Muchas veces, cuando leo a Bukowski, tengo la impresión que deambulo por un estrato de la realidad literaria que muy pocas veces se muestra a la luz. Una sensación cruda y brutal, casi vulgar, pero tan profundamente sincera, que otorga un sentido diametral a cada palabra e imagen que el poeta utiliza para escandalizar y a la vez, aleccionar y dar sentido a su lenguaje poético que tiene como único origen una poderosa visión existencialista. Recuerdo haberme sentido vagamente escandalizada y sin embargo,conmovida hasta las lágrimas por algunas de las evocaciones que Bukowski creó en el intimo ereburus de su pasión desmedida y su dolor sin forma. Un cinismo caústico casi insultante, pero tan humano, tan cercano a la verdad más exquisita, que nadie puede evitar una leve sensación de reconocimiento y compresión en palabras agudas y voraces contenidas en la obra del autor.
“He pasado la mitad de mi tiempo en una taberna y la otra mitad en una biblioteca”. Estos versos son la concresión más elemental perfecta del mito de uno de los escritores más controvertidos y desconcertantes de Occidente: Charles Bukowski o Buk o Henry Chinasky, ese otro o el mismo Buk que deambula por su escritura y que a su vez se tranforma en una leyenda casi incomprensible del poder de las letras sobre la realidad.
En el enquilostado mundo literario anglosajón, un escritor basicamente depende de las grandes editoriales para subsistir, crearse a si mismo como personaje e invidualidad. Tener un nombre y un lugar dentro del mundo de las palabras Impresas. Quizá SER, a la manera de las identidades subceptricias de una idea borrosa sobre el rostro literario actual. Bukowski es la contradición de esa imagen. El último de los grandes nombres de la cultura americana poética escribe no por compromiso o necesidad editorial, sino que estructura su vida en base a un ideal tan extraordinario como sincero: En sus palabras, porque le da la real gana. Tal vez conciente del poder de la historia sobre su verso duro y crudo añade “para salvarme a mí mismo”, porque una página bien escrita, como una mujer o una botella o la música, mitiga un poco el sin sentido de la vida. Y crea una voz nueva, y otorga sentido al poder de la imaginación. Te eleva a un Olimpo de deidades a medio escribir y reconocer.
Leer a Bukoski te golpea con el poder de esa vulgaridad crasa que se transforma en belleza por arte de la alquimia de una poesia visceral y poderosa. Un tipo que nos muestra que todo lo que nos rodea es simplemente una manera de maquillar y desdibujar la vida, la voz, el tiempo, las formas más cotidianas. Olvidar que la existencia es absurda, trágica, absurda, vacía. Sin sentido. No existe a menos que lo puedas componer en una frase salvadora.
El poeta desdeña el "American Style way" a plenitud. Detestaba la idea, tan americana, del trabajo reconstructor y renovador. La vida llena de pequeñas pautas y ritmos. Incluso la idea de higiene personal, el concepto de pertenecer a algun lugar o alguna idea. El es hombre déspota e indómito por excelencia, que solo se siente atado - quizá comprometido - con la bebida y su maquina de escribir. El poder de su imaginación dandole sentido a esa poderosa noción del sentido de no ser del autor.
Bukowski nació en Alemania en 1920, era hijo de una oficial yanqui y de una joven alemana. De niño vivió en los suburbios de Los Ángeles, donde conoció la pobreza y la violencia paterna. A punto de graduarse en periodismo, abandonó la carrera y comenzó su vida itinerante y su sed de alcohol: el mito había comenzado.
Ejerció los más diversos empleos, fue basurero, lavacoches, sereno; frecuentó andurriales, los hoteles de mala muerte, los bares con resaca humana , las calles solitarias en plena noche, las mujeres fieles por algunas horas, los hipódromos. El único empleo estable que le duró por casi diez años fue el de cartero; con ese nombre aparece en 1970 su primera novela, que le permitirá dejar el correo y dedicarse todo el tiempo a la literatura.
Bukowski es el escritor de una prosa descarnada y violenta, de versos sencillos y letales. Tanto sus novelas como sus poemas hablan siempre de mujeres, de sexo, de alcohol, de caballos y de soledad, de una infinita soledad. Y de humor y de cinismo.
Bebió hasta el final de sus días. Murió en 1994, gozaba de una fama que por momentos le resultaba incómoda. Este poema titulado “Cerveza” condensa al mejor Bukowski:
“No sé cuántas botellas de cerveza/consumí mientras esperaba que las cosas mejoraran./No sé cuanto vino, whisky/ y cerveza,/principalmente cerveza/ consumí después/ de haber roto con una mujer/ esperando que el teléfono sonara/ esperando el sonido de los pasos,/y el teléfono no suena/ sino mucho más tarde/ y los pasos no llegan/sino mucho más tarde”.
“He pasado la mitad de mi tiempo en una taberna y la otra mitad en una biblioteca”. Estos versos son la concresión más elemental perfecta del mito de uno de los escritores más controvertidos y desconcertantes de Occidente: Charles Bukowski o Buk o Henry Chinasky, ese otro o el mismo Buk que deambula por su escritura y que a su vez se tranforma en una leyenda casi incomprensible del poder de las letras sobre la realidad.
En el enquilostado mundo literario anglosajón, un escritor basicamente depende de las grandes editoriales para subsistir, crearse a si mismo como personaje e invidualidad. Tener un nombre y un lugar dentro del mundo de las palabras Impresas. Quizá SER, a la manera de las identidades subceptricias de una idea borrosa sobre el rostro literario actual. Bukowski es la contradición de esa imagen. El último de los grandes nombres de la cultura americana poética escribe no por compromiso o necesidad editorial, sino que estructura su vida en base a un ideal tan extraordinario como sincero: En sus palabras, porque le da la real gana. Tal vez conciente del poder de la historia sobre su verso duro y crudo añade “para salvarme a mí mismo”, porque una página bien escrita, como una mujer o una botella o la música, mitiga un poco el sin sentido de la vida. Y crea una voz nueva, y otorga sentido al poder de la imaginación. Te eleva a un Olimpo de deidades a medio escribir y reconocer.
Leer a Bukoski te golpea con el poder de esa vulgaridad crasa que se transforma en belleza por arte de la alquimia de una poesia visceral y poderosa. Un tipo que nos muestra que todo lo que nos rodea es simplemente una manera de maquillar y desdibujar la vida, la voz, el tiempo, las formas más cotidianas. Olvidar que la existencia es absurda, trágica, absurda, vacía. Sin sentido. No existe a menos que lo puedas componer en una frase salvadora.
El poeta desdeña el "American Style way" a plenitud. Detestaba la idea, tan americana, del trabajo reconstructor y renovador. La vida llena de pequeñas pautas y ritmos. Incluso la idea de higiene personal, el concepto de pertenecer a algun lugar o alguna idea. El es hombre déspota e indómito por excelencia, que solo se siente atado - quizá comprometido - con la bebida y su maquina de escribir. El poder de su imaginación dandole sentido a esa poderosa noción del sentido de no ser del autor.
Bukowski nació en Alemania en 1920, era hijo de una oficial yanqui y de una joven alemana. De niño vivió en los suburbios de Los Ángeles, donde conoció la pobreza y la violencia paterna. A punto de graduarse en periodismo, abandonó la carrera y comenzó su vida itinerante y su sed de alcohol: el mito había comenzado.
Ejerció los más diversos empleos, fue basurero, lavacoches, sereno; frecuentó andurriales, los hoteles de mala muerte, los bares con resaca humana , las calles solitarias en plena noche, las mujeres fieles por algunas horas, los hipódromos. El único empleo estable que le duró por casi diez años fue el de cartero; con ese nombre aparece en 1970 su primera novela, que le permitirá dejar el correo y dedicarse todo el tiempo a la literatura.
Bukowski es el escritor de una prosa descarnada y violenta, de versos sencillos y letales. Tanto sus novelas como sus poemas hablan siempre de mujeres, de sexo, de alcohol, de caballos y de soledad, de una infinita soledad. Y de humor y de cinismo.
Bebió hasta el final de sus días. Murió en 1994, gozaba de una fama que por momentos le resultaba incómoda. Este poema titulado “Cerveza” condensa al mejor Bukowski:
“No sé cuántas botellas de cerveza/consumí mientras esperaba que las cosas mejoraran./No sé cuanto vino, whisky/ y cerveza,/principalmente cerveza/ consumí después/ de haber roto con una mujer/ esperando que el teléfono sonara/ esperando el sonido de los pasos,/y el teléfono no suena/ sino mucho más tarde/ y los pasos no llegan/sino mucho más tarde”.
2 comentarios:
También he tenido sensaciones parecidas a las tuyas cuando lo he leido, yo creo que es de lo pocos poetas que remueve tripas y cimientos..
saludos
De mis preferidos Juan. Me alegro que te gustara el articulo. Besos y gracias por leer y comentar!
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