Creo firmemente que dentro de toda artista, incluso aquellos que no consideran su obra más alla de su necesidad de expresarse, alienta una vida secreta, una fuerza poderosa llena de buenos instintos, creatividad, pasión y sabiduría eterna. Es el infinito idilio entre el artista y el lenguaje Universal, El libre creador, una especie que me temo se encuentra, al menos en mi país, en peligro de extinción.
De vez cuando, creo que todos llegamos a un sincero cuestionamiento sobre lo que deseamos mostrar en nuestra expresión artistica, sea cual sea la que hayamos escogido para delinear nuestro mundo interior. Tengo una relación profunda y personal con cada una de mis fotografias. Cada una de ellas ha significado un período de mi vida, una etapa a través de la cual expresé una nueva manera de mirar el mundo e incluso mi propio rostro en el espejo. A travpes de ellas, fui la niña que se fotografió a si misma, temblorosa y con las manos heladas de puro miedo, el primer nombre a un autodescubrimiento cada vez más tenaz. La adolescente obsesionada por coleccionar imagenes, una detrás de otra, hasta que tomaron un sentido absoluto, enorme y radical. La mujer que danza entre rostros y diminutas revelaciones en busca de su propia verdad.
Un ejercicio visual silencioso, personal.
Finalmente, durante este año, esta adicción al discurso y a la documentación visual personal, tomó otro cariz al salir del límite privado y abrirse espacio en un ambito más general. De esa conversación meramente intima entre mis creencias y mi lenguaje visual, de pronto, me encontré cuestionandome la dirección que tomaba esa vocación casi espiritual por mirar el mundo subjetivamente. La perspectiva que tomaba mi manera de expresar mis temores e ideas en forma de simbolos visuales que recrearan mi manera de ver la realidad, lo que me rodea, a mi misma. Fue una evolución seguramente necesaria aunque en ocasiones un tanto desconcertante: creo que nunca podré acostumbrarme a pensar en mi misma como fotografa. En mi mente, soy simplemente una minuciosa coleccionista de vivencias y momentos. Y tal vez por ello aprecio mi libertad artistica, mi absoluta independencia de pensamiento y mi necesidad de ser fiel a mis principios.
Tal vez por ese motivo, me abrumó lo que ocurrió con la fotografía que incluí en el reto número cincuenta del
Proyecto 52 semanas y 1/2 en el que participo desde hace más de veinticinco semanas. ¿El tema? La Venezolanidad: expresar la identidad nacional de mi país de alguna manera creativa y personal. Decidí expresar una idea sencilla, personal, que siempre me ha hecho sentir orgullosa: el espiritu rebelde e irreverente del Venezolano. Utilicé pocos elemento: una bandera, mi rostro, mis manos abiertas, la palabra censurable rota en dos partes. Un homenaje a los luchadores anonimos, a los hombres y mujeres que aspiran a construir un país mejor. ¿Una imagen política, con doble lectura? Ni mucho menos. Una imagen simple, sin interpretaciones peregrinas. El Venezolano siempre levanta la voz.
No obstante, sin esperarlo y mucho menos intentar provocarlo, me vi en medio de la habitual controversia que todos los días aflora en cualquier lugar del país, en cualquier ambiente, con todos como protagonista. La inevitable, inutil y recurrente diatriba política. La incansable discusión sobre quién tiene la razón o quién tiende derecho a opinar. Por supuesto, podría haber supuesto que ocurriría - después de 11 años de tenso enfrentamiento ideologico he aprendido a reconocer la tensión social de manera bastante exacto - pero nunca de la manera en que ocurrió. Desde comentarios mal sonantes hasta ironias e insinuaciones levemente insultantes de miembros del grupo. Una situación que de nuevo me demostró que pequeña es la linea entre la comprensión y la tolerancia, la critica y el mero prejuicio.
Indudablemente, comencé a preguntarme que tanta responsabilidad había tenido en provocar una discusión semejante y comencé a sopesar las posibilidades, las razones y motivaciones de una reacción como la que provocó. planteandomelo asi, creo que tal vez el fallo que cometí fue la palabra que escogí. Me he preguntado varias veces que habría ocurrido de haber colocado entre mis manos las frases: No callarás. O "No al silencio" , "Voz en alto" , "Poder de la palabra" y en un debate con varios amigos, supongo que la solución idonea habría sido no incluir ninguna palabra. Concluí lo siguiente: hay un ambito de palabras relacionadas directamente con el lenguaje politico o mejor dicho, la intrincada lucha actual, que ya son percibidas como "politicas". Aunque no la sean, aunque no tengan la más minima connotación al respecto. Y es algo que aunque lo sabia - de alguna manera levemente conciente - nunca esperé esta reacción. Siendo por completo sincera, aunque supuse que alguno me saltaría con el tema político - obvio, vivimos en un país conflictivo - pensé que me preguntarían si me censuraba el "desnudo" que llevaba puesto, comentario jocoso que me hicieron varios miembros del grupo.
Antes de desarrollar la idea pensé también en hacer alegorias al valor sin utilizar palabra alguna, pero creo que habría resultado peor: cadenas rotas - una imagen también politizada -, alguien con los ojos vendados quitandosela - de nuevo el elemento de la censura podría haberse targiversado - y toda una serie de variables que demuestran que la simbologia social actual es tremendamente volatil y sobre todo, amplia con respecto al tema del discurso político.
Ahora bien, no fue un experimento visual como tal. Pero debo decir que ahora si lo es. Lo más risible, es que la palabra censurable la escogí entre muchas posibilidades por un motivo personalisimo: Mi abuela, que tenia un enorme sentido del humor, siempre decía que el Venezolano era "incensurable", que la mayor fuente de indiscresión mundial, provenía de nosotros. Pero por supuesto, debí tener muy en cuenta - más, porque incluso no quise mostrar cuantas estrellas tenia la bandera para evitar identificación - que actualmente, el discurso es politico asi sea cualquier otra cosa. Lamentablemente, la censura no proviene de un elemento político sino de quién cree que su opinión es mucho más valedera que la de su posible contrincante ideologico.
Conclusion, mi fotografía no fue una imagen provocadora. Ni por intención ni por origen. Pero al final resultó siendolo, cosa que realmente hubiese querido evitar. No obstante, aún así, ni me averguenzo ni me arrepiento de haber mostrado la imagen tal como lo hice: es mi manera de creer y confiar en este país de valientes, en esta gran familia venezolano - para extrañeza de algunos, no me importa a cual tolda política pertenezcan - y este poder del Venezolano de aspirar a un país posible, prospero y en paz.
( La imagen que adorna la entrada, es, por supuesto la que propició la polémica )