viernes, 30 de noviembre de 2018
Crónicas de la lectora devota: “El tatuador de Auschwitz” de Heather Morris.
En una entrevista realizada hace un par de semanas para un periódico israelí, la guionista australiana Heather Morris admitió que su libro debut “El tatuador de Auschwitz” era fruto de la casualidad. Para Morris, el recorrido comenzó cuando una amiga le habló sobre un hombre judío que tenía “Una interesante historia que contar”. A continuación, le explicó a grandes rasgos, la vida Lale Sokolov, judío sobreviviente del campo de concentración de Auschwitz y que vivía en Melbourne. “No podía creer que una historia pudiera ser tan asombrosa” dijo Morris, aún impresionada por los detalles de una travesía por la Europa sacudida por la Guerra. “Era como un pequeño secreto, escondido debajo de muchos horrores distintos”. Y tenía razón.
Todo lo anterior, ocurrió en diciembre de 2003: Morris todavía debía recorrer un largo trecho de obstáculos para lograr que su novela llegara a las librerías de todo el mundo. Después de todo, el interés sobre el holocausto nazi no hace más que decrecer y Morris se encontró en mitad de la extraña situación de explicar a editores y agentes, el por qué un libro sobre un hombre anónimo y sobreviviente a un campo de concentración, podía llamar la atención de lectores saturados por años de historias parecidas. Pero Morris insistió: escribió un guión que no logró financiar y que al final, terminó convertido en una colección de apuntes. Desconcertada pero decidida a publicar el libro, Morris reescribió el material por segunda vez, en esta ocasión en la forma de una novela. Aún así, pocas editoriales recibieron el manuscrito y de hecho, en una de ellas, le pidieron “cambiar lo esencial, para hacerla más alegre” cuenta la ahora reconocida escritora entre risas. Por último, Morris comenzó una campaña de Kickstarter que finalmente le proporcionó el impulso suficiente para llegar a una editorial y recibir el visto bueno de publicación. A partir de allí, todo lo ocurrido alrededor de la novela “El Tatuador de Auschwitz” parece obra del destino o al menos, de una rara mezcla de situaciones que no sólo llevaron al libro a convertirse en un éxito de ventas sino además, ser considerado uno de los mejores publicados en el año 2018.
Claro está, no se trata de una historia sencilla y parte de su largo camino hasta la página impresa, se debió al hecho de tocar puntos sensibles de la historia Universal y en especial, de la comunidad judía. “El tatuador de Auschwitz” es la combinación de una improbable historia de amor entre las víctimas de un Campo de Concentración y el colaboracionismo de su personaje principal para con el Tercer Reich. Un tema que pocas suele tocarse y que aún, casi un siglo después, continúa provocando incomodidad por su crudeza. ¿Cuántos judíos debieron enfrentar la disyuntiva de sobrevivir al prestar ayuda a sus enemigos y verdugos? ¿Cuántos de los prisioneros en los Campos de Concentración debieron cuestionar su lealtad histórica y étnica para evitar la muerte? El número no está claro y de hecho, la mera noción sobre la colaboración de judíos con los funcionarios de la Alemania Nazi permanece sepultada bajo una percepción de la verguenza colectiva dificil de explicar en la actualidad. El genocidio judío no sólo enfrentó a un gentilicio al exterminio sistemático, sino a una batalla monumental contra la absoluta devastación moral. La historia de Sokolov es una de ellas y refleja, con una sencillez casi cándida, los dolores y terrores de la disyuntiva de conservar la vida a pesar del sufrimiento y la humillación de la derrota.
Lale Sokolov conoció a su esposa Gita, cuando ambos eran prisioneros en el Campo de concentración de Auschwitz. Pero mientras Gita sufría las inclemencias y maltratos que debían padecer la mayoría de los prisioneros, Lale era parte de tatuadores del campamento, lo que le colocaba en una situación ventajosa con respecto al resto de las víctimas. Sokolov era el encargado de tatuar el infame número de identificación que distinguía a los judíos confinados en Auschwitz y que con el correr de las décadas, se convirtió en símbolo del horror de la tragedia genocida. Para Morris, la mera idea sobre el amor en condiciones semejantes, parecía menos que plausible pero aún así, narra la circunstancia desde una mirada respetuosa y sin prejuicios hacia las condiciones de sus personajes. El Auschwitz descrito por Morris, es una pesadilla repleta de dolor y violencia, pero además, el lugar que define y sostiene la psicología de sus personajes. Desde el hecho que Lale define el tatuaje que debió realizar a Gita como “profanación” — con toda la carga simbólica que el tatuaje y sus implicaciones tiene en la historia privada y colectiva del pueblo judío — hasta la convicción del hombre de encontrarse al borde de la moral y muy cerca del abismo de un tipo de indignidad muy precisa, “El Tatuador de Auschwitz” asimila la idea sobre el miedo y la agresión a los que fueron sometidas las víctimas desde una impecable mirada al absurdo y al miedo. Sobre todo, el personaje de Sokolov se debate entre la percepción violenta sobre la naturaleza de “traición” pero más allá de eso, la culpabilidad que le destroza y que lleva a cuestas no sólo durante su reclusión en el campo, sino luego de abandonarlo. Morris encontró que Sokolov no sólo se debatía entre el padecimiento de sus recuerdos, sino algo más violento y duro de asimilar: “Pasó un tiempo antes de que estuviera dispuesto a embarcarse en el profundo auto-escrutinio que requería partes de su historia (…) nuestras vidas se entrelazaron cuando derramó la carga de culpa que había soportado durante más de cincuenta años, el temor de que él y Gita pudieran ser vistos como colaboradores nazis”. El concepto de lealtad de Sokolov se analiza no sólo desde la percepción del sacrificio — en varios fragmentos de la novela es evidente que cumple con su labor para evitar que alguien mucho más cruel pueda hacerlo — y la concepción de la responsabilidad histórica que le agobia y le desconcierta. Convertido en instrumento contra las víctimas y a la vez, una víctima propiciatoria de una situación insostenible, Sokolov parece obsesionado por la necesidad de redención y es quizás esa insistencia en encontrar lugares brillantes en medio de una situación insostenible, lo que hace de su historia una percepción profunda sobre los entresijos del espíritu humano. Sokolov no sólo batalla por su dignidad, sino también se debate en la posibilidad de incurrir en un tipo de degradación que supera cualquier tortura del campo. “¿Quién soy en medio de este tormento sin rostro?” piensa Sokolov, mientras debe marcar a las víctimas, a la vez que parece hundirse con rapidez en un tipo de sufrimiento inclasificable.
Convertido en el asistente del tatuador oficial del campo, Sokolov atraviesa un travesía moral que le purifica y además, encuentra un doble sentido enaltecedor. Se trata del tatuador del campo, pero a la vez del hombre que comparte sus raciones de comida con otros prisioneros, preocuparse sobre las condiciones del resto de las víctimas, insistir en salvar “al menos una vida” siempre que le sea posible. Al final, el trayecto en la oscuridad de Sokolov tiene mucho de profunda expresión de humanidad, de esa dualidad imposible y penitente del hombre y la construcción de la memoria que lleva a cuestas.
No obstante, pronto Sokolov descubre que hay límites morales que no puede trasgredir: se niega a tatuar mujeres y niñas. De nuevo, el jefe de tatuadores oficial le recuerda que no se trata de elegir que puede o no hacer en las fronteras tenebrosas del campo, sino que tanto puede ayudar desde su posición a quién lo necesita. Es entonces cuando Sokolov comprende lo que será la piedra angular de su historia dentro del campo y sobre todo, la forma en asumirá su lugar — y labor — dentro de la violenta maquinaria nazi. Las reglas “del mundo exterior” han dejado de existir dentro de la cerca que separa al campo del resto del mundo. De hecho, la percepción sobre su propia existencia parece resumirse a un presente continuo que se extiende en todas direcciones y se elabora como una percepción fragmentada de la realidad. “Afuera ya no existe. Sólo hay aquí” le dice Gita cuando Sokolov intenta explicarle sus terrores y dolores. La vida para ambos se encuentra circunscrita al terror del campo, pero también a sus leyes arbitrarias y a su concepción sobre el hecho consistente de la vida en riesgo constante. Para Gita y Sokolov el amor no es sólo una forma de sobrevivir, sino también, el motivo para continuar como una expresión de fe en medio de la oscuridad.
Claro está, su relación con Gita — ese sentimiento por momentos poderoso, en otras despiadado en su belleza — es sólo una parte de la gran mirada que Sokolov sobre las condiciones aterradoras del campo. Morris logra no sólo captar los pormenores de una historia inquietante y dolorosa, sino dotarla de una profunda ternura que resulta conmovedora en sus momentos más duros. Desde la descripción del momento en que Sokolov tatúa a Gita — “Sus ojos, sin embargo, brillan pacientes. Mientras los mira, su corazón parece detenerse y comenzar a latir por primera vez en mucho tiempo. Late con fuerza, casi amenazando con salir de su pecho” — hasta las implicaciones del amor entre ambos, la novela crea una percepción sobre lo espiritual de enorme poder anecdótico. Hasta entonces, Sokolov ha sobrevivido gracias a la casualidad, su esfuerzo por mantenerse cuerdo en mitad de la devastación y su voluntad desesperada por superar el miedo. Con la llegada de Gita, la supervivencia se transforma en algo más sentido, con un significado mucho más profundo y sobre todo, una percepción de la existencia más amplia. A pesar que el mundo exterior “no existe”, en el interior del campo el amor de Gita lo es todo. Y esa convicción de lo enorme y lo trascendental de la posibilidad de la esperanza, lo que hace que la vida de Sokolov cambie por completo.
La autora brinda una especial belleza a la escena central de la novela y lo hace, con la convicción evidente que esa percepción esencial y profunda, es una mirada hacia algo más consistente que la supervivencia en condiciones imposibles. La lenta descripción de cómo Sokolov tatúa los números, la paciencia y la confianza de Gita, la sensación poderosa que entre ambos hay una percepción sobre la capacidad del espíritu humano para vencer lo irrevocable, convierte a la narración en algo más que una historia de amor. La convicción perenne de la humanidad perdida — y reencontrada — no sólo se convierte en algo más importante, sino en el sostén entero de la mirada de la novela sobre la condición humana y la naturaleza del dolor.
Como si la capacidad de amar — y el hecho de su propia humanidad recién descubierta — transformara toda la idea del bien y del mal en algo más ambiguo, la novela toma un cauce profundamente emocional: Sokolov comienza a tomar verdaderos riesgos y batalla en silencio, para lograr vencer el régimen brutal que domina el campo. Planea pequeños robos, logra comprar medicinas y comida en el pueblo cercano, lucha por mantener la fe entre los hacinados y débiles prisioneros. Pero sobre todo Sokolov lucha por amor. Sin caer en ningún cliché al uso y mucho menos, en la mirada del amor como un sentimiento ingobernable, la historia refleja la desesperación convertida en un sentimiento enajenado, violento y por momentos, sin sentido. Y aún así, es esa percepción de la emoción y la entrega de la pareja a a convicción de su existencia, lo que brinda al libro su casi lírica belleza. Su extraña convicción de ser una puerta abierta hacia la comprensión de la naturaleza humana, incluso en medio de la oscuridad.
Con su inusitada carga simbólica, su negativa a caer en lugares comunes, pero sobre todo, su negativa a pontificar o a emitir juicios morales, “El Tatuador de Auschwitz” es un recorrido significativo e intenso por un pasaje de la historia que parece cada vez menos comprensible para una generación, que comienza a olvidar las tragedias del pasado. No obstante, la historia de Sokolov y su capacidad para demostrar el poder de la voluntad y el espíritu humano aún en las peores condiciones, sigue siendo quizás lo más importante en una narración que apela a sentimientos sencillos para crear algo mucho más apoteósico. Una mirada consecuente sobre la humanidad, sus victorias y derrotas, a través del pequeño prodigio del amor como una forma de construir esperanza en medio del horror.
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