lunes, 5 de noviembre de 2018
Crónicas de la nerd entusiasta: ¿Es tan terrible como insisten los críticos la película “Bohemian Rhapsody de Bryan Singer?
El cantante salta al escenario con el cuerpo rígido por la tensión. Lleva una camiseta sin mangas y jeans desteñidos, zapatos Adidas. Se detiene frente al micrófono y mira a la multitud: Casi 74 mil espectadores se quedan en silencio y después, un rugido ensordecedor se extiende en todas direcciones, como una ola brillante de pura expectativa. Es la última hora de la noche en Londres y aún hay unas cuantas franjas de luz en el cielo. El cantante y su banda tienen menos de quince minutos (llegarán a hacer veinte) para hacer historia. Y lo hace. Más tarde, la leyenda insistirá que al momento en que Freddie Mercury comenzó a cantar sentado al piano y en medio de una euforia muy cercana a la histeria en el Live Aid del 13 de julio de 1985 había más 1.500 millones de espectadores vía satélite. De pronto, la banda dejó de ser un experimento exitoso para convertirse en un suceso extraordinario. Por último, en uno de los emblemas de una época de gracia para la música que aún se recuerda con considerable nostalgia.
Con frecuencia, los biopic cinematográficos deben tomar la decisión del tono y el estilo en que contarán la historia de su personaje entre dos opciones extremas: la de ser una narración muy fiel sobre la vida sobre o no serlo en absoluto. La decisión depende de la manera en que el director y el guión analicen la idea sobre que contar u ocultar, pero sobre todo, cuanto de la personalidad del personaje en cuestión debería verse reflejada en el argumento que llegará a la pantalla grande. No se trata de alternativas sencillas y mucho menos, cuando la vida que desea retratarse se acerca más al mito que a la realidad. En el caso de “Queen” y en especial de Freddie Mercury, la cosa se complica aún más: No sólo se trata del fervor que la banda sigue despertando, sino además del culto casi frenético que se le rinde a la figura de Freddie Mercury, como símbolo indiscutible — y sin duda — insustituible de un momento músical signado por lo estrambótico y la calidad vocal. La huella de Mercury perdura y el mero hecho que su vida llegue a la pantalla grande, es un hecho de relevancia por sí mismo, sin ningún otro añadido. Después de todo, Freddie Mercury fue además de un prodigioso cantante, un pionero en todo tipo de extremos. Desde las letras de sus canciones, su fastuosas puestas en escenas hasta el fenómeno que desencadenaron la mayoría de sus letras, el cantante es un icono sin discusión. ¿Cómo se retrata una vida semejante? ¿Cómo se homenajea todos los matices de un hombre polifacético, empeñado y obsesionado con el arte? ¿Cómo se le hace justicia a todos los pequeños secretos y grandes batallas que enfrentó a lo largo de su vida? Desde el origen “Bohemian Rhapsody” tuvo que enfrentarse a la inevitable desconfianza en la posible calidad del producto que llegaría a la pantalla, pero también a la insatisfacción inevitable del fanático acérrimo. Entre ambas cosas, la película parecía destinada a correr un riesgo insuperable que no llega a superar en ningún momento.
En su oportunidad, el director Todd Haynes (que contó con gran imaginación la vida del esquivo Bob Dylan en su magnífica “I’m Not There” del 2007) comentó que “un biopic es una mirada a un universo íntimo. Un recorrido por la mente de alguien más”. Desde esa perspectiva, “Bohemian Rhapsody” dirigida — a medias — por Bryan Singer sufre una derrota estructural desde su primera escena. La película no sólo se trata de una mirada fallida al Universo de un hombre complejo como Freddie Mercury sino además, una revisión lamentablemente superficial sobre el peso histórico de la banda “Queen” en el imaginario pop mundial. El film, que tropezó con todo tipo de obstáculos y contratiempos para llegar a la pantalla grande, es un plano y resumido recorrido por la forma en que Queen y Freddie Mercury influyó de forma notoria en el mundo musical. El resultado es una película discreta y desigual que desmerece al hombre — el real y el mítico — en que está basada. Pero además, “Bohemian Rhapsody” lleva a cuestas el problema de todo biopic y más aún, en una época en que la fidelidad a la historia es imposible y cuando menos improbable: la de ser incapaz de responder — y complacer — todas las expectativas. Con su guión irregular, notorios errores históricos y tendencia al cliché, la película recorre con enorme torpeza los grandes momentos de “Queen” como banda y Freddie como símbolo de todo un fenómeno que lleva su rostro. Sin duda, la serie de contratiempos que atravesó la película antes de llegar a las salas de cine son notorios en el montaje y edición final, pero sobre todo en el ritmo del film, que por momentos parece no saber muy bien a dónde dirigirse o por qué decide hacerlo en cualquier dirección en particular. La confusión parece reflejar los sucesivos cambios de plena producción — a pesar de aparecer en los créditos, Bryan Singer fue sustituido por Dexter Fletcher en la silla del director — y también, la debilidad de un guión corregido en tantas ocasiones como para convertirse en una mezcla insustancial de estilos poco convincente.
No se trata de una falta de material sobre la cual trabajar: La vida de Freddie Mercury es en sí misma un recorrido por una historia sorprendente que podría haber sido narrada desde la contradicción de cada uno de sus triunfos. Nada parecía predecir el fenómeno en ciernes. Desde su pasado como chico pobre e inmigrante, hasta su llegada al estrellato y por último, su muerte casi frente a los ojos del mundo, “Bohemian Rhapsody”, la película pudo haber profundizado en la percepción de su personaje como un emblema del triunfo a pesar de todo lo que contradecía la mera posibilidad. Pero en lugar de analizar esa cualidad casi imposible de su historia, el guión atraviesa lugares comunes casi vergonzosos. Como todo biopic al uso, la mirada de la cámara sigue al inmigrante Zanzibari, Farrokh Bulsara, mientras abandona a su familia y su país para buscar el éxito en Inglaterra. Pero no hay subjetividad alguna ni tampoco, cualquier tipo de análisis sobre el talento latente del futuro Freddie Mercury. Solo se trata de un puñado de datos contexto que carece de emotividad y sobre todo, de sensibilidad alguna. A partir de allí, el guión avanza con una extraña rapidez: El Mercury de Rami Malek no parece tener duda alguna sobre su talento y el futuro estrellato que le espera a no tardar. No hay expectativa, nerviosismo ni mucho, temor ante la enormidad del reto que un muchacho inmigrante y gay logre el triunfo en la Londres hostil que la película dibuja a grandes y emborronados rasgos. De hecho, la película da por descontado el triunfo, aderezando las escenas con frases hechas y artificiales sobre el ascenso a la fama que terminan resultando desagradables y manidas por su mera propensión al cliché. “No comprometería mi visión” dice el Mercury de Malek, apenas un cantante que comienza a recorrer el largo y escarpado trecho hacia la fama, como si el triunfo estuviera asegurado en toda perspectiva posible. Una y otra vez, el argumento parece basarse en absolutos, un gran visión cliché sobre el éxito cercano e inevitable.
Es inevitable comparar la noción sobre el triunfo y el estrellato que muestra “A Star is born” (Bradley Cooper — 2018) con la torpeza con la guión de “Bohemian Rhapsody” analiza el mismo tema. Mientras para el personaje encarnado por Lady Gaga, el recorrido es un esfuerzo titánico contra sus dolores, temores e inseguridad, para el Freddie Mercury de Malek se trata de una mirada a la predestinación. Sin duda, el talento de Mercury es indiscutible, pero la concepción de la travesía del artista — un diminuto camino del héroe casi siempre sin recompensas inmediatas — parece resumido de mala manera para complacer la percepción de Mercury como imbatible. Un error que afecta credibilidad de la película y sin duda, es uno de los tantos baches argumentales que le afectan.
No obstante, a pesar de la simpleza de la historia, Rami Malek brilla como Freddie Mercury y construye un papel que con toda seguridad, le reportará una nominación en la cercana temporada de premios. Malek evoluciona junto a su personaje y lo hace con una sensibilidad que desborda y emociona, sobre todo por el evidente tesón con que el actor delinea la vida de un hombre complicado y lleno de matices. Hay una convicción dinámica y muscular en la actuación de Malek que lleva a la película a otra dimensión en los momentos más extraordinarios: la recreación culminante de la legendario actuación Live Aid de Queen, es un logro histriónico que asombra. Es quizás el momento culminante de toda la película y el que demuestra, lo que pudo haber sido una historia que roza lo sublime en momentos inesperados. Malek se esfuerza al máximo ya no sólo por encarnar a Mercury sino dotarle de una vibrante vitalidad que copa todos los espacios y logra brindar un sentido real al esfuerzo de producción de recrear el concierto que marcó un antes y un después en la historia del rock. Lo suyo es un esfuerzo de corazón, que desborda la mera capacidad actoral y se transforma en una especie de rito iniciático que desborda por completo todas las discretas escenas que hasta entonces, la película ofrece.
De la misma manera que Chazelle en su recientemente estrenada “First Men”, Singer — y luego Fletcher — trataron de brindar a su personaje central una tensión meditada y profunda, que pudiera reflejar las lentas transformaciones de su mundo interior. Pero mientras Chazelle logra del hierático Ryan Gosling una sensibilidad que roza la ternura, Singer explota la capacidad de Malek para la imitación y el resultado es una combinación de un furor físico, acompañado de una notoria necesidad por convertir los grandes rasgos de la personalidad Mercury en algo palpable e irreverente. Ambiguo, poderoso y con un registro histriónico casi ilimitado, Malek es quizás el único rasgo de la película que cobra vida propia sin necesidad de apelar al imaginario popular sobre el cantante.
Fuera del escenario, el guión se descalabra: La vida fuera de escena de Mercury termina reducida a unas cuantas escenas sobre su relación amorosa con Mary Austin y breves menciones a su sexualidad, estrafalaria vida privada y otros pormenores que se tocan de manera muy rápida e incompleta. De nuevo, hay que agradecer a Malek la sensibilidad de convertir lo que pudo ser otro pequeña secuencia simple en algo mucho más conmovedor y humano. El largo romance de Mercury y Austin desfila en pantalla con apresurada asincronía. El guión no parece decidir si se trata del amor de su vida o la forma en que Mercury batalla contra su personalidad escindida. Al final, es Malek quién logra encontrar el punto justo en una secuencia dolorosísima: el cantante dedica a la mujer con que casi contrae matrimonio una mirada profundamente triste “Te quiero en mi vida”, le dice. Y esa única frase resume los años de amor profundo y complicidad. No hay resentimiento o angustia en la tensión que se adivina, pero aún así, se echa de menos la profundidad de un momento trascendental. “¿Por qué?” responde Mary, parpadeando, ajena y acobardada por la enormidad del resquicio entre Freddie y lo que oculta como puede. Pero ni el mejor esfuerzo de Rami Malek puede subsanar la atropellada noción sobre la caída progresiva de Freddie entre vicios y excesos: la década de los ochenta — que la película sume como un fulgor dorado y artificial — estalla en la mitad de la vida del cantante y parece signar no sólo su declive físico y mental sino además, la misma existencia de la banda y su carrera. El argumento no se toma excesivas molestias y se concentra en escenas cargadas de prejuicios, que sugieren que los años salvajes de Mercury eran una previsible consecuencia al descubrimiento de su sexualidad. Al final, el guión resuelve el auge de su crisis existencial en una única mirada del artista, drogado y aturdido, mientras un grupo de hombres vestidos de cuero baila entre risas y un alborozo artificial. Un lamentable sermón tácito a lo que pudo ser un recorrido compasivo por el auge y declive de un hombre — fenómeno, atrapado entre sus obsesiones y enorme talento.
La película de Singer adolece de audacia y osadía, lo cual es sin duda su mayor problema. Con una metódica y a veces tediosa mirada a la vida de Mercury, la película desdeña la oportunidad de analizar al cantante a través de su talento, abandono melodramático y quizás, capturar la astucia y voluntad inquebrantable del cantante, que ante el diagnóstico del SIDA, decidió escribir quizás una de las canciones más hermosas de la historia “who wants to live forever?”. Al final, “Bohemian Rhapsody” rinde un homenaje fallido al Mercury mito, pero jamás al hombre.
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