Hace casi diez años y medio que me mudé a esta casa, en un día como hoy. Luego de la muerte sorpresiva de mi abuela, comencé a vivir sola en la que había sido su hogar durante toda su vida. Recuerdo la sensación de profunda irrealidad que sentí cuando tuve las llaves entre mis manos, mirando la puerta de entrada, sin terminar de creerlo, esperando simplemente despertar y encontrarme lejos de aquel lugar donde habitaba lo mejor de mi misma. Es un poco inquietante, la manera como se atesoran ciertas imagenes. Recuerdo el olor dulzón y agrio de la pintura recién aplicada sobre la puerta principal, el leve dejo a húmedad que impregnaba debido a que nadie habia vuelto por la casa luego de la muerte de mi abuela. Pero sobre todo, recuerdo con gran claridad el momento en que encendí la luz del salón y todos los objetos brillaron solitarios bajo la luz, opacos por una fina capa de polvo. Abandonados, tal vez, como yo. Sentí asombro, un poco de miedo, curiosidad, expectativa, la inexpresable tristeza. Emoción, un incontrolable deseo de llorar y reir, la profunda desazón de encontrarme comenzando un nuevo ciclo de mi vida, inesperado y tan intimo, que los límites entre mis aspiraciones y la realidad parecían confundirse. Un suspiro, la mano aun apoyada en el picaporte de bronce. Temblando un poco, la ciudad extendiendose más allá de los ventanales. Una profunda sensación de soledad. Una abrumadora expectativa sobre el futuro. Tomé una bocanada de aire y me sente de cualquier modo en el suelo, a un lado de la antigua puerta de la entrada. Acurracada, abrazandome las rodillas, atormentada por la sensación de irrealidad que me presionaba las sienes y la conciencia vienal. Hundí la cabeza entre mis brazos y traté de pensar.
Llegué con todas mis cosas metidas en un par de cajas, y así estuvieron, más o menos, por semanas enteras, escenificando mi propio estado de desorden. Como eterna nómada, todas mis pertenencias carencian de un lugar que pudieran llamar propio, hasta ese momento. En ocasiones, pasaba la noche en el salón vacio, mirando mis fotografias o leyendo mis libros favoritos, que volvía a guardar ordenadamente al amanecer. Quizá pensaba que si comenzaba a tomar posesión de las paredes y habitaciones vacías, la sensación de desconcierto podría hacerse más real, más evidente, más aterradora. Deambulaba por la oscuridad, abriendo y cerrando las puertas con cuidado, utilizando el baño con gran cuidado de mantener el milimetrico orden con que lo habia encontrado. La cocina continuaba cerrada, la nevera vacía - comía fuera de casa todas las veces que podía -. Un limite fronterizo entre lo real y lo ideal, parecía ondular en medio de las sombras, en medio de los objetos que aun no sentía mios, esquivos y ambivalentes, amenazantes y hasta un poco hirientes. Continuaba sentandome en el salón, mirando a mi alrededor con cierta inocente consternación. ¿Que hago aqui? ¿Quién soy? ¿Por qué no me voy? ¿Por qué prefiero quedarme? ¿Que estoy esperando? Las respuestas flotaban en algun lugar de mi memoria que no podía alcanzar.
Transcurrieron meses enteros hasta que me atreví a comprar algunos alimentos y colocarlos en el refrigerador. Fue una sensación de singular emoción, comer por primera vez en la iluminada e inmacula cocina de la casa que ahora comenzaba a ser mia. Las ventanas abiertas, el olor del viento nocturno deslizandose por entre los cristales entreabiertos. La voz de María Callas danzando en medio de la pulpusa oscuridad, plena y magnifica, casi luminosa, bautizando cada espacio con mi deseo y mi profunda emoción. Mis silenciosos amigos de siempre finalmente abandonaron su confinamiento y comenzaron a habitar sus nuevos reinos. Noches enteras colocando cuidadosamente a Dickens, Coetzee, Sontag, Woolf, Wilde entre los anaqueles de los muebles donde parecían encajar también. Las pequeñas esculturas de ángeles y Diosas multiplicandose en el silencio, adornando cada lágrima y cada sonrisa silenciosa, las hojas de papel - inevitables compañeros de mis diminutas proezas en medio del dolor - llenando mesas y escritorios. Riendo, bailando en medio de este rutilante resplandor de pertenencia, la magnifica sensación de encontrarme en mi mundo, en la conquista de mis sueños más simples y lozanos, puros en su prístina benevolencia. Levantando los brazos, la voz de María cada vez más intensa, más insoportable, más hermosa. Girando, girando con la cabeza levantada hacia la luz, los ojos cerrados, las lagrimas brotandome espontáneamente. El vértigo, cada vez más poderoso. Bendita, bendita, esta felicidad desconocida, esta sensación de mil tiempos entre mis dedos. La risa brotando, mientras la última nota de la canción se hincha y se retuerce en la oscuridad.
Y finalmente, con las manos frías y sudorosas por emoción, tomé la bolsa de cuero negro que aun descansaba en en mitad del vestibulo, medio oculta. Aguardandome tal vez. Estaba cubierta de polvo y pelusa. La limpié cuidadosamente. La abrí con una cierta lentitud ceremonial, tomé mi cámara entre mis manos, y me dí cuenta de cuánto la había echado de menos, de lo mucho que había anhelado plasmar esta pequeña vivencia en imagenes, en un tiempo vivo y eterno. Sonriendo entre lágrimas, la sostuvo en mi regazo, mirando largamente su carcasa negra, la cuidada banda de cuero. Parecía más pequeña en este lugar amplio, tan mio, este silencio en mi voz. La batería increiblemente estaba cargada. Con los dedos temblandome levemente, le coloqué el zoom de 210, abrí el tripode, deleitandome por los chasquidos metálicos y la sensación de profundo reconocimiento que me atenazo. Junto a la ventana, mirando el mundo más allá del cristal, comencé a fotografiar, sintiendo el rapido palpitar de mi corazón, el sudor frio de aguda emoción que me empapó el rostro. Me deje llevar por mi hábito más viejo, haciendo lo de siempre: mirar por el objetivo mi perspectiva de la verdad, reconociendo en las formas de ese amanecer tardio mi nombre y mi voz. La sensación de prodigio flotando en el silencio. Este lugar silencioso convirtiendose en mi casa, siendo mio por completo. Un hogar, el primer refugio por completo mio que había tenido alguna vez. Pasé horas así, fascinada, en silencio, perdida en mi mundo privado, escuchando el click de la imagen palpitando como un corazón diminuto en medio del olor del Suace y las rosas. La paz raquídea, el tiempo personal. Mi rostro en el espejo de mi propia necesidad de comprensión.
Increible que haya transcurrido tanto tiempo desde ese día memorable. No obstante, el recuerdo no ha perdido su lustre y su significado. Como una pequeña oración, acude de nuevo a mis labios, envolviendome en una magnifica sensación de felicidad.
Sí, simplemente paz.
Llegué con todas mis cosas metidas en un par de cajas, y así estuvieron, más o menos, por semanas enteras, escenificando mi propio estado de desorden. Como eterna nómada, todas mis pertenencias carencian de un lugar que pudieran llamar propio, hasta ese momento. En ocasiones, pasaba la noche en el salón vacio, mirando mis fotografias o leyendo mis libros favoritos, que volvía a guardar ordenadamente al amanecer. Quizá pensaba que si comenzaba a tomar posesión de las paredes y habitaciones vacías, la sensación de desconcierto podría hacerse más real, más evidente, más aterradora. Deambulaba por la oscuridad, abriendo y cerrando las puertas con cuidado, utilizando el baño con gran cuidado de mantener el milimetrico orden con que lo habia encontrado. La cocina continuaba cerrada, la nevera vacía - comía fuera de casa todas las veces que podía -. Un limite fronterizo entre lo real y lo ideal, parecía ondular en medio de las sombras, en medio de los objetos que aun no sentía mios, esquivos y ambivalentes, amenazantes y hasta un poco hirientes. Continuaba sentandome en el salón, mirando a mi alrededor con cierta inocente consternación. ¿Que hago aqui? ¿Quién soy? ¿Por qué no me voy? ¿Por qué prefiero quedarme? ¿Que estoy esperando? Las respuestas flotaban en algun lugar de mi memoria que no podía alcanzar.
Transcurrieron meses enteros hasta que me atreví a comprar algunos alimentos y colocarlos en el refrigerador. Fue una sensación de singular emoción, comer por primera vez en la iluminada e inmacula cocina de la casa que ahora comenzaba a ser mia. Las ventanas abiertas, el olor del viento nocturno deslizandose por entre los cristales entreabiertos. La voz de María Callas danzando en medio de la pulpusa oscuridad, plena y magnifica, casi luminosa, bautizando cada espacio con mi deseo y mi profunda emoción. Mis silenciosos amigos de siempre finalmente abandonaron su confinamiento y comenzaron a habitar sus nuevos reinos. Noches enteras colocando cuidadosamente a Dickens, Coetzee, Sontag, Woolf, Wilde entre los anaqueles de los muebles donde parecían encajar también. Las pequeñas esculturas de ángeles y Diosas multiplicandose en el silencio, adornando cada lágrima y cada sonrisa silenciosa, las hojas de papel - inevitables compañeros de mis diminutas proezas en medio del dolor - llenando mesas y escritorios. Riendo, bailando en medio de este rutilante resplandor de pertenencia, la magnifica sensación de encontrarme en mi mundo, en la conquista de mis sueños más simples y lozanos, puros en su prístina benevolencia. Levantando los brazos, la voz de María cada vez más intensa, más insoportable, más hermosa. Girando, girando con la cabeza levantada hacia la luz, los ojos cerrados, las lagrimas brotandome espontáneamente. El vértigo, cada vez más poderoso. Bendita, bendita, esta felicidad desconocida, esta sensación de mil tiempos entre mis dedos. La risa brotando, mientras la última nota de la canción se hincha y se retuerce en la oscuridad.
Y finalmente, con las manos frías y sudorosas por emoción, tomé la bolsa de cuero negro que aun descansaba en en mitad del vestibulo, medio oculta. Aguardandome tal vez. Estaba cubierta de polvo y pelusa. La limpié cuidadosamente. La abrí con una cierta lentitud ceremonial, tomé mi cámara entre mis manos, y me dí cuenta de cuánto la había echado de menos, de lo mucho que había anhelado plasmar esta pequeña vivencia en imagenes, en un tiempo vivo y eterno. Sonriendo entre lágrimas, la sostuvo en mi regazo, mirando largamente su carcasa negra, la cuidada banda de cuero. Parecía más pequeña en este lugar amplio, tan mio, este silencio en mi voz. La batería increiblemente estaba cargada. Con los dedos temblandome levemente, le coloqué el zoom de 210, abrí el tripode, deleitandome por los chasquidos metálicos y la sensación de profundo reconocimiento que me atenazo. Junto a la ventana, mirando el mundo más allá del cristal, comencé a fotografiar, sintiendo el rapido palpitar de mi corazón, el sudor frio de aguda emoción que me empapó el rostro. Me deje llevar por mi hábito más viejo, haciendo lo de siempre: mirar por el objetivo mi perspectiva de la verdad, reconociendo en las formas de ese amanecer tardio mi nombre y mi voz. La sensación de prodigio flotando en el silencio. Este lugar silencioso convirtiendose en mi casa, siendo mio por completo. Un hogar, el primer refugio por completo mio que había tenido alguna vez. Pasé horas así, fascinada, en silencio, perdida en mi mundo privado, escuchando el click de la imagen palpitando como un corazón diminuto en medio del olor del Suace y las rosas. La paz raquídea, el tiempo personal. Mi rostro en el espejo de mi propia necesidad de comprensión.
Increible que haya transcurrido tanto tiempo desde ese día memorable. No obstante, el recuerdo no ha perdido su lustre y su significado. Como una pequeña oración, acude de nuevo a mis labios, envolviendome en una magnifica sensación de felicidad.
Sí, simplemente paz.
2 comentarios:
Gerge Bataille decía que "la literatura es la infancia por fin recuperada", yo veo esto más allá de las letras que forman lo que llamamos literatura, la fotografía también se lee, por ello creo que en tu caso, es la fotografía.
También me rocordó, tu escrito, a un ensayo de Hanni Ossott llamado "Memoria y alma de la casa", allí dice cosas como que la casa es completamente femenina, dónde se guarda, ante todo, memorias, donde la casa se vuelve como el reencuentro con nuestra niñez, en cierto sentido.
Bueno, más allá de lo que me recuerda tu texto, me gustó mucho cómo fuiste de la explicación de la casa, a la fotografía. También comprobé lo de la neurosis "...leyendo mis libros favoritos, que volvía a guardar ordenadamente al amanecer", entre otras cosas que pillé al respecto jejeje
Me gustó mucho, entre otras, esta frace: "Bendita, bendita, esta felicidad desconocida, esta sensación de mil tiempos entre mis dedos" En fin, evidentemente dice muchísimo de ti este texto. Finísimo! =)
Meny
ajajaj Si supieras Meny, que pensé en el ensayo de Ossott mientras escribía esta entrada: especificamente me ocurrió que siempre pienso en mi casa, como una Dama antigua de mucha paciencia que debe soportarme como inquilina. Y creo que la imagen me nace precisamente desde allí: esa necesidad de construir una idea - concepto - sobre el tiempo personal a través de nuestros objetos personales.
Que alegría tenerte por aqui bella! Besos! Gracias por leer y comentar!
Publicar un comentario