lunes, 14 de enero de 2019
La reinvención del Superhéroe: ¿Qué podemos esperar de “Glass” de M. Night Shyamalan?
Para comienzo del nuevo milenio, el cine de superhéroes era un fenómeno inexistente e incluso, una rareza. Por ese motivo, “Unbreakable” (2000), la extraña épica del por entonces novel director M. Night Shyamalan sobre el tema, sorprendió y desconcertó a partes iguales. Desde su visión tenebrosa sobre las capacidades extraordinarias — la búsqueda del sentido, la necesidad de la reivindicación — la película logró llegar el mundo del cómic a un estrato por completo nuevo, adulto y estimulante. Toda una concepción llena de inquietantes aristas aún por explotar.
Pero sobre todo, M. Night Shyamalan dotó a la figura del superhéroe, de la lenta y pesarosa filosofía del cine de autor. En una de las escenas finales de la película (2000), David Dunn (Bruce Willis) está sentado a la mesa del desayuno con su hijo Joseph (Spencer Treat Clark). David salvó durante noche anterior a dos niños de un asesino serial en un prodigioso acto de fuerza y valor todavía, parece digerir no sólo lo ocurrido, sino la real existencia de sus capacidades, de las que hasta entonces había dudado y las que aún, no comprende demasiado. De modo que en la mesa familiar, reina el silencio. Joseph tiene un aspecto pesaroso y agobiado (otro de los niños de ojos tristes a los que por entonces, el director M. Night Shyamalan nos tenía acostumbrados) mientras Audrey Dunn (Robin Wright) prepara el desayuno en un cansino silencio. Toda la escena tiene algo de cierta tensión residual no resuelta, de una gris melancolía que parece flotar en una quietud incómoda. Para Shyamalan, el tono de la película es justo ese y el trauma del poder extraordinario — para el argumento de la película no se trata de un don, ni mucho menos algo que agradecer — gravita sobre los personajes como un peso invisible pero real. Pero en especial, en esa mañana después de la gran toma de conciencia de David, el clima es mucho más duro, austero y agobiante. Hay algo doloroso en la distancia aparente entre los personajes, en la tristeza tan cotidiana que los une y los separa. Una nota de puro dolor en medio de una reflexión sobre la responsabilidad del poder y la angustia moral.
Entonces David extiende la mano y toma el periódico sobre la mesa. Lo abre frente a su rostro. El sonido de los utensilios de cocina sustituye al de la respiraciones lentas de los personajes. Transcurre un largo momento y David deja caer el periódico en la mesa, bien doblado y con un pequeño pie de página visible. Luego lo empuja hacia su hijo, que mira sin interés la mano de su padre sobre la hoja abierta. Pero entonces nota lo que los dedos entreabiertos le señalan. “Desconocido salva a niños de asesino” puede leerse en el titular modesto, casi imperceptible entre el grupo de noticias. El dibujo que acompaña la nota es la de un hombre anónimo que lleva puesto un impermeable. Joseph se sobresalta. Durante toda la película intentó que su padre creyera en la mera existencia de algo inexplicable en sí mismo, que admitiera — incluso apuntándole con un arma al pecho — la existencia de algo que le hacía diferente a cualquier otro hombre. Y ahora, la prueba está allí, entre las manos de su padre. Joseph levanta los ojos llenos de lágrimas. Hace un brevísimo gesto de comprensión. David asiente. En el silencio que viene después, el argumento entero encuentra su punto más alto y asombroso. Y aunque el film aún transitará el pedregoso camino de un final ambiguo, es esta escena la que marca el concepto completo de la heroicidad planteado por Shyamalan. La mirada del trauma, el dolor y el poder que nace de un núcleo oscuro e inexplicable.
Por supuesto, que Shyamalan no hizo nada que no se hubiese analizado antes, aunque de formas menos emocionales y sin duda, ninguna tan profundamente sentida. En 1992, Tim Burton reflexionó sobre el héroe herido en “Batman Returns”, en la que creó una percepción sobre el poder directamente vinculado al trauma, el miedo y lo hórrido que se esconde en nuestros pesares más profundos. De la misma manera que Shyamalan años más tarde, Burton dotó a su Oswald Cobblepot (Danny De Vito) de un trasfondo siniestro que sostiene su posterior mirada sobre el miedo y el control. También lo hizo con su Gatubela (una Michelle Pfeiffer en estado de Gracia), a la que transformó en una víctima que recupera el poder a través de un tipo de venganza retorcida, incompleta y sofisticada. Pero sobre todo, Burton dotó a Batman (Michael Keaton) de una complejidad paradójica que lo elevó sobre cualquier otra interpretación del personaje. El hombre murciélago tiene la obsesión de la culpa y es la culpa, lo que le mueve. Un sentimiento tan común y comprensible, que parecía traspasar el traje estrafalario y los gadgets de última tecnología colgados al cinturón. Entre una y otra cosa, tanto los villanos como el Héroe de Burton, analizan lo extraordinario desde la misma mirada insólita que convirtió a “Unbreakable” en el precedente exitoso de un nuevo tipo de Superhéroe basado en la complejidad de la psiquis del hombre. No obstante, Shyamalan llevó la propuesta a un nuevo nivel y elaboró un concepto mucho más complejo sobre lo moral, el poder y la responsabilidad basada en un punto de vista íntimo. Y quizá por ese motivo, “Unbreakable” no es sólo una mirada novedosa al heroísmo, sino a la percepción del héroe dentro de un contexto por completo distinto al que hasta había sido el natural para los personajes del género.
La película no fue un éxito de taquilla — sus ganancias fueron más bien discretas y su estreno mundial apenas cubrió los gastos de producción — y quedó sepultada en medio de los aciertos y desaciertos de la carrera de su director. Eso, a pesar que con el transcurrir de los años se transformó en un film de culto. Para cuando el fenómeno del cine superheroico copó la taquilla y la atención de Hollywood, la obra de Shyamalan ya era considerada una elegante muestra de un matiz singular sobre el mismo tema. Sobre todo, cuando la película experimentó una segunda revisión y fanáticos de todo el mundo, se asombraron por su atmósfera densa e inteligente, personajes complejos y fantástico simbolismo. De pronto, la obra de Shyamalan parecía una versión mucho más depurada de las explosiones en pantalla lideradas por hombres en coloridos disfraces, lo que colocó a la película — y a su autor — en una rara confluencia de circunstancias. Para cuando “Split” llegó a la pantalla grande — recuperando la carrera de su director y además, dando una vuelta de tuerca inesperada al mito de “Unbreakable” era más que evidente, que Shyamalan estaba decidido no sólo a volver sobre el universo que había creado, sino que además, le brindaría ese lustre definitivo que los fanáticos habían esperado por casi veinte años.
Como novedad y sorpresa fílmica, “Split” fue una mirada insólita hacia el villano de ocasión. Con un James McAvoy creando lo que es quizás la actuación más audaz de su carrera, la película asombró al público y la crítica por conjugar la conocida visión del director sobre el bien y el mal, en esta ocasión enmarcada en una elegía pesarosa sobre el dolor remanente. Kevin — o cualquiera de sus personalidades — era muy parecido al Elijah Price (Samuel L. Jackson) de “Unbreakable”. Ambos habían nacido de traumas profundos y dolores físicos extraordinarios y para ambos, la maldad era un recurso inevitable de la imaginación. Pero además de eso, ambos villanos estaban firmemente unidos a la realidad. Elijah había diseñado accidentes monumentales y catastróficos en busca de su némesis, mientras que Kevin (Patricia o Denis) habitaban un Universo de dolor en que anidaba la posibilidad de la bestia. Entre ambos personajes, había un obvio paralelismo de intenciones y dimensiones: mientras Elijah batallaba a brazo partido para encontrar el significado de su propia vida, la Horda estaba obsesionada con la expiación y la angustia existencial sublimada en interminables facetas de una misma idea. Al final, tanto uno como otro, era una percepción del mal escindido, de la maldad subyacente en el subconsciente colectivo.
Quizás por eso, el hecho que “Split” fuera una secuela inesperada de “Unbreakable” no debió sorprender tanto como lo hizo. Shyamalan logró recorrer el mismo camino que antes había recorrido con el personaje de David Dunne pero en sentido inverso y no hizo nada por esconder sus intenciones. La Horda estaba en busca de un significado y lo estaba, desde el mismo instante en que el original Kevin desapareció para dar paso a personalidades más complejas que anidaban el lento nacimiento especulativo de la Bestia. Al final, la Bestia nace y toda la película toma sentido: el nacimiento del archivillano se asume desde el poder y el horror, pero también desde la pérdida. El personaje castiga y mata bajo ciertas reglas de juego. Lo mismo que Elijah, obedece a cierto metamensaje que el director manejó en el giro final que ensambló una historia general sobre lo perverso, el bien y la pureza. Lo siguiente, debería ser una gran resolución. O mejor dicho, una celebración a las cuidadosas líneas argumentales que había creado a través de casi dos décadas.
Cuando la película “Glass” fue anunciada, de inmediato se le identificó como el final de la trilogía que “Unbreakable” había comenzado, lo cual desconcertó e interesó a partes iguales. Después de todo, a ambas películas las separaban veinte años y toda una serie de películas sobre superhéroes que habían reformulado el concepto mismo de la heroicidad hasta llevarlo a una dimensión por completo distinta a la que planteaba el Universo original del director. Aún así, la propuesta despertó interés entre los nostálgicos, pero sobre todo, en quienes deseaban ver la confluencia de Elijah, la Horda y David, personajes que por sí solos, podían sostener sus historias paralelas y pesarosas. En “Glass” había la promesa de una película de Superhéroes que pudiera romper el molde de las actuales y además, añadir elementos a una percepción del heroísmo que poco o nada tenía que ver con el MCU o el Universo cinematográfico de DC. En “Split” hubo un anuncio de lo que parecía ser toda una elaborada concepción del hecho del poder pero más allá, de los sutiles matices de los héroes heridos. Después de todo, la Horda era una criatura en mitad de camino entre el desorden psiquiátrico y algo más oscuro, lo mismo que Elijah (con su prodigiosa inteligencia y doloroso padecimiento físico) y David Dunne, aterrorizado por la envergadura de su capacidades misteriosas. Entre los tres, “Glass” prometía ser un encuentro entre lo metatextual habitual en el cine de Shyamalan pero sobre todo, en la promesa de una consumada comprensión sobre el choque de la realidad y la fantasía en medio de un entorno realista.
“Glass” reúne finalmente a David, Elijah y Kevin, y deberá encontrar el punto medio para que el trío pueda expresar no sólo la complejidad del concepto que la historia maneja sobre la heroicidad, sino además elaborar un discurso coherente sobre las heridas que brindan sentido y peso a sus personajes. Elijah, con su prodigiosa inteligencia es sin duda el punto focal de la historia, aunque su desarrollo incompleto en “Unbreakable” hace evidente que Shyamalan jugará con los matices y los pequeños lugares inauditos en una historia en la que nada es lo que parece. Shyamalan está muy consciente del peso de “Unbreakable” en la trilogía y del hecho que “Split”, fue una afortunada coincidencia que le permitió completar lo que notoriamente, es un proyecto más complejo que todavía no había alcanzado su punto de mayor maduración. Por lo que “Glass” podría explorar la grieta entre la percepción del héroe y lo que realmente puede representar el poder en manos de un hombre común en un mundo superheróico saturado de efectos especiales y guiones vacíos. La sensación de misterio insondable de “Unbreakable” continúa siendo su elemento más reconocible y sin duda valioso. Y Shyamalan lo sabe.
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