lunes, 28 de enero de 2019
Crónicas de la nerd entusiasta: El gore se viste de existencialismo en “The House That Jack Built” de Lars Von Trier.
Una década atrás, la discusión sobre los límites de la violencia en el cine se convirtió en un debate malsonante sobre las restricciones creativas. Hace unos años, el director Lars Von Trier se encontró en el centro de la batalla dialéctica con su película “El Anticristo”. A la película se le acusó de hueca, de ser una mezcla de escenas gore sin un sentido estético más allá de la de provocar las náuseas del espectador. Quizás se deba a que el director no se preocupa demasiado por conceder un momento de liberación al espectador, una moraleja que justifique la sucesión de escenas desmoralizantes que muestra en rápida sucesión. Probablemente sea cierto: la historia avanza a trompicones entre el sentimiento de culpa, la depresión, el sufrimiento y luego todo parece combinarse en un estallido donde la sugerencia de lo sobrenatural es probablemente el elemento menos sorprendente. No obstante la violencia continúa siendo el paradigma, la disolución absoluta, el desconcierto como forma de expresión del miedo.
Por supuesto, a Lars Von Trier se le llama agresivo e insólito desde hace años. Visualmente inquietante. Muchos adjetivos dispares para describir un estilo cinematográfico que no parece encajar en ninguna parte adecuadamente. Y es que el director, intenta encontrar un equilibrio entre el éxtasis, la transgresión en estado puro y algo más doloroso, quizás humano, que nunca termina de mostrar en realidad. Tal vez porque no lo desea, porque sería demasiado simple para un director acostumbrado a bordar lo complejo con imágenes luminosas. En su obra, la provocación es moneda común — ¿Alguien lo duda? — pero además, hay un análisis meditado, profundamente sentido sobre los límites de la naturaleza humana. Para Von Triers, el dolor no es el ajeno, pero en el tránsito hacia su escenificación hay una crudeza desconcertante, una visión del mundo que incluso puede llegar atemorizar.
Tal vez por ese motivo, se diga que “The House That Jack Built” es Von Trier en estado puro. La película impacta por su mirada sobre el asesinato casi desde un punto de vista eminentemente estético, pero también, desde lo descarnado de la muerte como recurso de vanidad. Entre ambas consideraciones morales e intelectuales, Von Trier analiza la naturaleza humana con crueldad. De nuevo, el director usa su recurso favorito para crear un ambiente de tensión insoportable: una fotografía que hipnotiza en medio de una circunstancia que inquieta, incluso asombra. La agresiva violencia que puebla la pantalla tiene un claro elemento alegórico, a pesar que también, el director la usa para crear un tono irrisorio sobre la raíz del mal como elocuente discurso pseudo espiritual. Jack, el asesino que describe Von Trier (encarnado por un contenido Matt Dillon) mata por placer y es el placer, lo que le emparenta con lo salvaje, lo trágico y una sutil remembranza a lo poderoso. Una mirada al lado Oscuro de la tragedia humana y el límite entre la cordura, la simple furia existencial y algo incluso más turbio y desolador: el temor a esa naturaleza salvaje que el espíritu humano intenta ocultar con tanto esfuerzo.
Con “The House That Jack Built”, Von Trier se burla de manera despiadada del consumo, la corrección política y también, la noción sobre la empatía, tan cultivada y promocionada durante nuestra época. Para el director, las víctimas del asesino son la respuesta contestataria y radical a la corrección política, la exigencia de equilibrio intelectual pero sobre todo, la concepción desde una bondad engañosa y casi escénica. La película se burla de todos y de todo, desde las denuncias de abuso sexuales hasta el movimiento de apoyo a las víctimas, pasando incluso por la doble moral norteamericana y la extraña relación de la cultura del país con las armas. A Lars Von Trier se le acusa de pretencioso y también se le alaba como provocador. En “The House That Jack Built” ambas características son muy evidentes y están relacionadas con la conmoción que la violencia gráfica crea y que esconde un mensaje más profundo. Von Trier intenta construir una percepción sobre el miedo muy cercana a la histeria y lo logra, con largas escenas de tortura sádica que dejan muy poco a la imaginación. Es evidente que el director desea dejar claro que la violencia es incuestionable y no admite matices, por lo que llena su película de sangre, vísceras, gritos y vejaciones cada vez más angustiosas. En medio del caos, se encuentra lo que parece ser un punto de quiebre entre su inusual lenguaje cinematográfico y esa decisión autoral de construir una nueva interpretación sobre lo esencial del cine y su propuesta visual. Para construir a su asesino el director asume la noción de la violencia con un acto redentor, de modo que el asesino es mucho más artista que un criminal. Von Trier, con su capacidad para utilizar el escándalo como vehículo de reflexión siempre creará polémica por el solo hecho de convertir cada una de sus películas en acontecimientos de la cultura pop. En esta oportunidad no se trata del sexo crudo, sino la violencia, lo que muestra esa decisión irrevocable de encontrar en el absurdo una esfera inquietante de belleza. Como director, el danés intenta reformular lo que se asume como visualmente indispensable para cruzar el límite mismo entre lo que se narra y lo que se esconde bajo la narración. Una especie de documento inédito sobre lo que el cine puede simbolizar y aún, puede elaborar a través de su meta mensaje esencial. Y en “The House That Jack Built” lo logra de manera plena.
Por supuesto, la película es una retorcida burla sobre la sociedad y la cultura, a la vez que una cuidadosa mirada sobre la vanidad humana. Ambas cosas juntas crean un ambiente superficial y estéril, en el que el personaje se traslada de un lugar a otro como una experiencia onírica. Se trata de una puesta estrafalaria al servicio de un mensaje muy sutil sobre el hecho de la muerte y el asesino como una ruptura de la idea colectiva de nuestro siglo, tan vanidoso y obsesionado con sus propias ideas banales. Von Trier toma un puñado de percepciones sobre la sociedad (desde la convicción de la percepción del espectáculo y el gran escenario mundial), para elaborar un tapiz sobre la nueva fauna de un siglo cargado de hipocresía evidente. O ese parece ser el gran mensaje en medio de una película excesiva en todo sentido posible, alarmante por su capacidad para confrontar y aterrorizar, pero en resumidas cuentas, otra extravagancia del director, que utiliza su lenguaje como una búsqueda insistente del absurdo existencial.
El director Lars Von Trier suele decir de su obra “no es más que lo que veo” como si su obras cinematográficas fuera una minuciosa construcción de conceptos sobre su especialísimo punto de vista sobre el mundo. ¿Qué intenta mostrar ahora con “The House That Jack Built”? el terror se hace una burla sádica a medida que la película crea la percepción del asesinato como una liberación de la trivialidad de la vida cotidiana. Su “Jack” es un asesino en serie con más de cincuenta asesinatos, que comete con el abandono y la ferocidad de una bestia incontrolable, pero que analiza a través de una delicadísima red de referencias visuales y culturales. Porque el asesino es además un hombre cultísimo, conocer de arte e historia, que no sólo disfruta de leer, catar vinos de noble consistencia y además escuchar música clásica, sino también de decapitar, desmembrar y apuñalar a sus víctimas. Von Trier se esfuerza por demostrar lo caótico en el lado secreto de Jack en contraposición con la tranquila capacidad intelectual de su día a día. Entre tonos fríos y una banda sonora delirante, Jack se desliza en medio de la locura con una lucidez escalofriante y casi comprensible.
En labios de Jack, Von Trier insiste de nuevo en una de sus ideas más viejas: La desesperanza y la devastación del individuo en mitad del tedio. La muerte se convierte entonces en una forma de justicia poética contra el sistema, el dolor de la no existencia y la filosofía de la simplicidad, que el director apunta retratando a una sociedad frugal, aburrida y tediosa. Se trata de una perspectiva que le viene desde muy niño. Según cuenta el propio director, Inger Trier era una mujer a la ideología izquierdista — en ocasiones “en un extremo sorprendente” dijo en una ocasión Von Trier, entre risas — obsesionada con educar a su hijo como un hombre “Inexplicable,libre y creativo”. Más allá de eso, la historia personal del director se hace cada vez más retorcida a medida que avanza. Su madre le confesó a su hijo unos días antes de su muerte, que su padre biológico no era Ulf Trier — como siempre lo había creído — sino un hombre que “era sólo arte”. En una entrevista publicada por la revista Cahiers du cinéma, el Von Trier cuenta que la revelación cambió su vida y su percepción sobre el dolor, la verdad y la realidad: “Ella tuvo una relación con un hombre cuyos genes podrían serle útiles, al parecer su amante tenía un gran talento musical. Por eso mi madre, sin yo saber por qué y ante mis evidentes limitaciones, me animaba a interesarme por la música durante la adolescencia. Mi madre me empujó a ser artista. Era su proyecto. No he sentido jamás esto como una presión. Ahora veo con cuánta lucidez ella siguió los pasos para crear a un individuo libre y creativo”. Después admitiría que la nueva noción sobre su identidad — o la ausencia de ella, desconocida y apremiante — sería el origen de todo lo que sería su trabajo cinematográfico. “Una gran venganza”.
Jack bien podría ser el alter ego siniestro del director: Allí en donde Von Trier crea y elabora una cuidadosa versión del miedo, Jack se explaya en crear una admirable colección de sus propias grotescas hazañas. Porque el asesino no sólo mata, sino que además, conserva partes del cuerpo de sus víctimas — que incluye también hombres e incluso, niños — como pequeños tesoros. Jack equipara los brazos, piernas y cabezas cercenadas a “visiones de la ternura” que a su vez, se enfrentan a su percepción del arte como fin único. Incluso hay un aterrador flashback de Jack amputando la pata de un pato de apenas días de nacido y luego arrojándolo al agua, en donde muere mientras trata de nadar en círculo de una manera horrorosa y silente, que el director sigue de cerca en un primer plano casi repugnante. La escena resulta apabullante: Von Trier se desliza al fondo del horror y lo retrotrae como una condena inusitada que abarca toda la vida de Jack. No obstante, la sensación caótica — lo inhumano entre lo venial — es lo más evidente y deja entrever que el director intenta avanzar hacia nuevas dimensiones de su discurso cinematográfico.
Desde la criticada y desconcertante “los Idiotas” (donde el guión de Von Trier creó directamente un nuevo tipo de propuesta cinematográfica) el director ha intentado encontrar una experiencia visual que transgrede — cuando no destruya — lo que se considera como cine tradicional. O aún más allá: lo que asumimos es la esencia del cine como documento creativo. Lo intenta sobre todo, enfrentándose a esos parámetros que se insiste deben formar parte de toda propuesta fílmica y que Von Trier denigra en una evidente alegoría al destrucción del valor narrativo común, el evidente, el que se considera necesario. Por eso, la ambigüedad de la moral social, de lo que se oculta bajo la normalidad aparente y quebradiza que muchas veces tomamos por realidad, es mucho más directa en “The House That Jack Built”, que en cualquier otra de sus películas. Y la diferencia es casi dolorosa, como si la libertad sexual de “Nymphomaniac” se convirtiera en “The House That Jack Built” en una transgresión absoluta desde lo abominable.
Porque ante todo “The House That Jack Built” es un alegato. Sacude y abruma al espectador de inmediato, construyendo una propuesta que le sumerge sin medias tintas en la visión del director. Una realidad alterna, que dibuja un paisaje de la realidad alterado, distorsionado pero sumamente efectivo para dirigir la atención de quien observa, del testigo involuntario, no hacia el ambiente sino hacia el efecto intrínseco de la historia que se cuenta. “The House That Jack Built” es un juego de espejos, una reflexión sobre lo que consideramos real y lo que no lo es, pero también sobre la necesidad del análisis más profundo, sobre el comportamiento escondido en el paisaje de la vulgaridad y lo que consideramos común. Una reformulación del tiempo y el espacio fílmico que brinda, de entrada, un resultado asombroso. Una complicidad inexplicable y súbita con quién observa más allá de la pantalla. Con el observador que muy pocas veces forma parte de la historia que se narra — de la esencia de lo visual — y en que esta ocasión juega un papel casi imprescindible dentro de lo que se muestra.
No obstante, y en una contradicción casi dolorosa, Von Trier mantiene una distancia elemental con sus personajes, con las vicisitudes que transcurren en este pequeño espacio incómodo de lineas y sombras poblado por hombres y mujeres mezquinos pero profundamente humanos. Cámara en mano, con ese zigzagueo mareante de la escena caótica, Von Trier intenta puntualizar las acciones, pero a la vez sin juzgar, sin emitir un solo comentario simbólico o metafórico sobre lo que analizamos con dificultad. Tal vez se deba a esa aridez del escenario en penumbras, de esa inverosímil propuesta de líneas y formas: lo cierto es que la realidad parece fluctuar entre el análisis y la reflexión, la necesidad de comprender las circunstancias que se muestran como parte de una idea concreta. Lo artificioso del relato, su existencialismo craso, elocuente, no deja de mostrarse incluso en los momentos más simples, en el movimiento de cámara más imperceptible.
La película ha sido comparada con “Henry, el retrato de un asesino” del director John McNaughton, precursora del género de asesinos en serie y una de las obras más despiadadas sobre el absurdo y el misterio del impulso de matar. No obstante “The House That Jack Built” el asesino es una obsesión compulsiva que el asesino muestra no sólo al momento de crear sino también, en la forma en que analiza y elabora una percepción sobre lo temible que se esconde en las sombras del espíritu humano.
Mucho más allá de las críticas y de la provocación aparentemente gratuita del director, “The House That Jack Built” se alza como una revisión inquietante de un subgénero aún sin nombre: a medio camino entre lo terrorífico, el panfleto intimista y algo tan turbio que no logra calzar en ninguna definición. En esta época descreída, de un espectador endurecido por el efectismo y el excesivo uso de recursos esteticistas, “The House That Jack Built” crea una nueva visión de ese cine que trasciende la linea de lo común e invade esa región inquieta de la mente humana más primitiva. Tal vez esa es la pequeña tragedia de Lars Von Trier, intentar demostrar que entre lo superficial y lo meramente grotesco, su cine intenta brindar algo más esencial, profundo y sustancial. Una mirada dura e hiriente sobre la vulnerabilidad de la naturaleza humana.
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