lunes, 10 de septiembre de 2018

Crónicas de la nerd entusiasta: ¿En que falla la serie “Kidding” de Michael Gondry y protagonizada por Jim Carrey?





La comedia negra suele ser un espacio poco explorado — o al menos, no con la suficiente profundidad — en la pantalla chica. Por supuesto se trata de una percepción sobre el impacto de la burla y el humor directamente pesimista, que crea y elabora una percepción sobre el bien y el mal construido a partir de la concepción del ser humano como falible. Todo en clave de humor. No obstante, la verdadera comedia retorcida — la impactante y que resulta profundamente perturbadora — suele llevar un considerable esfuerzo para tomar forma y consistencia. Tal vez se deba al hecho que la desesperanza llevada a clave humorística necesita una composición de factores lo suficientemente coherentes y sustanciosos como para crear un efecto concreto o al simple hecho, que no es tan fácil hacer reír a través del dolor. Cualquiera sea el caso, se trata de una combinación que depende un delicado y equilibrio, pero además, de una particular noción sobre la oscuridad mental y espiritual para lograr ser exitosa.

La nueva serie del canal ShowTime “Kidding” ( Michel Gondry y Dave Holstein,-2018) no sólo analiza el dolor, el miedo y el existencialismo desde la óptica de la comedia, sino que además, intenta añadir un toque perturbador que resulta desconcertante. Como si la mezcla no fuera suficiente, el personaje principal (un animador infantil que atraviesa una dura crisis emocional) está interpretado por Jim Carrey, en un tono cruel y levemente auto paródico que sorprende por su elocuencia. No obstante, a pesar de los buenos intentos del actor por crear una tensión suficiente para sostener el trillado guión (la percepción del lado oscuro de la vida a través de los ojos de alguien que jamás tuvo que lidiar realmente con la parte más complicada de la adultez), al serie decae por su incapacidad para abandonar el cliché y encontrar algo más sustancioso. Con su mirada perversa sobre la desdicha “Kidding” insiste en el recorrido tortuoso de su personaje principal hacia una idea más elemental sobre lo espiritual, la vida y sus vicisitudes, sin lograr otra cosa que una gran burla paródica y por momentos absurda sobre lo cotidiano, convertida en telón de fondo casual de algo más elaborado.

Sin duda, la serie se esfuerza por crear una especie de comedia agridulce basada en una reflexión casi desesperada sobre la falta de sentido existencialista. Sin propósito ni tampoco una idea concreta sobre el futuro, el personaje de Jim Carrey parece navegar por aguas turbias hacia un tipo de cuestionamiento interior violento y enajenado que sorprende por su eficacia. Pero el argumento no está a a la altura del buen hacer del actor: el tono sombrío está allí y el guión hace buenos intentos por enlazar la caída en desgracia de Jim Carrey hacia algo más tenebroso y complejo que el análisis interior del personaje. Pero no solamente no lo logra, sino que además, convierte a las particularidades del personaje de Carrey — alejado de sus tics habituales y que intenta profundizar en la oscuridad inquietante que mostró de manera convincente en la película “Man in the Moon” de Milos Forman en el ’99 — en algo más que meras insinuaciones de algo más enrevesado, profundo y angustioso. Hay una discordancia de tono y forma que afecta el resultado de la serie como conjunto: desde el drama agudo a los momentos graciosos, la serie navega con torpeza entre una nominal sensación de desorden que no llega a tomar verdadero sentido aún cuando la historia, parece conducir a cierto tipo de clímax episódico que sostenga la historia. Con el mismo tono sombrío de The Big C o Nurse Jackie (también de la cadena Showtime) “Kidding” tiene una propuesta de peso en la cual trabajar, pero no logra llevarla más allá de la promesa más superficial, debido en esencia a la necesidad del guión de navegar por las aguas poco profundas de la burla sencilla. No obstante, Carrey supera con creces las limitaciones de la historia y construye un personaje ahogado por la vida cotidiana y la trampa doméstica de la memoria. Acompañado por Michel Gondry, (con quién ya colaboró en la brillante “Eternal Sunshine of the Spotless Mind” en 2004) Carrey alcanza una actuación muy cercana a una tristeza gris y desalentadora, que sin embargo no pierde la energía potente y extravagante del actor. Entre ambas cosas, la actuación de Carrey tiene algo de experimental pero sobre todo, de profundamente intuitiva al crear a un personaje a mitad de una violenta crisis emocional pero que a la vez, debe lidiar con el aparente optimismo que le rodea. El drama está allí, la comedia también, la magnífica actuación de Carrey asombra por su precisa caracterización de la tenebrosa desesperanza moderna, pero tal pareciera que todo el junto a la vez no funciona con la suficiente coherencia como para brindar un resultado intrigante. Al contrario, la serie cae en el terreno de las explicaciones innecesarias, de los dolores apenas sugeridos pero sin ningún tipo de relevancia y un contexto aciago que no logra profundizarse del todo: una versión incómoda de la realidad que el show tiene dificultades para analizar.

Por supuesto, Carrey está en su elemento: como Jeff Piccirillo (conductor de un programa infantil de larga data llamado “Mr. Pickles Puppet Time”) hay algo tragicómico y exagerado en la forma en que plantea su día a día. Su programa cuenta historias morales con canciones pegadizas, pero a la vez, es una especie de símbolo de un optimismo craso y puro que parece aplastar poco a poco a “Mister Pickles”, cada vez más abrumado y desconcertado por el peso de su propia existencia en mitad de la cancioncillas aleccionadoras y la alegría falsa del programa prefabricado. Claro está “Mr. Pickle´s Puppet Time” es todo un imperio que se extiende a más de treinta años y que no solamente le ha hecho mundialmente reconocido sino además, el centro de un imperio multimillonario. A mitad de ambas cosas, el personaje y el hombre terminan por confluir y luego desaparecer en una ambivalente combinación sin demasiado sentido que crea una percepción sobre el humor y el dolor que intenta ser cínica, sin lograrlo siempre.

El entorno de Mister Pickles es notoriamente nepotista, lo que hace la presión sobre el personaje actor mucho más fuerte e insoportable. El productor ejecutivo del programa es el padre de Jeff (Un duro y helado Frank Langella), y la diseñadora de sus marionetas es su hermana Deirdre (Catherine Keener). El trío interactúa de una manera casi obsoleta, como si los roles ejecutivos marcaran y analizaran la idea del personaje en más de un sentido y no siempre de la manera correcta. El programa comienza por supuesto, con esa percepción de la familia dentro de los círculos privados de Jeff, lo que hace inusualmente claustrofóbica la percepción del personaje: el hijo de Jeff acaba de morir en un violento accidente automovilístico, lo que produjo además, un inmediato divorcio. Padre y hermana tienen todos los motivos para estar preocupados: Jeff no deja de trabajar pero poco a poco el personaje televisivo comienza a analizarse a sí mismo a través del horror, el miedo y la incertidumbre. Marioneta en mano, dirige una malévola sonrisa al público y de pronto el humor campechano e infantil se transforma en algo más retorcido. Todo lo anterior mientras frente a las pantallas de millones espectadores y sus legiones de entusiastas fanáticos.

La premisa por tanto, tiene mucho de donde mostrar y analizar, pero tiene un único problema: Jeff jamás parece haber sido otra cosa que el hombre de sonrisa maníaca que sostiene las marionetas como un acto de ventrílocuo osado de su propia depresión. En realidad, es difícil imaginar que Jeff fue en algún punto un héroe infantil y justo es esa blandura del guión, lo que hace menos creíble el desarrollo de la historia. Tal vez se deba a la sustancia del mismo Carrey, que siempre ha sido un comediante con una oscuridad interior lo suficientemente fuerte como para convertir sus actuaciones en un elaborado equilibrio entre lo humorístico y algo más complejo. Cualquiera sea la razón, en “Kidding” no hay un solo atisbo del ídolo que los niños amaron generación tras generación ni mucho menos, el hombre encantador que parece haber sido antes que las tragedias le convirtieran en una bomba emocional a punto de estallar.

De modo que “Kidding” parece debatirse entre la incapacidad del personaje para la lidiar con la muerte y el horror, mientras intenta disimularlo día a día detrás de actos de comedia cada vez más turbios e insensatos. Sobre todo, por el hecho que a pesar de la tragedia pública que pesa sobre sus hombros, Jeff debe aparecer día tras día frente a las pantallas, tratando de sonreír, lidiando con el dolor y la pena de una forma casi caricaturesca. Lo más temible es la actitud de quienes le rodean, que deshumanizan al personaje convirtiéndolo virtualmente en otra marioneta que manejan a su antojo a pesar del dolor y el sufrimiento que atraviesa. La serie además, no analiza la depresión de Jeff como una consecuencia de una pérdida dolorosa, sino una especie de rasgo fascinante en una criatura que se analiza a la distancia. A medida que avanza el Show, Jeff se hace más extraño, irascible y su comportamiento más angustioso, pero la repetición de escenas, diálogos e incluso tomas exactas, hace que lo que debería ser un análisis sobre la ruptura interna de un hombre frente a la televisión nacional, se convierta en una simple broma de mal gusto. Una broma endeble y sin sentido, que el director no logra enmendar y que convierte al Show en una mirada cruel sobre una irónico sentido del absurdo.

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