Hace poco, el canal por cable The History Channel, transmitió un programa dedicado integramente a la obra de Durero. Ya sea porque siempre me ha obsesionado la obra del artista o porque el programa aportó una nueva perspectiva a mi visión sobre su obra, durante dos noches enteras soñé que toda mi ciudad sucumbía al trazo puntilloso y exquisito que le era característico: Los grandes edificios parecian crearse a si mismos a través de lineas oblicuas y zinzagueantes formas enrevesadas. Las calles y avenidas palpitaban de una vida ambigua y prolifica en minuciosos detalles. Los rostros de los transeuntes tomaban beatificas expresiones, tan cerca de la divinidad que parecían darle forma a un Paraíso dioclesiano. En ambas ocasiones desperté con la inquietante sensación que el arte es una expresión de una idea espiritual y ecléctica, más allá de toda comprensión.
Alberto Durero, cuyo nombre en Alemán era Albrecht Durer, realizó cerca de 450 grabados al cobre y xiolografías, y tan solo unos 80 cuadros. En virtud del número de sobras y de la variedad y fuerza de sus creaciones, podría decirse que era grabador antes que pintor. De hecho, una de mis obras favoritas suyas, Melancolía I, es una obra maestra del grabado.
Los Grabadores al cobre trabajaban con el Buril, herramienta que Durero conocía desde la infancia, debido a que su padre era orfebre. Después de enseñarles su oficio a Alberto, el Padre lo introdujo como aprendiz en el talle de un pintor. Durero no apreció a usar el pincel hasta que no dominó el buril.
Por aquel entonces, el grabado al cobre era una técnica nueva, creada en los talleres de Orfebrería. Los orfebres habían trabajado siempre con modelos para realizar las ornamentaciones, los motivos vegetales y las letras. Estos modelos se grababan con el buril sobre planchas de metal y después se reproducían. Sólo había que dar un pequeño paso para crear obras individuales a partir de dichos modelos, lo que sucedió hacía 1430. Poco después, el alsaciano Martin Schongauer, elevó esta nueva técnica a la categoría de arte. Durero se proponía visitar al célebre maestro en el transcurso de su primer viaje, iniciado en 1490, pero cuando llegó a Colmar, Schongauer ya había fallecido.
Las andanzas de Durero se prolongaron durante 4 años y como todos los viajeros, tenía como ganarse el sustento. Los primeros testimonios de sus honorarios y de su éxito proceden de Basilea, donde consta que trabajó para editores y tipógrafos, dibujó bocetos para xilografías, realizó grabados al cobre y colaboró en ilustraciones de libros, como las del gran poema satírico de Sebastian Brant La nave de los locos ( de la que hablaré en su oportunidad). Así pues, obtuvo sus primeros ingresos como grabador, y más adelante se ganó la vida durante largos períodos no con el pincel, sino con el lápiz y el buril.
Al Igual que el grabado en cobre, también la tipografía ha sido invetada apenas unas décadas antes del nacimiento de Durero en 1471. Ambas técnicas resultaron ideales para un hombre con tanta imaginación como él. Después de Schongauer, devino el segundo gran maestro de grabados al cobre, y además, estableció nuevas normas para la ilustración de libros. Las láminas de de su apocalipsis están por primera vez en paridad con el texto. Cuando regresó de Nuremberg, si ciudad natal, Durero no tardó en comprar una imprenta. Su esposa y su madre se encargaban de vender sus estampas y grabados en ferias y mercados, y algunos agentes comerciales los llevaron consigo a Roma.
Casi todos los compradores pertenecían a la Burguesía de la ciudad. Los miembros de la nobleza Feudal podían permitirse encargar costosos cuadros pero los burgueses no solían poseer el dinero necesario para hacerlo. La impresión de grados puso por fin las obras de arte fuera del alcance de los ciudadanos. Y dado que la clase burguesa aumentó en número y poder hacia finales de la Edad Media, la demanda de arte también se incrementó en la misma proporción. Una estampa de Durero costaba en aquella época alrededor de la mitad del jornal de un picapiedrero de la ciudad.
El hecho de que el grabado al cobre y la imprenta fueran todavía técnicas recientes con un sinfín de posibilidades y que Durero aprendiera a usar el buril desde temprana edad sólo justifica en parte su predilección por las artes gráficas. Además de los motivos externos, había otros más íntimos. Durero, tal como lo evidenciaban sus escritos y autorerretratos, era un hombre arrogante. Le gustaba trabajar con la mayor libertad posible. Sin embargo, los cuadros destinados a las iglesias estaban sometidos a estrictos convencionalismos y en los retratos había que satisfacer los deseos de quienes los encargaban. En cambio, las estampas y los grabados, al menos en su inmensa mayoría, le permitían crear sus propios criterios y asumiendo sus propios riesgos. Al hacerlos, no estaba al servicio de los ricos y poderosos, sino que era un artista libre y un comerciante independiente.
Pero había algo más. Un buen pintor, escribió Durero, está "interiormente lleno de figuras". Así le ocurría a él: rebosaba de imagenes, veía más en su interior de lo que podía exteriorizar. Constituye un ejemplo de ello la profusión de sus dibujos, de los que se conservan más de un millar y que en muchos casos no sirvieron como trabajos preparatorios para obras posteriores, sino que plasman "figuras" muy personales que nunca llegaron a retomarse. Si se tiene en cuenta que trabajó durante varios años en el encargo de un retablo, se comprende por qué le gustaban tanto los grabados: Iba más deprisa, podía centrarse más en las "figuras" que en la pintua y ganaba más que con los dibujos. Y claro está, la fama en Europa le llegó gracias a las estampas.
Supongo que la visión más intima de Durero carecía de cualquier compromiso más allá de su propia perspectiva del mundo. Cuando miro las reproducciones de sus obras, los millones de pequeños detalles que delineó a fuerza de observar en paralelo la realidad y la más pura expresión del yo, concluyo que necesariamente Durero fue un hombre que atesoró cada instante de la vida como una creación mayor, inalcanzable a su comprensión. Solo así puedo comprender, la atención casi maniaca por cada pequeña forma de expresión que dotó de un sentido profundamente personal a su obra. Porque claro está, Durero estructuró su trabajo a partir de su propia incapacidad para someterse a regla alguna: el arte provenía de si mismo y se fundamentaba en sus propios parámetros. Una idea secular sin duda, que con toda probabilidad, le dió ese aire onírico - divino, dirían algunos -a la mayor parte de su obra.
Con una sonrisa, contemplo a la Caracas absurda y un poco venial que se extiende más allá de la ventana de mi habitación favorita. Y por un instante, la recuerdo en mi sueño: Un minucioso retablo de belleza casi mítica. ¿Era ese el don de Durero, recrear el Paraíso en la mera normalidad? Probablemente.
Un mundo finisecular aun por descubrir.
Fuentes:
Notas varias tomadas de Los secretos de las Obras de Arte, de Rose-Marie & Reiner Hagen.
Alberto Durero, cuyo nombre en Alemán era Albrecht Durer, realizó cerca de 450 grabados al cobre y xiolografías, y tan solo unos 80 cuadros. En virtud del número de sobras y de la variedad y fuerza de sus creaciones, podría decirse que era grabador antes que pintor. De hecho, una de mis obras favoritas suyas, Melancolía I, es una obra maestra del grabado.
Los Grabadores al cobre trabajaban con el Buril, herramienta que Durero conocía desde la infancia, debido a que su padre era orfebre. Después de enseñarles su oficio a Alberto, el Padre lo introdujo como aprendiz en el talle de un pintor. Durero no apreció a usar el pincel hasta que no dominó el buril.
Por aquel entonces, el grabado al cobre era una técnica nueva, creada en los talleres de Orfebrería. Los orfebres habían trabajado siempre con modelos para realizar las ornamentaciones, los motivos vegetales y las letras. Estos modelos se grababan con el buril sobre planchas de metal y después se reproducían. Sólo había que dar un pequeño paso para crear obras individuales a partir de dichos modelos, lo que sucedió hacía 1430. Poco después, el alsaciano Martin Schongauer, elevó esta nueva técnica a la categoría de arte. Durero se proponía visitar al célebre maestro en el transcurso de su primer viaje, iniciado en 1490, pero cuando llegó a Colmar, Schongauer ya había fallecido.
Las andanzas de Durero se prolongaron durante 4 años y como todos los viajeros, tenía como ganarse el sustento. Los primeros testimonios de sus honorarios y de su éxito proceden de Basilea, donde consta que trabajó para editores y tipógrafos, dibujó bocetos para xilografías, realizó grabados al cobre y colaboró en ilustraciones de libros, como las del gran poema satírico de Sebastian Brant La nave de los locos ( de la que hablaré en su oportunidad). Así pues, obtuvo sus primeros ingresos como grabador, y más adelante se ganó la vida durante largos períodos no con el pincel, sino con el lápiz y el buril.
Al Igual que el grabado en cobre, también la tipografía ha sido invetada apenas unas décadas antes del nacimiento de Durero en 1471. Ambas técnicas resultaron ideales para un hombre con tanta imaginación como él. Después de Schongauer, devino el segundo gran maestro de grabados al cobre, y además, estableció nuevas normas para la ilustración de libros. Las láminas de de su apocalipsis están por primera vez en paridad con el texto. Cuando regresó de Nuremberg, si ciudad natal, Durero no tardó en comprar una imprenta. Su esposa y su madre se encargaban de vender sus estampas y grabados en ferias y mercados, y algunos agentes comerciales los llevaron consigo a Roma.
Casi todos los compradores pertenecían a la Burguesía de la ciudad. Los miembros de la nobleza Feudal podían permitirse encargar costosos cuadros pero los burgueses no solían poseer el dinero necesario para hacerlo. La impresión de grados puso por fin las obras de arte fuera del alcance de los ciudadanos. Y dado que la clase burguesa aumentó en número y poder hacia finales de la Edad Media, la demanda de arte también se incrementó en la misma proporción. Una estampa de Durero costaba en aquella época alrededor de la mitad del jornal de un picapiedrero de la ciudad.
El hecho de que el grabado al cobre y la imprenta fueran todavía técnicas recientes con un sinfín de posibilidades y que Durero aprendiera a usar el buril desde temprana edad sólo justifica en parte su predilección por las artes gráficas. Además de los motivos externos, había otros más íntimos. Durero, tal como lo evidenciaban sus escritos y autorerretratos, era un hombre arrogante. Le gustaba trabajar con la mayor libertad posible. Sin embargo, los cuadros destinados a las iglesias estaban sometidos a estrictos convencionalismos y en los retratos había que satisfacer los deseos de quienes los encargaban. En cambio, las estampas y los grabados, al menos en su inmensa mayoría, le permitían crear sus propios criterios y asumiendo sus propios riesgos. Al hacerlos, no estaba al servicio de los ricos y poderosos, sino que era un artista libre y un comerciante independiente.
Pero había algo más. Un buen pintor, escribió Durero, está "interiormente lleno de figuras". Así le ocurría a él: rebosaba de imagenes, veía más en su interior de lo que podía exteriorizar. Constituye un ejemplo de ello la profusión de sus dibujos, de los que se conservan más de un millar y que en muchos casos no sirvieron como trabajos preparatorios para obras posteriores, sino que plasman "figuras" muy personales que nunca llegaron a retomarse. Si se tiene en cuenta que trabajó durante varios años en el encargo de un retablo, se comprende por qué le gustaban tanto los grabados: Iba más deprisa, podía centrarse más en las "figuras" que en la pintua y ganaba más que con los dibujos. Y claro está, la fama en Europa le llegó gracias a las estampas.
Supongo que la visión más intima de Durero carecía de cualquier compromiso más allá de su propia perspectiva del mundo. Cuando miro las reproducciones de sus obras, los millones de pequeños detalles que delineó a fuerza de observar en paralelo la realidad y la más pura expresión del yo, concluyo que necesariamente Durero fue un hombre que atesoró cada instante de la vida como una creación mayor, inalcanzable a su comprensión. Solo así puedo comprender, la atención casi maniaca por cada pequeña forma de expresión que dotó de un sentido profundamente personal a su obra. Porque claro está, Durero estructuró su trabajo a partir de su propia incapacidad para someterse a regla alguna: el arte provenía de si mismo y se fundamentaba en sus propios parámetros. Una idea secular sin duda, que con toda probabilidad, le dió ese aire onírico - divino, dirían algunos -a la mayor parte de su obra.
Con una sonrisa, contemplo a la Caracas absurda y un poco venial que se extiende más allá de la ventana de mi habitación favorita. Y por un instante, la recuerdo en mi sueño: Un minucioso retablo de belleza casi mítica. ¿Era ese el don de Durero, recrear el Paraíso en la mera normalidad? Probablemente.
Un mundo finisecular aun por descubrir.
Fuentes:
Notas varias tomadas de Los secretos de las Obras de Arte, de Rose-Marie & Reiner Hagen.
1 comentarios:
Me ha encantado tu descripción de Durero; estoy en la busqueda de datos de él; podrias decirme cuantos cuadros en total ha pintado?
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