miércoles, 2 de enero de 2019
Cuando el destino nos alcance: Las predicciones de la Ciencia Ficción y la cultura popular para el año que comienza.
Según mi estimado Isaac Asimov, para el año 2019 habría una Guerra Nuclear que devastaría a las grandes superpotencias y que sin duda, diezmaría la población mundial. Lo dijo en un artículo publicado el 31 de diciembre de 1983 por el periódico The Toronto Star, el por entonces medio más leído de Canadá. Además de la tétrica predicción, el escritor aseguró que para “tan distante época”, el ser humano “habría comprendido la importancia de mirar la ciencia como un aliado” y que sin duda, de sobrevivir a la conflagración atómica, el mundo sería “un lugar tecnificado hasta límites asombrosos”.
Bueno, por una vez me alegro que la prodigiosa mente del gran maestro de la Ciencia Ficción, no le acertara en sus visiones sobre lo que podría ocurrir en un futuro a corto plazo. Aunque en realidad, no se equivocó demasiado. Mientras leo el artículo, encuentro que Asimov tenía una idea fantasiosa e intrigante sobre el fin de la segunda década del nuevo milenio: a su criterio, para este 2019 las computadoras “estaban en todas partes” y los robots también, lo que producía todo tipo de nuevos empleos y experiencias. Lo describe con sencillez, hablando sobre la capacidad del nuevo mundo informático para llevar soluciones incluso a los problemas “más evidentes y pequeños”. En eso sí tuvo una percepción clarísima, me digo. Echo una ojeada a mi escritorio: mi tablet muestra la imagen del periódico del día, mi teléfono celular sintoniza mi música predilecta y mi pequeña Kindle, muestra la selección de los libros que deseo leer para esta primera semana de enero. Me hace sonreír la imagen (tan sencilla y tan corriente en nuestra época) y me pregunto si Asimov lo imaginó de esa manera, esa cotidianidad enlazada con la acta tecnología de manera tan sutil pero tan completa.
Seguro que no, pienso mientras sigo leyendo sus artículos sobre el tema — hay varios y todos publicados en Canadá, a saber por qué, tendré que investigarlo, me recuerdo — que abarcan lo que sería un mundo robotizado. Que bonito término. Según Asimov, para 2019, la inteligencia artificial estaría en todas partes, lo que haría que robots y otras “formas de vida” basadas en la mecanización y la automatización, sería esencial para el mundo y sus intereses. Claro está, lo que Asimov soñaba no era los torpes intentos como la aterradora Sophia desarrollada por Hanson Robotics, sino algo mucho más complejo y elegante. Una idea extraordinaria, sin duda, esa mirada hacia la capacidad del ser humano para reversionar su identidad en algo más elocuente, que este fruto de accidentes naturales que es nuestro cuerpo. En realidad, no es una idea única: ya Mary Shelley imaginaba un futuro distópico de autómatas — eso sí, malvados — en “El Último hombre”. Una especie de Golem pero sin su elemento tradicional judaico. También lo imagino Hanns Heinz Ewers en “Mandragora”, en la que el “robot” era en realidad una mujer de mágica y violenta belleza, capaz de destruir con su sola presencia la cordura de cualquiera.
Por supuesto, dudo que Asimov soñara semejantes cosas para el 2019, pero si soñó con robots. O estaba convencido, se trataba de algo inevitable. Pero Asimov, genio benévolo donde los haya, imagino un futuro cibernético amable, lleno de profunda sensibilidad. Una colaboración profunda entre la máquina y el hombre. Me pregunto que habría pensado acerca de Skynet, la gran supercomputadora responsable de la debacle nuclear en la saga Terminator y que el 29 de agosto de 1997, a las 2:14 AM tomaba conciencia de sí misma, para luego destruir — o intentarlo, al menos — a toda la raza humana. ¿Qué pensaría el bien intencionado Asimov de este Skynet, creador de toda una raza de criaturas híbridas cuyo único objetivo era la destrucción completa de todo vestigio de la inteligencia del hombre creativo? Imagino que le produciría una oscura maravilla, lo mismo que el mundo cibernético y parásito detrás de la monumental simulación de The Matrix, ese crisol de referencias a todo tipo de ideas de las hermanas Wachowski. Para las directoras, las máquinas eran una conciencia ilimitada y extendida sobre la ambición de supervivencia, un concepto que Asimov tocó de manera tangencial y no con mucha convicción en varias de sus obras, pero que seguramente, con su prodigiosa curiosidad, le parecería una idea desconcertante. O eso me gusta pensar.
La verdad, es que todas las predicciones para la segunda década del nuevo milenio resultan alarmantes. En “Lágrimas en la Lluvia”, Rosa Montero cuenta que sería en esta década en la que se producirían las “Guerras del Hambre” (grandes conflictos intercontinentales provocados por hambruna y destrucción del clima), así como el nacimiento de la tecnología que permite la creación de los llamados “replicantes”. La buena de Rosa usó como referencia evidente el mundo imaginado por Ridley Scott para Blade Runner, pero con algunas décadas por delante. Para la película — libro, cómic y sucedáneos del clásico de la Ciencia Ficción — para el 2019, los “replicantes” eran una realidad con la que había que lidiar. Tanto, que Roy Batty había decidido (al parecer años atrás) que ya tenía suficiente con ser un esclavo de las criaturas imperfectas y débiles que le habían creado. Lo mismo, para varios de los cuentos que surgieron durante la edad de oro de la Ciencia Ficción: Clarke y Heinlein soñaban con viajes espaciales a través del espacio para el futuro distante, de la misma manera que Asimov ya daba por hecho que para este año previo al inalcanzable y distante 2020, ya habíamos conquistado el Universo entero o al menos, una buena parte de la cósmica extensión que nos rodea. Cual fuera el caso, ya para la época habíamos superado las límites naturales de nuestra torpeza como especie y nos dedicamos a explorar mundos distante. A Elon Musk le gusta esto, me digo mientras investigo acerca los escasos y discretos logros aeroespaciales de las últimas décadas: Sondas que circundan planetas en el mismo vecindario espacial, debates sobre olas gravitacionales y análisis matemáticos sobre la probabilidad sobre la vida en otros planetas. Ah, seguro Asimov estaría muy decepcionado ¿O no?
Quien seguramente no lo está — y con toda seguridad ríe a carcajadas — es Stephen King, que predijo por allá en los ochenta, que en este año, la telerrealidad sustituiría a la justicia en su novela “El Perseguido” (escrita bajo el seudónimo de Richard Bachman). El guionista Steven E. de Souza y el director Paul Michael Glaser adaptaron la novela en mitad de los años ochenta y el resultado fue una distopía extravagante, en la que Arnold Schwarzenegger corría para saldar sus cuentas legales con la sociedad. Pero eso no era todo: El Gobierno de EEUU es una núcleo fascista ultraderecha, en que todos los derechos han desaparecido en favor “del orden”. Y como no podía ser de otra manera, la televisión y los medios son el rostro visible de semejante transformación.
Claro está, que para el cine y la televisión, el 2019 no sólo es el límite del mundo conocido, sino también la frontera entre la realidad y lo terrorífico. En la película “Daybreakers” de los directores Michael Spierig y Peter Spierig, en este año los vampiros dominan la tierra e instauran un régimen de facto en el que la especie humana sale muy mal parada. Según el argumento, los vampiros toman el poder y reducen a los sobrevivientes al exterminio — otro más — a mero ganado de explotación. Algo muy semejante a lo ocurre en la novela “Anno Dracula” de Kim Newman de 1992, en la que Inglaterra es el centro del poder de los vampiros.
La idea me hace sonreír. En 2018 se debatió sobre nuevas formas de vida y también, de la predilección de nuestra cultura por las grandes sagas con personajes sin edad, lo que se resumió en una cosecha de obras de ficción enfocadas directamente en seres mitológicos con un rostro terrorífico. Desde “The Outsider” de Stephen King — que tomó al tradicional hombre de saco y lo convirtió en un asesino sádico y psicópata — hasta los terrores de cuentos de Hadas de “The Merry Spinster: Tales of Everyday Horror” de Daniel Mallory Ortberg, los monstruos de antaño se convierten en sofisticados reflejos de nuestros peores dolores y terrores. Tal vez por ese motivo, en la ya clásica película de animación “Batman Beyond” Bruce Wayne deja de ser Batman y pasa la mítica máscara a Terry McGinnis. ¿La muerte de los monstruos? Podría serlo: en esta fantasía levemente distópica sobre el hombre murciélago, Bruce ha envejecido y es incapaz de cumplir con su eterna venganza. La película está plagada de referencias temporales y también de reinvenciones del yo colectivo, en las que este Batman débil y vencido por la edad, lleva la batuta.
Ya Philip K. Dick lo había analizado: en su novela “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?”, el mundo era un lugar en que lo mítico y los viejos dolores existenciales del ser humano se combinaban para crear una realidad casi patética. El origen de la clásica “Blade Runner” no sólo se dedicaba a los replicantes sino a la conciencia humana convertida en en real monstruo contra el cual debía lucharse, una batalla perdida ex profeso. También era una visión tan optimista que resultaba caricaturesca: tanto libro como novela aseguraban que en nuestra época, habrían automóviles voladores, androides y un estilo de vida tecnológico exuberante. Algo semejante imagino William Gibson en “Neuromancer”, aunque el autor jamás menciona el año en que transcurre la acción pero es evidente, es lo suficientemente parecido a los valles funestos y febriles de Dick como para establecer paralelismos.
En el año 2019 también habría esclavos clónicos que servirían a la humanidad en su búsqueda de inmortalidad, según la película “La Isla” de los directores Michael Bay y Sylwia Kubus. La distopía alcanza un nuevo nivel cuando el mayor lujo que puede poseer cualquiera, es un doble clónico al cual destripar en caso de necesidad. De modo que el actor Ewan McGregor y la actriz Scarlett Johansson, son un bien preciado en una sociedad deshumanizada y que considera a los seres creados gracias a su tecnología, menos que curiosidades con rostro humano. Tan despiadada aunque menos sofisticada que la novela “Nunca me abandones”del premio Nobel inglés Kazuo Ishiguro, la trama deja muy claro que para nuestra época, el cuerpo humano es una serie de procesos carentes de identidad. Un objeto mercadeable convertido en parte de una secuencia de diseño de peligrosas consecuencias.
No sé por qué, la idea me hace sonreír con cierta amargura. El año pasado se discutió con frecuencia sobre los derechos de la concepción femenina, por lo que hubo un largo debate sobre la capacidad de la mujer para decidir sobre su cuerpo. La idea misma sobre la pertenencia de la capacidad de la mujer para concebir fue el principal argumento de la serie The Handmaid’s Tale — basada en el libro del mismo nombre de la autora Margaret Atwood — convertida en suceso política por su visión cruel sobre el control sobre la identidad femenina. Mujeres de todo el mundo llevaron la toga rojo carmesí y el traje de lino cruzado, para protestar contra el dominio legal sobre sus atributos reproductivos. Como si de un eco del grotesco argumento de “La Isla” y “Nunca me abandones” se tratase, una multitud de mujeres salieron a las calles del mundo para reclamar la potestad única sobre su organismo. Una idea escalofriante.
Por supuesto, el 2019 también es una larga colección de predicciones apocalípticas y no sólo la del Maestro Asimov. Tanto la clásica “Akira” lo anunció (y añadió que la gran guerra nuclear ocurriría en la década de los ochenta), y también lo hizo aquella vieja serie de “Dark Angel” en la que una jovencísima Jessica Alba sobrevivía a un pulso eléctrico que convertía a nuestra cultura en un gran juego de supervivencia. Jessica además, era una criatura modificada genéticamente, que además debía luchar con las consecuencias de ser una especie de experimento extraordinario virtualmente irrepetible. En traje negro de cuero y expresión de profunda preocupación, el personaje de Jessica mostraba en sus recorridos a la ciudad de Los Angeles, devorada por los saqueos, el abandono y el ya clásico, día después. También el escritor Cormac McCarthy especuló sobre un 2019 arrasado por la desolación muy parecido, en un futuro no-tan-distante, aunque el escritor convirtió al EEUU al completo en zona de desastre. Para su versión fílmica, un hierático Viggo Mortensen camina bajo la lluvia, aterrorizado por la evidencia de la destrucción absoluta. Tanto libro como película reflexionan sobre la pérdida en este futuro que no es otra cosa que la consecuencia directa del comportamiento humano, de su maldad inquietante y latente. Del horror de la simple mirada hacia el olvido.
Miro por la ventana de mi estudio. El día tiene un aspecto plácido y silencioso, en este dos de enero de un año que se anuncia convulso aunque muy lejos de las predicciones más delirantes de la cultura popular. Aún así, me digo con una sonrisa, todavía restan doce meses para alcanzar la promesa — extraordinaria en algunos casos, inquietante en otros, terrorífica la mayoría de las veces — de un futuro signado por la tecnología, el existencialismo colectivo y el dolor privado de una época voluble. Una idea maravillosa, pienso con cierto sobresalto. ¿O No?
0 comentarios:
Publicar un comentario