viernes, 16 de noviembre de 2018
Crónicas de la Nerd entusiasta: Lo malo, lo bueno y lo feo de “Animales fantásticos: los crímenes de Grindelwald” de David Yates.
Luego de su conclusión literaria, el Universo creado por JK Rowling no ha hecho más que expandirse y crecer a niveles inusitados: Primero con la página Pottermore (que más o menos cumple la función de unificar todos los proyectos presentes y futuros de la escritora), luego con la obra de teatro “ Harry Potter and the Cursed Child” — que añadió elementos inesperados al canon original — y se convirtió en un rotundo éxito de público aunque no de crítica. Finalmente y como parecía inevitable, las vicisitudes del mundo mágico volvieron al cine, esta vez en una saga basada de manera tangencial en uno de los libros relacionados a la historia original de Harry Potter: “Animales fantásticos y dónde encontrarlos” pasó de ser una curiosidad para los fanáticos para convertirse en un fenómeno moderado de taquilla y una nueva oportunidad para el público de encontrarse con los elementos que hicieron famosa a nivel mundial a la Saga cinematográfica que culminó siete años atrás. Con el director David Yates de nuevo a la cabeza, la película protagonizada por el recién oscarizado Eddie Redmayne se convirtió en una puerta abierta a todo tipo de elementos novedosos y la primera entrega de una futura pentalogía que según Rowling — guionista de la película y las siguientes — narraría los sucesos acaecidos durante el reinado del terror del mago Grindelwald y su tentativa por hacerse con el poder.
Se trata de un proyecto ambicioso sin duda y “Animales fantásticos: Los crímenes de Grindelwald” parece dejar muy claro que Rowling deberá esforzarse para mantener la unidad temática, visual y sobre todo simbólica de su ya clásica saga mágica. La película — que abarca los años inmediatamente anteriores a la caída de Grindelwald — analiza el mundo mágico desde una multitud de dimensiones que agregan interés y profundidad a los personajes, pero falla en su intento por unificar toda la idea en conjunto como una propuesta única. Llena de criaturas desconcertantes — la fauna del mundo mágico parece ser casi infinita — y una nueva percepción sobre el uso de la magia y sus dilemas morales, el film reflexiona sobre el deber moral, la lealtad y el miedo desde una óptica mucho más adulta que cualquier otro material escrito por Rowling previamente. No obstante, la escritora parece quedarse corta en sus temas predilectos y hay una sensación inmediata de pérdida del sentido y la dirección en las variadas líneas argumentales de la narración. Como si la escritora tratara de mostrar mucho más de lo que la historia puede contener a la vez “Animales fantásticos: Los crímenes de Grindelwald” luce apresurada y sin verdadera consistente.
Aún así, la película es entretenimiento puro para los más nostálgicos y sobre todo, para la nueva generación del Universo Potter. Los mejores elementos de la saga están presentes y además, aumentados a un nivel gracias a una batería de efectos especiales de alta calidad y el buen olfato de David Yates para traducir en imágenes la historia imaginada por Rowling. Desde la primera escena de la película, es evidente que la colaboración entre director y escritora por casi diez años ha rendido sus frutos: La secuencia está llena de una trepidante acción y también, de una elegancia siniestra que sorprende por su madurez. Resulta evidente que la magia ya no se trata de un asunto entre escolares sino de algo más elaborado, temible y peligroso. Entre una tormenta eléctrica y el vuelo de los conocidos Thestrals, la película deja muy claro sus intenciones de analizar a la magia desde una perspectiva de pura amenaza, percepción que se mantiene a lo largo de la película. Con su tono sombrío y su paleta de colores fria, “Animales fantásticos: Los Crímenes de Grindelwald” es una ruptura inmediata con la hasta ahora clásica puesta en escena de Yates para el mundo mágico.
A partir de entonces, la película se retrotrae sobre sí misma y analiza las tradicionales ideas sobre el bien y el mal por las que Rowling siente predilección. En esta ocasión el dilema moral está encarnado por Newt Scamander (de nuevo interpretado por Eddie Redmayne), quién deberá enfrentar sus propios temores, prioridades y dolores frente a la batalla que se avecina. Redmayne dota a su Newt de una humanidad torpe y creíble: el personaje se encuentra en un constante debate interno sobre la posibilidad sobre hacer lo correcto o continuar al margen de la amenaza que se cierne sobre el mundo mágico. Y es Newt quien parece sostener la mayor carga de la trama, con sus vacilaciones, temores y preguntas. El personaje parece resumir la batalla íntima en una especie de camino del héroe en que la naturaleza dividida de este hombre corriente (a pesar de la magia y su sensibilidad evidente), debe encontrar una forma de unir las piezas y encontrar su propia brújula moral. Newt proviene de una familia de magos pero es quizás es su miembro más discreto: mientras su hermano mayor es un héroe de Guerra y otros miembros de su familia destacan por una u otra razón, Newt dedicó buena parte de su vida al cuidado de criaturas huérfanas o temidas. El guión maneja con precisión el debate moral, aunque en algunos puntos, la heroicidad de Newt se encuentra reñida por cierta contradicción sobre el idealismo. ¿Como puede Newt preguntarse sobre la posibilidad de luchar o no contra la maldad que encarna Grindelwald que pondría en peligro al mundo como lo conoce? No obstante, el matiz logra sobrellevar con tino y elegancia el debate a ciegas del personaje y es quizás su dolor — la angustia contenida, la decisión postrera — uno de los momentos más interesantes de la película.
Claro está, que el eje de la acción recae sobre Johnny Depp, Villano pero también, eje de una serie de cuestionamientos profundos acerca del mundo mágico y las leyes que lo rigen. El actor hace despliegue de una rara sensibilidad para encarnar a un hombre que no resulta sencillo de clasificar — por momentos, el espectador llegará a preguntarse si la argumentación de Grindelwald para su lucha es válida — y a la vez, construir una extraña representación de un tipo de maldad taimada. De la misma manera que el Thanos de los hermanos Russo, el Grindelwald de Yates es un espíritu dividido, ambiguo y sostenido por una serie de elucubraciones que sorprenden por su lógica, a pesar de su amoralidad. Elegante, afligido, turbio pero sobre todo, consciente de lo que su cruzada contra las leyes del mundo mágico puede acarrear, el personaje de Depp supera la idea maniquea del bien ético y crea algo más contundente. A diferencia de Voldemort — en toda su gloria psicótica y sobre todo, aferrado a la idea de un viejo orden primitivo — Grindelwald es un hombre de su época con inquietudes de su época. El guión de Rowling encuentra la manera de brindar a su villano una corporeidad única y es junto a Newt, una de las notas altas de la película. Mientras Scamander representa la lucha entre el bien posible y el ideal, Grindelwald es la encarnación pura de la ambición, desde una mirada tétrica y melancólica de enorme sofisticación.
Como contrapeso, el Dumbledore de Jude Law — quizás el personaje más esperado por los fanáticos y el que quizás decepciona en más de una forma — está lleno de una profunda sensibilidad no desprovista de su habitual malicia. No obstante, Law no logra brindar mayor dimensión al Dumbledore hombre y a pesar de su encanto y carisma — el actor roba todas las escenas en que participa — hay un elemento incompleto en su retrato del futuro director de Hogwarts. Por momentos, Law parece perder al personaje pero sobre todo, carecer de la intuitiva mirada que requiere construir el rico mundo de uno de los personajes emblemáticos de la historia de Rowling. Aún así, el personaje cumple con función de espejo convexo de la figura de Grindelwald y de brindar profundidad emocional a este último. Aunque nunca queda claro que tipo de afecto compartió con el villano más temido del mundo mágico, es evidente que los sentimientos de Dumbledore por Grindelwald son lo suficientemente complejos como para elaborar un discurso secundario de curiosa solidez. Grindelwald pondera sobre el mal absoluto, de la misma manera en que Dumbledore lo hace sobre el idealismo. Entre ambas cosas, la brecha entre ambos se hace insalvable, temible y dolorosa.
Como era inevitable, los grandes protagonistas de la película anterior regresan, pero por momentos Tina (Katherine Waterston), Jacob (Dan Fogler) y Queenie (Alison Sudol) parecen excusas para el alivio cómico y romántico de la película. El trío continúa siendo igualmente adorable y atractivo, pero sin mayor profundidad, lo que contrasta sin querer con la trama oscura que ocurre a su alrededor. Rowling parece tener dificultades para entrelazar la idea de lo ligero con su contraparte más oscura, por lo que el guión en ocasiones parece transitar cierta incertidumbre sobre su tono y ritmo. El resto de los personajes secundarios (que incluye a una jovencísima Minerva McGonagall) tienen tan poca sustancia y corporeidad como para resultar del todo prescindibles, a excepción de Zoe Kravitz como Leta Lestrange (el interés romántico de Newt y a quien ya conocimos en la película anterior de manera marginal), que compone un personaje enigmático que por momentos, resulta incómodo. Nada en Leta es sencillo y para Rowling parece de enorme importancia que así lo sea. Otro tanto ocurre con la esperada aparición de Nagini (Claudia Kim), que resulta ser una referencia sin mayor trascendencia en la trama o al menos, no la suficiente como para dejar claro que hay una evidente conexión entre las nuevas historias y las anteriores. En realidad su personaje es más anecdótico que otra cosa: el hilo conductor de su brevísima aparición decae muy pronto y es inevitable preguntarse si Rowling simplemente intenta interconectar todos los paisajes de su Universo, con excusas baratas y pequeños vínculos improbables. Nagini, misteriosa e inquietante, mira a la cámara con fijeza y deja muy claro que hay algo más que su portentosa capacidad para la transformación. Aún así, toda la mitología asociada a los “Maledictus” se resume en apenas en un par de líneas, lo que resulta no sólo insatisfactorio sino además, uno de los puntos más bajos del guión.
Tampoco impresiona demasiado el regreso de Ezra Miller como Creedence, de nuevo con su aire atormentado, pesimista y afligido. El personaje no parece encontrar el punto medio entre el sufrimiento que lleva aparejada su historia y la búsqueda de su verdadera familia: Miller muestra el conflicto interior con gestos y tics muy semejantes a su memorable papel en “We Need to Talk About Kevin” pero a la vez, olvida la capacidad de su personaje para encontrar su humanidad.
“Animales fantásticos: Los crímenes de Grindelwald” resulta extrañamente insatisfactoria, a pesar de sus mejores escenas y las líneas que conducen sin duda, a un clímax inesperado en las películas siguientes. Sin embargo, Rowling no logra conectar todos los anuncios de futuros misterios y batallas en una trama consistente. Al final, los debates morales y personales de los personajes son lo más profundo e interesante, en medio de una larga sucesión de escenas espectaculares, lo cual resulta al final, desconcertante.
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