viernes, 26 de enero de 2018
Una recomendación cada viernes: “Call me by your name” de André Aciman.
Con frecuencia, las relaciones homosexuales suelen reflejarse en la literatura desde el dolor, el desencuentro, el desarraigo y la tragedia. Una combinación que parece llevar implícita cierta angustia existencial y sobre todo, una velada censura sobre relaciones que la mayoría de las veces, reciben el incómodo epíteto de “imposibles”. No obstante, la novela “Call by your name” del escritor André Aciman(gemelo en tinta de la película del mismo hombre dirigida por Luca Guadagnino) parece mucho más interesada en reflexionar sobre temas universales como el dolor, la soledad, el tránsito de la juventud a la definitiva madurez y la pérdida, a través de una historia en apariencia sencilla pero llena de capas modulares y dimensiones desconocidas que asombra por su conmovedora efectividad. La historia de Aciman, es de hecho una meditación muy cercana a las elaboradas reflexiones de Proust sobre el tiempo y el deseo. Una invocación al comienzo de todo despertar sexual y amoroso y un epitafio a esa primera visión sobre el amor que termina desplomándose en el cinismo de la vida cotidiana. Con un punto de vista excepcionalmente hermoso sobre el deseo, el poder de la emoción y sobre todo, la necesidad de lo romántico — englobado en lo sexual y lo perenne — como parte de las experiencias capitales de cualquier hombre y mujer, la novela contempla el abismo de la soledad y la maravilla del amor transformado en un lenguaje catalizador desde una evidente perspectiva crepuscular.
Quizás lo que más sorprende de la novela de Aciman, es que a pesar de su toque sutil y su reflexión intelectual sobre el amor se trata de una narración hedonista y muy consciente del valor de lo sexual como elemento que sostiene una presunción clara sobre la identidad. Con una elegante prosa, el autor pondera sobre el sentido del amor contemporáneo con una enorme sutileza, una visión sobre todo lo inasible de lo inalcanzable. Con la misma visión de Nabokov sobre Lolita — esa aspiración carnal ambigua, indulgente y peligrosa — pero sin el perturbador ingrediente de lo perverso, Aciman asume la labor de retratar el primer amor desde la perspectiva de cierta celebración espiritual que evade cualquier explicación sencilla. No solo se trata de un recorrido por los hechos y situaciones que crean el amor como una vertiente sobre la fe y la comprensión de la necesidad insatisfecha, sino que además lo dota de sentido y significado. Del Paraíso hedonista — esa abierta sensualidad que Aciman describe con un profundo abandono físico y espiritual — hasta el Paraíso perdido — el dolor de la ausencia, lo inevitable y el mundo real — la novela es un compendio de angustia contenida y enervado deseo hasta que avanza a una comprensión total sobre la ruptura de cierta belleza cristalina e idílica. El calor del amor se transforma de anticipación a un fragmento de memoria que se elabora como una idea persistente, compleja y peligrosa que al final, se sostiene sobre la necesidad de comprender la propia capacidad para el anhelo y el miedo.
La historia transcurre en medio de un evidente aire onírico: en el Verano de 1980, un jovencísimo Elio disfruta de unas idílicas vacaciones en el norte de Italia, en la que descubre no sólo los placeres y amarguras del despertar sexual, sino también el sentido del dolor y la incertidumbre progresiva de lo finito. Y es es ese fragmento de su historia, la que Elio cuenta con asombroso detalle y un definitivo abandono emocional. Aciman dota a su personaje de una sensibilidad dolorosa y precisa, lo que hace del relato una comprensión aciaga y perpetúa sobre el sufrimiento íntimo y profundamente personal del amor como una demostración de fe y poder individual. Pero además, Elio atraviesa los últimos albores de la adolescencia a través de una mirada inteligente y potente sobre el poder del deseo, la transformación intelectual y una percepción muy profunda y sugerente, sobre las delicias y terrores de la cercana adultez. Con una naturalidad que desarma pero también, una incisiva concepción sobre el mundo emocional en el cual se debate, la voz de Elio elabora un mapa de ruta a través de la sorpresa íntima, el autodescubrimiento, la evolución consciente y potente de su sexualidad. Pero también, de una ternura magnífica que evade cualquier cliché o romanticismo excesivo. Elio desea contar su historia y lo hace, a través de la inquietud, la incomodidad y el poder de reflejar la angustia existencial en un elemental diálogo interno sin conclusión ni término. Elio narra sus propios dolores, el romance y la necesidad insatisfecha con una sinceridad que desarma pero además, brinda una notoria profundidad a la narración. Es entonces cuando Aciman encuentra el ritmo y el sentido de la historia como un conjunto de experiencias emocionales: “Call me by your name” es un maravilloso recorrido sobre las emociones pero también, los recovecos de la memoria. De lo que recordemos y la forma como sostiene nuestra vida como parte de una experiencia sensorial. Con una prosa inteligente, rápida y enérgica, Aciman brinda a Elio una mirada amplía y dúctil sobre su vida, sus temores y desarraigos, pero sobre todo su capacidad para asumir el riesgo de reinterpretar sus recuerdos a través de la distancia.
A través de un ponderado juego de argumento y reflexión íntima, Aciman logra una inmediata empatía con el lector: lo lleva dentro de la mente de Elio, sus dudas, sus persistentes cuestionamientos. Lo hace además, con una ternura y una sutileza que abarca no sólo la historia como un todo argumental, sino también de las pequeñas escenas dispersas que sostienen la belleza del amor, el temor convertido en algo más determinado e individual. El texto palpita de brillante voracidad pero también, un anhelo mal contenido que tiene un definitivo regusto adolescente. De los momentos fugaces a las descripciones más sensuales, toda la novela de Aciman está llena de una furiosa vitalidad que deslumbra por su buen hacer y precisión.
Aciman apuesta a una engañosa sencillez: la historia del adolescente Elio — precoz, inteligente, nervioso, ingenuo, asombrado por su despertar sexual — y su amor por Oliver, un profesor de Columbia de veinticuatro años, brillante erudito y tan lejano a su mundo que de inmediato se transforma en una promesa, el misterio y por supuesto, un exaltado objeto de deseo. Pero Aciman evade la narración lineal y construye una concepción sobre el recuerdo basado en la melancolía como piedra angular de la belleza, el tiempo que transcurre y los dolores que trae aparejado. “Cerré los ojos, pronuncié la palabra y volví a Italia”, escribe Elio desde algún lugar futuro, innombrado e impreciso. Con una sola frase, Aciman ya deja claro no sólo el transcurrir del tiempo sino que además, lo elabora desde cierta mirada triste y consciente del transcurrir de la vejez espiritual y cierta madurez atípica.
El joven Elio aparentemente ha sido más o menos heterosexual hasta que Oliver llega, pero en menos de 15 páginas ya se encuentra en un estado que él llama el “desmayo”. Se acuesta en su cama en las largas tardes del Mediterráneo con la esperanza de que Oliver entre, sintiendo “Fuego como el miedo, como el pánico, como un minuto más de esto y moriré si él no llama a mi puerta, pero preferiría que nunca golpeara que tocar ahora. Había aprendido a dejar mis ventanas francesas entreabiertas, y me acostaba en mi cama con solo mi bañador, todo mi cuerpo en llamas. Fuego como una súplica que dice: Por favor, por favor, dime que estoy equivocado, dime que he imaginado todo esto, porque posiblemente tampoco sea cierto para ti, y si también es cierto para ti, entonces tú es el hombre más cruel con vida “.
Aciman se obsesiona con los detalles para crear una hiperrealidad que elabora un sentido del absurdo y la emoción de asombrosa perspicacia. Paso a paso, detalla la relación entre Oliver y Elio desde la periferia, desde las conversaciones más mundanas a los toques más leves, construyendo el tiempo y la noción del amor desde lo cotidiano. Aún así, no recurre al romanticismo sino a una vitalidad utópica, que analiza la desesperanza como elemento inevitable del amor. La novela avanza entonces por el transcurrir incierto de la identidad y cuando Elio y Oliver vuelven a encontrarse, la inocencia y la novedad del sentimiento recién descubierto, parece convertirse en simple sorpresa. El Elio adulto entonces comprende que el dolor y el sufrimiento pasajero del amor incluso, es un fragmento de memoria más que cualquier otra cosa. Y cierra entonces el ciclo de la primera página, la percepción evidente de la renuncia, el tiempo que es dolor y ternura, la comprensión profunda sobre la naturaleza humana. Esa visión sobre el hoy y el ayer convertidos en piezas de fantasías quebradizas que sostienen nuestra identidad como una expresión de fe y sinceridad. Como diría el propio Aciman en uno de sus maravillosos ensayos, titulado “Pensione Eolo”: “En última instancia, el sitio real de la nostalgia no es el lugar que se perdió o el lugar que nunca tuvo absolutamente en primer lugar; es el texto el que debe registrar esa pérdida”. Un eco extraordinario sobre lo que somos, seremos y quizás desde el amor, intentamos construir como futuro. Una forma de fe.
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