Soy una amante de los gatos. Durante toda mi vida, he sido una apasionada de la especie felina. Me agrada no solo lo obvio - el gato como un animal elegante, espléndido, audaz, inteligente, un poco canalla, hermoso - sino además el simbolismo que habitualmente se le adjudica a ese ganster del reino animal: con sus andares silenciosos, el brillo malicioso de sus ojos helado, los movimientos gráciles, ingrávidos, fatales no es otra cosa que la evidencia que la atracción por lo que nos resulta enigmático, es por completo inmemorial. Intrínseco quizá. Primitivo sin duda. Esa ligera sensación de miedo y fascinación que nos despierta lo que somos incapaces de definir con una palabra, un sentimiento, incluso una experiencia. Sí, sí, sé que debe parecer desconcertante - y un poco ridículo quizá - que intente justificar mi amor por los habitantes del Reino gatuno a través de mis eternas divagaciones sobre la proclividad de la conciencia humana y los esconde en su periferia...pero vamos, amo a mi gato y siendo así, le otorgo un lugar rutilante en mi universo personal.
Me inclino, mientras Leonardo Da Vinci, gato, me observa con sus grandes ojos azules encendidos de malicia. Compartimos una larga mirada indescifrable, penetrante, quizá un poco desconfianza. Extiendo la mano y Leonardo aguarda, moviendo la cola en un lento compas. Y justo cuando estoy a punto de acariciarle su hermosa cabeza de terciopelo gris, se inclina, en un movimiento que apenas puedo atisbar y me lanza un mordisco en los dedos que esquivo en el último momento. Aun así, logra clavarme uno de sus pequeños dientesitos en el dedo anular. Un pequeñisimo destello de dolor. Irritada, lo miró mientras mueve las orejas, observandome, todo engañosa ternura y pasividad. Un misterio. Un lenguaje elemental y desconocido.
Me inclino, mientras Leonardo Da Vinci, gato, me observa con sus grandes ojos azules encendidos de malicia. Compartimos una larga mirada indescifrable, penetrante, quizá un poco desconfianza. Extiendo la mano y Leonardo aguarda, moviendo la cola en un lento compas. Y justo cuando estoy a punto de acariciarle su hermosa cabeza de terciopelo gris, se inclina, en un movimiento que apenas puedo atisbar y me lanza un mordisco en los dedos que esquivo en el último momento. Aun así, logra clavarme uno de sus pequeños dientesitos en el dedo anular. Un pequeñisimo destello de dolor. Irritada, lo miró mientras mueve las orejas, observandome, todo engañosa ternura y pasividad. Un misterio. Un lenguaje elemental y desconocido.
3 comentarios:
Excelente! =)
También me considero una amante de los gatos...
Saludos
http://loqueescribosobreti.blogspot.com
ajajajaa Yo tengo dos y son la Joya de mi vida. Gracias por comentar bella :D
oye .... como te hiciste ese peinado... me podrias contar??
Publicar un comentario