lunes, 19 de marzo de 2018
Crónicas de la nerd entusiasta: Todos los motivos por los que deberías ver “Una mujer fantástica” de Sebastián Lelio si aún no lo haces.
Para el cine, la referencia sobre la identidad sexual suele ser incompleta, caricaturizada y la mayoría de las veces burlonas. La mayoría de los personajes transgénero o travestidos, suelen llegar a la pantalla grande en clave de humor o en el peor de los casos, en la ilusión de la comedia con tintes trágicos que redime. Tal vez por ese motivo, “Una mujer fantástica” de Sebastián Lelio (reciente ganadora del premio Oscar a la mejor película extranjera) redime no sólo a una percepción sobre el género que se analiza poco y de mala manera, sino que además, dota a la reflexión sobre la identidad de una nueva profundidad. Apasionante, llena de una brillante mirada sobre la comprensión de la diferencia, el desarraigo, el autorespeto y la valoración colectiva en mitad de una amplia comprensión sobre lo individual, Lelio logra crear un cuidado manifiesto sobre el individuo como expresión del yo, todo envuelto en el empaque sobrio de un thriller de suspenso. Para el director, la herramienta de la visión del otro (esa búsqueda de la comprensión y la voluntad del respeto en medio del prejuicio) es un elemento invisible pero poderoso, que avanza a través de la película como una inteligente ráfaga de significado simbólico, lo que dota al argumento de una inusual belleza y complejidad.
La actriz trans Daniela Vega crea una maravillosa mirada sobre la fragilidad, el miedo y también la fortaleza espiritual en una actuación profundamente sensible, que a la vez desconcierta por su contenida eficacia. El personaje no sólo trasciende al sufrimiento y a la angustia (la soledad, el acto iniciático de la búsqueda del reconocimiento) sino que además, se comprende a sí mismo como una mirada inteligente sobre lo que nos distintos, sea cual sea ese elemento diferenciador. Con un prodigioso y sutil instinto, Vega asume el reto no sólo de humanizar a un personaje complejo, duro y atípico (se ha llegado a decir que casi tanto como la actriz más allá de la pantalla) sino también, la situación que debe enfrentar, una muestra evidente del ataque de una sociedad conjuntiva contra el dilema de la compresión de la libertad personal. Vega logra mostrar todo un estudio del dolor y la lucha contra la indignidad, sin caer en los lugares comunes pero a la vez, dotando a su personaje (y por carambola, a la historia) de una profunda belleza argumentativa. Tanto Lelio como Vega, parecen empeñados en convertir a “Una mujer fantástica” en una búsqueda eficiente del razonamiento más común y profundo sobre la belleza y la cualidad errática de la singularidad. Por tanto, película y personaje se convierten en vehículos de expresión del yo, una evidente y compasiva percepción sobre la especulación de la conciencia cultural que elude una explicación sencilla. “Una mujer fantástica” no es un alegato sobre la homosexualidad o la identidad sexual y sería un lamentable reduccionismo, asimilar su profundidad desde esa aparente grieta argumental. En realidad, la película es una meditada consciencia continuada sobre la opinión cultural sobre nuestra vida, la promesa y la búsqueda de la autorrealización y la mirada cándida — en ocasiones ingenua — sobre lo que nos hace únicos, valiosos y poderosos a pesar de las limitaciones y la discriminación que estigmatiza. Un tema que Sebastián Lelio maneja desde lo heterodoxo y también, desde una profunda sensibilidad.
Marina, el personaje interpretado por Daniela Vega, es una interesante mezcla de percepciones sobre la identidad sexual, el teorema cultural sobre quienes somos a pesar del peso de la cultural y sobre todo, una inteligente reflexión sobre el prejuicio. Muy lejos de los clichés del género, Lelio dota a Marina de una circunstancia espiritual de profundo peso argumentativo, que le permite transitar el difícil camino de resultar creíble en medio de los apelativos y distorsiones habituales del cine sobre el tema. No obstante, Daniela Vega analiza a Marina desde una elegante fortaleza que brinda al personaje — y a la película entera — de una profunda capacidad para la reflexión espiritual. Marina es mucho más que una curiosidad, una transgresión del criterio cis sobre los personajes en el cine o mucho menos, una ambiciosa reflexión sobre lo sexual y lo cultural. El personaje atraviesa clichés y se convierte en algo más complicado pero también realista de lo que podría suponerse a primera vista.
La historia además, tiene un complicado trasfondo cultural en medio de lo que parece ser la usual narración policiaca. Marina sostienen una relación con Orlando (interpretado de manera sensible y sólida por el actor Francisco Reyes) un hombre heterosexual mucho mayor divorciado y con una vida familiar al uso. Todo se complica luego que Orlando sufre un cuadro clínico inexplicable que se hace aún peor, cuando cae por las escaleras del edificio en que reside Marina y termina muriendo debido a las contusiones que le provoca el inesperado suceso. A partir de allí, la película toma el extraño cauce de una revisión pormenorizada y sombría sobre el prejuicio, el conformismo y la crueldad. Para Marina, la muerte de Orlando significa no sólo una pérdida personal — el dolor convertido en una expresión de durísima identidad — sino además, el comienzo de una batalla íntima y silenciosa que debe contra la sociedad que la toleraba en virtud de la compañía masculina. Sin la protección de la relación con Orlando, Marina se encuentra a merced de la cultura que la patologiza y la criminaliza por el mero hecho de la diferencia. Las autoridades la despojan de su individualidad — la policía insisten en llamarle “Daniel”, despojando al personaje de su personalidad en virtud de la sospecha — y además, se le acusa sin motivo ni investigación alguna de haber herido a Orlando, aunque la evidencia completa demuestra lo contrario, o al menos así sería si se investigara más allá de los prejuicios. Marina se encuentra entonces en el terreno inexacto y peligroso de ser víctima al mismo que tiempo que se le considera agresora, lo que la convierte en una sobreviviente que debe luchar como puede para evitar el abuso soterrano e invisible al que se le somete por el mero hecho de su identidad sexual. En medio de todo lo anterior, Marina logra mantener la estabilidad mental y espiritual, en medio de un debate sobre su mero derecho a existir.
La película “Una mujer fantástica” es de hecho, una batalla sobre el punto de vista de la sociedad sobre la vida de Marina y el control que se intenta ejercer sobre ella. Cuando la familia de Orlando el ataca o refleja los prejuicios de una sociedad conservadora, violentamente reaccionaria o el mero hecho del prejuicio como visión del otro, Marina se convierte en símbolo involuntario de la diferencia convertida en una forma de discriminación estandarizada. La familia del difunto Orlando, es sin duda una mezcla dolorosa y curiosa del prejuicio convertido en moneda común y la manera como se expresa. Desde los comentarios hirientes y definitivamente crueles con que atacan a Marina- “No sé lo que estoy viendo” dice en un momento dado uno de los personajes con deliberada frialdad — lo que parece más obvio dentro de la narración es que nadie parece comprender que el poder de Marina reside en su capacidad de ser quién es a pesar del peso de la sociedad que debe llevar a cuestas. Y esa perspectiva quizás el mayor logro de Lelio, que como director otorga un definitivo valor a su personaje como interlocutor. A diferencia de otras experiencias similares — como la aclamada The Crying Game de Neil Jordan(1992) en la que el personaje de Dil ( interpretado por el actor Jaye Davidson) se percibe sólo a través del deseo masculino y la cámara objetiva — “Una mujer fantástica” permite a Marina comprender el mundo desde su perspectiva y narrar su historia desde ese ángulo. Se trata de una experiencia emocional, que le brinda al personaje una soltura y una naturalidad de asombrosa belleza. Una expresión de fe y de conciencia que transformar sin querer al personaje en una forma de comprender la dureza del aislamiento sino una soledad fragante que otorga sentido y madurez a la narración. De la mirada intrusiva de las primeras escenas, “Una mujer fantástica” avanza hacia una proclamada comprensión del absurdo existencial y la dulzura natural, que es quizás de las percepción más interesantes que la película propone como lenguaje y discurso elemental. Del desnudo duro e invasivo que muestra Marina violentada por las autoridades de su país (el prejuicio convertido en un arma efectiva) al desnudo espléndido y delicado de las últimas escenas, la película transcurre en un meditado tránsito de la aceptación a la naturaleza íntima y algo más poético y tierno. Todo un logro de delicadeza que Lelio logra con buen pulso.
Por supuesto, la visión del director engloba al prejuicio pero lo hace desde una percepción poderosa que asombra por su buen hacer: En una de las escenas, Marina es desfigurada temporalmente y de manera mecánica por las autoridades y quienes le rodean, lo que permite una percepción del ámbito cerrado y hostil de cómo se le percibe y lo lejana que es esa imagen de la comprensión aciaga y meridiana que Marina construye a partir de su imperturbable necesidad del ser y construir una idea perenne sobre su identidad. Vega, inspirada e inspiradora, domina cada escena pero también, corre el riesgo sutil y extraordinario de mostrarse desde la periferia y la ternura con una capacidad para la redención intelectual sagaz que se agradece. Estoica y sensible, la Marina de Daniela Vega se convierte en un discurso involuntario pero feliz sobre la inclusión, el poder de la voluntad y la libertad personal. Un testimonio empático y profundamente sentido sobre la percepción del yo que transmigra una idea común hacia algo más complejo y duro de asimilar. Y quizás es esa contradicción entre la ternura, la fortaleza y la decisión de existir — pesar de todo — su mayor fuente de significado y belleza. Atemporal y compasiva “Una mujer fantástica” es un alegado que no desea serlo. Una visión del yo que se prodiga con facilidad, lo cual sin duda es su mayor éxito.
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