jueves, 28 de diciembre de 2017
Una vuelta al sol: Las doce cosas que gané y perdí durante este año.
Si tuviera que describir este año con una sola palabra, seguramente no podría. No solo porque ocurrieron tantas cosas en apenas doce meses que en realidad, ahora que llegamos al último rescoldo de esta vuelta al sol, parece que transcurrió muchísimo más tiempo sino porque además, ha sido tan variopinto y caótico que no hay un único término que pueda hacerle justicia. Desde vivir la incertidumbre de un país en luto, hasta sufrir una serie de circunstancias personales que me obligaron a reconstruir muchos conceptos que creí eran absolutos, tengo la rara oportunidad de mirar atrás, casi de manera fugaz y asumir mi responsabilidad. No solo por lo que hice — o no — sino también, por el aprendizaje que obtuve, entre risas y lágrimas, temor y desconcierto, incluso ese renacimiento primaveral que ocurre justo después del momento más doloroso. De manera que sobreviví, a un año tan duro como inolvidable, y sobre todo, aleccionador.
Y en medio de ese proceso de echar una ojeada cautelosa a los días que guardé para comprender mejor después, descubrí que perdí y gane toda una serie de cosas que de alguna forma, resumen el año de una manera mucho más precisa que cualquier anécdota. Porque este tercer año de la segunda década del milenio me regaló experiencia y además, me despojó de mis máscaras favoritas. Y encontré, en medio de los escombros, que hay un valle fresco y reluciente de fertilidad naciendo en mi mente. De manera que sí, hay que agradecer, hay que lamentar. Pero sobre todo, hay la posibilidad de comprender ( me ) a través de esa necesidad de cuestionarme siempre que puedo y encontrar mis propias respuestas. Sin duda, un trayecto interminable que me lleva al centro mismo de mi mente y mi capacidad para soñar.
Entonces ¿Qué perdí y que gané en un año tan extraordinario como doloroso? podría resumirlo así:
Perdí una cierta inocencia: pero no el idealismo. Dejé atrás la idealización y encontré que una mirada realista y profundamente sensible tiene mucho más valor. Obtuve una mayor capacidad para comprender mis errores y asumir mi responsabilidad en lo que hago. En otras palabras, maduré.
Perdí la noción del tiempo: Y comprendí que a medida que cumplo un año más, encuentro un camino más visible y directo a la niña interior que aún deseo conservar.
Perdí el miedo a dar mi opinión: Porque no hay nada más duro que olvidar el poder de la propia experiencia ni nada que alivie más que recordar su verdadero valor.
Perdí el reloj biológico: y dejé de preocuparme por encontrar sentido a mi particular ritmo vital. Soy quien soy, miro el mundo como prefiero. No le temo a mi propia madurez y mucho menos a mi simple necesidad de comprenderme como parte de esa gran circunstancia que llamamos con tanta ingenuidad historia personal.
Perdí el miedo a reír a carcajadas: Y a llorar sin rebozo. A comer por puro placer, a dejar pasar el tiempo por simple ocio.
Perdí la necesidad de confiar: y me permití la duda razonable, la desconfianza selectiva y sobre todo, la fe inquebrantable en mi propia intuición.
Perdí el temor a la critica: y sobre todo a la que yo misma me hago. A la que me permite aprender, a la que me brinda la oportunidad de mirar desde otro punto de vista mis conceptos y visiones sobre el mundo.
Perdí el temor a pedir ayuda: Y comprender que me merezco el apoyo de quienes amo y aprecio.
Perdí el miedo a preguntar: Y todas las veces que lo necesita, que lo disfrute y me haga hacerme incluso más preguntas.
Perdí el miedo a cometer errores: Y saber que cometerlos, también es una forma de construir una idea.
Perdí el miedo al futuro: Porque comprendí que tomo las decisiones que tomo actualmente, los construyen a cada paso.
Perdí el miedo a morir: O quizás simplemente asumí que mi mortalidad es parte de mi historia.
Perdí el miedo a mirarme como mi mejor obra de arte: Porque más allá de mis temores y dudas, soy la mujer que soñé ser.
¿Y que gané en este año extraordinario y duro? Pequeños tesoros que intento proteger con las manos abiertas.
Gané en aplomo: Y aunque continuo siendo — y supongo seré — la misma mujer nerviosa que he sido durante buena parte de mi vida, voy comprendiendo que asumir el control de mis reacciones me brinda un poder inusitado.
Gané en Alegría: Y en asumir, que sonreír de vez en cuando sin motivo es una necesidad.
Gané en libertad: porque finalmente abrí puertas y ventanas que permanecían cerradas en mi mente.
Gané en locura: Y descubrí que esa demencia del creador, es un regalo extraordinario.
Gané en criterio: Y decidí finalmente, dejar de responsabilizar a otros por mis decisiones. Una idea que parece sencilla pero que me ha permitido tomar control sobre mis errores y aciertos. Al fin y al cabo soy lo suficientemente adulta para construir mi propia — y quizás disparada — manera de ver el mundo. Y crecer gracias a ella.
Gané en respeto: hacia el consejo bien intencionado y hacia mi propia decisión de aceptarlos o no.
Gané en cólera: Y aprendí que enfurecerte, gritar y discutir es tan válido como sonreír y aceptar.
Gané en Confianza: Y aprendí que apreciar mi trabajo, desde el que realizo en el ámbito laboral hasta el artístico, es una manera de mejorarlo y crecer como constructor de ideas.
Gané en Convicciones: porque la ética no es solo una palabra y la moral una costumbre: Son ideas genuinas con un peso enorme dentro de mi manera de ver el mundo. De manera que descubrí que siempre es mejor tener la cabeza en alto que los bolsillos llenos.
Gané en capacidad para crear: Y es que me liberé de mis propios monstruos, solo para crear otros nuevos, más temibles y hermosos, mucho más poderosos. Pero sobre todo míos.
Gané en amor: Y no el romántico, sino en el destructor y el constructor. El amor por el amanecer que renace, y las noches de vigilia. La palabra que hiere y la pagina que asombra. Sobre todo, la necesidad de construir una manera de soñar profundamente personal.
Gané en tranquilidad: Porque a pesar de las heridas, las caídas y traspiés, me volví a levantar.
Un año extraordinario sin duda, a pesar de todo lo que viví, quizás por todo. Un renacer en mi conciencia, una manera nueva de mirarme al espejo. Y tu que me lees ¿Qué perdiste y que obtuviste en este año que está por terminar? Porque quizás la gran lección de este año, sea haber recordado que en medio de las grandes debacles, hay lugar para la redención.
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