lunes, 22 de octubre de 2018

Crónicas de la lectora devota: “La Hora perdida” de Krina Ber. Proyecto veinticuatro voces Venezolanas.




Alice Munro comentó en una oportunidad que contar lo cotidiano era sin duda, una de las experiencias más difíciles que puede tener cualquier escritor. No sólo se trata de narrar los pequeños secretos del día a día desde una observación fortuita y poderosa, sino además, crear y construir algo a través de esa mirada atenta, esa capacidad para transmutar lo corriente — ese brillo cegador de lo que casi resulta invisible en el transcurrir de los días y los años — en algo mucho más poderoso, extraordinario y sobre todo conmovedor. Un espejo en el cual contemplar el propio reflejo y cierto yo colectivo que parece comprender la naturaleza humana desde una perspectiva de exquisita sutileza.

Tal vez por eso, el libro “La hora perdida” de Krina Ber, sorprende desde sus primeras líneas, por la habilidad de la escritora para construir una mirada alternativa de lo cotidiano y brindarle un leve misterio que se adivina página tras página, en la que la narración avanza con cuidado en medio de lo conocido para profundizar en ese secreto íntimo que el libro elabora como puente entre la narración y el mundo que le rodea. Ber es una mujer de método y sobre todo, una escritora que asume el lenguaje como una estructura viva. En otras palabras, una noción sobre lo que le rodea, que se construye pieza a pieza a través de una observación diáfana y profunda de lo que rodea al autor. Ber asume las capas movedizas de información y reflexión que todo relato contiene desde la sencillez. Desde una transparencia engañosa tan sutil que parece abarcarlo todo, asumir la existencia — en palabra y metáfora — desde la idea originaria que se construye a partir de una ensoñación. Meticulosa, discreta y con un profundo asombro por la capacidad redentora de la escritura, Ber cimenta su estilo narrativo desde lo mínimo. El detalle que elabora. El sentimiento que sustenta. Y “La hora perdida” transita justo esa percepción sobre lo bello, lo doloroso, la pérdida y el desarraigo con un pulso impecable y elegante. Cada una de las partes del libro (divido en cuatro partes que se complementan entre sí) elaboran un discurso coherente y profundamente sentido sobre el tiempo que transcurre, el amor que pierde sentido, la ternura del olvido y lo conmovedor del tiempo que se transforma en una forma de identidad. Ber, asimila los espacios de sus historias como pequeñas transformaciones del entorno y dota a cada relato, de una plasticidad que se desliza con ternura por entre pequeños gestos y recuerdos sostenidos por una única mirada sobre la realidad. Esa que contiene todos los matices y formas de construir lo individual y también, la concepción sobre lo humano como falible e incompleto.

Por supuesto, “La hora perdida” no es solamente un conjunto de relatos, sino que en realidad se trata de fragmentos entretejidos por una colección de vivencias que se adecuan a la narrativa como un puente entre la mirada que recuerda y la que cuenta la historia en su metáfora esencial. Es evidente que Krina Ber construye sus relatos paso a paso, con una prosa cuidada que sin embargo, no es ajena a cierto virtuosismo que llega a sorprender a medida que avanza la trama. Ber, no sólo descompone la realidad en sus elementos esenciales — o así parece hacerlo, en ese sentido de vaivén del bloque de información que se sustenta sobre una delicada visión de lo que se cuenta — sino que además, elabora una idea sobre lo real por completa orginal. En ocasiones, la escritora parece escribir sobre líneas, al margen, contradiciendose y finalmente reafirmando ideas, que a fuerza de sencillas llegan a construir un entramado profundo y preciso de la emoción. Desde el padre ausente al dolor del leve desamor, hay una vuelta de tuerca sobre la ternura, el poder del sufrimiento secreto y la constante conciencia sobre el desarraigo. Hay una evidencia real de la sustancia en los intersticios, las elipsis, los silencios, como si la insinuación fuera en sí mismo una audacia. No hay evidente ni directo en la prosa de Ber y quizás, ese sea su verdadero triunfo. El hecho ideal que lleva a sus historias a erigirse como elementos literarios de un raro valor en su belleza y buen hacer. Una y otra vez, la escritora parece tomar el camino más sutil y el más discreto, para crear una poderosa visión de lo que narra. Apunta, sugiere, se mueve a dos bandas, observa, puntualiza. Y la sencillez se hace compleja. Crea un laberinto que conduce al lector entre las sombras, las puertas entreabiertas. Una ingravidez de verbo y de propuesta que hace cada pieza literaria de la autora, inolvidable.

Quizás, el mayor triunfo de Ber sea justamente ese: su resistencia a la opinión evidente, directa. Al hecho de asumir el preludio y el desenlace progresivo como necesario para elaborar una idea esencial sobre su obra. Ber apela a la imaginación del lector, sin prodigarse demasiado, sino narrando con firmeza el cuidadoso entramado de sensaciones y visiones que construyen al final, una magnífica visión sobre lo privado, lo íntimo y el misterio de lo cotidiano. Como autora, Ber parece estar convencida de la importancia de la participación consciente del que mira el mundo a través de sus ojos, del que hojea sus historias como quien paladea un álbum de fotografías ajenas. Una participación a dos manos que construye un paisaje nuevo a cada lectura.

Entre una historia y otra, Ber se esfuerza por crear una mirada amplia y tierna sobre el ser humano en toda su sencillez anecdótica y por momentos, la presencia de la autora — su personalidad intangible — es quizás su principal personaje: Sin duda, por ese motivo, los relatos de Ber muestran a una mujer aparentemente fuerte, que intenta mantener el equilibrio, que aspira a lograrlo al menos, hasta que se desploma, se rompe en dos mitades que nunca vuelven a encajar entre sí. El amor que se mira entre dolores, los recuerdos que palpitan en algún lugar de la memoria. Y esta complejidad inaudita, este proceso de temores y desasosiegos, de belleza y dolor, se describe con una prosa casi simple, sin énfasis. No obstante, Ber crea esa deliciosa intimidad con sus personajes y más allá de eso, permitirnos comprender sus motivaciones, crearlos en nuestra imaginación. De tan reales, que resultan siendo entrañables e incluso, un símbolo de una persona desazón.

Sin duda “La hora perdida” medita sobre la fragilidad del espíritu humano con la habilidad para hacernos recordar nuestras propias grietas y desigualdades. Todos sus personajes parecen a punto de quebrarse en trozos irreconciliables, de sucumbir al peso de la realidad: mirarse más allá de la rutina inevitable, de esa transformación incesante del rostro humano en busca de intimidad. Una interpretación de la mente y la naturaleza humana a través de su fragilidad, de su pequeña obsesión con el desastre y su accidentado recorrido a través de lo cotidiano. Para la autora nada es simple. Su complejidad tiene mucho que ver con su capacidad para crear infinitas ramificaciones dentro de un Universo de palabras construido con una mirada tan firme como coherente. La tensión nunca rompe la quietud casi elemental que sostiene la historia y en cierta medida a los personajes. Con un pulso asombroso, la autora renuncia a toda drama concreto, para dejar entrever ese desazón del espíritu que subsiste entre las grietas de la memoria.

Ber analiza el mundo a través de sus imperfecciones y muy probablemente, allí radica la belleza de su obra. Desde sus estudios detallados sobre la decepción y la ternura hasta el fino análisis de la vida cotidiana que mira con un ojo observador y crítico, Ber encuentra una manera de construir el mundo a través de una profunda melancolía. Su escritura parece insistir en esa necesidad de asimilar la complejidad del mundo desde una sencillez coloquial, una decepción simple que transforma en belleza, en una elemental revisión de la sensibilidad como forma de homenaje a lo humilde. Una escritura que realza y homenajea la vida real, sin tapujos y sin adornos. No obstante, hay una sensibilidad sutil que se desborda en sus escenas perfectamente delineadas, directas y francas. Cada circunstancia en sus novelas, parece recrear lo cotidiano y no obstante, se tratan de metáforas profundamente sensibles sobre ideas intencionadas que se entremezclan con lo que apenas se sugiere. Una mirada sincera y obsesiva a los detalles sobre la realidad, llena de una profunda compasión.

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