lunes, 7 de enero de 2019
Crónicas de la Nerd Entusiasta: Los principales símbolos de la cultura pop a los que le diremos adiós en el 2019
La cultura pop cambia año tras año y con ella, la mayoría de sus símbolos. Además, se trata de una reinvención necesaria: cada década, cada ruptura histórica, cada evento colectivo crea sus propios íconos y además, su forma de interpretarlos. La emblemas de cultura popular son de hecho, vitrinas de su época y lo son, casi de manera involuntaria: La evolución de la mayoría de ellos refleja el paso del tiempo y el poder del constructor social para transformar sus propios cimientos en algo por completo nuevo. Las celebridades, cantantes, incluso personajes de la pantalla grande y chica, crean una percepción sobre la tendencia firmemente vinculada al mundo como un gran escenario mimético. El cine y la televisión — los grandes espejos convexos en los que el mundo se observa atentamente — reflejan la transformación de la masa pero también, la convicción de esa gran psiquis colectiva en su evolución. Una reflexión que se abre espacio en lugares inusitados de nuestra memoria histórica.
Por ese motivo, el final de algunas series, películas y sagas simbolizan también el fin de épocas y grandes nociones sobre el espectáculo. En el 2019, muchas de las grandes símbolos de la última década llegan a su final — series que tendrán su última temporada, franquicias que cerrarán ciclos individuales, incluso libros que obtendrán la necesaria conclusión a sus historias — lo que será, para bien o para mal, un evento de considerable importancia a la vista de cómo se analiza la cultura popular en adelante. En una época hipercomunicada y tecnificada, los grandes eventos colectivos se convierten en hitos históricos, que para bien o para mal, elaboran una nueva versión de lo que puede concebirse como cultura de masas.
¿Y cuáles serían los grandes finales que cerrarán varias de las aventuras culturales más importantes de la última década? Los siguientes:
La última temporada de Games Of Thrones llega a HBO en Abril:
Se trata sin duda del final de una época: La serie insigne del canal por cable HBO no sólo se convirtió en emblema de la cadena, sino junto a The Wire y The Sopranos en uno de los hitos de la llamada “Edad dorada de la televisión”, que transformó los hábitos de consumo de toda una generación de televidentes. Además, la serie llega a su última temporada sin perder su capacidad para asombrar: El primer capítulo de la séptima batió récords de audiencia: 10,1 millones de espectadores en Estados Unidos, según informó hoy la edición digital de Variety. Superó en un 27% el debut de la temporada anterior en abril del año pasado, un fenómeno insólito en la televisión que demuestra que la serie continúa siendo incombustible y, sobre todo, un ícono de la nueva manera de comprender la llamada Edad de Oro de la pantalla chica.
El capítulo es además, toda una declaración de intenciones: Games of Thrones avanza no sólo hacia una posible resolución a dos temporadas de distancia sino también, hacia una reflexión sobre los elementos que convirtieron a la serie en el programa más visto de la cadena HBO. El argumento regresa sobre Arya Stark (interpretada por la actriz Maisie Williams) y elude cualquier solución sencilla a la violencia, para dejar muy claro que el regreso al tablero de poder en Westeros será un enfrentamiento sangriento y definitivo. Después, acelera el ritmo para convertir el episodio número 61 en una glorificación de las virtudes que han hecho a Games of Thrones un rotundo éxito de audiencia y de crítica. La mezcla de fantasía, leyenda y realismo es cada vez más evidente: Los caminos plagados de peligros, los extraordinarios castillos polvorientos y los conflictos de poder convertidos en nociones sobre la supervivencia, adquieren en una desconocida profundidad.
Desde la Reina Cersei Lannister caminando sobre el mapa de un mundo cercenado por sus enemigos hasta la llegada de una firme Daenerys Targaryen a Dragonstone, la trama de la penúltima temporada de Games of Thrones parece añadir un valor agregado al simbolismo. Se trata de un recurso habitual en las novelas de George RR Martin, en las que los pequeños hechos están destinados a sostener historias más profundas y complejas. En la séptima temporada la visión sobre el pasado, el presente y sus consecuencias en el futuro se mezclan en una apoteosis metafórica de enorme valor argumental. Con una escena de apertura extraordinaria y una visión casi cinematográfica de la narración, la historia del imaginario Westeros atraviesa una inevitable evolución: los personajes se preparan para una batalla que cambiará a la serie para siempre. Y la trama avanza sostenida por esa noción: los guionistas se han vuelto expertos en crear un discurso de recapitulación que convierten las primeras escenas de cada capítulo en un resumen pormenorizado sobre la trama general. Para la séptima temporada, Arya Stark se convierte en el rostro de la justicia tardía y también en la promesa de una conclusión despiadada a los nudos argumentales que le rodean. Todo un acierto narrativo que sugiere una historia a punto de alcanzar su punto más complejo y cruel.
Violento sofisticado y con una lujosa factura, el show convirtió la percepción de la fantasía en anzuelo para adultos y brindó sentido al uso contemporáneo de viejas visiones universales sobre la magia y lo asombroso. Y aunque la serie maneja los elementos tradicionales de cualquier saga al uso — con sus dragones, mazmorras, enanos, monstruos, magos y profecías — la historia es mucho más que eso: refleja la oscuridad y las divisiones del mundo real con un acento político agudo y tétrico. El resultado es una visión del bien y del mal encumbrado en medio de una historia compleja y siempre sorprendente.
¿Qué podemos esperar para esta temporada, preludio del gran final? A medida que se acerca a su resolución, la serie parece dominada por personajes femeninos poderosos y un juego de lealtades y traiciones signado por la ambición personal. Quizás, el reflejo más evidente sobre los dolores y terrores que atravesará cualquiera que recorra el largo camino hacia el Trono de Hierro.
Y finalmente, The Big Bang Theory, llega a su final:
Cuando este año se anunció la temporada final de The Big Bang Theory (2007 -2019), poca gente lo lamentó. De hecho, el comentario más común en las redes sociales, fue que la serie merecía no sólo un final digno, sino que, además, que lo necesitaba al menos desde hacía tres temporadas atrás. Se trata del fin de una época: La comedia de la cadena CBS (bajo la producción de Warner Bros y Chuck Lorre) pareció brindar una necesaria bocanada de aire fresco al erosionado formato de la tradicional comedia de situación estadounidense.
En el 2019, The Big Bang Theory se despedirá siendo una de las series más vistas de la televisión. Aun así, no hay algún sitcom que parezca sustituir su ausencia. No se trata de una circunstancia reciente: en el 2015 The New York Magazine anunciaba que “la televisión sufre de una gran recesión de comedias”. Un año antes, solo 9 de los 50 programas de la televisión fueron comedias. Para el 2017, sólo la malograda Roseanne y la penúltima temporada de The Big Bang Theory formaron parte de la lista de los programas más vistos de la televisión.
Se trata de un fenómeno que podría achacarse no sólo a la pérdida de vigencia del formato televisivo, sino también al hecho que los hábitos del televidente se han transformado para siempre. Con la aparición del TIVO y sobre todo, la llegada de Netflix, HULU, Amazon Prime y Youtube Prime, el formato serializado ha debido luchar por su supervivencia contra un público que se habituó con rapidez a escoger su propia programación, a la vez que interesarse por un tipo de producto televisivo más profundo y duro. Poco a poco, la sitcom ha quedado relegado a un segundo lugar, desplazado por la telerrealidad — su otro gran enemigo — pero, sobre todo, por la exigencia de la audiencia de contenidos más complejos y duros. Con toda una generación de televidentes educadas por internet, bajo el auspicio de la televisión sin guion y con ocurrencias actuales, la dinámica de la comedia de situaciones tiene algo de caduco y de poco sustancial. Mucho más aún cuando se le compara con los dramas profundos, complejos y sustanciales que llenan la televisión en la actualidad. ¿Cómo puede competir la producción barata, los personajes canónigos y las risas enlatadas con la televisión convertida en vitrina artística por excelencia?
Tal vez para la sitcom y nos encontremos al borde de un nuevo revival. Pero con la última temporada de “The Big Bang Theory, hay un vacío evidente en lo que al formato se refiere. El posible renacimiento luce aún lejano y lo que es peor, más relacionado con la posibilidad de su explotación que de su calidad. Una esperanza lamentable para lo que una vez fue el centro de la televisión como medio de diversión y entretenimiento.
El fin del Universo Marvel como lo conocemos:
En la actualidad, el cine de Superhéroes se enfrenta al peligroso riesgo de perder el interés del público en el género, un fenómeno que se anuncia desde hace más de dos años y que aún, continúa sin suceder. Luego del resonante éxito de Avengers: Infinity War (Hermanos Russo — 2018) y sobre todo, sus consecuencias sobre el Universo cinematográfico Marvel, la gran preocupación a nivel general es cuanto pudo haber afectado la violenta e imprevisible conclusión de la más grande de las películas de la franquicia a las venideras historias.
Sin duda, es un movimiento calculado: la llegada del espectáculo de masas que promete ser Avengers Endgame promete además de un final apoteósico a la tercera fase del Universo cinematográfico Marvel y una puerta abierta, hacia la cuarta, cuyo primeros esbozos comenzarán a mostrarse en la venidera Capitan Marvel, a estrenarse el ocho de Marzo del 2019. Una forma inteligente de utilizar al nuevo personaje icónico de la casa de las ideas como bisagra necesaria entre las Superproducciones de ruptura y algo por completo nuevo. Por supuesto, luego de casi diez años de películas de superhéroes, el fenómeno comienza a desgastarse y Marvel intenta evitarlo con decisiones arriesgadas: Ya lo hizo cuando llevó a la pantalla grande al Doctor Strange, uno de sus héroes menos conocidos. Uno además, tan insólito y exótico que sigue sorprendiendo al mundo lector cuarenta años de su primera publicación. El Doctor Strange llegó a su aventura fílmica con toda su capacidad para el asombro intacta y además, demostrando que la factoría Marvel todavía tiene mucho que mostrar, a pesar de las dudas al respecto. El éxito fue inmediato y dejó claro que el Universo Marvelita continuaba teniendo toda una variedad de estrategias para mantener el interés del público intacto, a pesar de la laboriosa empresa de llevar películas individuales y a la vez, culminar con éxito la saga Avengers, su más ambicioso proyecto. Con Avengers Endgame Marvel intenta llevar al límite su habitual puesta en escena espectacular y atención al argumento, que han llevado a las películas de la casa a un resonante éxito de taquilla durante toda la última década. Kevin Feige toma la decisión correcta y apuesta por construir un discurso que no sólo sostenga esa aparente superficialidad del superhéroe sino que además funcione como una forma de comprender el extrañísimo universo en que los personaje se encuentran. En cada una de las películas de la franquicia Avengers hay una verdadera y atractiva conexión entre el camino del héroe y además, una potente percepción sobre el individuo que convierten a la propuesta entera en el acontecimiento cinematográfico más importante de los último veinte años.
Se espera que para Endgame Marvel analice con mayor propiedad la mitología más profunda del Universo creado por la editorial y sus implicaciones. Hasta ahora, los hermanos Russo han tenido el buen pulso y elegancia, para que nada parezca demasiado pesado o complejo, a pesar de los ocasionales baches de guión. En conjunto, la saga Avengers tiene una particular sensibilidad e inteligencia que la convierte en una rareza cinematográfica dentro de su género. Con Endgame no sólo se trata del final de una forma de hacer cine sino de una concepción sobre la conciencia colectiva sobre el heroísmo, una que además encontró en el cine un mapa mucho más amplio y poderoso para crear. Y que Marvel está dispuesta a aprovechar hasta el último plano.
Gotham llega a su final y por primera vez, veremos la transformación de Bruce Wayne en Batman (al menos, en televisión)
Con ochenta y ocho capítulos a cuestas, la serie Gotham (Warner, 2014–2019) de Bruno Heller culmina llevando a cabo el peculiar camino del héroe de Batman, que sin ser en esta ocasión el personaje central de la serie, se convirtió en el motor del argumento de la historia. Para los guionistas, la transformación del jovencísimo Bruce Wayne (David Mazouz) en Batman, ha sido uno de los elementos más interesantes a desarrollar, a la vez de mostrar la lenta evolución de los villanos a su alrededor. El resultado es una extrañísima visión sobre la conocida historia del héroe de Gotham, que recorre su adolescencia y primera juventud desde la mirada atenta del por entonces recluta Jim Gordon (Ben McKenzie). Y aunque la serie no la tuvo todas consigo en crítica o en audiencia, si fue una muestra inteligente del desarrollo de una historia competente que logró dotar al mito del superhéroe enmascarado de una nueva dimensión.
En más de una ocasión, Bruno Heller comentó que su percepción sobre Batman, pero sobre todo El Guasón (personaje ambiguo y aún sin nombre o identificación clara en la serie) se basaba en el trabajo de Alan Moore. La interpretación de un universo donde Batman es un héroe en formación y la caótica Gotham, la ciudad más importante del mundo — quizás después de la brillante y limpia Metrópolis — necesitaba una mirada mucho más profunda que la que podía encontrar en las películas y series que hasta ahora habían mostrado la vida del justiciero enmascarado. De modo que Heller — convencido de la importancia de comprender la figura del héroe a través de sus obsesiones y luchas — creó un Batman adolescente, traumatizado y lleno de necesidad de venganza a la medida de un posible Guasón (Cameron Monaghan) roto por la violencia, pero a la vez, consciente del poder del mal como forma de rebeldía. Heller logró crear un paralelismo inmediato entre el héroe de Gotham y su villano más temible. De la misma manera que Batman, El Guasón sufre una tragedia inimaginable, alineación y violencia, pero al contrario de su némesis, establece la idea del mal como contradicción al miedo y al horror con que debe enfrentarse. Para Heller, tanto Batman como el Guasón son expresiones del mismo horror, de la misma visión deformada sobre el miedo pero sobre todo, del heroísmo y la crueldad comprendidos como dos elementos alienados que crean algo mucho mayor: Un caos sin reglas o respuestas. El existencialismo absoluto. Batman y el Guasón padecen del mismo tipo de locura, sólo que una resulta “benigna” o al menos, aceptable para una sociedad ególatra y despiadada que admite al monstruo — cualquiera sea su rostro — como una percepción de sí misma.
La serie se despide sin haberse convertido en el fenómeno de masas que prometía ser, pero atravesando quizás su fase más oscura y profunda: Bruce Wayne deja a un lado los debates éticos y se sume en la noción de la venganza, al mismo tiempo que Jim Gordon deben replantearse su sentido del bien y el mal. Batman — como discurso y como elemento simbólico — se opone a toda esa visión milimétrica sobre lo moral. Y el Guasón, lo hace aún más. Heller logra integrar ambas ideas y sobrepasa la limitada visión de la serie sobre la personalidad del hombre y el monstruo. Batman no es exactamente bueno y no necesita serlo. Gracias a esa pequeña disyuntiva, el mito del hombre murciélago de Heller alcanza un nuevo sentido del valor y el principio intelectual sobre lo que consideramos ético o no. El Guasón criminal y asesino, también forma parte de cierta idea sobre el mal a mitad de camino de lo comprensible y lo repudiable. Dos rostros de una misma idea que jamás llegan a completarse. Quizás el triunfo de una serie discreta pero muy consciente de su origen intelectual.
Nos despedimos de Pennywise (quizás)
El libro “It” es quizás una de las obras de Stephen King que retratan con más claridad el mal originario que para el escritor sustenta el miedo en todas sus formas. Y es Pennywise, esa criatura en apariencia sin forma — o que se transforma a medida que el mal avanza y se transforma en una identidad concreta — la manifestación más clara de esa idea del miedo como reflejo de nuestra propia oscuridad. Una percepción sobre lo que nos produce terror que tiene una relación directa no sólo con la manera como asumimos lo que nos asusta — y sus relaciones e influencias con el mundo que nos rodea — sino algo más inquietante y cercano. El mal y el miedo como partes de un mecanismo eficiente para recrear lo peor de lo que somos.
Con la versión cinematográfica de “It” a cargo del director Andrés Muschietti, la habitual Monster movie encontró una revisión a la medida no sólo del texto original, sino además una meditada concepción del mal en estado puro. Con la forma de un payaso de feria y la dialéctica de una criatura milenaria, El Pennywise cinematográfico mutila, destroza, tortura y es un asesino despiadado a la vez, que una criatura sobrenatural sin explicación clara. Para Andrés Muschietti, Pennywise encarna una pérdida de identidad progresiva que analiza la concepción que tenemos sobre la seguridad que brinda el mundo moderno. No todo es tan brillante y evidente en nuestra época de avances tecnológicos y en la cual la seguridad personal parece estar asegurada como un derecho esencial. El asesinato, la crueldad, el dolor inevitable aún parecen formar parte del mundo a la periferia, de esa percepción sobre la realidad casi invisible en medio del brillante mundo moderno.
Para su segundo capítulo, Pennywise tendrá que enfrentarse al mundo adulto. Una conexión directa con los temores subconscientes que atraviesan la percepción del bien y el mal como algo más que un aparente juego de espejos. Con Pennywise — que se reconoce a sí mismo como el horror último y no duda en disfrutar de esa maldad sin matices — la monster movie alcanza un nuevo paradigma de lo terrorífico que se manifiesta en un esplendor casi cósmico por su poder para evocar las raíces de la imaginación convertida en horror.
En el libro “Pop Culture Now! A Geek Art Anthology”, el escritor Thomas Olivri asegura que la cultura popular es una expresión “camaleónica” sobre el espíritu creador humano, sino además, “su ilimitada capacidad para trascender los precisos límites de la imaginación que la razón marca”. ¿Quienes somos y quiénes queremos ser? Quizás sólo la cultura popular, en toda su vastedad inabarcable, sea la única respuesta a eso. O al menos, me gusta pensar que así puede ser.
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