Creo que pocos reconocemos con absoluta tranquilidad sus fobias y manias. Tal vez suponemos que es más sencillo enfrentarse a ellas si intentamos ignorar su existencia. Pues bien, para mí la idea del miedo me resulta cuando menos enriquecedora: nada mejor que temer para conocer a que te debes enfrentar para construir una nueva idea de ti mismo. De manera que sí, reconozco con toda ecuanimidad - al menos con sinceridad - mis temores, esos resquicios de la memoria que me lleva esfuerzos controlar en ocasiones. ¿La peor de ellas? Sin duda la claustrofobia.
Recuerdo que la primera vez que comprendí cuanto me afectaba fue en un corto trayecto de ascensor: Tenia unos diez años y la unica imagen que conservo, es la de mi misma, acurrucada en un rincón, mirando con los ojos muy abiertos y aterrados el lento desgrane numerico del indicador de piso. Temblando, aferrada a las faldas de mi abuela. Las sienes palpitandome, las manos sudorosas y heladas. Los ojos llenos de lágrimas. Miedo, pánico. El espacio cada vez más reducido, asficiante. Tan pequeño, tan pequeño. Levanté las manos, para evitar el imaginario movimiento de las paredes. Un sollozo. Temblando. De puro terror.
Abri los ojos, las puertas abiertas. El mundo exterior más allá. Corri, con las manos extendidos, entre gimoteos. Una estremecedora sensación de angustia pareció desvanecerse en el aire de la tarde. Me volví para mirar el ascensor. No era la tumba de metal y madera que creia. Solo un ascensor, antiguo, levemente destartalado. Pero el miedo había sido real.
Nunca he sabido muy bien a que atribuir ese terror instintivo que me despierta los espacios limitados. Leyendo "Entierro Prematuro" de Edgar Allan Poe, me pregunté si se trataba de una expresión profundamente arraigada del espiritu humano: esa necesidad de encontrar la libertad de los sentidos, de temer ese concepto antiguo y casi originario de la mortalidad. No lo sé en realidad. He leído lo suficiente al respecto para racionalizarlo, sin realmente entenderlo del todo. Continuo recordando ese temor angustioso y duro de ese pequeño momento de angustia: real, duro, conciso, soterrado.
Puro como la infancia. Furioso como lo primitivo.
Un fantasma en el desvan de la memoria.
Recuerdo que la primera vez que comprendí cuanto me afectaba fue en un corto trayecto de ascensor: Tenia unos diez años y la unica imagen que conservo, es la de mi misma, acurrucada en un rincón, mirando con los ojos muy abiertos y aterrados el lento desgrane numerico del indicador de piso. Temblando, aferrada a las faldas de mi abuela. Las sienes palpitandome, las manos sudorosas y heladas. Los ojos llenos de lágrimas. Miedo, pánico. El espacio cada vez más reducido, asficiante. Tan pequeño, tan pequeño. Levanté las manos, para evitar el imaginario movimiento de las paredes. Un sollozo. Temblando. De puro terror.
Abri los ojos, las puertas abiertas. El mundo exterior más allá. Corri, con las manos extendidos, entre gimoteos. Una estremecedora sensación de angustia pareció desvanecerse en el aire de la tarde. Me volví para mirar el ascensor. No era la tumba de metal y madera que creia. Solo un ascensor, antiguo, levemente destartalado. Pero el miedo había sido real.
Nunca he sabido muy bien a que atribuir ese terror instintivo que me despierta los espacios limitados. Leyendo "Entierro Prematuro" de Edgar Allan Poe, me pregunté si se trataba de una expresión profundamente arraigada del espiritu humano: esa necesidad de encontrar la libertad de los sentidos, de temer ese concepto antiguo y casi originario de la mortalidad. No lo sé en realidad. He leído lo suficiente al respecto para racionalizarlo, sin realmente entenderlo del todo. Continuo recordando ese temor angustioso y duro de ese pequeño momento de angustia: real, duro, conciso, soterrado.
Puro como la infancia. Furioso como lo primitivo.
Un fantasma en el desvan de la memoria.
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