No podría decir qué hace a un libro mejor que otro. Por supuesto, no me refiero sólo a lo que puede brindarle mayor o menor valor literario a un libro, sino al peso de su historia. A esa cualidad que no sólo lo hace más cercano, comprensible y sobre todo preciado, por encima de cualquier otro. Esa Capacidad misteriosa y significativa de cautivar al posible lector. Sí, se trata de una visión elemental y quizás muy simple, pero es la más sencilla sobre la que puedo ponderar. Y la razón para esa visión tan ingenua, con toda seguridad es una sola: Soy una lectora devota.
Soy de los lectores que siempre desean leer. Por cualquier excusa, motivo y en todos los momentos posibles. De los que siempre se encuentran en compañía de sus libros favoritos y los que aún debe descubrir. De los que lleva siempre un par de libros en el morral, o los deja en el escritorio de trabajo, para hojearlos a la menor oportunidad. De las que tienen una mesa de noche rodeada de libros a medio leer, llenos de anotaciones y hojas medio arrugadas con sus párrafos favoritos copiados a manos. De las que considera a las librerías un hogar. De las que despierta a mitad de la noche para continuar leyendo un libro que dejó a la mitad. O de las que sencillamente no van a dormir para poder terminarlo. De las que atesora los libros como pequeños fragmentos de historia personal.
De manera que hablar sobre “libros favoritos” siempre me parecerá una temeridad, sobre todo todo, porque estoy convencida que cada libro brinda un mensaje, una idea nueva, una dimensión del mundo inolvidable. Incluso los más sencillos, los aparentemente tópicos, siempre abrirán puertas desconocidas en nuestra imaginación. Así que al momento de redactar una pequeña lista sobre mis historias favoritas durante el año 2018, me encontré que no sólo se trata de escoger sobre la calidad narrativa, semántica e incluso de un libro sobre otro, sino de una visión sorprendió — quizás fascinó — mucho más que otras. ¿Qué tan válido resulta escoger un libro sólo por la capacidad que tuvo para cautivar mi imaginación? No lo sé. Pero es quizás la manera más sincera que tengo que hacerlo, la más cercana a la manera como percibo los libros y lo que pueden brindarme: Una lugar por descubrir en mi mente. Un paisaje por completo desconocido que descubro — y paladeo — gracias a las palabras.
Siendo así, ¿Cuáles podrían ser mis historias favoritas en un año lleno de extraordinarias propuestas? Quizás los siguientes:
Kentukis de Samanta Schweblin:
Esta es una distopía que no pretende serlo y aún así, lo es y además, una de las más poderosas de los últimos años. Eso, a pesar que Samanta Schweblin describe un mundo tan frío y distante que por momentos, tiene la apariencia no de un futuro reimaginado sino de una versión de la realidad aumentada y deconstruida a la medida de los temores actuales. Cual sea el caso, la sociedad que Schweblin elabora a través de un planteamiento único, es superficial, violenta e idiota, una combinación dolorosa que elabora una tensa percepción sobre el miedo y el desarraigo que se combina con algo más duro de comprender. Schweblin imagina lo cotidiano transformado en campo de lo tecnológico para la satisfacción de las masas, pero también, como un arma de control tan retorcida y sutil que resulta espeluznante por el mero hecho de sus implicaciones. Se trata de una historia que engloba la obsesión por la comunicación, la sociabilidad y la exposición de nuestra época, pero llevado a un extremo inquietante por su dureza. En el mundo de Schweblin, las mascotas han dejado de existir para ser sustituidas por inteligencia artificial: robots que no solamente sustituyen a los antaño animales de compañía, sino que además, tienen la desconcertante particularidad de ser controlados por usuarios anónimos. De manera que el propietario debe interactuar con un desconocido a quién no sólo no conocerá de inmediato — quizás nunca — sino que además, explorará en su vida e intimidad de una manera directa, invasiva y quizás peligrosa. La noción de Schweblin sobre el miedo a la soledad, la posverdad y la búsqueda de la identidad compartida, en una especie de enorme y sofisticada red social sin control y con una aterradora consistencia de su existencia. Con sus historias paralelas y sus dimensiones encontradas sobre la misma historia Samanta Schweblin elabora un retrato de nuestra cultura tan poco halagador como helado. Una mirada durísima sobre el bien y el mal moral convertidos en accesorios de moda.
Prestigio de Rachel Cusk
Tercera parte de la trilogía que incluye las novelas A contraluz y Tránsito, Rachel Cusk logra con Prestigio llevar la narrativa constante de lo cotidiano desmenuzado a niveles estremecedores con una maestría asombrosa. De la misma forma que en sus anteriores novelas, Faye (personaje principal, narradora y en ocasiones único punto focal de la narración), se esfuerza por construir una versión de lo cotidiano que se sostenga sobre los dolores y el ruido constante de la vida común, que Cusk logra recrear como un mapa de ruta a través de cierto caos existencial doloroso y pendenciero. En esta ocasión, Faye avanza en un camino empedrado de obstáculos emocionales pero también en medio de un dolor íntimo que define las fronteras de la mente del personaje y a la vez, lo de la novela misma. De súbito, hay cientos de conflictos que dirimir al mismo tiempo y Faye parece perdida entre docenas de situaciones en apariencia corriente que en realidad, no lo son en absoluto. La incesante conversación de un compañero de viaje se convierte en una disertación casi poética sobre el sufrimiento simple, que pone en perspectiva el mundo literario y sus mezquinos círculos concéntricos. Faye batalla con su propia mente, elabora espacios tan nítidos de imaginarias escenas que el lector tiene verdaderas dificultades para diferenciarlas de la historia principal. Al final, la novela es un paradigma sobre los secretos de los largos silencios, las penurias rotas y el temor que se contrapone como un fenómeno personal de implicaciones dispares. Un libro inquietante que oculta sus duras reflexiones en una aparente sencillez.
Una noche en el paraíso de Lucia Berlín:
Manual para mujeres de limpieza de Lucia Berlín se convirtió hace dos años en el libro debut — y trascendental — de una escritora desconocida que además, había muerto antes de disfrutar de las mieles del éxito. Esta celebración póstuma a la vida de una escritora casi desconocida, le brindó un poderoso lustre a la obra y además, la dotó de un rasgo trascendente que convirtió a la recopilación en un extraño suceso editorial. Una noche en el paraíso recupera los veintidós relatos que no formaron parte de la primera antología y muestra una dimensión desconocida y casi violenta, de la mujer de mirada cálida y misteriosa que sorprendió a la crítica y al público con su primera obra. Los relatos de la nueva recopilación — realizada por el hijo de Berlín — tienen el mismo peso denso y profundo de sus antecesores, pero también, la brillante concepción de la belleza fortuita con que la escritora hilvana sus pausados relatos sobre la realidad, el dolor, la pérdida y la naturaleza femenina. Con su humor a mitad de camino entre el cinismo y algo más agrio, Berlín habla sobre la oscuridad del espíritu humano con la franqueza llana de la decadencia. Lo hace además, sin puritanismos, dolores morales o sermones. Para la escritora, lo realmente importante pareció ser la necesidad de crear y construir un camino elaborado e intrigante hasta el centro mismo del corazón de nuestra cultura. Y en “Una noche en el paraíso”, lo logra.
Lincoln en el bardo de George Saunders.
La manera más sencilla de describir esta deslumbrante novela de George Saunders podría ser “una colección de citas”, pero en realidad es una combinación de una sensibilidad profunda y sabia, además de una férrea concepción sobre la narración como vehículo emocional. El resultado es un trasiego a través de las emociones, pensamientos e ideas de los personajes que reunidos (congregados, sostenidos) por la muerte de Willie (el hijo de once años de Abraham Lincoln) elaboran una profunda disertación sobre la existencia finita, la incertidumbre, la ruptura del tiempo en medio del luto y la naturaleza del miedo. Pero la novela es algo más que una narración por y para la muerte: De la misma manera que en Pedro Páramo de Juan Rulfo, la muerte es el camino para asumir la fortaleza, belleza y franqueza de la vida humana. El contraste crea una notoria y brillante mirada sobre la identidad colectiva, pero también, sobre esa convicción cultural sobre el hecho de la fugacidad de la vida como parámetro para su interpretación. La novela de Saunders tiene una profunda capacidad para asumir los errores y dolores de las voces de sus múltiples narradores a la vez que intenta meditar sobre ideas que se entrecruzan entre sí: la vida es parte de la muerte, el patriarcado, los dolores escondidos, la belleza del sufrimiento anónimo. Saunders construye una versión sobre la historia construida a retazos, inspirada, desconcertante y casi etérea, que evade la distancia del texto histórico para convertirse en una mirada potente y angustiosa sobre un oscuro suceso del que apenas guardan noticias y detalles los libros que narran la vida del presidente Estadounidense.
Sara Mesa tiene una facilidad deslumbrante para contar historias imposibles o al menos, lo suficientemente incómodas como para causar resquemor y desconfianza. Cara de Pan es una narración que comienza con la sensación que el mundo es un gran espacio vacío: Mesa asume la percepción de su argumento desde las carencias emocionales y lo hace desmenuzando — punto a punto y con prosa firme — la noción sobre lo que nuestra cultura absorbe y devora como una mirada hacia la tristeza, la pérdida y el dolor. Una adolescente se enamora de un hombre mayor, pero también, de la libertad que confiere y evade sentido en medio del crecimiento acelerado y disparejo de la juventud contemporánea. Para Mesa, la percepción sobre la pérdida es un golpe de efecto violento y toda la novela parece equilibrada sobre la percepción de encontrar — o temer — el amor, el deseo y la lujuria. Por momentos agobiantes y siempre hipnótica, la novela de Mesa construye un lugar para el pensamiento extravagante y también, para la reflexión sobre la sociedad que se esconde bajo el silencio del desarraigo con una elegancia de enorme sutileza.
What Belongs to you de Garth Greenwell
En un espacio intermedio entre la percepción de lo erótico como puente para el autodescubrimiento y la belleza voluptuosa se encuentra What Belongs to You, la extraordinaria novela debut del escritor Garth Greenwell. La novela es una magnífica exploración sobre la fenomenología de la lujuria y algo mucho más profundo que elabora una versión de la realidad extravagante y casi dolorosa. Ambientada en la Bulgaria de principios del siglo XXI, la novela utiliza el concepto del país que debe luchar contra su reciente pasado comunista — y sus prejuicios — para comprender la forma en que se comprende la sexualidad en una sociedad en la que el sexo sigue siendo considerado tabú y la homosexualidad una forma de pecado que puede convertirse en una idea fronteriza sobre el bien y el mal. En la novela de Greenwell, el deseo gay sigue siendo un prejuicio con el cual luchar y una forma de estigma, una concepción del yo mucho más profunda que la “autogratificación” y más cercana a la búsqueda de la identidad a través del cuerpo y el sexo. Para el autor, el sexo se convierte en un vehículo de expresión, de conocimiento pero sobre todo, una profunda percepción de la belleza que plasma a través de una prosa casi poética, elaborada sobre la ternura de cierta melancolía quebradiza.
Claro está, la novela también es una forma de provocación: la historia comienza con un hombre en busca de sexo anónimo y desinhibido. No obstante, el anónimo narrador recorre la ciudad de Sofía con un nerviosa mirada sobre su propia disyuntiva — ¿el deseo o la percepción de lo erótico? — hasta encontrar satisfacción al impulso primario a través de una meditada óptica sobre el absurdo de la insatisfacción y la búsqueda del placer. Cuando el personaje finalmente encuentra la gratificación, también comienza una relación misteriosa, tensa y llena de matices con un hombre que no sólo es su reflejo distorsionado sino el enigma, en medio del silencio de una ciudad extraña. Como un extranjero entre extranjeros, el personaje de Greenwell avanza hasta encontrar una percepción sobre el bien y el mal recóndito y amoral, pero también, los matices de algo mucho más vívido del sexo casual. Entre ambas cosas, Greenwell crea una atmósfera exquisita, una concepción de la ternura que resulta profundamente existencialista y sobre todo, una limpia crítica a los tabúes como elemento desigual que rige el norte y el secreto personal.
Gun Love de Jennifer Clement.
La escritora Jennifer Clement analiza a profundidad el hecho de la violencia y la percepción del arma como derecho adquirido en su novela Gun Love, una acertada combinación entre el horror que construye y elabora la violencia como parte de un estrato de la sociedad y también, como una forma de respuesta a las disyuntivas que la ley no puede resolver por sí sola. O esa parece ser la cuestión central de un libro, que analiza con minucioso cuidado el hecho de la agresión ciudadana — y el derecho a la defensa — como una expresión elemental de lo que puede ser una idea social a la periferia. Hay algo dramático y lóbrego, en la profusión de armas de fuego que llenan la novela: desde el primer capítulo, la capacidad para matar parece estar en todas partes, de manera simbólica o directa. Un gran número de armas que se definen con eficiencia clínica y que parecen además, definir la idea de la identidad como parte de algo más profundo, elemental y duro de comprender sobre la cultura norteamericana. Por supuesto, la frecuencia con que la autora describe, incluye y analiza la percepción de las armas como parte de la concepción del norteamericano sobre su seguridad personal, crea una percepción notoriamente cruda sobre como se asume el miedo y la autodefensa en un país donde la libertad pasa por una línea obvia de dolor. Sin embargo, Clement no sólo describe al país en guerra silenciosa, invisible y cruenta, sino también a las fuerzas que se oponen a la subcultura de la violencia de manera clara. Entre ambas cosas, el libro parece ser una noción espléndida sobre la búsqueda de un sentido claro de la supervivencia — de las ideas, de las percepciones colectivas sobre el yo locus o el como nos se mira la sociedad norteamericana — y algo más inquietante: la desesperanza de un país enloquecido por la disyuntiva de las armas. Entre todas estas cosas, la idea del bien y del mal se condiciona a la desesperanza de una humanidad melancólica que se abre paso en una noción más amplia sobre los emblemas morales de un país que se cuestiona a sí mismo: ¿Quienes somos como parte de una concepción de la violencia que atraviesa viejas heridas? parecen preguntarse los personajes y Clement no ofrece un respuesta fácil a la disyuntiva.
Ask Me About My Uterus de Abby Norman
Abby Norman crea en su novela Ask Me About My Uterus una percepción pormenorizada sobre la forma de ejercer la medicina en su país y además, reflexiona sobre el hecho que un tardío diagnóstico — basado en cierta sutil discriminación sobre su credibilidad como paciente — provocó que sufriera de espantosos dolores durante años sin encontrar una forma de diagnóstico que pudiera atenuarlos. Un sufrimiento que se acentuó por la incapacidad de Norman para convencer a sus diferentes médicos de cabecera sobre lo agudo de su padecimiento físico. En varios momentos del libro, Norman analiza la forma como el prejuicio hacia el sufrimiento — «En más de una ocasión los médicos me aseguraron que mi nivel de tolerancia al dolor era casi tan bajo como el de un niño», asegura — puede permear no solo la forma en que se comprende y se analiza el dolor como síntoma sino como influye una invisible discriminación en la percepción general de un cuadro médico. Norman tuvo que enfrentar médicos que insistieron en que «exageraba», que no «podía sentir tanto dolor» hasta la directa negativa de llevar a cabo todo tipo de exámenes que pudieran haberle permitido un diagnóstico más preciso. Toda una muestra de como la mezcla entre prejuicios y la conclusión médica pueden ser más peligrosos de lo que podría suponerse.
El libro alterna la historia de la niñez de la escritora niñez — y sobre todo, su precisa e inteligente visión sobre el mundo científico — y la historia de su recorrido hacia un diagnóstico general preciso, con una prosa elegante y un sentido del humor que sorprende por su inteligencia. Su historia parece entremezclar y entrecruzar la comprensión de la salud de la mujer como territorio desconocido y el hecho de la complicada relación entre el contexto histórico, cultural y tradicional que cuestiona y sostiene la relación entre la medicina tradicional y el cuerpo de las mujeres. El libro está lleno de datos preocupantes sobre el hecho que la mayoría de las veces, un cierto machismo soterrado suele sostener la dinámicas médicas y sobre todo pesar sobre el diagnóstico final que el paciente debe soportar. Por ejemplo, el dato que según el Wellcome Trust Sanger Institute de Gran Bretaña, las mujeres — desde autoras hasta análisis sobre cuadros de diagnóstico — todavía constituían el 41 por ciento de los ensayos clínicos publicados en 2006 y que la mayoría de las investigaciones, tenían una directa relación con relacionar el género con la forma de diagnóstico. Norman compara esa visión restringuida de lo femenino — la percepción de la salud de la mujer, tanto reproductiva como de otra índole — en la forma en que la medicina suele despachar síntomas que se consideran «típicamente femeninos». También cuenta anécdotas que resultan preocupantes a luz de semejantes datos: el 70 % de las mujeres aquejadas de endometriosis y otros trastornos asociados al dolor por ciclos menstruales, suelen ser diagnosticadas sin profundizar en sus síntomas. Un preocupante 30 % de mujeres que han padecido endometriosis recibieron diagnósticos equivocados que empeoraron o mantuvieron los síntomas y algunas tuvieron que abandonar empleos y rutinas personales debido al aumento del sufrimiento físico que padecían. Norman, que tuvo que atravesar desde un análisis erróneos de sus síntomas hasta comentarios que se trataba de un padecimiento «de índole y naturaleza sexual que no se relacionaba con problema médico alguno», lleva a cabo una investigación profunda sobre cuestiones de salud femenina que a pesar de reflexionarse bajo el marco de la médico en un país del primer mundo, podría aplicarse a casi cualquier lugar del planeta. La escritora descubrió que su lucha porque se tomara en serio su dolor extremo, era en realidad un reflejo de una percepción sanitaria que se remonta a 1800 y que suele trivializar el dolor femenino en una idea nebulosa sobre la tolerancia a la respuesta física a determinados síntomas. Norman cuenta la impotencia que le produjo comprobar que para la mayoría de los médicos que le atendieron, trastornos como el dolor vaginal menstrual, presión uterina, sexo doloroso e incluso problemas sexuales derivados problemas físicos específicos, no eran analizados como trastornos sino como parte de algo mucho más brumoso relacionado con la identidad de género. Las entrevistas con expertos, investigaciones privadas e incluso, documentación basada en métodos médicos análogos, le demostraron a la escritora que hay una evidente relación histórica y culturalmente tensa entre las mujeres y sus médicos. También deja claro que no se trata de un problema superado y que lo más probable es que aún la búsqueda de respuestas y de la buena salud de las mujeres deba atravesar el complicado terreno del cuestionamiento y el prejuicio.
An American Marriage de Tayari Jones
En Norteamérica, el debate sobre la etnia, la raza y la percepción sobre el racismo se ha hecho mucho más cercano y evidente desde que Donald Trump llegó al poder, no solo por su discurso reaccionario sino por el preocupante apoyo que ha logrado entre un considerable número de estadounidenses. Como si la noción sobre la discriminación fuera una herida aún abierta en el rostro social del país, el racismo y sus implicaciones, siguen siendo un tema no resuelto en el debate colectivo y, todavía, lleno de una peligrosa carga de confrontación que no deja de ser una invitación a la violencia y a la agresión cultural.
Algo de esta percepción sobre la dimensión más profunda del problema, ha sido el tema recurrente en las novelas de la escritora Tayari Jones, que desde hace más de una década ha dedicado buena parte de su obra a reflexionar sobre el sustrato del miedo irracional y el ataque al diferente en un país bajo constante tensión. El interés de la escritora no solo le ha brindado la oportunidad de crear una perspectiva novedosa sobre el tema sino de construir un discurso literario tan duro como alegórico sobre la realidad de las minorías en EE. UU. Durante una beca en Harvard, Jones pasó meses estudiando sobre el racismo y la forma en cómo influye en la percepción sobre lo legal y lo social en medio de una cultura que casi nunca reconoce la herida de la discriminación. Jones se esforzó no solo por aprender sobre el sistema judicial estadounidense — y la forma en que el racismo puede influir sobre la toma de decisiones judiciales — sino, también, el peso de la sombría estadística de la influencia del prejuicio al momento de la aplicación de la ley. El resultado es una visión amplia y detallada sobre la percepción de la ley como reflejo de la cultura y sus vicios pero, sobre todo, la evidencia que EE. UU. no ha logrado superar la percepción de la raza como elemento claro en la forma como se percibe el ciudadano. Una disparidad que arroja víctimas y además, una perversa noción sobre lo legal como pacto social.
La novela An American Marriage es una mirada inteligente sobre las consecuencias del racismo y la discriminación en el ámbito legal pero, además, extrapolado al nivel de debate moral y, sobre todo, una perspectiva de enorme dureza sobre la sociedad herida por el dilema del racismo. Y lo hace sin tomar los caminos comunes — ni tampoco los clichés del género — sino que crea toda una nueva acepción sobre el bien y el mal ético que sorprende por su sutileza. Sus personajes no son los habituales en novelas al estilo: ambos forman una pareja dorada, triunfadora y muy lejos de los estereotipos del afroamericano que se insisten en la literatura que analiza el racismo como dilema social. Él es un ejecutivo corporativo en ascenso, ella una artista con un futuro prometedor. Pero en medio de la prosperidad y las ambiciones, la realidad subyacente en un país hipócrita termina signado el futuro de ambos: Luego de una visita a Eloe, Louisiana, el espectro de una falsa acusación criminal no solo devasta la idílica felicidad de la pareja sino la imagen quebradiza de la igualdad y una falsa mentalidad progresista, que convierte a la historia en una durísima reflexión moderna sobre una historia muy antigua. Jones, con un pulso preciso e inteligente, transforma la odisea legal de la pareja en un recorrido por la injusticia, el temor y la presión del racismo en un ámbito desconocido para los personajes y quizás, para el lector. Se trata de un desafío a la convicción endeble que el racismo es un mal en remisión en el organismo cultural y, más allá de eso, la comprensión del miedo como ruptura y grieta en la cultura norteamericana.
Fractura de Andrés Neuman:
De Hiroshima se ha escrito casi todo, por lo que el reto de Andrés Neuman en Fractura era no sólo tocar un ángulo de la historia por completo nuevo sino además, analizar la historia como un bloque de información que ha sido manoseado, desmenuzado e interpretado en excesivas ocasiones. Pero Neuman lo logra y la novela crea una versión de profunda eficacia sobre el horror mínimo de los recuerdos: El superviviente de Hiroshima que describe Neuman engloba la concepción sobre el trauma y la tragedia que se esconde bajo décadas de silencio. No es un personaje simple ni pretende serlo: además de encarnar la culpabilidad del sobreviviente (que Neuman construye y elabora como una percepción atípica sobre el trauma residual) es un núcleo consistente en el que confluyen los terrores sociales y culturales sabiamente transformados en una percepción amplia sobre el bien y el mal. De Fukushima a París, el dolor es una línea que recorre el mundo y engloba el sufrimiento perenne en un único idioma. Con una potente versión del terror cultural que la historia lleva a cuestas, Neuman crea un espacio de asombro y dolor de infinita delicadeza.
Una lista corta, sin duda, que por supuesto no resume del todo mi trayecto por el mundo de la palabra este año. Aún así, se trata de un recorrido profundo, emocional y como siempre privado que me demostró de nuevo el poder de la literatura para crear, ennoblecer y sobre todo consolar como una forma de arte de infinita belleza. Una manera de soñar.
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