Hoy tengo deseos de bailar.
Como creo haber mencionado alguna vez en estas desordenadas memorias,durante diez años practiqué ballet. Una disciplina dura, exquisita, meticulosa, inquietante. En la oscuridad de las horas de insomnio, cierro los ojos y extiendo mis manos hacia el infinito de mis propios pensamientos, esa inabarcable intimidad entre el tiempo de la voz y la danza de las sombras. Suspiro, un escalofrio de placer me recorre. Una música secreta palpita en mi mente, se abre en todas direcciones a partir de mi tiempo personal.
Tal vez, pienso, extendiendo los dedos tensos, irguiendo los hombros con tanta disciplina que casi puede sentir dolor, que mis pasos pueden resultar un simple eco, una repetición mustia capaz de ahogar la verdadera creatividad. La dedicación olvidada - era una jovencita cuando simplemente abandoné este lenguaje del cuerpo, la danza de la memoria por considerarla demasiado intima y devastadora - se difumina en el pensamiento desagradable que no hay ninguna originalidad en la sucesión de movimientos e ideas carnales. Parte de mi misma se entrega al dilema, pero mis brazos enhiestos, mis piernas ligeras continúan sometidas por completo al designio del valor pragmático. Un recuerdo, la volátil sensación que podría desplomarme en este instante y suspirar en medio de la devota creación personal. Un centelleo de ira en mi memoria. Pienso, no puede evitarlo, que la fuerza debe ser consumida y adecuada al parámetro del baile, que cada paso posee una personalidad ajena. Pero continúa con mi danza, inagotable, frente al espejo y la mujer inclemente que me mira desde su reflejo, mis únicos testigos. Mi respiración se hace afanosa, intento liberar la individualidad, pero cada paso lleva un acento, una parodia especial. La rutina es inimitable en su severidad.
Hay un tipo de soledad - totalmente deliberada - que considero necesaria. Un momento a solas en el mundo de las ideas, aislados de otras personas, ruidos y conversaciones, aun incluso en medio de la tormenta del mundo real, del barullo natural de un mundo venial. Un suspiro concentrado y magnifico, donde fluyen con toda libertad esa personalidad secreta, espléndida y secreta que muchas veces permanece en un rincón de nuestra mente, oculta y probablemente ignorada por el ruido del tiempo, por esa violencia perenne de la creación anecdótica.
Una conversación con el espíritu, solía llamar mi a abuela, a esos períodos exquisitos, donde podríamos recorrer nuestros vericuetos personales, deambulando con la libertad del caos, con la espontaneidad de un simple deseo. Nuestra propia voluntad canaliza nuestros deseos hacia la imaginación - la cuna fecunda de todo el Universo personal - donde probablemente clasificaremos nuestras propia ensoñación en fragmentos comprensibles y que nos otorgan un valor dioclesiano sobre la verdad aparente. Un deseo, un fragmento temporal crudo y delicioso. Vivir, a plenitud, en esa plapitante y portensosa de poder que nos brinda la fuerza de nuestro espiritu y el valor del deseo.
Sigo bailando. El calor y el sabor del sol me rodean, el sonido de mis pasos palpita en mis sienes. El eterno debate en mi mente, en el ágora de mi Castillo de la Memoria. La incertidumbre voraz e incesante, el repiqueteo sordo de esa tormenta interior que llamamos simplemente confusión. Y más allá, al confín mismo de este tiempo informe y oblongo, la radiante sensación de que el mundo solo es real en la medida que pueda odiar y temer, amar y desear.
Sí, deseo, deseo y deseo.
¿Solo así, no es así? En medio del silencio, del fragor del tiempo personal.
C'la vie.
Como creo haber mencionado alguna vez en estas desordenadas memorias,durante diez años practiqué ballet. Una disciplina dura, exquisita, meticulosa, inquietante. En la oscuridad de las horas de insomnio, cierro los ojos y extiendo mis manos hacia el infinito de mis propios pensamientos, esa inabarcable intimidad entre el tiempo de la voz y la danza de las sombras. Suspiro, un escalofrio de placer me recorre. Una música secreta palpita en mi mente, se abre en todas direcciones a partir de mi tiempo personal.
Tal vez, pienso, extendiendo los dedos tensos, irguiendo los hombros con tanta disciplina que casi puede sentir dolor, que mis pasos pueden resultar un simple eco, una repetición mustia capaz de ahogar la verdadera creatividad. La dedicación olvidada - era una jovencita cuando simplemente abandoné este lenguaje del cuerpo, la danza de la memoria por considerarla demasiado intima y devastadora - se difumina en el pensamiento desagradable que no hay ninguna originalidad en la sucesión de movimientos e ideas carnales. Parte de mi misma se entrega al dilema, pero mis brazos enhiestos, mis piernas ligeras continúan sometidas por completo al designio del valor pragmático. Un recuerdo, la volátil sensación que podría desplomarme en este instante y suspirar en medio de la devota creación personal. Un centelleo de ira en mi memoria. Pienso, no puede evitarlo, que la fuerza debe ser consumida y adecuada al parámetro del baile, que cada paso posee una personalidad ajena. Pero continúa con mi danza, inagotable, frente al espejo y la mujer inclemente que me mira desde su reflejo, mis únicos testigos. Mi respiración se hace afanosa, intento liberar la individualidad, pero cada paso lleva un acento, una parodia especial. La rutina es inimitable en su severidad.
Hay un tipo de soledad - totalmente deliberada - que considero necesaria. Un momento a solas en el mundo de las ideas, aislados de otras personas, ruidos y conversaciones, aun incluso en medio de la tormenta del mundo real, del barullo natural de un mundo venial. Un suspiro concentrado y magnifico, donde fluyen con toda libertad esa personalidad secreta, espléndida y secreta que muchas veces permanece en un rincón de nuestra mente, oculta y probablemente ignorada por el ruido del tiempo, por esa violencia perenne de la creación anecdótica.
Una conversación con el espíritu, solía llamar mi a abuela, a esos períodos exquisitos, donde podríamos recorrer nuestros vericuetos personales, deambulando con la libertad del caos, con la espontaneidad de un simple deseo. Nuestra propia voluntad canaliza nuestros deseos hacia la imaginación - la cuna fecunda de todo el Universo personal - donde probablemente clasificaremos nuestras propia ensoñación en fragmentos comprensibles y que nos otorgan un valor dioclesiano sobre la verdad aparente. Un deseo, un fragmento temporal crudo y delicioso. Vivir, a plenitud, en esa plapitante y portensosa de poder que nos brinda la fuerza de nuestro espiritu y el valor del deseo.
Sigo bailando. El calor y el sabor del sol me rodean, el sonido de mis pasos palpita en mis sienes. El eterno debate en mi mente, en el ágora de mi Castillo de la Memoria. La incertidumbre voraz e incesante, el repiqueteo sordo de esa tormenta interior que llamamos simplemente confusión. Y más allá, al confín mismo de este tiempo informe y oblongo, la radiante sensación de que el mundo solo es real en la medida que pueda odiar y temer, amar y desear.
Sí, deseo, deseo y deseo.
¿Solo así, no es así? En medio del silencio, del fragor del tiempo personal.
C'la vie.
1 comentarios:
Muy poética evocación del baile, a través de él también encontramos y expresamos íntimidad, yo fui bailarín, es un arte que trastoca todos tus sentidos y despierta una visión más sensible de la realidad
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