Una de las leyendas medievales más extrañas e insolitas, involucran elementos que podrian considerare algidos dentro de la cultura popular: Una mujer, Poder, la Religión. Me refiero al insólito caso - que según exégetas católicos es del todo falso, pero que al parecer tiene ribetes de realidad según algunos cronistas medievales - de la Papisa Juana, que se supone Reinó en el Vaticano durante los años 855 y 857, es decir, el que, según la lista oficial de papas, correspondió a Benedicto III, en el momento de la usurpación de Anastasio el Bibliotecario. Otras versiones afirman que el propio Benedicto III fue la mujer disfrazada y otras dicen que el período fue entre 872 y 882, es decir, el del papa Juan VIII.
Según las crónicas de la época, que recogieron los rumores en formas de Odas y poemas éticos de autoria desconocida y dudosa verosimilitud, Juana nació en Bretaña a principios del S. IX era hija de un monje predicador, uno de los númerosos apostoles de Cristo que fue enviado por Europa por CarloMagno para que convirtiesen a los paganos. Los pobres misioneros no llevaban una vida fácil en absoluto, dado que debian enfrentarse a todo tipo de peligros sin más apoyo del todo poderoso Imperio Carolingio que lo necesario para su sustento: siendo asi, los monjes debian enfrentarse a la dureza de los caminos medievales respetando su voto de pobreza. No se les permitía portar armas ni llevar otro bien personal que no fuera su toga, por lo que no es extrañar que Juana llegara a la adolescencia Huerfana.
No obstante las privaciones - o quizá debido a ellas - Juanas era una mujer inteligente y con recursos poco corrientes para la época: su padre había impartido los rudimentos de la lectura, la escritura y la teología. Viéndose huérfana, se detuvo a cavilar sobre su situación, y concluyó que, como mujer, el futuro no le deparaba nada más que una vida dura y anónima. Diferente habría sido de ser hombre, pero lo hecho-hecho estaba: su condición no podía cambiarse. De modo que, por lo pronto, ingresó en un monasterio.
Estando en su monasterio y dados sus conocimientos teológicos, se le pidió que preparase un trabajo erudito junto con un monje –letrado él también– del que acabó enamorándose. Terminada la labor conjunta y ante la posibilidad de verse separados, ambos decidieron partir vistiendo hábitos masculinos a fin de no ser importunados. Comienza así una peregrinación por la ancha y vasta geografía europea, de monasterio en monasterio. Juana acumuló experiencia y conocimientos, llegando a participar con notable éxito de debates con los iconoclastas en Constantinopla.
Desde este último destino partió hacia Roma, donde los grandes doctores de la iglesia la aguardaban en calidad de reconocida autoridad intelectual. También allí participó en diversos debates escolásticos, granjeándose la admiración y estima generales, amén de sucesivos ascensos en la jerarquía eclesiástica. A mediados del siglo alcanzó la cúspide de cuanto pudiese humanamente ambicionar, cuando fue elevada al solio pontificio. Para entonces, hacía años que Juana había abandonado a su primer pareja, y su verdadera condición femenina era desconocida por quienes la rodeaban… Hasta que se enamoró de su ayudante de cámara.
Juana mantuvo con él un romance oculto, pero finalmente quedó encinta; una situación de lo más embarazosa para un Papa, y que procuró ocultar hasta que los hechos fueron tan elocuentes como para mostrarse por sí mismos. Según la leyenda, Juana se vio acometida por los dolores de parto estando en mitad de una procesión, y falleció víctima de los golpes de la multitud enfurecida a causa del así descubierto “sacrilegio”.
La fantasía popular ha escogido eternizar su memoria dedicando a su figura una carta del Tarot: La Papisa.
Según las crónicas de la época, que recogieron los rumores en formas de Odas y poemas éticos de autoria desconocida y dudosa verosimilitud, Juana nació en Bretaña a principios del S. IX era hija de un monje predicador, uno de los númerosos apostoles de Cristo que fue enviado por Europa por CarloMagno para que convirtiesen a los paganos. Los pobres misioneros no llevaban una vida fácil en absoluto, dado que debian enfrentarse a todo tipo de peligros sin más apoyo del todo poderoso Imperio Carolingio que lo necesario para su sustento: siendo asi, los monjes debian enfrentarse a la dureza de los caminos medievales respetando su voto de pobreza. No se les permitía portar armas ni llevar otro bien personal que no fuera su toga, por lo que no es extrañar que Juana llegara a la adolescencia Huerfana.
No obstante las privaciones - o quizá debido a ellas - Juanas era una mujer inteligente y con recursos poco corrientes para la época: su padre había impartido los rudimentos de la lectura, la escritura y la teología. Viéndose huérfana, se detuvo a cavilar sobre su situación, y concluyó que, como mujer, el futuro no le deparaba nada más que una vida dura y anónima. Diferente habría sido de ser hombre, pero lo hecho-hecho estaba: su condición no podía cambiarse. De modo que, por lo pronto, ingresó en un monasterio.
Estando en su monasterio y dados sus conocimientos teológicos, se le pidió que preparase un trabajo erudito junto con un monje –letrado él también– del que acabó enamorándose. Terminada la labor conjunta y ante la posibilidad de verse separados, ambos decidieron partir vistiendo hábitos masculinos a fin de no ser importunados. Comienza así una peregrinación por la ancha y vasta geografía europea, de monasterio en monasterio. Juana acumuló experiencia y conocimientos, llegando a participar con notable éxito de debates con los iconoclastas en Constantinopla.
Desde este último destino partió hacia Roma, donde los grandes doctores de la iglesia la aguardaban en calidad de reconocida autoridad intelectual. También allí participó en diversos debates escolásticos, granjeándose la admiración y estima generales, amén de sucesivos ascensos en la jerarquía eclesiástica. A mediados del siglo alcanzó la cúspide de cuanto pudiese humanamente ambicionar, cuando fue elevada al solio pontificio. Para entonces, hacía años que Juana había abandonado a su primer pareja, y su verdadera condición femenina era desconocida por quienes la rodeaban… Hasta que se enamoró de su ayudante de cámara.
Juana mantuvo con él un romance oculto, pero finalmente quedó encinta; una situación de lo más embarazosa para un Papa, y que procuró ocultar hasta que los hechos fueron tan elocuentes como para mostrarse por sí mismos. Según la leyenda, Juana se vio acometida por los dolores de parto estando en mitad de una procesión, y falleció víctima de los golpes de la multitud enfurecida a causa del así descubierto “sacrilegio”.
La fantasía popular ha escogido eternizar su memoria dedicando a su figura una carta del Tarot: La Papisa.
2 comentarios:
Yo había leido algo sobre esta papisa, sólo que ignoraba que se trataba de la del Tarot.
La versión que conozco y que leí en un libro sobre los templarios de Piers Paul Read, es que a esta dama le vinieron los dolores de parto en pleno concilio, al ser descubierta, los miembros del clero que estaba presente, le abrieron el vientre y le sacaron al niño a los que asesinaron in situ...
Viva la Santa Madre Iglesia...
Si, yo conozco una versión parecida pero la del Historiador Richard Leigh, quien insiste en que incluso murió y entonces FUE que se descubrió el Misterio de la Papisa. Sea o no cierto que algo semejante ocurrió, la historia es un simbolo del resquemor y rencor que la Iglesia siente hacia el género femenino.
Que vergonzoso...
Un beso bella!
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