustanciosa. Niveles y capas de interpretación, que se estructuran dentro de una visión del lenguaje que analiza lo argumental desde lo simbólico. Una idea que puede parecer un tanto abstracta — en ocasiones, absurda — pero que parece resumir esa necesidad de todo autor de expresar a través de su obra, toda una serie de ideas, expresiones y percepciones de la realidad. Por supuesto que, en el cine, la labor parece masificarse, elaborarse con una serie de variaciones de forma y fondo necesarias, pero aún así, la necesidad es la misma: contar al mundo o mejor dicho, la manera como el director — ese artífice de pequeños circunstancias visuales — lo comprende. Quizás una de las razones por las que el cine, como vehículo creador, sea también, un reflejo eminente — y necesario — del origen de las ideas que lo construyen. Y más allá, un lenguaje construido a partir de elementos personales y profundamente anecdóticos.

Por ese motivo, la fotografía suele nutrirse del cine y viceversa, como artes y disciplinas análogas que se mezclan para crear una expresión formal estética de enorme valor conceptual. De hecho, la cine y la fotografía crean un lenguaje expresivo que se completa entre sí, por lo que con frecuencia, ambas visiones de la realidad suelen combinarse para crear algo más extraordinario. Así que con frecuencia, un fotógrafo puede encontrar todo tipo de referencias y visiones originales sobre el arte de la imagen instantánea en la pantalla grande, por lo cual, es inevitable preguntarse: ¿Cuáles serían las cinco películas que todo fotógrafo debería ver sin que su tema sea la fotografía? Hablamos de películas cuyo peso visual sea el suficiente como para mostrar una nueva manera de comprender la imagen, y sus recursos visuales sean tan poderosos como para dejar una impresión perdurable en la mente de un fotógrafo. Durante un par de días, revisé mi colección de películas favoritas, preguntando por aquí y por allá y aunque la lista es enorme, decidí hacerla muy corta y resumirla en los cinco film que me permitieron aprender algo sobre fotografía mientras las disfrutaba. Y ellas son:

Apocalipsis Now: de Francis Ford Coppola:
Considerada una de las películas más complejas e importantes del cine de la década de los ’70, es también un prodigio visual: Su director de fotografía — el magnifico Vittorio Storaro — creó para historia un mundo de colores y sombras que escenificó esa idea insistente del descenso a los infiernos de los personajes, el temor, la locura, la crueldad. Basándose en una paleta de colores muy saturada y el dramático uso de la luz para brindar tensión a las escenas, Storaro construyó una atmósfera sorprendente realista para historia. Asombroso, la impecable belleza de las escenas, meticulosamente planeadas para recrear el ambiente opresivo de la Guerra y poco después, de una angustia casi existencialista. Desde sus primeras imágenes la película cautiva con una estética única y sobre todo, su capacidad para recrear la tensión densa e insoportable del libro “El corazón de las Tinieblas” en el cual está basada la película.

El Portero Nocturno de Liliana Cavani:
Esta película — la obra cumbre de la directora italiana Liliana Cavani — siempre será controversial, no solo a nivel argumental — que ya bastaría para asombrar al espectador más ecuánime — sino por su poderosa puesta en escena. Una historia compleja y durísima, cuya estética deja una huella perdurable: El uso del color para acentuar el dramatismo de las escenas, la luz como herramienta para brindar carácter a los personajes y escenarios. Con una iluminación increíble, la estética de la película fluctúa entre lo retorcido y lo bello, en un raro equilibrio visual muy bien logrado. ¿ Para el recuerdo? La manera como el juego de luces y sombras recrea la dualidad del personaje femenino principal — Lucía, cuyo nombre significa “luz” — y su desconcertante temor a la luz. Un juego de ambigüedades con una estética magnífica.

El Padrino ( Primera parte ) de Francis Ford Coppola:
Un clásico siempre lo será, y más aún si ha envejecido de una manera tan digna como esta gran película. Con una producción de Lujo, el Padrino — al menos su primera parte — tiene mucho de cine independiente y experimental, con este joven Coppola creando en imágenes toda una lección de ritmo. No obstante, la estética de la película brilla por si sola: con sus altos contrastes de luz y de sombra, sus planos cenitales que sugieren una dureza visual inusitada y esos inquietantes primeros planos a los personajes en sus momentos más críticos, el director de fotografía Gordon Willis logró una estética entre lo urbano, lo clásico y una depuración del tradicional cine de gangster. No obstante, en El Padrino hay mucho más que un ejercicio de estilismo: hay un tipo de elegancia muy cuidada y sobre todo, una atención al detalle que convierten cada imagen en una documento visual inolvidable.

Chinatown de Roman Polanski:
A Roman Polanski se le suele considerar un artista incomprendido: llamado genio y a la vez una gran decepción como director y creador visual, está a medio camino entre la admiración y el repudio. Tal vez se deba a su turbulenta vida personal o al hecho de tener una desigual carrera fílmica: cualquiera sea el caso Polanski creó todo un nuevo estilo visual en su celebrada Chinatown y demostró, que al margen del prejuicio es un director muy consciente que toda buena historia, debe tener también, un considerable peso visual. Y que clase de lección de estética y de belleza visual nos brinda en “Chinatown”: Asombroso la manera como las escenas — cargada de pequeños juegos de luz y de sombra — parecen definir a los personajes y más allá, crear un nuevo discurso visual dentro de ese cine negro tradicional donde todo parecía estar dicho. Porque Polansky demostró que el cine es una cuestión de atmósferas y es en ChinaTown donde encontramos una verdadera lección sobre esa especial idea estética de la imagen al servicio de la narrativa cinematográfica.

American Beauty de Sam Mendes:
Sin duda, el director Sam Mendes siempre sorprenderá con una estética visual depurada, milimétrica y llena de un simbolismo casi hipnótico. Tal vez se deba a su buen hacer como director Teatral o a su instinto como creador visual, el hecho es que el director ha sabido encontrar en la creación de atmósferas y una estética casi minimalista, su propio lenguaje visual. Y tal vez la película “American Beauty” — curiosamente su primera incursión en el Hollywood comercial — sea donde mejor se demuestra ese gusto de Mendes por hablar en imágenes, por transmitir ideas complejas a través del lenguaje visual: American Beauty es una película de una belleza sobrecogedora, de un poder visual apabullante, y de una contundencia basada principalmente en su capacidad para sorprender a través de giros estéticos tan bien pensados como hermosos. ¿Para el recuerdo? La capacidad de Mendes para trascender lo cotidiano y expresar lo introspectivo a través de imágenes muy concretas: La adolescente y tentadora Mena Suvari envuelta en pétalos de rosas o la bolsa solitaria, danzando en el aire, toda una metáfora de la circunstancia visual. Una película que desconcierta, no solo por su extraordinaria utilización del color, luz y sombra sino además, de la simbología como lenguaje fílmico puro y duro.

Una lista muy corta sin duda. Probablemente sea casi imposible resumir todas las películas que han creado toda una nueva estética a través del lenguaje cinematográfico. Aún así, esta pequeña selección intenta comprender las infinitas variaciones de un mismo tema a través de artes paralelos que se complementan entre sí. Una mirada hacia lo estético y lo artístico, como una expresión única. Una manera novedosa de crear.

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