Un sábado como todos. Un poco cansino y sobre todo, tedioso. Me he dedicado a tomar algunas fotografias para observar el efecto de la luz en los objetos de mi habitación, en los pequeños finigranas de luces y sombras que se crean en mi ventana, entre los muebles un poco apiñados. El efecto ha sido sentir una especie de dulzura meláncolica: recuerdo el día en que comencé a vivir sola en este departamento que una vez compartí con mi abuela. La tristeza, la sensación de desesperanza. Han pasado casi doce años desde entonces y me he convertido en mi mejor obra de arte, en esa expresión formal y verbal más amplia de mi concepto personal sobre el mundo. Y aunque todavía me produce tristeza esta pequeña sensación de perdida que de vez en cuando me dejan los recuerdos, ahora siento esa satisfacción irresoluta de comprender mi propio devenir en la historia que construyo cada día.
Se apagan las luces del Teatro de la memoria y en el silencio, danzo con los ojos cerrados.
Se apagan las luces del Teatro de la memoria y en el silencio, danzo con los ojos cerrados.
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