Según Octavio Paz, en El arco y la lira, Confucio afirmó que acometería en su primer acto de gobierno "la reforma del lenguaje". Para Alfonso Reyes (Obras completas, tomo ix) esta significativa propuesta la pronunció Lao Tse. La lógica corriente determinaría que uno de los dos se equivocó al citar, pero según lo que ocurre en la realidad, ambos pueden estar en lo cierto, pues las frases célebres se caracterizan por cambiar de dueño a su antojo. Quizá la celebridad se deba precisamente a que algunas ideas alcanzan una vida independiente y más duradera que la de aquel pobre personaje que las hospedó en su obra por primera vez. A despecho de lo que se exprese en el libro xiii de los Anales, esta cita podría alojarse dentro de algunos años en la obra de Chuang Tse, por ejemplo. Es preciso aclarar, sin embargo, que aunque las frases célebres poseen un temperamento caprichoso, suelen proceder también dentro de cierta lógica. Existen, pues, ciertos escritores que ni aleatoriamente llegarían a la sensatez o a la sabiduría de Confucio o de Lao Tse.
Este fenómeno de nomadismo o de transmigración intelectual no ocurre sólo con viejas sentencias, perdidas en el alba brumosa de los tiempos, sino con pensamientos más recientes. Ernesto Sábato, en El escritor y sus fantasmas, escribió erróneamente: "Creo que Baudelaire dijo que la patria es la infancia", para referirse, tal vez, a Rilke o a otro a quien debe pertenecer ya esta idea, adocenada por el uso. La afirmación "nada es más profundo que la piel" pertenece, según algunos, a Paul Eluard, mientras otros la atribuyen a Valéry. El dictamen "el genio es una larga paciencia" se asigna por igual a Beethoven, al conde de Buffon, a Marcel Proust, a William Faulkner y a otros. En caso de que perteneciera a Buffon, representaría su salvación, pues este autor ha pasado a la historia con una sola frase ("el estilo es el hombre"), que carece de su estilo personal y posee, más bien, según los entendidos, el sello de Antoine Rivarol o, quizá, de Charles Sainte Beuve.
No se trata de sugerir aquí, por supuesto, el erudito y aburrido problema del plagio, sino esa libertad soberana que tienen las frases célebres para cambiar de dueño cuando les place. Con esta volubilidad, algunas frases seguramente quieren significar que su valor no se agota en la psicología particular o en las circunstancias que pudieron generarlas. Carlos v copió a Jerjes al asegurar que "el sol no se pone en mi imperio", Luis xi repitió a Filipo de Macedonia con el lema de "divide y vencerás", Hobbes se apoderó del pensamiento de Plauto (Asinaria, 495) "el hombre es un lobo para el hombre", pero ninguno incurrió en falta de originalidad. Hace algunos años, el apotegma "gobernar demasiado es el mayor peligro de los gobiernos" se atribuía a Mirabeau, pero ante la declinación de la notoriedad pública de este personaje, la afirmación decidió elegir a Winston Churchill, respaldo que la revitalizó.
Nada peor para una frase célebre que el cambio de autor resulte explicable. Esto ocurre con la máxima de Séneca "lo que antes fueron vicios, ahora son costumbres", atribuida hoy en día al jefe criminal Joseph Bonanno. Igual sucede con el aforismo "la constancia es el recurso de los feos", original de Ninon de Lenclós, o de un personaje de Balzac, o tal vez de madame de Staël, tomada en la actualidad como suya por Joan Collins. Lo de veras sorprendente consiste en que grandes escritores de la misma época intercambien sus ideas.
La aguda observación según la cual "hay dos tragedias en la vida: no obtener lo que se quiere, y obtenerlo", ¿qué busca al pertenecer unas veces a Bernard Shaw y, otras, a Oscar Wilde? Si una frase como "todos los animales son iguales, pero hay unos más iguales que otros" posee tan buen respaldo intelectual como el de George Orwell, ¿por qué busca acomodo en Chesterton? A propósito, la máxima "el hombre es una caña pensante" ¿pertenecerá todavía a Pascal? ¿Seguirá Gertrude Stein repitiendo lo mismo, lo mismo, lo mismo?
La atribución de un pensamiento a un autor que no lo concibió no afecta a nadie, ni siquiera al verdadero autor, quien recibe, por lo general, en compensación, la autoría de otras sentencias que no le pertenecen. Lucio Anneo Séneca, que ha perdido tantas frases, especialmente entre piadosos pensadores cristianos, también ha recibido otras ajenas, como aquella donde se expresa que "el arte es largo; la vida, breve", tomada del primer aforismo de Hipócrates. Wilde, siempre el citable Wilde, suele lucir como suyo el dictamen de Montherlant "morir por una causa no hace que esta causa sea justa". La explicación de esta dudosa paternidad parece ser que a Wilde toda paradoja y toda ironía le pertenecen por derecho natural.
Las frases célebres, por lo demás, evitan la tediosa labor de tener que pensar por cuenta propia. Citar a veces, no importa qué, resulta suficiente. Ciertas frases conocidas, distorsionadas, constituyen un vector entre la agudeza del pensador y la sandez del público que las degrada; se trata de piezas genuinas, convertidas a martillazos en repuestos de ocasión. ¿Qué le importa al público si Einstein o Campoamor hablan de la relatividad del cristal por donde se mira? ¿Qué importa si el salmista o el poeta se refieren a los caminos que se hacen al andar? Tampoco importa, en realidad, si los crímenes que se cometen en nombre de la libertad los denuncia el Soldado Desconocido o la desconocida Jeanne Roland de la Platière. Sin proponérselo, Baudelaire resolvió este asunto al escribir: "Nada hay más hermoso que un lugar común". Claro que esta cita tendría más eficacia si se le atribuyera, entre otros, al autor de Mitologías.
No se equivocaron, entonces, Alfonso Reyes y Octavio Paz. En apoyo de ambos, Cervantes diría que el verdadero autor de una cita "no habrá quién se ponga a averiguar (...) no yéndole nada en ello", pues allí reside precisamente la condición de las frases célebres. En cambio, los pensamientos que no pertenecen a nadie, esas pobres reflexiones que nadie cita -aunque Cabrera Infante aún no lo haya dicho-, podrían denominarse como frases célibes..
Este fenómeno de nomadismo o de transmigración intelectual no ocurre sólo con viejas sentencias, perdidas en el alba brumosa de los tiempos, sino con pensamientos más recientes. Ernesto Sábato, en El escritor y sus fantasmas, escribió erróneamente: "Creo que Baudelaire dijo que la patria es la infancia", para referirse, tal vez, a Rilke o a otro a quien debe pertenecer ya esta idea, adocenada por el uso. La afirmación "nada es más profundo que la piel" pertenece, según algunos, a Paul Eluard, mientras otros la atribuyen a Valéry. El dictamen "el genio es una larga paciencia" se asigna por igual a Beethoven, al conde de Buffon, a Marcel Proust, a William Faulkner y a otros. En caso de que perteneciera a Buffon, representaría su salvación, pues este autor ha pasado a la historia con una sola frase ("el estilo es el hombre"), que carece de su estilo personal y posee, más bien, según los entendidos, el sello de Antoine Rivarol o, quizá, de Charles Sainte Beuve.
No se trata de sugerir aquí, por supuesto, el erudito y aburrido problema del plagio, sino esa libertad soberana que tienen las frases célebres para cambiar de dueño cuando les place. Con esta volubilidad, algunas frases seguramente quieren significar que su valor no se agota en la psicología particular o en las circunstancias que pudieron generarlas. Carlos v copió a Jerjes al asegurar que "el sol no se pone en mi imperio", Luis xi repitió a Filipo de Macedonia con el lema de "divide y vencerás", Hobbes se apoderó del pensamiento de Plauto (Asinaria, 495) "el hombre es un lobo para el hombre", pero ninguno incurrió en falta de originalidad. Hace algunos años, el apotegma "gobernar demasiado es el mayor peligro de los gobiernos" se atribuía a Mirabeau, pero ante la declinación de la notoriedad pública de este personaje, la afirmación decidió elegir a Winston Churchill, respaldo que la revitalizó.
Nada peor para una frase célebre que el cambio de autor resulte explicable. Esto ocurre con la máxima de Séneca "lo que antes fueron vicios, ahora son costumbres", atribuida hoy en día al jefe criminal Joseph Bonanno. Igual sucede con el aforismo "la constancia es el recurso de los feos", original de Ninon de Lenclós, o de un personaje de Balzac, o tal vez de madame de Staël, tomada en la actualidad como suya por Joan Collins. Lo de veras sorprendente consiste en que grandes escritores de la misma época intercambien sus ideas.
La aguda observación según la cual "hay dos tragedias en la vida: no obtener lo que se quiere, y obtenerlo", ¿qué busca al pertenecer unas veces a Bernard Shaw y, otras, a Oscar Wilde? Si una frase como "todos los animales son iguales, pero hay unos más iguales que otros" posee tan buen respaldo intelectual como el de George Orwell, ¿por qué busca acomodo en Chesterton? A propósito, la máxima "el hombre es una caña pensante" ¿pertenecerá todavía a Pascal? ¿Seguirá Gertrude Stein repitiendo lo mismo, lo mismo, lo mismo?
La atribución de un pensamiento a un autor que no lo concibió no afecta a nadie, ni siquiera al verdadero autor, quien recibe, por lo general, en compensación, la autoría de otras sentencias que no le pertenecen. Lucio Anneo Séneca, que ha perdido tantas frases, especialmente entre piadosos pensadores cristianos, también ha recibido otras ajenas, como aquella donde se expresa que "el arte es largo; la vida, breve", tomada del primer aforismo de Hipócrates. Wilde, siempre el citable Wilde, suele lucir como suyo el dictamen de Montherlant "morir por una causa no hace que esta causa sea justa". La explicación de esta dudosa paternidad parece ser que a Wilde toda paradoja y toda ironía le pertenecen por derecho natural.
Las frases célebres, por lo demás, evitan la tediosa labor de tener que pensar por cuenta propia. Citar a veces, no importa qué, resulta suficiente. Ciertas frases conocidas, distorsionadas, constituyen un vector entre la agudeza del pensador y la sandez del público que las degrada; se trata de piezas genuinas, convertidas a martillazos en repuestos de ocasión. ¿Qué le importa al público si Einstein o Campoamor hablan de la relatividad del cristal por donde se mira? ¿Qué importa si el salmista o el poeta se refieren a los caminos que se hacen al andar? Tampoco importa, en realidad, si los crímenes que se cometen en nombre de la libertad los denuncia el Soldado Desconocido o la desconocida Jeanne Roland de la Platière. Sin proponérselo, Baudelaire resolvió este asunto al escribir: "Nada hay más hermoso que un lugar común". Claro que esta cita tendría más eficacia si se le atribuyera, entre otros, al autor de Mitologías.
No se equivocaron, entonces, Alfonso Reyes y Octavio Paz. En apoyo de ambos, Cervantes diría que el verdadero autor de una cita "no habrá quién se ponga a averiguar (...) no yéndole nada en ello", pues allí reside precisamente la condición de las frases célebres. En cambio, los pensamientos que no pertenecen a nadie, esas pobres reflexiones que nadie cita -aunque Cabrera Infante aún no lo haya dicho-, podrían denominarse como frases célibes..
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