jueves, 14 de febrero de 2019

Crónicas de la loca neurótica: El atlas definitivo del trastorno de pánico y ansiedad generalizada.




Hace unos días, un cliente a quien acababa de conocer me comentó que era “bastante distinta” a como me había imaginado. En fotografía suelen ocurrir cosas parecidas — para mucha gente, la profesión sigue siendo “cosa de hombres” — pero en esta ocasión, tuve la impresión había algo distinto en la forma en que lo comentó Un poco aturdida, esperé a que me explicara semejante frase, sin saber aún si tomarlo a insulto o de qué otra manera.

— Ah no no, me refiero a que se ve bastante tranquila — explicó — me la imaginaba…un poco más nerviosa.
 — ¿Por qué?
 — Leí varios de sus artículos sobre…la enfermedad que sufre. Pensé…que estaría un poco…

Se sonrojó. Intenté no sonreír divertida mientras tomaba un sorbo de la taza de café que tenía entre las manos y lo contemplaba luchar con su incomodidad. ¿Qué pensaba este buen hombre? ¿Imaginaba que la mujer con quién había conversado por semanas a través de escuetos correos y cortas llamadas telefónicas llegaría con la camisa de fuerza a cuestas? ¿Con las manos temblorosas? ¿Que me echaría a llorar por alguna razón inexplicable? Aguardé hasta que mi interlocutor logró retomar el hilo de la conversación, pasándose un pulcro pañuelo por la frente.

— Estoy loca pero no incurable — le dije. Me miró con los ojos muy abiertos — No se preocupe, me río de mi misma siempre que puedo.

Ahora fue él quien sonrió. Noté el alivio en su rostro e supuse que mi tono burlón había disipado la tensión en la conversación. Luego de algunos minutos, suspiró con un gesto casi melodramático, agregó un par de cucharadas de azúcar al té que tomaba y sacudió la cabeza.

— Lo que pasa es que le leí y pensé que el pánico era una cosa…incontrolable.
 — Lo es — afirmé — pero pasado el tiempo, las cosas mejoran.

Mi cliente se refería claro, al trastorno de pánico y ansiedad generalizada que sufro. He escrito sobre el tema el suficiente tiempo como para encontrarme familiarizada con la sorpresa, los prejuicios y la cautela ajena. Pero desde hace más de una década, me propuse normalizar el hecho de padecer un trastorno psiquiátrico que requiere terapia y medicación. Por supuesto, en un país tan prejuicioso como el mío — y con tan poca empatía con circunstancias semejantes — ha sido una labor titánica. La mayoría del tiempo, escucho comentarios como los de mi futuro cliente o comentarios directamente crueles sobre mi estado mental. En una ocasión, un escritor al que acababa de conocer me dijo que me veía “sana para acabar de salir del manicomio” — a lo que le respondí que eso era debido a la sangre con que me había bañado antes de asistir al lugar en que nos encontrábamos — y en más de una vez, he tenido que lidiar con la discriminación que provoca el desconocimiento sobre lo que en realidad, es un cuadro médico como el que sufro.

— ¿Se llega a mejorar de algo así? — preguntó el hombre. Oh, esto va para largo, pensé con paciencia.
 — Sí, pero para hacerlo se requieren algunas cosas.

El hecho es que sí, sin duda se puede mejorar de un trastorno de pánico como el que sufro (y que padece, según cifras la OMS, el 35% de los adultos entre los 25 y 45 años) pero se trata de un proceso arduo, que requiere esfuerzo, trabajo, pero sobre todo, comprender que cualquier padecimiento de índole psiquiátrico requiere atención médica y farmacológica apropiada, a la que muy pocos pacientes tienen acceso.

Sobre la ansiedad y otros demonios: Nuestra mente en medio del caos.

Luego de varios año en terapia, fui diagnosticada formalmente con un paciente de TAG (trastorno de ansiedad generalizada), un padecimiento que dificulta el control sobre las emociones y sobre todo, mi capacidad para sobrellevar situaciones muy estresantes. En algún punto, perdí el control de como asumo y construyo mis decisiones, mi ideas y más aún, mi interpretación sobre el mundo. Un paciente de TAG puede verse superado y aplastado por preocupaciones muy sencillas y con frecuencia, les lleva mucho esfuerzo diferenciar sus temores y la realidad.

- La ansiedad puede provocar que simplemente no puedas lidiar con las actividades diarias — me explicó en una ocasión mi psiquiatra — como si tu mente fuera incapaz de discernir entre los temores reales y tu percepción sobre ellos. La ansiedad aumenta, el temor a lo que pueda ocurrir te sofoca y finalmente, se convierte en un síntoma físico que no puedes comprender en realidad. Es esa confusión sobre lo que te ocurre lo que dificulta el diagnóstico y peor aún, complica un posible tratamiento y solución.

Durante los momentos más duros de mis crisis de angustia, solía preguntarme si a todo el mundo le afectaba de la misma forma que a mi la ansiedad y la angustia. Me tomó unos cuantos años entender que el trastorno de ansiedad, los ataques de pánico y otros padecimientos relacionados con la salud mental, pocas veces son tomados en serio y sobre todo, asumidos como un cuadro clínico real. Como me ocurrió a mi, muchísimos pacientes están convencidos que la angustia, el miedo, la ansiedad y el dolor pueden ser controlables por un mero esfuerzo de voluntad. Y si bien en cierto que todos nos preocupamos en menor medida por problemas comunes como la salud, el dinero y dilemas domésticos, la manera como nos afecta es de hecho una reacción por completo personal y distinta en cada uno de nosotros. Mucho más, si esa preocupación constante se convierte en invalidante, como le ocurre a los que sufrimos un trastorno de ansiedad crónico.

- El trastorno de ansiedad generalizada es un cuadro médico absolutamente real — me explicó el doctor Vicente Rojas, a quien consulté sobre la forma como se interpreta un padecimiento de ansiedad — hay una idea muy común y abstracta que la ansiedad es una problema de carácter. Se habla de autocontrol, de intentar “tranquilizarse”, y esa percepción minimiza lo que asumimos como enfermedad mental.

El doctor Rojas atiende a unos 10 pacientes mensuales con trastornos de pánico y ataques de pánico, que nunca habían sido diagnosticados. Me explica que la gran mayoría confunde lo que sufre con algún tipo de cuadro médico cardíaco y es que usualmente, los síntomas pueden ser muy parecidos: el paciente puede sentir calor o frío extremo sin razón aparente, hormigueo en las manos o perder la sensibilidad en algunos dedos y en casos muy agudos, sentir náuseas, dolor en el pecho, o sensaciones asfixiantes. Además, los ataques de pánico usualmente provocan una sensación de irrealidad, miedo a una fatalidad inminente, o miedo de perder el control. Todo lo anterior, crea una reacción inmediata y violenta de temor y profunda angustia.

- Muchos pacientes con trastorno de pánico o ansiedad visitan todo tipo de médicos de diversas especialidades hasta que finalmente comprueban o asumen, que es lo mismo, que lo que les ocurre es mental — me explica — e incluso en ese momento, luchan contra la idea de estar “locos”. Porque en Venezuela, la salud mental se define en ideas muy concretas y rudimentarias. Y “la locura” parece abarcar toda una serie de padecimiento que van desde verdaderos problemas de comportamiento a cuadros ansiosos, todos comprendidos de la misma manera y desde el mismo punto de vista impreciso.

Según cifras recientes, un 35% de los adultos Venezolanos, padece o padecerá de un ataque de pánico durante su vida. Una cifra que por supuesto, no incluye a todo ese Universo de pacientes que que sufren de diagnósticos errados y que la mayoría de las veces, nunca sabrán que todos sus síntomas son partes de un cuadro médico del cual desconocen incluso su existencia. Una idea que al Doctor Rojas le parece muy preocupante.

- Vivimos en un país sometido a un tipo de presión psicológica y emocional constante. Esa visión de la ansiedad y el pánico como “problemas de conducta” hace que sea mucho más difícil su diagnóstico y lo que es peor, su tratamiento, lo que puede desembocar en casos agudos — me dice. Durante la tarde, ha recibido una docena de llamadas de pacientes que remitidos por otros especialistas. Me explica que debido a la critica situación política y económica del país, la mayoría de sus pacientes solo acuden al consultorio como último recurso, lo cual me insiste, hace mucho más complejo encontrar una solución viable — constantemente el paciente de pánico en Venezuela cree que la solución es “tomarse unas vacaciones” o incluso “no tomarse las cosas tan a pecho”. Si el trastorno no es muy agudo, puede funcionar algunos meses. Pero si es grave, eso sólo agravará las cosas.

Los síntomas físicos de un ataque de pánico son impredecibles y tampoco, los mejora la medicina tradicional. Eso produce un trastorno dentro de un trastorno: el terror a cuando ocurrirá el siguiente ataque de pánico. Y es que un ataque de pánico, puede llevar al que lo sufre a la certeza que está sufriendo un infarto, enloqueciendo o al borde de la muerte. El cuerpo parece sucumbir a una presión psicológica insoportable y lo que es peor, a un verdadero sacudón emocional de origen misterioso.

Con frecuencia, los ataques de pánico ocurren en cualquier momento y lugar, sin que haya un condicionante inmediato ni tampoco un detonante reconocible. Incluso ocurren al dormir. Por lo general, un ataque de pánico tiene una duración relativamente corta — alcanza su máxima intensidad durante los primeros diez minutos — pero algunos síntomas pueden perdurar más tiempo, lo que hace el cuadro sea más confuso aún.

- Lo más preocupante de los trastornos de pánico o ansiedad, es que la sociedad y la cultura tiene una imagen sobre quienes lo sufren muy estereotipada — me explica el doctor Rojas — la mayoría de las personas jamás admitirán lo sufren por el mero hecho de considerarse “sanas y cuerdas”, algo que presiona aún más esa visión sobre la ansiedad como parte de un problema físico. De esa manera el trastorno aumenta en gravedad, en frecuencia y finalmente afecta la vida diaria del paciente.

Es difícil explicar a quien no lo ha sufrido, lo que significa perder el control por completo, esa línea entre un terror abstracto y destructor y lo que puede haber más allá. En los peores momentos de mi trastorno, muchas veces tuve la clara sensación que había perdido el poder de tomar decisiones sobre mi vida y que mi ansiedad era un elemento indivisible de mi personalidad. No hay nada más difícil que admitir en voz alta que tus emociones e incluso tu percepción sobre el mundo, son tan confusas que no puedes comprenderlas a cabalidad. Tal vez por ese motivo, la mayoría de las personas que sufren ansiedad son reservados, tensos y distantes: una manera de obtener un mínimo control sobre lo que se muestra y lo que se construye más allá de nosotros mismos, ese reflejo un poco distorsionado de nuestra visión de quienes somos y como nos percibe alguien más.

Cuando el enemigo es tu mente: Las cosas básicas que debes saber sobre el trastorno de pánico y ansiedad generalizada.
Desde muy niña, luché contra mi nerviosismo y ansiedad. Tenía numerosos temores, fobias y remilgos, tantos como para que mi vida cotidiana se volviera complicada y en ocasiones insoportable. Recuerdo que durante la adolescencia, me preguntaba con frecuencia por qué motivo me atemorizaban y me preocupaban cosas que a la mayoría de la gente no. Por qué razón circunstancias tan sencillas como hablar en público, presentar una tarea, hacer preguntas en voz alta a un profesor, incluso agradar o no a mis amigas, suponía una experiencia tan estresante que me dejaba exhausta. La mayoría de las veces me culpaba a mi misma: me llamaba “débil”, “quejosa”. También, me acostumbré a pensar que mi familia — en ocasiones sobreprotectora — tenía “la culpa” de mi constante zozobra, de esa inquietante sensación de siempre encontrarme al borde del desastre. El caso es que jamás imaginé que el conjunto de síntomas y comportamientos que sufría podían ser algo más que una reacción desproporcionada a ciertas ideas. Era mucho más fácil, asumir que era “cobarde” y sobre todo “incapaz” de afrontar la vida como el resto de las personas que conocía lo hacia. Un pensamiento, claro está, que además me producía una indecible tristeza. No es sencillo asumir que no eres tan fuerte como aspiras y sobre todo, tan firme como quisieras ser.

Luego del diagnóstico, las cosas no cambiaron demasiado en ese aspecto. Al principio, no sólo no creí padeciera de nada especial y de hecho, me negué a recibir terapia y medicinas. Tenía la convicción que no la necesitaba y que lo único que me ayudaría a mejorar sería “enfrentarme a mi debilidad”. Fueron años confusos y dolorosos: tenía crisis de pánico y ansiedad con tanta frecuencia que comenzaron a afectar mi vida cotidiana, tanto como para distorsionar mis rutinas diarias. Comencé a aislarme de mis amigos para evitar explicar mi, en ocasiones, extraño comportamiento. Dejé de frecuentar celebraciones, reuniones e incluso, me convencí que la mejor manera de lidiar con la perpetua sensación de angustia que me agobiaba, era simplemente no salir a ninguna parte. De manera que además de la ansiedad insistente que me atormentaba, también comencé a lidiar con un temor recurrente e insoportable a los espacios abiertos, a las aglomeraciones e incluso, a la simple interacción social. Unos años después de mi primer diagnóstico, me encontré no sólo luchando sin armas contra un trastorno cada vez más violento, sino contra una invalidante sensación de haberme encerrado en un espacio vacío, rodeada únicamente de mis temores. Abrumada y afligida tuve que aceptar que en algún punto del trayecto había perdido el control de mi vida y que necesitaba retomarlo.

No es sencillo admitir algo así. No es sencillo asimilar la idea que debes someterte a un tratamiento médico y psiquiátrico para recuperar algún tipo de estabilidad mental que te permite encontrarte tu rostro en el espejo. No es sencillo superar el miedo. Porque cuando sufres de un trastorno de ansiedad y de pánico, todo es miedo. A todas horas, por todos los motivos. Por todas las razones, incluso las más pequeñas. Cada pensamiento se convierte en una engorrosa prueba de esfuerzo mental y físico que llega a resultar insuperable. ¿Qué ocurre cuando el enemigo con el cual debes luchar eres tu mismo? ¿Qué pasa cuando cada cosa que ocurre a tu alrededor te provoca miedo, una irracional sensación de angustia y de dolor? ¿A quién acudes cuando en realidad el sufrimiento emocional que sufres es parte de procesos mentales y físicos que apenas comprendes?

Me llevó años asumir que necesitaba no sólo ayuda psiquiátrica, sino también, comprenderme a mi misma. Mis particularidades, formas de asumir el padecimiento que me atormentaba, incluso ideas tan obvias como analizar mi comportamiento más allá de la vergüenza que suele producir un trastorno semejante. Además de eso, que era imprescindible que quienes me rodeaban entendieran que era exactamente el trastorno que sufría, lo cual no era sencillo. La idea esencial de tener que contarle a alguien un sufrimiento tan privado y abstracto, me producía una enorme confusión. En una ocasión, una de mis de mis amigas más queridas, me insistió que ese no sólo era el primer paso para retomar el control de mi vida, sino de respetar mis emociones.

— Un trastorno de pánico suele mirarse como un secreto vergonzoso y no lo es. Es un sufrimiento mental y físico que necesita no sólo ser asumido desde esa perspectiva, sino además, respetado desde su profundidad. Eso terminará replantearte la manera como lo analizas sino como te afecta.

Mi amiga tiene una hija adolescente que también sufre del trastorno. Por años, ambas han lidiado juntas con los durísimos síntomas. Y siempre, me ha asombrado la sinceridad pero sobre todo, la completa firmeza como ambas reflexionan sobre lo que puede ser un padecimiento que afecta tu vida diaria de tantas maneras distintas. La escuché, con el corazón latiendo muy rápido de impaciencia y como no, miedo.

— Van a creer que estoy loca — balbuceé con dificultad. Puede parecer ser sencillo pero a la larga, se trata de un temor muy concreto. — No sé si…pueda soportar tener que explicar o…
 — Podrás — me insistió — , es el único camino.

Por supuesto, tenía razón. Fue un proceso largo, la mayoría de las veces angustioso pero casi siempre, satisfactorio. No sólo se trató de enfrentarme al hecho que el trastorno de pánico formaba parte de mi vida, sino también a como concibo esa noción sobre esa parte de mi vida, con respecto a quienes me rodean. Además, hablar sobre el trastorno con mis parientes y amigos me permitió reconstruir de alguna manera las relaciones que me unían a ellos, rotas y bastante dañadas luego de años de silencio y distancia emocional. Fue un re descubrir mi identidad y también, de los elementos más importante de mi mundo privado. Una forma nueva de asumir ese terreno silencioso y en ocasiones inquietante de mi mente que el Trastorno de pánico pareció haber devastado por años.

¿Y qué aprendí luego de esa experiencia? ¿Cuáles son las principales ideas que me ayudaron a sobrellevar no sólo un trance tan duro como agobiante? Quizás las siguientes:

* No es tu culpa sufrir un trastorno de pánico: así que deja de disculparte:
El trastorno de pánico provoca una serie de síntomas muy específicos que pueden provocar un comportamiento errático, a menudo inexplicable y en ocasiones, directamente incómodo. Por tanto, resulta sencillo creer los síntomas que padeces son una distorsión de nuestro carácter. Una forma de malcriadez e incluso de debilidad física o intelectual. Pero no lo son. Se trata de un padecimiento mental muy definido que puede no sólo afecta nuestra forma de percibir el mundo que nos rodea sino nuestra identidad. Por tanto, no te disculpes, no te “arrepientas” de tu comportamiento, mucho menos te culpabilices. Un padecimiento psiquiátrico como el trastorno de pánico puede afectar todos los elementos de tu vida y responsabilizarte de esa certeza, te permitirá no sólo evitar comprender el trastorno de pánico como un “comportamiento molesto” sino además, uno que debe ser “ocultado” o “Vergonzoso”.

* No se trata que te “calmes”
Cada vez que sufría una crisis de pánico, de inmediato sentía la necesidad de “calmarme”, como si la desproporcionada reacción de mi cuerpo y mi mente hacia el estrés, fuera simplemente un error de percepción. Me costó años de analizar el trastorno de pánico como lo es — un tipo de enfermedad psiquiátrica — que no se trata de “intentar tranquilizarte” sino de comprender lo mejor que puedas el ciclo de reacciones y síntomas que pueden provocarte una reacción semejante. El trastorno de pánico no es una perdida de control eventual sobre la manera como manejas la presión, el miedo y el estrés, sino directamente la incapacidad de manejarlo. A diferencia de quien no lo sufre, no ejerces control pleno sobre como tu cerebro procesa el temor, la angustia y la incertidumbre. Siendo así, no se trata que debes “calmarte” sino que necesitas buscar ayuda apropiada para comprender y sobre todo superar, los en ocasiones, aplastantes síntomas de un trastorno tan ambiguo.

* No todo ataque de pánico o ansiedad es la reacción a una situación concreta:
Sufrir un trastorno de pánico o de ansiedad, implica que en alguna medida, perdiste el control de tus reacciones a ciertos estímulos y eso también incluye, la forma como tu cuerpo y tu mente perciben el miedo, la incertidumbre y la preocupación. Por tanto, puede ser que sufras un ataque de pánico sin que haya un motivo concluyente o evidente.Te lo podría provocar una serie de pensamientos en cadena que te hacen sentir un inmediato estés, asociaciones libres, incluso nada en absoluto. Así que es importante, que si padeces un trastorno de pánico, comprendas que no se trata de lo que haces o no, sino el hecho que hay todo un sistema reacciones físicas que el trastorno distorsiona a niveles incontrolables. Ocurrirá en los momentos más inoportunos. No habrá quizás un motivo que te las provoque. Tendrás que lidiar con la idea que el pánico y la ansiedad no siempre tienen una justificación.

La única manera de lidiar con esa sensación tan abstracta como confusa, es comprendiendo como lidiar con esa respuesta física, sin culpabilizarse o creer que ejerces un control directo sobre lo que puede o no provocarlo. Aprende a como reaccionar durante un ataque de pánico. Asume que se trata del síntoma de un padecimiento y que por tanto, no un comportamiento que debas controlar.

* Necesitas ayuda psiquiátrica: No hay alternativa.
Antes de ser diagnosticada, pasé algunos años sufriendo frecuentes y debilitantes ataques de pánico, pero además una serie de síntomas relacionados directamente con sus consecuencias. Por entonces, me continuaba resistiendo a visitar un consultorio médico y solía achacar mi constante mala salud a todo tipo de razones más o menos abstractas: desde el estrés habitual que me provocaba mi trabajo de la época, hasta mis hábitos alimenticios. Me auto mediqué, intenté tomar consejos generales para “tranquilizarme” , pero no me sentí mejor. Continué sufriendo desde paralizantes dolores de cabeza, hasta problemas digestivos provocados por la constante tensión y estrés que puede provocar el trastorno. Aterrorizada por el conjunto de síntomas, llegué a creer que me encontraba realmente enferma y eso aumento mis reacciones hacia la incertidumbre y la angustia. Llegué a a sufrir de dolores estomacales y migrañas durante semanas e incluso, problemas dérmicos cuyo origen ningún médico especializado pudo descubrir.

Finalmente, luego de comenzar a recibir tratamiento y sobre todo, de ser conscientes de las implicaciones del trastorno de pánico, comencé a comprender que la mayoría de los síntomas misteriosos que solían afectarme con frecuencia tenían un origen el común: los violentos síntomas del trastorno de pánico. Asumirlo, me permitió manejar la idea que debía someterme a tratamiento psiquiátrico — tanto terapéutico como farmacológico — y comenzar a evaluar mis opciones inmediatas al respecto. Además, me hizo muy consciente del hecho que podía mejorar los síntomas tangenciales que tanto me molestaban, una vez que comenzara a recibir tratamiento médico especializado para su causa común.

* Nadie necesita protegerte: Lo digo en serio:
Cuando le hablé a mis amigos y parientes sobre mi trastorno de pánico, la primera reacción de alguno de ellos fue evitarme “preocupaciones”. Comenzaron a intentar protegerme de “estímulos” que pudieran aumentar “mi estrés” — y por tanto, el riesgo de sufrir un ataque de pánico o ansiedad — y además, a percibir mi trastorno como una idea a la que debían acostumbrarse. Al principio, les agradecí la amabilidad, pero poco a poco, comenzó a resultar incómodo todas las precauciones que varios de mis amigos tomaban para “no provocar” una recaída. Cuando le hablé a mi psiquiatra de la reacción, se preocupó.

— Necesitas que te comprendan, no que acentúan tus rutinas y afirmen tus miedos — me explicó — . Insiste que el trastorno que sufres se trata de tu reacción al miedo y al estrés, no al hecho que realmente algo te lo esté provocando.

De manera que le pedí a mis parientes y amigos que dejaran de crear una especie de red de protección a mi alrededor y que asumieran que mi comportamiento, no se debía a un estimulo en particular sino a mi manera de procesar ciertas ideas. Fue un proceso complicado: algunos se sintieron ofendidos, otros directamente preocupados. Pero finalmente, descubrí que el hecho de tener que manejar mi propia percepción sobre lo que me rodea — sin obligar a las personas que forman de mi vida a adaptarse — fue quizás una de las decisiones más saludables que pude tomar. No sólo me permitió avanzar en mi forma de comprender mi trastorno de pánico sino además, elaborar ideas más o menos complejas sobre como asumirlo como parte de mi vida.

* Lidiar con un trastorno de pánico no es sencillo pero es posible:
Luego de años de tratamiento, medicación y sobre todo, esfuerzo mental y físico, he descubierto que sí, es posible sobrevivir a un trastorno de pánico y ansiedad como el que sufro. Puedo trabajar, disfrutar de mi capacidad creativa, de una relación de pareja estable y hermosa. En suma, la vida de una mujer de mi edad. Pero no ha sido sencillo: me llevó un disciplinado esfuerzo construir un camino coherente no sólo hacia mi recuperación sino al hecho concreto de comprender ideas básicas sobre mi misma y la forma como me afecta el trastorno que sufro. Y ese descubrimiento — ese larguísimo trayecto que me permitió no sólo madurar sino profundizar en mi identidad y comportamiento — me permitió comprender que todo trastorno psiquiátrico es una compleja visión sobre la realidad, pero también sobre como la analizas. Toma responsabilidad sobre tu salud mental y física pero sobre todo, comprende que puedes construir una vida satisfactoria a pesar del dolor físico y moral que un trastorno semejante puede provocar. Sé muy consciente del valor de tus decisiones y por supuesto, del hecho que el padecimiento que sufres forma parte de tu experiencia íntima y esa noción tan amplia como elemental que llamamos identidad.

Continúo sufriendo de ataques de pánico y ansiedad. Y es probable, los continúe sufriendo durante toda mi vida. No obstante, a pesar de eso, soy mucho más fuerte de lo que supuse y sobre todo, cómo descubro en ocasiones con una sonrisa casi aliviada, capaz de superar mis propios espacios oscuros para disfrutar de los luminosos. Una trayecto complicado pero profundamente personal hacia mi identidad. Una manera de crear mi propia visión del mundo. Un pequeño triunfo personal.

— Entonces…sigue estando un poco ¿loca? — pregunta mi cliente.

Escuchó con atención todo lo que tenía que decir sobre el tema de mi salud mental. Lo hizo además, con un amable respeto que me sorprendió: no es lo más común. Aún parece tímido y un poco incómodo, pero la sonrisa que me dedica es de inequívoco humor. No puedo evitar soltar una carcajada y tomar el último sorbo de café de la taza con deleite.

— “Un poco” es una apreciación gentil — digo en tono pretendidamente misterioso — porque nunca se sabe…

Mi cliente ríe también. Unos minutos después, estamos por completos dedicados a su idea, visión y lo que desea plasmar en fotografía. Y pienso, mientras le escucho narrar imágenes fabulosas de guacamayas y tucanes bailarines, que en ocasiones la locura es un don del que no estamos del todo conscientes. O tal vez sí, me digo con una sonrisa privada. Y eso es suficiente.

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