Domingo etéreo, monótono, dorado, cálido, sin nombre. La ventana entreabierta: el olor húmedo de una noche lluviosa se confunden con el más agrio del humo de los tubos de escape de los escasos coches que transitan por la calle vacía. La sensación engañosamente dulce de tranquilidad, mientras deambulo de un lado a otro por mi departamento. Que milagro este, de danzar y crear cada instante con una palabra, cada instante otorgarle un sentido amplio y utópico a las escenas diminutas que crean la gran historia de la cotidianidad. El sabor del café, tan exquisito como siempre, la palpitante sensación de vitalidad, a pesar de este silencio del tedio y la monotonia. Un instante entre todos los instantes, que parece repetirse infinitamente en un juego de espejos cronologicos. Sonrío por la metáfora y me pregunto si la escribiré después: estrafalaria y un poco lenta. Ahora que lo hago, sonrio de nuevo con una intima satisfacción traviesa. Escribo mi propia mitologia.
Enciendo el televisor. El mundo continua su eterno devenir: Michael Jackson sigue muerto, sus fanáticos alrededor del mundo intentan recordarlo como el espléndido artista que creó una identidad propia bajo el tiempo de la fascinación simple de un arte fatuo y no como el monstruo de sus propios temores en que se convirtió después. En otro lugar del mundo, el presidente hondureño Manuel Zelaya ha sido destituido por un golpe militar de tintes constitucionales. Partidarios y detractores llenan las calles en una escena que me recuerda demasiado lo que ocurrió en Venezuela el 11 de abril del 2002. El mero pensamiento me provoca un escalofrio de angustia. Y aunque más allá de mi ventana entreabierta los árboles exquisitos danzan y cantan en un murmullo en la música de las largas ráfagas de viento que bajan de la montaña, la inevitable dimensión real de las cosas y los deseos parece palpitar más allá de cualquier sentido y cualquier duda. Engañoso juego de voces y silencios, este día cualquiera, inundado de luz y belleza, más allá del temor y la duda.
Se levanta el Telón de la primera escena de la Obra de mi memoria: un enigma diminuto que se crea asi mismo con fervor.
Enciendo el televisor. El mundo continua su eterno devenir: Michael Jackson sigue muerto, sus fanáticos alrededor del mundo intentan recordarlo como el espléndido artista que creó una identidad propia bajo el tiempo de la fascinación simple de un arte fatuo y no como el monstruo de sus propios temores en que se convirtió después. En otro lugar del mundo, el presidente hondureño Manuel Zelaya ha sido destituido por un golpe militar de tintes constitucionales. Partidarios y detractores llenan las calles en una escena que me recuerda demasiado lo que ocurrió en Venezuela el 11 de abril del 2002. El mero pensamiento me provoca un escalofrio de angustia. Y aunque más allá de mi ventana entreabierta los árboles exquisitos danzan y cantan en un murmullo en la música de las largas ráfagas de viento que bajan de la montaña, la inevitable dimensión real de las cosas y los deseos parece palpitar más allá de cualquier sentido y cualquier duda. Engañoso juego de voces y silencios, este día cualquiera, inundado de luz y belleza, más allá del temor y la duda.
Se levanta el Telón de la primera escena de la Obra de mi memoria: un enigma diminuto que se crea asi mismo con fervor.
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